miércoles, 30 de junio de 2010

Memorias de caballo


 Mirar a la cara, Sulaco_rm

Cuando el general George A. Custer, después de larga cabalgada tras el indio, se apeó de su caballo, se oyó decir al cuadrúpedo enfurecido: «Con éste a cuestas siempre acabamos donde nadie nos llama y si pienso a qué hemos venido hay dos patas que siempre me sobran».

Al ver salir a la infantería camino de la batalla entre el sonido de pífanos, el redoble de tambores y el estruendo de la artillería, los caballos del escuadrón de lanceros, que pastaban tranquilamente en un prado cercano, se miraron entre sí confiados y esperanzados.

Aunque Atila creyera lo contrario, nunca le gustó a su caballo galopar arriba y abajo por las anchas y desnudas praderas como una fiera ansiosa de victorias, sino que desesperado sólo trataba de encontrar una mísera brizna de hierba que echarse a la boca.


El paciente instructor



Con los nuevos tiempos los profesores han pasado de ser notarios a ser jueces del conocimiento mostrado por sus alumnos, un cambio que ha dado un completo giro al sentido de las pruebas aplicadas para estimarlo. Mientras que antes como notarios atestiguaban, tras un costoso proceso de acumulación de conocimiento por parte del estudiante, la propiedad, o mejor el grado de participación en los saberes y competencias, el nuevo marco judicial les obliga a iniciar el aprendizaje partiendo de la presunción de sabiduría, proponiendo los exámenes y demás indagaciones en la fase de instrucción como hechos probatorios de su ignorancia, evidentemente con las garantías procesales que en derecho académico al aprendiz le corresponden.

Con esta nueva propuesta el profesor se enfrenta a un proceso laborioso, apasionante en lo que tiene para el alumno de descubrimiento socrático de su propia autoridad científica, pero decepcionante por las exigencias administrativas impuestas para la expedición de título de garantía. El juicio puede tener para el alumno tintes incluso humillantes, al ir erosionando lentamente, pregunta a pregunta, su conciencia de saber, por lo que de actuarse sin suficiente tacto podría afectar seriamente a su autoestima académica, a pesar de que siempre en tal caso podrá cuestionar ante más altas instancias la validez del proceso completo y ser restituido a su sabiduría primera.


martes, 29 de junio de 2010

Flato feroz


El aire con el que antaño henchía su pecho arrogante es hoy ese fétido efluvio llegado de sus bodegas entre crujidos que anuncian ruina.

Contrapunto histórico


Rescatar el momento parece un modo positivo de rechazar la historia, y más cuando ésta se nos impone como un peso natural que nos vemos obligados a soportar junto con todos los que en vida nos acompañan. La gravedad de los hechos reflejados en ella no debería sernos ajena, pero esa naturalidad con la que asumimos todo el peso muerto que acarrea, no debería llegar a embargar nuestro juicio ni a intimidarnos. Frente a esa historia oficial de cifras y dictámenes nos queda la posibilidad de reconstruir la historia con momentos y de proponerlos como contrapuntos desde los que contemplarnos en perspectiva para afrontar con esa visión extrapolada el arduo ejercicio de aceptarnos entre los demás. La historia pasaría a verse como una sucesión de acontecimientos sobre los que proyectamos nuestras propias vivencias y nuestro compromiso interpersonal. Renunciar a ella cerrando los ojos o viviéndonos en un mundo amnésico y perpetuamente renovado no nos hace más felices, nos hace más previsibles y más fáciles de someter al yugo de las historias gratificantes.

lunes, 28 de junio de 2010

La última víctima del retruécano


La ciudad ha pasado de ser un mercado de productos a ser un producto de mercado. Sabíamos que las ciudades nacieron en los mercados, que el comercio generó un estilo cultural propio y que esa forma de expresarse acabó alcanzando difusión universal. La deuda contraída por la cultura con esos espacios de intercambios y transacciones es grande, pero es ahora, al renovarse el concepto de ciudad, cuando asistimos estupefactos a un replanteamiento que recupera aquellas bases y deja las ciudades al desnudo para que cada una ejerza en competencia con sus vecinas su peculiar seducción.

Ya no son la planificación del territorio y el urbanismo, ni la concentración de los servicios de bienestar social, los grandes impulsores de las nuevas ciudades. Estos serían, a lo sumo, los nuevos instrumentos de ejecución de su traza o de creación de su red de contacto y asistencia. Les impulsa la determinación de promocionarse con una imagen de marca para poder concurrir al mercado turístico, empresarial y financiero.

En definitiva, ya sabíamos de la deuda, ya sabíamos que como habitantes somos depositarios de ella, que como cuerpo social nos debemos a la ciudad. Bueno, pues ha llegado la hora de pagar, y la moneda internacional en curso es el ridículo colectivo y sin paliativos, multiplicándonos como actores frente a nuestro escenario de época, frente a ese encuadre dominante -por militar y conventual- que tanto nos ahoga, pero que a ojos del visitante da a nuestras expresiones una amargura sumamente atractiva y singular.


La imagen anterior, con la plaza de Lucca en la Toscana, es buena muestra de la evolución de la ciudad: de anfiteatro pasó a mercado y hoy ese mismo espacio vuelve a servir como escenario de la autorrepresentación ciudadana y de su sublimación final en producto comercial. Este es el destino general, según sentencia dictada por nuestros visionarios. Uno de ellos, Alfonso Segura, lo veía así hace poco en la revista Infonomía:

«Las ciudades dejan de ser aglomeraciones de personas con un mercado que nutre la actividad de éstas y pasan a ser una marca más en el sistema económico global. Las urbes buscan atraer nuevo capital, y al igual que las multinacionales, deciden lanzarse a la aventura global: la internacionalización. (..) Los eventos culturales o deportivos, incluso los equipos de fútbol, llevan como logo publicitario el nombre de una ciudad. (..) Las ciudades no compiten sólo en cantidad-calidad (tangible); van más allá para sensibilizar al “potencial cliente”. (..) Cada ciudad busca ofrecer un valor especial que enamore al visitante». 



La verdad es que puestos a enamorar no sé hasta dónde podemos llegar. Por ahí, Alfonso, a lo mejor nos pierdes...

domingo, 27 de junio de 2010

Equilibrios en el tiempo


Lo que pasó y lo que nos espera: paseando por esa balanza cada cual la desequilibra a su modo y manera.

sábado, 26 de junio de 2010

Génesis y triángulo según los muzos


Cerros Fura y Tena. Foto: Diego Rodríguez

En tierras del río Carare el dios creador Are era visto como una sombra humana, a cuyo paso montañas y valles iban tomando forma. A orillas de ese río hizo crecer dos cerros, a los que llamó Fura y Tena, pero viendo su altivez los lanzó insatisfecho a sus aguas. De allí, una vez purificados en el batir de sus espumas, resurgieron para convertirse como mujer y hombre en la primera pareja del linaje humano. Are les señaló los límites del que sería su territorio, les enseñó las artes para sobrevivir en él y les impuso la mutua fidelidad como regla y divisa del amor, advirtiéndoles de que cualquier transgresión les acarrearía vejez y muerte. Mucho tiempo disfrutaron de su apacible estado, hasta que un buen día apareció ante ellos un extraño joven llamado Zarbi, ojos azules y barba rubia, en busca de una milagrosa flor que aliviaba y curaba todos los males. La había buscado en vano, había cruzado ríos y montañas, había subido a lo alto de árboles y riscos sin llegar a conseguirla. Pidió entonces a Fura que le ayudase, a lo que ésta accedió, acompañándolo hasta la procelosa selva, donde fue su propia flor la que le entregó. A los pocos días se manifestaron en Fura las primeras huellas de una incipiente vejez, que apuntaba sin duda alguna que había sido infiel. Tena pronto lo comprendió y asumió su propia muerte como única salida, si bien impuso a Fura como cruel castigo que, tras recostarse él sobre el ara de sus rodillas, le viera atravesarse el corazón y mantuviera además en ellas, durante tres días, su sangrante cadáver para que también fuera testigo de su lenta descomposición. Antes de someterse a su destino, Tena quiso también hacer de Zarbi un desolado paraje, para que Are lo castigara con el látigo de sus rayos. Pero no llegó a suceder, porque Zarbi, imitando a Tena, se abrió el vientre con sus propias manos. De su sangre fue surgiendo un caudaloso torrente, que al llegar frente a la atormentada Fura,  gritando aún con el cadáver en sus rodillas, se transformó en un tumultuoso río. El tremendo choque de los atronadores gritos y las enfurecidas aguas atrajo a Are, que convirtió a Fura y a Tena en los dos imponentes cerros que hoy se contemplan entre sí, separados por el agitado caudal del río Zarbi. Fue el eco de esos gritos de dolor de Fura el que removió el aire tranquilo de la selva y levantó sobre los cerros bandadas de mariposas multicolores y fueron las amargas lágrimas de Fura las que al derramarse por las laderas se mostraron, al reflejo del sol, como largos regueros de esmeraldas.

Nota Bene: El río Carare es actualmente el Magdalena, a su paso por Colombia, en la zona occidental de Boyacá. Al pie de los dos cerros citados, que hoy se llaman Furatena y Pitisoque, y a orillas del río Zarbi, hoy río Minero, se encuentran algunas de las minas de esmeraldas más importantes del mundo. Sus alrededores se consideran una de las zonas de selva virgen mejor conservadas del territorio colombiano.

Los muzos fueron uno de los muchos pueblos emparentados con los caribes, en su paulatina extensión por las selvas hacia occidente, y eran los habitantes de esa zona hasta la llegada de los europeos. En el siglo XVI, los dos primeros asentamientos, denominados Muzos y Tudela, fueron sucesivamente destruidos por los nativos, pero el tercero Trinidad de los Muzos, hoy Muzo, consolidó definitivamente el dominio invasor sobre este territorio.

viernes, 25 de junio de 2010

Circunloquio



Bien mereces Circunloquio, por viejo y resabiado tutor, que de entre tus pupilos el más tardo, el apagado Tacito, te inquiera enojado recordándote tu sagrada misión. Si callas, devuelve a Necio, su afanoso padre, los trece mil sestercios que en su día te pagó, y si no, responde,  responde pronto Circunloquio, y responde por lo que sabes, no quieras guardar como siempre el peculio y salvar además la ocasión.

Mínima 15


Lo que deja ver la luz no siempre es más fiable que lo que se adivina entre las sombras.

jueves, 24 de junio de 2010

Retablo de aparentes



Cristo risorto adorato da santi, profeti e membri dell'Ordine domenicano (det.)
Beato Angelico (1428-30), National Gallery, Londres

Quizá debiéramos empezar a preguntarnos por qué hemos de valernos de la exaltada santidad, por qué seguir aprendiendo moral en esos modelos trucados y retocados, por qué hemos cedido al afán de poner rostro beatífico a cada virtud, por qué completamos con ellos ese costoso espejo en el que nadie se reconoce, por qué nadie se interna hasta las sombras de los iluminados, por qué debemos suponer que admirarlos en sus resplandores y sofocos es tanto como mejorarnos. A los que por esa galería se pasean de camino a su perfección, a los que desde ahí nos afean con soberbio cinismo nuestra dejación les digo: «Mirad aquí abajo, mirad y aprended en este mosaico de gente sencilla cómo se reflejan las infinitas caras del esfuerzo común y también de la compasión».

miércoles, 23 de junio de 2010

La mano que nos guía


La mano guidoniana

Llega la noche de sembrar el fruto, y quizá también la fruta. Noche entre todas profana, en la que para bien entrar deberíamos previamente, como en el himno que hoy toca, limpiar nuestros sucios labios (solve polluti labii reatu). Norma higiénica siempre digna de alabanza, tanto más antes de castigarlos con esa fecunda carga de efusiones y amoríos que a la noche les espera. Sin embargo, y por saludable que el consejo parezca, hay en él un monstruoso equívoco, un irónico malentendido, porque no es ése, me temo, el espíritu de los versos del himno a San Juan Bautista. En todo caso este cántico gregoriano ensayaría una elevación del espíritu que bien podría situarlo por encima del estruendo nocturno de los amantes. Pero, tal y como vienen dadas, es mal día para sublimarse, y creo que los cuerpos celebrarán su armonía atendiendo a sus propias fuentes e instintos.

Pero, si cada cual puede ceder a su deseo y a su estilo de armonía vital, tampoco veo razón para no escuchar hoy las antiguas músicas, aunque rebajen el estado de celo. Así que tomemos con cariño la sabia mano de Guido d'Arezzo para dejarnos guiar y ascender por esa escala que él construyó el primero. El himno del que hablamos contiene en el inicio de sus seis primeros hemistiquios las sílabas que identifican las seis primeras notas musicales Ut-Re-Mi-Fa-Sol-La de la escala de Do. La versión que ahora escucho, en la cálida voz de un sexagenario como Giovanni Vianini, pone a la antigua melodía una curiosa nota de sencillez y frescura donde muchos esperarían un lamento afligido y sórdido. No diré que el canto lleve nuestros cuerpos al éxtasis, y menos si se escucha y canta según el rito en los maitines, pero infunde sosiego en quienes ya no aspiramos a tanto, y ánimo para entonar el día.




Ut queant laxis, Letra: Paulo Diacono (s. VIII), Música: Guido d'Arezzo (s. XI)
Giovanni Vianini, Dtor. Schola Gregoriana Mediolanensis



Con un cubo en tus manos




La alegre cantinela: Salí con un cubo a beber, fue mucha el agua que vi, pero apenas la bebí, porque cuando el cubo lleno creí, eché una mirada al fondo y en el fondo nada comprendí.

El frío análisis y sus tres niveles: Imagina al que con un pequeño cubo agujereado con el que acude esperanzado a la fuente a calmar su sed y del que se lanza a beber después de haberlo colocado bajo el chorro durante unos instantes. Algo así como el que compró un libro con el ambicioso propósito de conocer, y en el que perdió todo interés tras intentar leer sus páginas sin lograr nada entender. Algo así como el que vio cómo sus sentidos quedaban prendados de un atractivo fetiche, en el que carecía de significado todo lo que en él alcanzaba expresión.

La ponencia empresarial: «El fondo de la cuestión reside en que no dependemos tanto de la capacitación y de la cualificación cuanto de nuestra adaptación al modo de producción y a las normas de actuación propias de la empresa que en el fondo, fijaos bien en el fondo, es lo que dota de auténtico valor y significado a nuestra aportación».
 

Clave de interpretación: El personal con su capacitación es agua que permanentemente se nos escapa, lo que hace visible a la empresa en el fondo son sus sólidas normas. Sin ellas no habría cubo, pero con ellas son precisos aliviaderos para rebajar el nivel de la tensión. 

martes, 22 de junio de 2010

Claro en el bosque


Bosque de Urbaran (Valle de Arakil)

Encerrado por el prolongado borde rocoso que cierra la sierra a un lado y más abajo en paralelo por una encrespada línea de estratos verticales, el bosque ha permanecido aislado durante siglos entre estas dos murallas, enlazadas en sus extremos por dos collados a modo de pasarelas. Del lado de la sierra manan fuentes cuyas aguas claras se abren paso en la ladera por múltiples y tortuosos cauces. Todas ellas confluyen en un riachuelo que sale a los llanos del valle por un estrecho paso abierto entre esos paredones de erizadas crestas. De collado a collado un largo sendero cruza toda la cuenca como si de su nervadura se tratara, dejando al descubierto a un lado y a otro muestras y ejemplares de la variada vegetación que cubre el área encerrada. Alcanzan porte descomunal, por ejemplo, algunos castaños solitarios, aunque en la parte de la hondonada abundan sobre todo robles y arces, y a medida que se gana altura predominan las hayas. El repertorio de arbustos y hierbas da también para extenso catálogo, sobre todo en las riberas de las regatas, que parecen discurrir perdidas entre tanta espesura.

El bosque acoge al caminante a la altura del primer collado, dejándole que se adentre por la ancha franja y manteniéndole a la vista las dos crestas protectoras. Poco a poco lo irá viendo descender y cruzar entre umbrías y manantíos hasta el fondo de las regatas. Una de ellas le señalará la salida a un soleado claro, donde se mostrarán sin pudor y con alboroto pinzones y lavanderas, picos y mirlos en el corazón de su acogedora república. Las huellas le harán ver que entre todas éstas es ave de paso y que debe seguir su propia ruta. Encarará entonces lentamente la vaguada estrecha y empinada, y continuará adelante, aunque todo a su alrededor se vaya haciendo más oscuro y severo. Pese a ese ambiente riguroso, pronto se dejará prender por las luces que se entrevén en lo alto de los árboles más lejanos. Y fijando la mirada le irá guiando en su áspera ascensión la creciente claridad que se adivina suspendida al fondo. Llegará el momento en que la pendiente ceda definitivamente y el bosque se abra a un último y recoleto claro. Aunque ahí el sol le asistirá generoso, viendo el aspecto silencioso y olvidado del paraje, debería imaginar que el sueño perseguirá a su reposo, que sobre su lecho se cernirán vigías y que quizá despierte atrapado en plena noche, a solas, como un fortuito cautivo frente al bosque y sus amenazas.


Celéreo te veo


Avanzas vertiginosamente cuesta abajo y te estrellas para saborear hondamente tu victoria.

lunes, 21 de junio de 2010

Entró, entró


Ni el sol inunda las terrazas, ni los frutos están prietos, ni se ven horizontes profundos. Sólo oigo el amenazante runrun sanferminero. Por lo demás el verano se ha presentado este año prácticamente sin avisar. Ha sido exactamente a las 13:28 (a las 11:38 en Tiempo Universal).


¿Qué nos enseñan las abejas?


En esta época final de la primavera la enjambrazón, y la consiguiente fundación de nuevas colmenas, que muchas inician ya en mayo, tiende a su fin. El hombre asiste desde hace siglos a estos episodios con innegable fascinación y busca en ellos con ahínco las claves del éxito del ordenamiento social de las abejas, como si de ahí pudieran extraerse valiosas lecciones morales. Personalmente, esa traslación o proyección de las costumbres apiarias a los humanos, con pretensiones edificantes, nunca me pareció inocente. Tomemos como muestra algunos pasajes del extenso y famoso ensayo La vida de las abejas de Maurice Maeterlinck, publicado en 1901.



A comienzos del siglo XX, en el apogeo de su grandeza, nuestras sociedades burguesas europeas empiezan a vislumbrar los primeros signos de inestabilidad. Es el momento de acudir a la metáfora social de las abejas para dotarlas de una épica y situar a escala humana lo que sólo es un acontecimiento natural instintivo y sin prejuicio racional alguno. Con la enjambrazón el instinto de supervivencia se acaba colocando por encima de la dirección o planificación de los hechos. Nadie decide, todo se sucede bajo el mandato del espíritu de la colmena, del genio de la raza. Y así conducidos, se llega a un orden distinto y alternativo al de la libertad, el de la necesidad de procurarse como especie un futuro. Estaríamos entonces ante un orden nuevo del que se dice que atiende a leyes más altas y que exige grandes sacrificios a nivel individual, pero sin el cual las sociedades serían difícilmente viables. Un orden biológico que renuncia sin excusa a la comprensión de los mecanismos del comportamiento social de los individuos, aunque sean humanos. A propósito de la enjambrazón encontramos en la obra un párrafo, muy celebrado, que expone el punto con suma claridad.

«En fin: el espíritu de la colmena es el que fija la hora del gran sacrificio anual al genio de la especie —es decir, la enjambrazón—, en que un pueblo entero, llegado al pináculo de su prosperidad y de su poderío, abandona de pronto a la generación futura todas sus riquezas, sus palacios, sus moradas y el fruto de su trabajo, para ir a buscar lejos la incertidumbre y la penuria de una patria nueva. Es un acto que, consciente o no, supera ciertamente a la moral humana».

Cierto que el lenguaje es fruto de su época, pero la historia del siglo XX permite ver en este tipo de textos los signos de armadura verbal previos a la consecución de los desvaríos sociales venideros. No se trata de emitir juicio, sino de leer los anuncios que llegaban y de señalar que el arsenal lingüístico e ideológico, del que luego se echó mano, se había ido organizando con bastante anterioridad. En el pasaje, aparte de ese tono de renacimiento redentor, tan cercano a la resurrección cristiana, llama la atención la valoración final del acto. Se habla de un acto inconsciente que supera la moral humana, tanto como decir que el acto inconsciente colectivo está por encima del acto consciente individual a la hora de conservar la especie. Aquí la lírica biologista viene para secuestrar sin pudor al libre albedrío del hombre.

Curiosamente esa apelación al espíritu de la colmena, con toda la carga alegórica que conlleva, desemboca un poco más tarde en un intento de localización física de ese espíritu, que se resuelve de forma poco original. De un modo más o menos vago se apela al cerebro como órgano determinante de ese espíritu, aunque no se llegue a precisar la forma en que se concretan las decisiones. Todo parece acabar con la recreación, en el cerebro de la reina, de una dirección que con anterioridad se había atribuido al difuso genio colectivo. Y precisamente es en esta petición de un principio decisor donde aparecen algunas de las claves menos amables de lo que pretendía ser una fábula con tintes veristas y biológicos.

«Aquí también, como en todas partes del régimen del mundo que conocemos, donde está el cerebro está la autoridad, la fuerza verdadera, la sabiduría y la victoria».

A decir verdad luce bien poco esa sabiduría (que no la razón) entre tan poderosos y avasalladores acompañantes. Haciendo moraleja, esa afirmación busca únicamente individualizar el alabado genio de la raza o de la especie, el mismo que al principio se desprendía de la intuición colectiva. La elección mediante la cual se individualiza cierto gobierno, recae de forma científicamente gratuita en la reina. Hay razones para sospechar que esa alianza del principio de maternidad, encarnado por la reina, con el ejercicio de la dirección busca tácitamente aprobar la necesidad de una jerarquía natural 'en todas partes'. Mediante el simbolismo adoptado en esta parábola biologista se nos hace saber que la dirección social nunca será individualizable, o bien que el gobierno no será posible, sin una propuesta de fuerza y autoridad. A veces las metáforas resultan un poco inquietantes.


domingo, 20 de junio de 2010

Servicios tristes


- Recién alcanzada sin mayor oposición la plaza que ejercerá de`por vida, se abre las carnes al enterarse de que firmó para saltimbanqui y de que el servicio será siempre cara al público.

- Recién nombrado jefe de negociado, se cierra en el despacho y cambia por completo la disposición de todos los muebles para saludarlos desde el centro, montera en mano, como en el coso taurino.

- Recién ascendido a preboste regional emprende una frenética campaña informativa, pagando rondas por todos los bares y paseando muy rumboso al chófer por todas las villas, pueblos y hasta pedanías.


sábado, 19 de junio de 2010

Discípulos


Tener discípulos y admiradores puede ser inevitable, buscarlos no tanto. En realidad buscarlos es ridículo, pero es que no tenerlos es desolador.

Sangaku


A la entrada de algunos templos sintoístas, en Japón, aún se pueden contemplar colgadas unas llamativas tablillas de madera con pequeños grabados geométricos de colores. Se trata de cuadros votivos dirigidos a los espíritus del cielo. Cada cuadro se compone básicamente de una serie de enigmas geométricos a los que se denomina sangaku. En unos casos se muestran las soluciones a modo de acción de gracias, en otros se queda a la espera de que el cielo ofrezca respuesta o iluminación. La mayoría de estas tablas pertenece al período Edo (1603-1867), caracterizado por un aislamiento absoluto de Occidente. En total se conservan unas 900 tablas, que forman un conjunto matemático relativamente homogéneo y singular por su enfoque de los problemas geométricos, completamente diferente del nuestro.

El tema recurrente en muchos de los sangaku es la realización de figuras inscritas mediante tangencias. El más común es el caso de círculos inscritos en triángulos y otros polígonos. La composición que se obtiene con las figuras semeja al resultado de un artístico juego de encaje, pero lo importante desde el punto de vista matemático es que se intentan determinar relaciones precisas entre los parámetros de las figuras (posición, lado, radio, etc.), las que nosotros obtenemos mediante especificaciones algebraicas. En una misma tablilla se suelen presentar varios problemas, disponiendo las figuras en cabecera y colocando los enunciados y desarrollos a continuación. El que se muestra aquí debajo procede del santuario de Tozawa y está fechado en 1818. Los colores son indicativos de figuras iguales y actúan como código señalizador.



Un caso concreto lo tenemos en el sangaku que se muestra al lado. Es el primero de una tablilla conservada en el santuario de Seisui en la provincia de Nagano desde 1830. Lo que aquí se pide es establecer los radios de los dos círculos tangentes inferiores, suponiendo que deben quedar inscritos entre el círculo mayor amarillo, la altura y los dos lados del triángulo. Si llevamos el problema al terreno más familiar de nuestro análisis geométrico iremos dando nombre a los datos con letras, siguiendo la pauta habitual, y de ese modo la figura quedará lista para intentar su resolución. En este caso, tomando a y b como los catetos horizontal y vertical, y llamando r al radio de círculo inscrito en el rectángulo (cuyo tamaño se deduce sin dificultad), tendríamos como radios de los dos círculos tangentes (el primero a a y el segundo a b)


viernes, 18 de junio de 2010

Pasados los cincuenta


Con el porvenir bien a mano, como el que agarra un talismán o un candil, seguimos siendo ingenuamente jóvenes y sospechosamente ciegos.

Del manual del conferenciante


Si insinuamos algo con éxito, nadie sabrá realmente lo que hemos dicho. Pero cualquiera sabrá lo que queremos que sepa, si astutamente lo dejamos caer junto a lo que creía saber.

jueves, 17 de junio de 2010

Teatro de la naturaleza


La última erupción del Vesubio en 1944 causó más estragos en el 340º Grupo de Bombardeo aliado que la aviación de combate y la artillería antiaérea alemanas. El 24 de Marzo, ante los graves desperfectos sufridos en la flota área, con 78 aviones B-25 destruidos, el mando ordenaba evacuar el aeródromo de Pompeya, cubierto para entonces por unos 30 centímetros de cenizas del volcán. El 17 de Marzo el Dr. Powers, integrante del grupo, reflejaba así en su diario el comienzo de la pesadilla: «Mientras estábamos terminando de cenar, alguien llamó para decir que había unas enormes corrientes rojas de lava fluyendo por las laderas del monte Vesubio. Fue todo un espectáculo para la vista. Nunca habíamos visto nada igual en la noche -por lo general un resplandor tenue y rojizo a lo sumo. Mientras contemplábamos las corrientes, fluyendo como dedos gigantes por las laderas, pudimos ver un resplandor en el cielo. Hubo durante toda la noche y el domingo temblores de tierra con tremendos rugidos –parecidos a truenos- desde el Vesubio. Las ventanas rechinaban, y vibraba todo el edificio». Dos semanas después todo había concluido. En las anotaciones del día 30, Powers evocaba, frente a la lava aún humeante, el rigor destructivo que en su día habría arrasado Pompeya.

Joseph Wright, Vesuvius from Portici (c. 1774-1776)
The Huntington Library, Washington

Del alcance y circunstancias de la tragedia del año 79 d.C. tenemos noticia por dos cartas que Plinio el Joven envió a Cornelio Tacito. De otras erupciones posteriores existen igualmente testimonios documentales más o menos dramáticos. En todo caso la descripción relativamente contenida del oficial americano contrasta con la visión un tanto teatral ofrecida por Joseph Wright en un óleo pintado en torno a 1774. El volcán aparece en él como escenario de un fastuoso y violento espectáculo de la naturaleza, cuajado de luces y sombras, donde las nubes de ceniza se ciernen sobre un paisaje aún intacto pero desvalido, y también deslumbrado por las tremendas y amenazantes llamas que se elevan desde el cráter. En un segundo plano, acunada entre verdosas nubes, la tenue luz de la luna se mantiene ajena al desastre, como una conmovedora y firme esperanza.

El conjunto tiene algo de emblemático, en el sentido más clásico. Estamos en 1774, sólo unos años después de haberse iniciado las excavaciones de Pompeya y Herculano. A Italia afluyen los viajeros ingleses y alemanes. Goethe publica ese mismo año su Prometeo, Haydn había presentado dos años antes sus Cuartetos del Sol. El movimiento del Sturm und Drang se hace visible, consiguiendo que el genio poético y la devoción naturalista desplace los equilibrios formales racionalistas heredados del siglo anterior. Se revitalizan de ese modo géneros abandonados, a medida que van surgiendo nuevos, siempre con la intensidad como vector dominante en la composición de las obras. En el propio cuadro destaca, como impresa en la solvente arquitectura compuesta por el cono y el círculo, la cegadora luz que aviva como un ojo gigantesco la tempestad que acecha. Este espíritu emblemático ha sobrevivido entre los artistas ingleses de la mano de Blake y se ha proyectado con los románticos hasta el propio siglo XX, donde ha sido recogido por autores literarios como Tolkien. Del mismo modo que el cuadro podría ser un inmejorable escenario para el último acto del Don Giovanni de Mozart, parece la más vívida representación del monte del Destino, aquel donde se forjaron los anillos.

miércoles, 16 de junio de 2010

Mínima 14


Un crítico verdaderamente fino y bien mirado nos abriría los ojos con la paleta de pescado como si fuéramos besugos.


martes, 15 de junio de 2010

La escopeta y su agujero


El doble sentido es un arma complicada. Disparar es lo más fácil, pero hay que sostener bien la culata. Sólo hay un sentido inocente. Así que, o bien vas, tiras y aciertas, o bien apuntas y ríes hasta que caes en cuenta. Mejor que mires antes por dónde sale la gracia, porque de no atinar al palomo igual te vuelves a ciegas.

lunes, 14 de junio de 2010

Mañanas frías en el Gólgota


No podríamos exhibirnos como hijos de una cristiana Jerusalén sin tener un Gólgota digno de nuestras convicciones, un Gólgota amurallado donde acogotar a los impíos. Lo sabíamos, pero ahora lo sabemos mejor, porque salen a la luz las calaveras de ese calvario, y hasta el osario completo de los humillados allí arriba. Olvidados también se ha dicho, porque decir ajusticiados sería transigir donde no hubo justicia alguna. A falta de los que enmudecieron, quedan como testigos mudos los mondos huesos, que poco a poco van apareciendo alineados al pie del presidio. Juntos como en una parada de cadáveres, en perfecta formación yace y nos saluda el batallón de penados extintos. Un saludo emocionado a nuestro futuro en su último y triste adiós. Ayer fue también día de exhumación, y ya van más de cien. Llamamos a esto cementerio para rescatar también esa fraternidad perseguida y sepultada, pero no es propiamente tal. Aquí el viento frío a nadie acoge y el silencio, sin huellas ni lápidas, abruma. Todo en este Gólgota se ha acabado revelando sombrío y vidrioso, aunque lleno también de facetas. Aquel fuerte, erigido sobre sus propias sombras, que tenía por caronte a San Cristóbal, hoy se arruina. Un pasado que parecía opaco aflora con los muertos, en esas botellas que todos y cada uno guardaban con una nota y su nombre a recaudo entre sus piernas. Y a medida que se van abriendo, surge un genio cada vez más poderoso que despierta de su letargo y que cumpliendo nuestro más vivo deseo nos los trae de nuevo a la memoria.

domingo, 13 de junio de 2010

La poética pradera de San Isidro


Goya, Pradera de S. Isidro (1788), Museo del Prado, Madrid

Una foto nos presenta a la primera hornada de poetas del siglo XXI tendidos en el pasto, como de merienda. Ser poeta en El Pais es distinto que ser poeta en un país cualquiera. Aquí el recién llegado posa con ropa de marca y bien puede decir que ya ha llegado a la pasarela. Mimado atrezzo, foto de firma, reportaje dominguero, periódico de amplia tirada y seguramente catering surtido. Pese a venir convocados por curiosos, eclécticos y ambiciosos, caben todos juntos en la misma gallera. «Aman el placer y escupen contra el mundo a partes iguales» sentencia el cronista. Me pregunto qué escupen los que logran alternar con el placer su desahogo, ¿espuma, tabaco, zumo de limón o flujos bien especiados? Esperemos al menos que no se manchen ese traje prestado. Yo no hubiera dejado mi foto a ese plumilla y menos un poema en consigna. Pero lo entiendo, a nadie le interesa esperar al siglo próximo.

sábado, 12 de junio de 2010

El espíritu de la obra


El peor enemigo de cualquier obra humana, a medida que envejece, es ese espíritu volátil que va emanando y parece querer evadirse de ella. Los que aciertan a ver al espíritu dicen que el aura de primeras intenciones siempre sigue ahí presente, que sobrevuela la obra y la protege de todo malentendido, así como de la ruina y del olvido. Los alérgicos a esta magia no tardan en espantar a ese espíritu y consiguen de ese modo contemplar la obra al desnudo. Al aproximarse a la obra cambiando el respeto por la atenta observación van viendo aspectos que el espíritu desdeña. La obra aparece entonces como solución circunstancial y cercana a un problema, como refugio tangible contra la frustración y el desánimo, o como retrato ocasional de su autor, de sus tientos y fatigas, legibles en sabias y también dolorosas huellas.

viernes, 11 de junio de 2010

Uno de los nuestros


Antichristo cayendo, Libro del Antichristo (Zaragoza, Hurus, 1496)
Biblioteca francesa - Guglielmo Libri - James Lenox - New York Public Library

El paso por la historia de algunos personajes ha quedado reducido a una única acción, a un gesto, que se proyecta hacia el pasado y el futuro dando una imagen, según sea el caso, de heroísmo o felonía perpetuos. Otros persistentes en su malicia continuada, con un gesto de inocente arrogancia, querrían desaparecer de la historia. El conde Guglielmo Libri (1803-69) se asoma a las enciclopedias primero como matemático, y después con el deshonroso título de ladrón, el más eminente en lo que a libros se refiere. Dicen que fue su celo investigador el que le llevó a ir haciendo acopio de una ingente cantidad de manuscritos y otros originales con los que fue dando forma a su monumental Histoire des sciences mathématiques en Italie, depuis la renaissance des lettres jusqu'à la fin du dix-septième siècle (1840).

Sin embargo, no fue a cuenta de esos documentos, entre los que se contaban por cierto obras de Galileo, Kepler y Copérnico, por lo que fue descubierto. Esa primera colección procedía en gran medida de bibliotecas italianas, y muy especialmente de la Biblioteca Medicea Laurenziana de su Florencia natal. Puede que el préstamo a largo plazo se convirtiera con el tiempo en afición cleptómana, pero nunca se reservó sino que hizo de ella pública ostentación. De ahí a la oferta del producto poco quedaba. Parece que fue la liquidación en 1847 de algunos de esos ejemplares la que le animó a explorar el negocio y a abastecer el ávido mercado inglés, de natural pragmático y poco escrupuloso en cuanto al origen de unos bienes sobre los que extendía sin reparo y con cinismo soberano el manto protector de su imperio e instituciones, así fueran robados o no.

De hecho, todo había comenzado mucho antes. En 1833 llega a Paris, es acogido por un influyente círculo matemático en calidad de exiliado político y poco después adquiere la ciudadanía francesa. La entrada como reputado matemático en la Académie des sciences le dio posterior acceso al Institut de France, de donde pasó a convertirse con el gobierno de Luis Felipe en responsable de la catalogación de los documentos guardados en las bibliotecas francesas como Inspector general. Esto supuso un impulso definitivo para su carrera como depredador de bibliotecas. Las sospechas sobre sus comercios ocultos fueron aumentando en la medida en que se difundían sus ofertas. Entre otras anécdotas se cita la oferta a Merimée de un Pentateuco miniado del siglo VII, que éste había contemplado unos meses antes en Tours, si bien nunca lo acusó por ello. Todo se precipitó con la revolución liberal de 1848. Al saber Libri que las acusaciones contra él eran firmes, huyó a Inglaterra, a donde se trasladó con un cargamento de unos 30.000 libros y manuscritos.

Con la asistencia y apoyo iniciales de Antonio Panizzi, entonces director de la Biblioteca del Museo Británico, comienza una regalada vida de rentista gracias a la paulatina subasta de la fabulosa colección de libros robados. De ella se fueron abasteciendo las sociedades científicas, universidades y particulares ingleses, que se fueron acercando al conde para ir completando y engalanando sus respectivas colecciones. Con los años, parte de los fondos robados se fueron devolviendo a las instituciones saqueadas, pero el destino llevó el rastro del delito a lugares insospechados. El último caso es el de una carta de Descartes de 1641 en la que da cuenta a Mersenne de algunas ideas sobre las Meditaciones metafísicas. Originalmente depositada en el Institut de France, había acabado en el Haverford College de Pensilvania, que ha tenido a bien devolverla en febrero pasado.

Posdata: Existe también un breve y curioso relato de Arthur Sackville-Marchmain centrado en el personaje y su entorno, disponible en
http://malarrama.blogspot.com/2009/04/el-conde-libri.html


jueves, 10 de junio de 2010

Derroche de imaginería


En la aldea global los tiempos corren arrastrados por las imágenes, dejando a la palabra tareas de subrayado y énfasis, a fin de adecuar los tonos de urgencia, desenfado o culto. Escondidos entre fotos, tablas, anuncios, vídeos y gráficas, a pie de imagen, los textos empiezan a ser vistos como fastidiosos pretextos.

miércoles, 9 de junio de 2010

El relato: cuatro tonos


Al describir lo que denomina la cuatritonía de grandes recursos, Ernst Jünger afirma que «el cuento está vinculado a la piedra, el mito al bronce, la historia al hierro», iniciando a partir de ahí un intento un tanto especulativo de identificar el recurso vinculado a la cuarta época. La tentativa gira en torno a la radiación que «no es materia en el sentido tradicional de la palabra», razón que la hace idónea como recurso para «un mundo que se espiritualiza». Frente a esa radiación que caracterizaría la nueva época «la espiritualización será el mejor recurso para sobrevivir». La tesis aparece en Esgrafiados (1960) y encuentra continuidad en sus memorias, a las que no por casualidad denomina Radiaciones.

El atractivo del pasaje nace probablemente de la sensación de orden que transmite la premisa implícita en los tres primeros recursos. Gracias a ella podemos ver cada uno de estos tres recursos como un plano cuyo haz sería material y cuyo envés quedaría sumergido en la memoria, donde los hechos se fijarían con arreglo al material del haz e imponiendo un estilo de relato acorde con él. El ciclo material que culmina con la radiación tiene poco de metafórico y bastante de tecnológico, admitiendo una lectura directa a través de la evolución experimentada por el armamento de guerra. Lo que me hace suponer que la emergencia de ese cuarto recurso de la radiación no es ajena al ambiente postbélico y al estancamiento histórico vivido hacia 1960 (año de edición de la obra), en plena guerra fría con su cruce de amenazas nucleares.

Pero en paralelo al fondo marcial que impregna todo el ciclo material, discurriría en esa cuatritonía jüngeriana el otro ciclo, el ciclo memorial ligado al relato, cuyo análisis parece un poco más complejo, porque debería darnos a conocer la forma de relato asociada a la radiación. De entrada sorprende un poco la omisión de la novela, o su asimilación a la historia. No sabemos si para Jünger la novela -género que él mismo practicó- constituye la forma de relato que lleva a esa cuarta época. Es evidente, no obstante, que a través de la novela la historia, que se asociaba con la tercera época, menudea hasta dar en lo personal, manteniendo además al relato a medio camino entre la memoria y la ficción. Lo que pueda quedar de la novela en el cambio de ciclo que él augura es difícil de adivinar. Con 50 años de ventaja respecto al texto jüngeriano, la impresión es que habría que descargar a esas radiaciones de buena parte de su tono espiritual y profético original. Sería  quizás mejor asociar la radiación a los cambios que el relato ha experimentado al memoriar y transmitir hechos a través de las redes informáticas. Aunque con esta hipótesis, no estoy realmente seguro de que el nuevo relato, en la red o fuera de ella, dé lugar a un resurgimiento a nuevas formas de espiritualidad. Incluso diría que va en sentido bien distinto, pero quizá todo esto merezca una análisis más detallado, que queda para otra ocasión.

martes, 8 de junio de 2010

Sobre el amor definido


A veces nos entretenemos en sinsentidos. Tú crees, una mañana por ejemplo, que ya sabes de qué va eso del amor, aunque temes no haber llegado a conocerlo ni siquiera remotamente en toda su hondura. Podrías intentar zanjar la sospecha aplicándote a ello con una persona o un objeto de tu predilección, pero eso te haría insistir en la versión más común de este juego, permaneciendo ajeno a otras variantes que acaso te estén aún reservadas en el catálogo de tus posibles.

En estas circunstancias no queda otra que examinar esas variantes apelando a la autoridad, a la autoridad lexicológica en este caso. Porque, ¿qué es el amor? Creemos que lo sabemos, pero al tratar de definirlo es cuando aparecen una tras otra las sorpresas. Para echar el ancla, los diccionarios varían en sus entradas entre sentimiento, tendencia, afecto, inclinación, atracción, no quedando claro si la actitud amorosa es en sí misma activa o pasiva. La solución a la que algunos se acogen consiste en hacer oscilar la definición entre el sentimiento receptivo y el afecto activo para de ese modo desvelar su naturaleza bifronte. El Oxford English Dictionary aprovecha esta fórmula con su proverbial laconismo y para love coloca como primera acepción:
     -An intense feeling of deep affection.
En la segunda, sin embargo, rompe el equilibrio y se decanta por la versión activa, dándole además una nota de color sociológico al definirlo como:
     -A deep romantic or sexual attachment to someone.
El Merriam-Webster, por su parte, insiste
en esta misma idea en la segunda de sus acepciones, aunque dejando el romanticismo a un lado y poniendo como único motor al deseo sexual. Para la primera, sin embargo, opta por una nueva solución centrada en el entorno familiar:
     -Strong affection for another arising out of kinship or personal ties.
Aquí el amor resulta ser más una consecuencia de efectos recíprocos que una auténtica causa, algo que surge, no que se busca. Además la aparición en la definición de ideas previas como afinidad y lazo deja abierta la puerta a una cadena recurrente de definiciones de final incierto. En el diccionario Littré francés se opta curiosamente para amour en primera acepción por la misma fórmula del Oxford, es decir por el equilibrio entre acción y pasión, pero en versión físicamente más explícita:
     -Sentiment d'affection d'un sexe pour l'autre.
Más sorprendente es el caso del Larousse. Teniendo en cuenta que la primera acepción debería en principio cubrir o bien el significado más manido o el más antiguo, no se entiende del todo esta salida:
     -Mouvement de dévotion qui porte un être vers une divinité, 

      vers une entité idéalisée.
Es cierto que las acepciones siguientes recogen el sentir común respecto al concepto, con lo que no queda en absoluto desamparado, pero la
prioridad impuesta en la definición supone llevar al amor a terreno pantanoso. Confieso que amar a una divinidad es una posibilidad que no contemplo con claridad, no sé si porque me resulta incomprensible o inabarcable. En esta misma línea de corte trascendental se coloca también la primera acepción del de la Academia Española:
     -Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su 
propia
      insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser.
Aquí el problema es que el entramado conceptual en el que
se sostiene la definición es bastante insólito. La primera duda aparece al intentar establecer de qué insuficiencia se habla, porque el remate de la frase viene a situarla más cerca de conceptos agustinianos o escolásticos que del mero instinto.  Y si oscura es la insuficiencia, más difícil resulta avanzar hacia ese encuentro con otro ser. En primera lectura tiene algo de sideral, hasta el punto de producir cierto vértigo esa búsqueda de seres de cualquier tipo y condición para llegar con ellos a la unión. Por fortuna en este punto la segunda acepción es más aclaratoria y también más prolija, quizá hasta el exceso, cuando dice:
     -Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y 

      que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, 
      alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear.
Comparada con el rigor filosófico que los académicos insuflaron a la primera, esta nueva definición respira un aire candoroso e ingenuo. Hay toques de primavera y teorías novedosas como la del amor energético. Esa energía amorosa es además fermento social para quienes conviven y se comunican. Los mismos que, a ratos o por el roce, se sienten naturalmente atraídos, y como es de ley procrean. Tantos son los flecos que quedan aquí sueltos que parecería que la provechosa sesión de la institución se hubiera celebrado allá por Úbeda, en los cerros de sus afueras.


Su verdad


Pretender que nuestro testimonio sobre un hecho sea tenido por exclusivo puede parecer absurdo y, sin embargo, no falta a la verdad el que proclama «lo que yo he visto, sólo yo lo puedo contar». Su verdad, esa frontera indecisa entre lo empírico y lo cierto, le pertenece, a diferencia de la realidad, que nunca será suya, diga lo que diga su cuento.

lunes, 7 de junio de 2010

La paradoja de Leinbach


La versatilidad del infinito hace que sirva de oscuro tránsito a través del cual sacar a la luz analogías bien curiosas. La filosofía escolar nos ha familiarizado con las paradojas de Zenon de Elea sobre el movimiento. Aristóteles en su Física presenta las cuatro que se le atribuyen, y autores posteriores han resaltado el hecho de que prácticamente todas se basan en un argumento similar. En el caso, por ejemplo, de la carrera de Aquiles y la tortuga, Aquiles da un trecho de ventaja a la tortuga antes de empezar a correr, pero para cuando alcanza el punto en que la tortuga se encontraba, ésta se ha desplazado un poco más allá. Aquiles vuelve a correr hacia el nuevo punto, pero al llegar la tortuga ya se ha desplazado. Este movimiento se repite ad infinitum, por lo que como conclusión, según Zenon, tendríamos que Aquiles nunca alcanza realmente a la tortuga. Muy similar es la del corredor que debe recorrer una distancia fija. Para hacerlo debe cubrir primero la mitad de ella, después ha de recorrer la mitad de lo que falta y así sucesivamente. Como el proceso de encontrar la mitad de una distancia siempre es posible, nunca se recorrerá la distancia inicial por completo y el tiempo empleado será infinito.

Lápida de Arthur Schnitzler, su hermano y su hijo en el cementerio de Viena

De esta última paradoja es de la que existe una llamativa trasposición, en la que aparece revestida de un halo inesperado y con consecuencias subversivas para el credo religioso judeocristiano. En ella el corredor de la paradoja anterior es ahora un hombre cualquiera que contempla su recorrido vital y mira a su término a la muerte. Por boca del Dr. Leinbach, un personaje de la novela Huída a las tinieblas (Flucht in die Finsternis, 1931), propone su autor Arthur Schnitzler una argumentación, basada como las de Zenon en el infinito, que permite probar que la muerte no existe. Según el Dr. Leinbach «en el momento de rendir el alma, el ahogado revive en un segundo, y a una velocidad inapreciable para los demás, toda su vida, y de igual modo debe ser en los otros moribundos. Ahora bien, como esta vida interior tiene un último instante que a su vez tiene un último instante, etc., la muerte no es más que la eternidad… concebida como una serie matemática infinita». Siguiendo el mismo hilo argumental que Zenon cuando habla de recorrer la mitad de la distancia o de ir al punto que ocupaba la tortuga, en este proceso uno se va aproximando siempre a la muerte, aunque realmente a ella no se llega nunca.

domingo, 6 de junio de 2010

Los pies de Miron


Conocemos poco sobre el atleta Miron. Se sabe que cruzando el mar llegó a Élide, cerca de Olimpia, desde su Siracusa natal. Acudió allí para participar en los trigésimoterceros juegos olímpicos. No sólo consiguió triunfar en cuantas carreras corrió, sino también en el corazón de Pieria, la hija del rey Layas, con la que se fugó tras ser aclamado y coronado campeón. Sin embargo, no llegó lejos en su aventura al ser alcanzado su victorioso carro por la tropa enviada en su persecución por Layas. Tras separarlo de su amante, fue trasladado hasta el palacio y conducido a presencia del rey. Sin atender consejo alguno, la ira de Layas se tradujo en una sentencia cruel en extremo, por la que se ordenaba que, para evitar nuevas escapadas de Miron, se le amputaran de un solo hachazo ambos pies. Enterada del horrible veredicto Pieria, a la que se había obligado a recluirse en sus aposentos, acudió pronta a interceder por Miron. En cuanto entró en la sala vio al rey con gesto severo frente a una bandeja que mostraba la prueba inequívoca de la ejecución de la sentencia. Desconsolada por la amarga suerte de su amante y de su futuro, pidió al rey que se compadeciera de su lastimoso estado y lo liberara. Mas nada logró con sus insistentes ruegos, porque el monarca ni siquiera se inmutó. Fue entonces cuando Malco, uno de sus consejeros, se acercó para advertirle del riesgo que corrían: «Me temo que tratándose de un campeón, de un protegido por los dioses, el dictamen pueda ser mal visto desde el Olimpo y acarree nefastas consecuencias para todos». Tomándolo en consideración, pero con la misma indiferencia observada hasta entonces, Layas proclamó a modo de concesión: «Pues que se le devuelvan los pies y que se vaya». Pieria se adelantó entonces y recogió la bandeja con los sangrantes pies. Volviéndose a todos y mostrándola, proclamó: «Justo es, porque suyos son, y suyo es también, padre, el victorioso carro. Con él partiremos ambos, rumbo a Siracusa, navegando por esos mares por los que nadie camina». Impasible el monarca a estas palabras, su encendido enojo parecía haberse tornado en fastidio. De repente ella arrebató con un rápido gesto el hacha al verdugo y ante el asombro de todos la dejó caer sobre sus desnudos pies. Desde el suelo lanzó una mirada fiera hacia su padre, justo antes de gritarle desafiante: «No quedará vacía vuestra bandeja, ahí tenéis mis pies. Antes siempre os seguían, puede que ahora os persigan de por vida».

Dos pájaros


Dos pájaros, Zhao Shao'ang (1973)

¿Cuándo dos pueden llegar a ser uno? Cuando ven el mundo subidos a la misma rama.

sábado, 5 de junio de 2010

Conocimiento de pago


Hay un lema tan extendido como mal aceptado que nos invita a callar sobre aquello que desconocemos. Es cierto que una ojeada a los medios de comunicación basta para comprobar su escaso seguimiento como norma. Las excepciones, de hecho, son tan numerosas que cabe sospechar tanto de su oportunidad como de su sabiduría. Probablemente el problema es que elevado el lema a categoría de regla tiene difícil aplicación. Se nos pide que callemos en la medida en que desconozcamos, pero mientras que el conocimiento (o desconocimiento) es casi siempre parcial y relativo, el silencio que se nos exige es algo absoluto. Por decirlo en términos más propios de la física: esas dos magnitudes, conocimiento y silencio, no se expresan en el lema con proporcionalidad, ni directa ni inversa. Ahora bien, el conocimiento no sólo es relativo, sino que existe una percepción subjetiva de lo que conocemos y junto al volumen de lo conocido existe un modo de conocer. Es distinto lo que conocemos de lo que creemos que conocemos. Así que, ¿cómo impedir hablar a quien cree que sabe, por poco que sea? Cierta empatía, en otros la cristiana misericordia, obliga aquí a escuchar. Otra cosa es el caso de quien se prodiga en los medios de pago presentando como docta su enseñanza frente a la vulgar opinión. En tal caso, de no ser tan docta como quiere hacer creer --y tratándose de conocimiento eso sería comprobable-- se hará evidente su intención de estafar y manifiesto su desprecio hacia el público. La presencia de pruebas concluyentes obliga a ser categórico, a hablar o a callar. Estando en esas, el que carece de conocimiento no tendrá otra que relativizar su discurso con argucias. Quizá le oigamos trucos verbales como «si decimos que conocemos, sólo decimos y no necesariamente conocemos». Como contrapunto a esa defensa sibilina, es posible tirar del guión del lema, aunque yendo un poco más allá. En vez de invitarle a un silencio, que dañaría irreparablemente su derecho y su prestigio palabrero, le quitaremos el tornavoz y lo bajaremos del púlpito, para que contraste a pie llano con los demás, con todos, su humilde opinión.

viernes, 4 de junio de 2010

Mínima 13


Al porvenir siempre le salen dientes. Confiemos que sean de leche.

Cuerpos de asalto


El joven pupilo acercó discretamente el ojo a la mirilla y durante un rato permaneció absorto y mudo frente a ella. Finalmente se volvió hacia su tutor y aún conmocionado le preguntó: «¿Qué se pueden deber entre sí dos cuerpos que se entregan a un tiempo con semejante furor?». El sirviente sonrió ante la peregrina cuestión: «No creo, Señor, que se deban nada, ni tampoco que arrastren deudas. Ese tiempo no es de pago. Para ellos el tiempo sólo es un testigo fugaz de su locura». El pupilo asintió con la cabeza dando muestras de benévola comprensión y finalmente murmuró para sí: «Sí, puede que sea locura. Sólo algo así podría arrastrarlos con tanta fuerza. Veremos lo que queda mañana de ellos tras semejante coyunda». Sorprendido por ese augurio, el tutor decidió tranquilizarle: «No temáis. Puede que mañana ya no se sientan los mismos. Lo normal, si esto les ha dejado huella, es que se sientan emplazados a seguir porfiando en el mismo juego, pendientes de que un nuevo delirio los devuelva a este furioso punto de partida». Pese a ese pronóstico favorable, el pupilo volvió a insistir: «Pero entonces, ¿crees que seguirán presos de esa locura o que recuperarán su espíritu?». Sin poder ocultar cierto aire de condescendencia, su acompañante concluyó: «Al principio el tiempo se ensanchará para ellos, las horas se harán más largas y las servidumbres más próximas. Pero después insensiblemente se asomarán a otros delirios y crudezas». En vista de la extraña deriva que tomaban sus respuestas, el joven se volvió hacia el viejo servidor para espetarle: «¿Quieres hacerme creer que es el tiempo dueño del indomable espíritu de Eros? Escuchándote, temo más bien que sea la locura nuestra dueña y que el tiempo sólo cambie de esa locura la huella. Y ahí te empiezo a ver metido, hoy de tutor a lo Séneca, mañana alentando visiones y arruinando tu carrera».

jueves, 3 de junio de 2010

La sutil virtud de las teclas


Para entrar en el mundo de Johann Sebastian Bach va uno mejor vestido de explorador que de analista. Tan impresionantes son los cimientos de sus obras, tan firmes las estructuras y tan airosos los desarrollos, que nada parece amenazar o faltarle a sus arquitecturas musicales. Tan absurdo como contemplar un palacio sobre los planos delineados, siguiendo su fábrica planta a planta, sería acudir al edificio para medir el calibre de las columnas o la anchura de los vanos. Con Bach son muchos los que se han afanado en esas tareas buscando la precisión, con la probable intención de fijar los términos numéricos de la belleza musical. Para cifrar ese canon han analizado unas veces la gama de tonalidades e intervalos empleados y otras la complejidad de su escritura contrapuntística. Lo que podemos decir después de muchas páginas de profuso análisis es que se corre el riesgo de convertir todo el talento de Bach en mero esfuerzo y de reducir su estilo a una prodigiosa habilidad para el cálculo. A finales del XVII, necesitados de ese lenguaje universal, que traduce emociones sin reparar en credos y naciones, hubo quien lo asoció a la música, siguiendo la vieja pauta pitagórica, con su trasfondo místico y a la vez cósmico. No debería extrañarnos que fuera Leibniz, impulsor de una Characteristica universalis, el que afirmó en aquellos días «la música es un ejercicio de aritmética secreta y el que se entrega a ella ignora que maneja números». Puede que Bach padeciera esta ceguera y que se desconociera como experto aritmético en su ejercicio musical, aunque no hasta el punto de ignorar la importancia de los números en sus estimaciones. Sin mostrarse abiertamente pitagórico, lo menos que puede decirse es que se dejó llevar de sus sobresalientes dotes analíticas para articular obras que aúnan grandes dosis de virtuosismo y sutileza.

Sucede que nuestro tiempo es más propenso a celebrar el virtuosismo que a estimar en su justa medida la sutileza. Del primero tenemos sobrados analistas, pero para reconocer la segunda faltan auténticos exploradores. Sin embargo, por lo que sabemos, no era ese exactamente el signo definido de la época. El intento fue más bien el de hacer verbo y gramática en la música, el de crear lenguaje y norma sin perder de vista la doctrina de los afectos, de la que encontramos en Malebranche, en Shaftesbury y en otros filósofos cumplidos ejemplos. En algunos casos, como en el de Mattheson, la alabanza de los sentidos en la música se hace aún más manifiesta, en directa competencia con un pitagorismo tradicional y renacentista del que abomina con rotundidad. Incluso una posición más cartesiana como la de Buttstett recibe de Mattheson esta invectiva: «Mi piadoso numerosissime domine Mathematicotere, ¡estás lejos de ser el héroe que fuiste bajo el régimen pitagórico!». No parece que Bach fuera de su cuerda, de hecho no aparece referenciado entre los 147 músicos alemanes consultados con vistas a su libro póstumo. Tampoco se puede decir que Bach se desentendiera del virtuosismo. De hecho, hay una escritura virtuosista en la elección y composición de las formas musicales y hay también una invitación a los intérpretes para explorar los limites de su instrumento.

Para el clavecín Bach entregó a la imprenta numerosas obras. La serie formada por las suites Francesas, las Inglesas y las Partitas, que algunos denominan suites Alemanas, muestra dentro de un mismo género la distancia entre los ejercicios de adecuación, los de dominio y los de maestría. Dentro de esta serie, las Partitas son las más alejadas del molde inicial, convenido como una sucesión de danzas, y también las más libres en su orientación. Hay más sintonía entre las distintas danzas o movimientos de cada una de ellas que entre las distintas gigas incluidas en cada una de las suites. Y no es sólo una cuestión de tonalidad o de estilo, hay cierta unidad de carácter que se revela en cada una de las partes. A esta unidad de carácter es a la que debe atenerse indudablemente el intérprete, porque es el refugio de la sutileza. Y de nada puede servir que luzca su virtuosismo, si no consigue integrar las distintas piezas dando muestras de ella.

Me he fijado en la Partita nº4 en re mayor, en su transcripción para piano. No porque tenga un carácter o una dificultad especiales, ni porque esa tonalidad transmita, según Mattheson, un aire marcado y definido, o imprima un espíritu guerrero o alegre. Simplemente disponía de suficientes interpretaciones al piano como para apreciar cuándo ese virtuosismo, que la partitura exige, entraña en los intérpretes alguna sutileza. He escogido en la Partita el comienzo de la Courante, donde el tema se expone, a la vez que se hace presente la timidez, la elegancia, el brillo, la solemnidad o cualquier otra marca de interpretación. Diré que cada vez me gustan menos las interpretaciones de referencia, los artistas indiscutibles, esos fraseos almibarados o acelerados, esas digitaciones sobreactuadas y portentosas. En una palabra, los alardes. Lo que me interesa es ver cómo el intérprete se acomoda a la partitura, dónde carga su acento, dónde se entona, dónde se pierde y dónde se estremece. Es a eso a lo que le llamo explorar la obra, llevado evidentemente de su mano o de sus manos. Se perdería toda sutileza, si tras establecer un baremo, fijara con él puntuaciones para dar con un ganador, con el indiscutible campeón de la Partita. Para  probar con la exploración podemos recurrir a las citas que siguen. Sin ningún ánimo de guía, subrayaría en Andras Schiff el desgranado de las notas, el ritmo vivaz y la paleta de colores; en Tatiana Nikolayeva encuentro sobre todo claridad, afán de modulación y volumen, con el que consigue cierta  rotundidad; en Glenn Gould el ritmo ligeramente sincopado logra rescatar una entonación un poco desmayada, pero cautiva ese sonido percutido y el juego de la mano izquierda.


Inicio de la Courante de la Partita nº4 en re mayor BWV 828
1. Andras Schiff (Decca, 1984)
2. Tatiana Nikolayeva (Concierto en Budapest, Hungaroton, 1955)
3. Glenn Gould (CBS, 1963)


miércoles, 2 de junio de 2010

Provisiones


De compras en el mercado, Marcos Soriano (2009) 
http://remontando-el-vuelo.blogspot.com

Nadie va al mercado para oír voces bien timbradas, ni para colarse en un sainete, ni para escuchar las viejas tonadas. Ya sabemos que no vamos a una zarzuela ni a la ópera. Sin embargo, aquello reúne sobradas cualidades escénicas, además de ofrecer otras sorpresas. Desde luego, lo primero que llama nuestra atención frente a cualquier puesto de venta es el colorido y la variedad de la mercancía. Pero alrededor de esa materia está toda la música que la rodea. El lenguaje, quizá sea lo más chocante, con esos diálogos directos y vivaces, con esos giros llenos de intención, engranando peticiones y preguntas con sesgadas e inmediatas réplicas, chispeantes o no, según el ánimo y el talante del vendedor, que al fin y al cabo es quien dirige y mantiene la escena.

El propio punto de partida es curioso, sobre todo si se contempla con cierta perspectiva. El que abre la venta como mercader (parece que cuesta darle su título, por muy anticuado que parezca) muestra al público, sin dejar ver sus necesidades, provisiones sumamente apetecibles, y a partir de ahí impone su juego. Un juego bastante abierto en cuanto a intereses, donde el comercial y el escénico parecen confundirse a veces. Desgraciadamente se han ido restringiendo en ese juego las variantes más imaginativas, las que daban cierto colorido al concurrido encuentro, hasta reconducirlo todo a una mera transacción comercial. Se han erradicado por esa vía aquellas viejas fórmulas con diálogo abierto, las que suponían cierta inventiva contractual, entre ellas el tanteo, el trueque, el regateo y la subasta. Las razones son relativamente simples: el comprador urbano, digamos el burgués de a pie, encuentra en ellas más incomodidad que transparencia.

No es tanto una cuestión de justiprecio, sino el hecho de que el comprador se siente en inferioridad ante una dialéctica irreconocible, y no siempre ajena a las picarescas. Aceptar ese inocente grado de indefensión cuando se maneja el dinero no le resulta de recibo. Con los reglamentos comerciales al uso, la situación se ha invertido a su favor, quedando poco del primitivo juego. En la escena muda la compra sigue ahora para todos el mismo guión: el nuevo consumidor va paseando taciturno por el circuito y sólo se muestra inquisitivo en presencia de la mercancía, que toma ocasionalmente en sus manos encandilado por su aspecto, formato o cualquier otra fantasía. De vez en cuando se oyen breves cuchicheos y de fondo cae sobre todos un runrún musical como lluvia fina. Bajo esa anestesia, apenas llega a advertir el final de la operación. Repentinamente despierta como sobresaltado, como atrapado fuera de lugar, cuando la dependienta le pregunta «¿tarjeta o efectivo?».


martes, 1 de junio de 2010

Altivos


A los de reputada casta les guía el dominio: tratados con miramiento avasallan, tratados con desprecio enseguida se doblegan.

Casabien


Carnet del Club de Tenis de Frank Lloyd Wright

El desliz es una forma bastante común de presentarse en sociedad. Lo más propio, y también lo más rentable, es cometerlo ante un círculo restringido, gobernado por reglas implícitas, destinadas a dar continuidad al estilo de vida de sus miembros regalándoles un plus de exclusividad. En ese régimen de serena gravedad la simple irrupción del ingenuo y sus extraños modos son normalmente recibidos con sorpresa y juzgados como inconvenientes. Si a ello le sigue además un traspiés, se crea un tenso ambiente de espera, que pone a todos al acecho ante la inminente transgresión de su reservado e implícito código social. A partir de ahí todo depende del temple con que el intruso adorne su faena. Si abrumado por tanto celo y vigilancia, hace de su error un pecado público y comienza a recular hacia la salida, él mismo se condena. Pero si al desliz primero añade un segundo e ingenioso disparate, ajeno a toda educación y norma, entonces será recibido con honores y al punto bautizado como nuevo cofrade.