martes, 31 de agosto de 2010

Capítulo final



Tomó asiento frente al público congregado. Hubieran bastado unas palabras, un simple resumen del contenido, un breve discurso de disculpa, una declaración de principios, una fe de erratas, un reproche a las musas. Es lo que esperaba la audiencia, pero él alargó simplemente el brazo, abrió la voluminosa cartera y extrajo de ella una gruesa carpeta llena de folios. Plantó con estruendo el grueso taco sobre la mesa y se dispuso intempestivamente a ojearlo. Al cabo de un rato un leve murmullo le hizo levantar la vista. Con una mueca de hastío se fue poniendo lentamente de pie y con los folios en la mano bajó hasta el público. De uno en uno, los presentes fueron recibiendo un poco asombrados, en sucesivas rondas, folios impresos y numerados. Seguidamente levantó la cabeza por si quedaba algún rezagado y, una vez repartidos los papeles sobrantes, como quien oficia una extraña liturgia volvió a su sitio en el estrado. De lo que él podía contar todos tenían ahora una pequeña muestra. Les daría una idea, por parcial que fuera, de por dónde habían ido sus intentos y conjeturas. Unos pronto concluirían el juicio, pero a la mayoría todavía le intrigaba la evolución de un ritual que había entrado en una fase inusualmente creativa. Desde el principio supo que no iba sacarlos de esa intriga con sus palabras. Poco le quedaba por decir, y no sentía ninguna necesidad de explicarse. Alineadas en sus butacas, algunas cabezas descollaban esperando ver novedades en el estrado. Le hubiera gustado que ese público, tantas veces entusiasta y hoy depositario de lo escrito, fuera el que emprendiera la recuperación de la intriga, bien encajando como piezas de un rompecabezas los lotes repartidos, o mejor improvisando folio a folio su lectura pública. No hubo tal, aunque entre el público algunos ya habían decidido empezar a leer esa cuota recibida en custodia, en espera de que las palabras finales del autor le pusieran rúbrica. Mientras esto sucedía, fue cerrando la cartera con larga dedicación. Al acabar tuvo un momento de breve indecisión hasta que empezó a ponerse en pie y cuando lo hizo fue para quedarse mirando anhelante a la puerta de salida. Se volvió finalmente hacia el público y ya sólo tuvo ánimo para confesar: «Olvidé la razón, nunca la tuve, y escribir no sirvió, nunca la encontré. Estos fragmentos insisten en la ilusión, dejarlos juntos sería como crearse una fe».

lunes, 30 de agosto de 2010

El hombre bueno


Llegó al convencimiento de que trabajaba por una buena causa cuando vio con qué generosidad llegaban sus benéficos efectos. Toda esa bondad iba siendo alimentada por el principio de necesidad. Comprendió que a tan benévola tarea debía uno entregarse con entusiasmo y sin rehuir las consecuencias, en particular las que se remitían a cuenta. Sorprendido en su buena fe por infames maledicencias, nada malo lograba ver en el acertado destino elegido por la riqueza. Respecto a sí mismo se veía como siempre, como un hombre cabal y honrado, como un amigo de sus amigos, en cuya compañía se había hecho a una metódica bondad y a una rentable exigencia.

domingo, 29 de agosto de 2010

La amistad cae en la red


Dos amigos pastando en el monte Arbilleta (Erro)

A Tobias Rangel le preguntaron una vez si veía los amigos como una ocasión de ocio o de negocio. Tobias, hombre de empresa, pero también hombre de mundo, comprendió pronto que lo llevaban al atolladero. Los viejos manuales sobre el recto proceder dicen -no sé si Gracián valdrá también para esto- que lo mejor en estos casos es una respuesta cortante, una respuesta que deje sin salida airosa al preguntón. Tuviera o no semejantes lecturas, Tobias se deshizo de la regla y le ofreció el beneficio de la explicación. «Amigo» le señaló en tono condescendiente, «planteas como disyuntiva lo que sólo es una alternativa. Y en el caso que propones, ni siquiera es una alternativa cerrada. Lo lógico sería decir que no veo al amigo como ocasión de ninguna de esas dos cosas. Pero diré más aún, propiamente no logro ver amigos, o sea distinguirlos de quienes no lo son. Soy capaz de llamar amigo a un perfecto desconocido como tú, como mero gesto de cortesía. Y, desde luego, no serías para mí objeto de ocio ni creo que acabemos haciendo negocios. Así que igual es el momento de plantearlo de otro modo, ¿qué es un amigo para ti?, ¿un socio generoso o uno más en tu Facebook?».

sábado, 28 de agosto de 2010

Aguanta, Graco


Virgil Solis, Rex Ceyx in mari alto,
Imago 9 in P. Ovidii Metamorphosis XI, Frankfurt (1581)

Para navegar en la nada, Graco, necesitas buen timón. Que nadie te tosa bajo las barbas, o serán tus narices alocadas velas; que nadie te vaya con chismes de alcoba, o esa brisa te arrancará las orejas. Cuando la siesta te sorprenda en los brazos de Cornelia, vigílale los suspiros, refúgiate en sus ensenadas y mantente firme si la corriente te llega. La última vez que estornudó sobre su regazo, desatose tempestad aciaga y torpe con su timón el amante se fue a pique de cabeza.

Mínima 20


Adivinar es lo mismo que afirmar, siempre que renuncies a las pruebas.

viernes, 27 de agosto de 2010

Bajo tierra


Imagen tomada de EL PAIS
La noticia nos habla de treinta y tres hombres sepultados en el fondo de una mina, a 700 metros bajo tierra, asomando el rostro ante la cámara para declarar que no quieren ser fantasmas. Y sin embargo, poco más eran ya para sus dueños, de los que por interesado pudor no tenemos imagen para el contraste. Las sombras de la mina quieren emerger y algunos de estos vivos deberían ser secuestrados y arrastrados hasta el fondo por su apática avaricia. Las imágenes de ese entierro son crudas, pero no ver sus sombras sería tanto como olvidarlos.

En el exterior la emoción se va poco a poco gobernando. Estamos todavía en los primeros golpes de efecto: el presidente y el ministro con la botella del náufrago a primer plano; detrás el tanteo mediático pone rostro a la esperanza. Todo un pueblo son, sobre todo, sus familiares acampados en las afueras de la mina, nunca las televisiones. Estas están a otra cosa y empiezan a amagar con sus trucos para convertir el argumento en una manida sesión de telerrealidad. El más tonto de la clase, siempre con acceso a cámara, lo formula con perversa ingenuidad: «¿Llegará algún héroe a tiempo de rescatarlos?». Mientras el moderador se excusa por las imágenes, a las que «indudablemente les falta la iluminación adecuada».

Piensan que son demasiado sombrías como para ser reales, o al menos como para ser soportables. Saben también que es un material de primera, con un escenario continuo y aislado, con las exigencias de un espléndido guión, y con la brutalidad seca de las secuencias verdaderas. Tienen prácticamente Allien en vivo, ahora sólo necesitan marcar distancias, para que no cunda la angustia entre la televidencia. Nadie sabe aún cómo venderán las inevitables diferencias personales, azuzadas por un ansia de auténtica, y probablemente cruel, supervivencia. Nadie sabe qué efecto tendrá ver ese miedo que se vive, no el que se interpreta frente a las cámaras. Algo se les ocurrirá para ponerlo en escena. Quizá un psicólogo ponderando sobre los primeros brotes de claustrofobia. Quizá un psiquiatra alertando sobre los efectos de la angustia interminable. Quizá un cura rezándoles puntualmente su rosario. ¿Quién sabe?

No sabemos si estamos ante una agonía. Sabemos que serán los suyos, mientras queden a su alcance, los que los mantendrán a flote, contra viento y mareas oportunistas, sacándolos a diario de la sombra, alimentando con su presencia los sueños y aliviándoles del peso cruel y destructivo del miedo.


Las lunas del profeta



Con luna llena tu profeta maneja el espejo con soltura. Al reclamo de la luz, acudes dócil y confiado. Entre tantos y tan variados reflejos, te vas poco a poco acercando entre confundido y sombrío. Al pie del enorme espejo, atónito frente a tu propia sombra, vienes a verte como obediente lunático allá donde él te ha querido.

jueves, 26 de agosto de 2010

Hipócrates saluda a China


Acalla en ti las voces y deja que fluyan mansamente los humores. Aún te saben rancios esos sueños, nunca aireados; amargos esos enconos, mal apagados; crueles esos empeños, de condenados. Impasible dueño de tu tormento, finge lúcida tu espera hasta verte anegado. Y si es blanca la bilis que brota, haz igual que si fuera negra, y si es negro el color de tu sangre, haz igual que si te espumaran flemas. Afloja tus pasiones, mientras los humores lentamente te dejan.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Totentanz


Johannes Voorhout, Häusliche Musikszene (1674)
Museum für Hamburgische Geschichte
Por el viejo órgano parecía tener Buxtehude especial predilección. Cada mañana a diario, entraba en la iglesia de Santa María y recorría el trecho que va de la sacristía a la capilla Totentanz. Desde sus inicios hasta la implantación de la Reforma luterana el viejo órgano había presidido en esa capilla misas de réquiem, funerales y oficios de tinieblas. Aunque con ese nombre de Totentanz, puede que la capilla hubiera sido escenario de cantos y danzas de la muerte en la Edad Media. Una rica herencia de sombríos ecos que de seguro educarían los registros del naciente órgano. Tanto el Totentanzorgel como el órgano grande de la iglesia desaparecieron finalmente en el fuego declarado tras el bombardeo de Lübeck el domingo de Ramos de 1942.

De él probablemente surgieron los primeros tientos de todos los preludios, tocatas y fugas que componen la obra de Dietrich Buxtehude para órgano. Sería también allí donde crecieron y fueron tomando forma sus cantatas. No creo que podamos imaginar nunca las sonoridades logradas por la cantata Membra Iesu nostri, por ejemplo, en semejante espacio, apoyados vientos y cuerdas en los dos órganos, con el refrendo como tercero de un completo coro de voces con su elenco de solistas. Siendo una iglesia enorme, cabe suponer un efecto acústico singular e imponente, que unido al ferviente espíritu pietista nacido de la Reforma obraría una suerte de éxtasis colectivo.

Si el órgano confirió a ese espacio nuevas resonancias, puede también afirmarse que a través de ellas alcanzó Buxtehude alto prestigio en todos los países germánicos. Hasta Lübeck llegaron, casi como peregrinos, Mattheson y Haendel en 1703. Dos años más tarde lo haría el joven Bach, atravesando toda Alemania para instalarse en Lübeck durante tres meses. A algunos les sorprende que su estilo creara escuela, una escuela de música barroca, y la más eminente quizá de todas. La sobriedad, la sequedad dicen otros, de Buxtehude creaba cierta atmósfera mística en torno a sus cantatas y oratorios. Pero, aparte de la atmósfera, la escuela encontró como cuño propio y como huella inequívoca la geométrica sencillez con que se entrelazan las líneas de composición musical. Y si esto es notorio en las corales de Buxtehude, aún resulta más explícito en su música de cámara.

Aunque en su época se echa a andar por algunos de sus amigos la nueva ópera de Hamburgo, a Buxtehude no le tienta la música profana. Pero sus sonatas de cuerda están indicadas tanto para las veladas musicales mantenidas en la iglesia como en los salones. El anterior cuadro de Voorhout da una idea del ambiente reinante en esas veladas. Dicen que Buxtehude es el que mantiene la viola entre las piernas y que le acompaña al clavicémbalo su buen amigo Reincken. Del resto no se tiene noticia cierta. ¿Qué tocaban? Es posible imaginar que una sonata para viola de gamba. Entre las que publicó en 1694 se encuentra una sonata en si bemol mayor para violín y viola de gamba.

Esta obra, particularmente cuando el bajo continuo va marcando su ostinato con la profunda sonoridad del órgano, es de una elegancia difícil de superar. Durante el desarrollo de la chacona, con que la sonata se inicia, el equilibrio entre la sobria compañía del órgano y el vuelo melódico del violín primero y más tarde de la viola, es sumamente delicado, evitando un contraste que sólo puede corresponder a las cuerdas. Al amparo de ese continuo  riguroso se crea una rica textura en la que violín y viola  se dan respuesta en sucesivos contrapuntos y se libran a complejas filigranas hasta marcarse inigualables límites de virtuosismo y dramatismo.


D. Buxtehude, Sonata en si bemol mayor, BuxWV 273
John Holloway et al. Dacapo, 1995.


martes, 24 de agosto de 2010

El poeta y su público


Imagen para The Book of New Sun, Gene Wolfe
Claro que uno puede abismar lunas, quebrar horizontes y suspender auroras, y con todas esas imágenes, quién sabe si vívidas, postularse como poeta. Habrá quien las reciba como legadas del mensajero del cielo, cuando puede que el escritor en su fuero apenas aliente emoción alguna. Si así fuera, y a poco que uno siga el caso, no tardará en descubrir al poeta agarrotado y empeñado en gobernar ese gran fuelle con el que levanta entre el público suspiros, unas veces dice que quiere infundir ánimos, otras que quiere difundir canciones, cuando con ese esfuerzo espera ser elevado a la gloria.

lunes, 23 de agosto de 2010

El cuerpo en sí


Nuestro error al vestirnos y arroparnos con esmero es pretender que nadie adivine el desorden de nuestras carnes. Cualquiera que sea el grado de desorden, el cuerpo en conjunto es difícil de ocultar. En principio ese desorden debería atraer por su diversidad de formas y colores muy por encima del orden. Sin embargo, pasa el desorden por algo confuso y poco armónico, lo que en el caso del cuerpo se traduce además en deforme e incluso mórbido. Es cuestión de sabiduría y buen ojo aprender a apreciar en el juego y el jugo de las carnes su propio punto de diversión. En unos las vemos prietas, dando una figura bien armada y enjuta, mientras que en otros van lo bastante holgadas como para colgar alegremente y bailar su propio ritmo. Esta sensualidad es para algunos incómoda e incluso estomagante, como si vieran en ella un escenario de calamidades con miembros desvencijados o flotantes. Con tener en cuenta que filosóficamente no hay razón estética, se ve que tampoco hay razón para repudiar las albardas por fláccidas, los brazos por entecos o los muslos por rollizos. Dejarse cegar por la musculatura, con su bronceado homogéneo y reluciente, supone refugiarse en una arquitectura cansina y repetida. Que esa gente se arrogue además la facultad de ver en otras arquitecturas más libres y generosas la fecha de caducidad, cuando apenas consiguen calibrar el grado de alegría y sazón que emana de esos cuerpos, es un castigo añadido. Pena da ver gente talluda y de relumbrón exhibiendo las marcas de su atormentado vientre, como si fueran orgullosas cicatrices de antiguas responsabilidades. Deberíamos preguntarnos qué idea de goce carnal puede convivir en ellos con ese vientre abstracto, acabada obra del acomplejado escultor que los habita. Soy de los que opinan que en piedra robusta lucimos menos que ganando espacio, que el temblor compartido es el mejor modo de agitarlo hasta el cielo y que deberíamos resolver nuestra figura dándole a nuestra felicidad su volumen.

Dueños del éter


Ayer, entrada la noche, lancé al éter la anterior entrega e inmediatamente recibí aviso de Blogger de que había sido difundida. Como muchas otras veces, apareció junto al aviso uno de esos anuncios con los que Google cubre gastos. No me sorprendió el anuncio, sino que fuera de una iglesia cristiana haciendo campaña de promoción de la figura de Jesús. Como carezco de fe suficiente, no consigo reconocer en este hecho una sugerencia sobrenatural, algo que deba entender como respuesta a lo escrito en mi anterior Punto de fuga. Tampoco creo que esa llamada publicitaria sea una respuesta aleatoria. Lo más probable es que estemos ante los conocidos repasos y filtrados practicados por Google sobre el contenido de nuestros textos. De lo visto en el anuncio se desprende que sus analizadores automáticos distan mucho de cubrir los recovecos semánticos, pero todo se andará. Lo cierto es que un día vinimos al éter para ser libres y, mira por dónde, tenía dueños.

domingo, 22 de agosto de 2010

Punto de fuga


A pesar de conocer un poco el horizonte mundano y humano que abraza la obra de  José María Escrivá, ese afanoso inventor de caminos y fortunas morales, que nos asiste beatífico en toga de gran canciller, si nos encomendamos como piadosos potentados, o en sotana de campechano orate, si lo hacemos como afligidos menesterosos, quisiera haber tanteado su flema aragonesa ante parodias como la que el Reverendo Jonathan Swift dedicó a Jeremy Taylor, obispo de Down y Connor y vicecanciller de la Universidad de Dublín, autor de una de las obras religiosas más celebradas de su tiempo, The Rule and Exercises of Holy Living (1650). No muy lejos de los propósitos de Escrivá, pero con cierta liberalidad y sin su tono cuartelero, buscaba en ella Taylor hacer lo de siempre, un repaso exhaustivo de las normas que en su vida diaria deben regir la conducta del buen cristiano.

De las muchas secciones presentadas en el tratado, la quinta está dedicada al ayuno, ese ejercicio mortificante en el que se nos anima a la privación de alimento. Tras una primera defensa de la legitimidad de dicha actuación se pasa a estimar su conveniencia. Para ser juicioso los consejos procuran no rondar los extremos de la inconveniencia médica. Sorteando ese bulto, a base de apelar a una escueta parroquia de ascéticos, se llega a los beneficios derivados de esa práctica, que se reúnen bajo el epígrafe The Benefit of Fasting (El beneficio del ayuno). La lectura, y quizá la práctica, de estos beneficios debió dejar honda impronta en el Swift aspirante a clérigo, que años más tarde hizo de sus párrafos, y por extensión de la obra, blanco de su ácido humor. En 1722 salió de prensas una sátira muy de su estilo -cuyos destinatarios más directos, un siglo después de Taylor, desconocemos- con el singular título de The Benefit of Farting explain’d (El beneficio de los pedos explicado). La inocente sustitución de las letras de los dos títulos es el inicio de una rechifla de considerables proporciones.

En portada, y tras el título, se atribuye el ensayo, traducido de un original en español, a un tal Don Fartinando Puff-indorst. En la filiación de este fantasmagórico autor se van incluyendo con cierto regodeo toda clase de onomatopeyas ventosas. Como en él es frecuente, tampoco pierde aquí la ocasión de destinar sus primeros dardos al bello sexo por considerar que para ellas la falta de venteo es causa y origen de otros desórdenes, sin exclusión de los religiosos y teológicos. Remata la entrada un pequeño poema de tono escatológico menor. 


Sin perder el oremus se aplica a analizar en clave sesuda e irónica la tesis avanzada, aspirando a convencer a los lectores de los innumerables beneficios derivados de librar sin restricción ni apuro todo gas que les regale el cuerpo. En los inicios, impecables, se reclama más luz sobre la naturaleza y esencia del pedo: «Es una cuestión enormemente controvertida entre los instruidos, si un pedo es una sustancia espiritual o material; los profesores de metafísica han argumentado ardientemente a favor de su espiritualidad, pero los naturalistas se les oponen con igual fuerza». Entablada esa pugna dialéctica, por los primeros se cita como autoridad nada menos que a Robert Boyle, mientras que los segundos quedan muy dignamente representados por el Cartesio don Renato.

Incorpora después Swift a su discusión a otro de los blancos favoritos de sus diatribas, los matemáticos. El gremio, probablemente hermético y socialmente emergente, estaría también  presente en los Los viajes de Gulliver, donde en medio de crueles chanzas se les asigna Laputa como país propio. Si allí los matemáticos de la Royal Society lucían más bien como cornudos, aquí dan lustre euclídeo al estudiado pedorreo: «Los matemáticos se hallan a mitad de camino entre los naturalistas y los metafísicos; tienen el pedo por una cantidad, aunque indivisible, y le dan el nombre de punto matemático, al no tener longitud, latitud ni grosor». Al margen de sus fobias, puedo convenir con el autor en que
nada como esa abstracción de los matemáticos nos biendispone a la necesaria sublimación de esos escapes tras el callado período de esforzada invención y obligado asiento.

Puede que haya quien juzgue estos disparates como algo impropio de quien ostenta sagrado ministerio. Se equivoca, porque nada hay más valioso que el fraternal aviso sobre los desórdenes asociados a los rigores en la contención, bien sea del apetito bien sea de los gases internos. Decir que el aparato digestivo es lo bastante sabio para obrar en su beneficio propio, no es sino alabar la obra del Señor. Si además se aportan, como en el caso de Swift, probada muestra de desviaciones religiosas con la adopción de falsas doctrinas como la cuáquera y otras delirantes profecías, habría razón sobrada para salvar la turbadora naturaleza de estas salidas y abogar por una tolerancia que beneficia finalmente a la fe. Como matemático entiendo que esta conclusión es inapelable y que los ímprobos esfuerzos de Taylor y Escrivá por combatirla debieron, entonces y ahora, ser dignos de mejor causa.


sábado, 21 de agosto de 2010

Ideas en vuelo



En las universidades la mayoría de las ideas vuelan bajo y acaban estrelladas contra el techo. Rascando siempre se aprovecha algo, son saberes que circulan a precio de saldo, vendidos con el papel usado. Lo que en el techo queda se convierte con el tiempo en una galería completa de palabras alicortas, plasmadas en tonos ramplones como en un diccionario inverso. Los visitantes de las aulas suelen contemplar, mentón en alto y frente en retroceso, la huella de esos discursos banales. Lo hacen en esos tiempos muertos en que la clase se sume en el tedio. Allí unos esperan ver las palabras surgir, naufragadas después de su torpe vuelo, mientras otros más afortunados despiertan con las ideas y reciben nítido el eco.

viernes, 20 de agosto de 2010

Para el viaje


Todo un acierto llevar los ojos al viaje. Es imposible ir al encuentro sin lágrimas.

jueves, 19 de agosto de 2010

Del simpático refranero


Refrán repetido, refrán desmentido.
Con un refrán silenciado date por aconsejado.
A lo que el refrán diga, búscale tú la miga.
Paga por tu refrán y mudo te encontrarán.
Más vale sabios mondos que refranes orondos.


Mínima 19


En cocina el que arriesga en ejercicios de abstracción te puede condenar gustosamente al hambre.

Los parientes circulares


Hay cosas que no se entienden sin enmarcar, cosas que necesitan verse inmersas en un cuadro. Las razones de nuestra preferencia cultural por el rectángulo son diversas.  Las más evidentes tienen que ver con sus características geométricas, y es que el rectángulo como figura plana reúne dos propiedades sumamente interesantes. La primera se refiere a la representación  de objetos en su interior. Una representación que viene facilitada por la sencilla localización de cualquier punto del área rectangular sin más que elegir una de las esquinas y  tomar un par de medidas lineales. La segunda se refiere al relleno del área rectangular. Si se usan como teselas rectángulos o cuadrados menores, no es difícil obtener una teselación que cubra el área completa.

Para resaltar estas virtudes del rectángulo podemos compararlo con otro tipo de figuras. En concreto, con una que se tiene por perfecta, con el círculo. Ahí la referenciación de un punto no es tan sencilla, ya que dos medidas lineales tomadas desde el centro no aseguran un punto del recinto circular. Por lo que se refiere a la cobertura o empaquetamiento del círculo con otros menores es necesariamente imperfecto. Si lo que se usa como cobertor son cuadrados, también se produce exceso o defecto en el área. Seguramente este hecho de que sea problemática la división del área circular en figuras regulares sencillas complica muchos usos, por lo que quizá haya que buscar ahí la explicación de su limitado empleo  en el diseño artesanal y arquitectónico.

Eso no significa que no haya tenido el círculo un reflejo importante en diseños de todo tipo. Es natural, por supuesto, que se presente en los que aprovechan algo de su geometría, como el caso de la rueda. Pero existen también objetos, por ejemplo los utensilios de cocina  (platos, ollas, etc.), en que la preferencia circular es manifiesta. Donde surge la sorpresa es en los casos en que las soluciones circulares aparecen como gratuitas o alternativas a las rectangulares. Es curioso observar cómo existen estas extravagancias en casi todos los órdenes del diseño. Sin ánimo exhaustivo nos conformaremos con cinco ejemplos.
1. En los juegos sorprende saber que ya en el siglo XI se jugaba con un ajedrez circular de características y reglas bastante similares a las del ajedrez convencional. Lo mismo sucede con el Tangram chino. Existen también juegos de campo que se disputan en un recinto circular.
2. En el caso de las viviendas, no hay que ir a las casas de los hobbits para encontrar las circulares. Las hay en casi todas las épocas, incluso actualmente en que se fabrican con esa forma muchas de las puertas acorazadas. Las ventanas circulares y los ojos de buey son más convencionales.
3. Otro caso en el que existen diseños circulares desde antiguo es el de los monumentos y edificios públicos. Templos como el romano de Vesta o el propio Panteón de Agripa serían conocidos ejemplos. Más próximo está el caso del Globe, el teatro circular isabelino en el que Shakespeare estrenó sus obras.
4. En otro orden distinto quedan los numerosos recintos amurallados y las trazas urbanísticas circulares, si bien estas últimas no llegaron a desarrollarse por completo hasta el siglo XX. En Sun City de Arizona tenemos un ejemplo.
5. Lo mismo que hay templos, hay bibliotecas circulares. Un poco más complicado ha sido diseñar mobiliario adaptable al esquema circular para la organización de sus estanterías. Aunque siempre se puede optar por locuras como la estantería ambulante de la figura.


Ajedrez circular
Grabado con The Globe
Archive II (2010), David García
Puerta circular en Beiking (2005)
Sun City (Arizona), Alex Maclean

miércoles, 18 de agosto de 2010

Tomando medidas


Medidor de cabeza de Tremearne (1913)

Tenemos ya por normal1 la dedicación de algunos a medirse el cuerpo obsesivamente y a cotejar las medidas con tablas antropométricas para comprobar si su morfología es normal2. Es muy importante, dicen, para su equilibrio emocional saberse normales2, al menos en lo físico, aun a riesgo de evidenciar una percepción de sí mismos conflictiva y poco normal3. Menos normal3,1 es la obsesión manifestada por otros -a veces los mismos que los anteriores- de medir gratuitamente a sus congéneres con el fin de declararlos dentro o fuera de lo normal1. Inquieta un poco pensar que algunos, yendo más allá de lo normal3, se afanen en el objetivo abusivo de extrapolar medidas y elaborar las pertinentes tablas psicométricas y sociométricas, para después actuar.

-Variantes usadas para Normal: (1) social,  (2) antropomórfico,  (3) mental.

martes, 17 de agosto de 2010

Heliotas y selenitas



Cuando exageran el gesto, los heliotas se toman su papel en serio, mientras que los selenitas se lo toman a broma. Cuando hay que recomponerlo, las actitudes suelen invertirse y los selenitas van marcando pasos donde los heliotas disfrutan sueltos. Cambia el astro de referencia y cambia por completo el tono de las ceremonias, con el estilo de sus adeptos.

lunes, 16 de agosto de 2010

Futuras lecturas



Hace unos días estaba leyendo acerca de los inminentes cambios que se avecinan en nuestro trato con el libro*. Evidentemente esa revolución no va a pillar a todos los lectores con los mismos hábitos, porque hay cofradías diversas. Son muchas las formas de leer y muchas más las de consultar un libro. Siempre se ha hablado de esa gente que consigue leer a un tiempo las dos páginas abiertas, deslumbrando por su capacidad para la lectura binocular. Muchos más son lo que invierten el orden de lectura empezando por el final, haciendo gala de su lectura inversa, o quienes hojean el libro al azar, en lectura aleatoria. Sin embargo, lo normal es que el lector siga una rutina rigurosamente secuencial a través del orden impuesto en la paginación, porque las modalidades de lectura que rompen con ese patrón lineal complican notablemente la comprensión del texto, o cuando menos requieren cierto entrenamiento.

A veces son los autores, particularmente los novelistas y guionistas de cine, los que alientan o sugieren directamente lecturas alternativas. Existen bastantes casos, pero podríamos poner el de Rayuela, donde Cortázar, además de ordenar los capítulos con su paginación, propone al comienzo una secuencia de lectura alternativa. Muchos otros han usado también de forma creativa la ruptura del patrón lineal, disociando el tiempo histórico del tiempo narrativo a base de entremezclar avances y retrocesos en los episodios. Existen mecanismos bien conocidos y muy presentes en el cine, que sirven para organizar, sobre una base lineal, componendas temporales en la estructura narrativa, siempre y cuando se hayan fijado con cierta claridad las unidades combinables, ya sean secuencias, capítulos o episodios.

En otros casos no es el hilo temporal, o su recomposición, el factor articulador del discurso narrativo. Pueden ser escenarios o personajes los criterios utilizados para enlazar las unidades de la obra, un poco al modo en que funcionan los videojuegos. En estas otras lecturas, que podríamos llamar enredadas, la independencia temática de las unidades narrativas y la diversidad de criterios de enlace multiplican la combinabilidad de los textos o imágenes contenidos en la obra. Hace ya años que la automatización de textos permite regular y facilitar esas combinaciones por medio de enlaces. La navegación a través de Internet nos ha ido familiarizando con un tipo de lectura a medida, y a partir de fuentes de texto (o hipertextos) cuya estructura no es lineal o es simplemente desconocida, si bien con la página siempre como unidad atómica de la estructura. En realidad, son los motores de búsqueda los generadores de una estructura narrativa al integrar en una lista secuencial nuestras demandas, pero nada impide que pasemos de una página listada a otra de una lista distinta y ampliemos con esa derivación la estructura.

La integración de los textos literarios clásicos, de los libros, en un artilugio electrónico nos va a llevar en breve a ese tipo de prácticas. La lectura convencional, la presumida por el autor, quedará como una más entre las múltiples opciones en oferta. Podrá uno leer la obra saltando a través de las apariciones de un personaje, de las palabras esdrújulas o de cualquier otro criterio. La coherencia que se pueda dar al resultado con las unidades enlazadas es una cuestión ajena desde luego al autor. Pero quizá pronto no sea tan ajena y vayan surgiendo nuevos autores, y obras, que intenten sugerir con la ayuda de este tipo de medios nuevas propuestas, como lecturas en planos paralelos, conjunciones de sorprendentes coherencias o novedosas estructuras sintácticas con imágenes
y textos. Hace tiempo que el cine ha empezado a jugar con ello. Para el escritor, puede que la dependencia de programas exploradores, enlazadores y combinadores de texto (con sus técnicos) y la consiguiente pérdida del monopolio creativo sean el precio de ese futuro.

*Marcus du Sautoy, Liked the book? Try the app. The Guardian (3 July 2010).
http://www.guardian.co.uk/books/2010/jul/03/marcus-du-sautoy-apps-books


domingo, 15 de agosto de 2010

Ridículo


Nadie nace ridículo, el ridículo se hace. Lo hace quien tiene dotes innatas, que luego lentamente deben ser cultivadas. Cubierto el ciclo natural degenera y se refugia en la vanidad, la versión más costosa e resistente del ridículo.

sábado, 14 de agosto de 2010

Desde el roble


 Cima de Muno (Baztan)

Recibí esta claridad a condición de que el roble la anclara en mi memoria. Me pudo el miedo a perderla y creí que no llegaría viva lejos, así que disparé. Y ahí quedó, congelada  en esa foto. Desde entonces el recuerdo, aún cercano, de la claridad verdadera languidece malherido, sobreponiéndose al inminente olvido. Espero volver algún día por allá arriba. Si aquel roble sigue en pie, quizá repruebe mi flaqueza, o quizá me muestre su indulgencia y me permita recuperar la repentina claridad que aquella mañana recibí.

viernes, 13 de agosto de 2010

Aire libre


F. Mendelssohn, Los Trossachs
Album de viaje a Escocia (1829), Frederick R. Koch Collection
Beinecke Rare Book and Manuscript Library, Yale University

Fechada con el día de hoy, 13 de agosto, encuentro esta bonita postal. Forma parte del album que Felix Mendelssohn compuso con los apuntes tomados del natural en su viaje a Escocia en 1829. La estampa muestra el paisaje montañoso de los Trossachs con estilo académico y una factura impecable de claroscuros, perfiles y esfumados. Los vertiginosos cantiles, las inquietas aguas, las despejadas cimas y sobre todo ese cielo tormentoso cuadran a la perfección con esa visión convencional del romanticismo, que convertida en tradición cultural ha llegado hasta nuestros días. Sin embargo, lo que con esos rasgos hoy invocamos era entonces un modo vivo de sentir, que buscaba no sé bien si refugio en la naturaleza o la exaltación de su belleza. 

Avalarían lo segundo obras musicales como la obertura Las Hébridas, esbozada por Mendelssohn tras la visita a la Gruta de Fingal en ese mismo viaje. La obra consigue arrebatarnos y lanzarnos a un azaroso viaje musical lleno de imágenes, más vívidas incluso que las que el album de manera explícita refleja. El poderoso cauce sentimental abierto con estas obras tempranas acabó quedando en ocasiones sumido en una corriente de efectos desmedidos y otras turbulencias. El regusto a almíbar impide reconocer en algunas ese punto testimonial que a todo creador le impone la propia naturaleza con su troquel. Ebrio de emociones es difícil reconocer la verdad, pero la música también puede ser verdad, si el nervio con que se templa sigue tan amarrado a la realidad como a la fantasía.

Tardó años en llegar un movimiento de reflujo, pero en 1839 Mendelssohn escribía a su buen amigo Karl Klingemann (compañero precisamente de aquel viaje a Escocia): «La música más natural de todas es la que nace cuando cuatro personas van a pasear juntas al bosque o en una barca, y es la misma música que llevan consigo y dentro de sí». Puede que en el intervalo de diez años entre aquel viaje y esta carta se atemperara de algún modo su espíritu. Acaso el estudio de las formas musicales clásicas o la frecuentación de los poetas coetáneos tuvieran como efecto un renovado interés por las canciones (lieder), género en el que se manifestó como un maestro de ceremonias sobrio, brillante y eficaz. 


Del amplio repertorio llama nuestra atención el ciclo de Canciones para cantar al aire libre del que hizo tres entregas con sus Op. 41, 48, 59. Estas miniaturas polifónicas están concebidas para ser interpretadas por las cuatro voces a cappella, en un clima de natural recogimiento con textos (de Heine, Goethe, von Eichendorff, Uhland, Lenau entre otros) que suelen apelar al equívoco y peligroso refugio de nuestros sentimientos en el bosque. En este ambiente, no pocas veces sombrío, sobresalen como contrapunto las llamadas al capricho de los pájaros, constituidos en instigadores primeros de nuestras divagaciones. Son ellos los primeros intérpretes de ese maridaje entre lo sensible y lo ascético. La pieza nº 4 del op. 48 es un buen reflejo de todo esto. A una estrofa que Ludwig Uhland dedicó a la alondra añadió Mendelssohn otra, para sobre ambas construir un perfecto canon musical a cuatro voces. Son las voces femeninas las que introducen la melodía convertidas en alondras y las masculinas las que la reproducen, iniciando un encantador juego dialogado de diferendos que culmina en el unísono final. Lejos de motetes y madrigales el coro a cappella se presenta aquí como una renovada forma musical acorde con la intención de lograr una amigable celebración de la naturaleza.


F. Mendelssohn, Lerchengesang. Sechs Lieder im Freien zu singen, op. 48
RIAS Kammerchor, dir. H.C. Rademann. Harmonia Mundi, 2008.


jueves, 12 de agosto de 2010

El engaño


«Decirte la verdad de poco serviría, pero si miento pronto lo sabrías» le confesó abiertamente. A continuación, adoptando un aire de divertida intriga, le propuso: «Bueno, mejor te diré lo que serviría para que no sepas si es verdad. Será una sola palabra». A ella no pareció agradarle el juego. Durante unos instantes permaneció en guardia, apremiándole con la mirada. Un poco incómodo, decidió zanjar el devaneo y acercándose a su oído secamente le pidió: «Olvídalo». Y se mantuvo callado el resto del día.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Oración


Decide Mercado, decide tú
que sabes quién y hasta dónde
merece tener recompensa.
Decide Mercado, decide tú
que sabes llevar a bien
el oscuro oficio del dinero.
Decide tú, por todos nosotros,
en anónima sociedad, dónde
está el beneficio primero.
Decide tú, decide como destino
para mis humildes ahorros,
donde más renta se genera.
Decide Mercado, decide tú
que lo bueno parezca lo justo,
y que lo justo llene mi cartera.


martes, 10 de agosto de 2010

Comenzando mal


Es tontería pretender argüir algo y salir luego al debate con un arranque chusco como «por la razón que sea...»,  o «por venir de donde viene...»,  o aquel otro de «puestos a pensar...». No hay discurso que valga, si falto de lógica arrancas con el freno echado.

lunes, 9 de agosto de 2010

El catedrático


Lo volví a ver no hace tanto. Se había convertido en un personaje propenso al exhibicionismo intelectual, que hacía pases gratuitos y periódicos de sus alabadas dotes retóricas en un Ateneo de provincias. Ajeno a toda discreción, los días previos anunciaba como un espectro su eterno retorno a discípulos, amigos y familiares, con maneras forzadas y conminatorias. Más allá del «espero verte» y del «no me faltes», llegaba su aviso de «esta vez pasaré lista», como funesto reflejo de su ascendente docente. Un tarjetón con la leyenda «tiene el honor de invitarle» y el escueto programa del evento colocaba a los más reacios en el apuro de desairarlo; patrocinaba, y así constaba debajo, el montepío local y todas las fuerzas vivas.

En realidad sus dotes, al menos en el escenario, apenas sobresalían. Aupado en los escalones del estrado, a la luz de una discreta lamparilla, sobre un hilo de voz aguardentosa y monótona, su discurso apenas se sostenía. Reservaba todos sus esfuerzos en no perder el equilibrio y la rima a base de constantes contorsiones argumentales. Y eso cuando la disertación no derivaba en la agotadora búsqueda de nuevas y tentadoras ramas de las que al final se columpiaba con el feo gesto del gorila. En todo caso, los temas, varios y animados, siempre de rancio sabor; el público, entregado y entusiasta, con mucho decoro y algún bostezo; las autoridades, obtusas e impuntuales, pero fotogénicas; la minuta, menos de lo que hoy pediría cualquiera, y previamente abonada en cuenta. De su puño y letra recibía puntualmente la gaceta local una nota menos breve que lo hablado, donde se detallaban además sus propios logros y convicciones, más que nada para que el público en lo sucesivo lo tuviera en cuenta.

De todo esto charlaba con un compañero de estudios, y concluíamos a la ligera que «a la gente de la cátedra siempre le ha tirado la farándula». Entre risas, aún repasamos, por si faltaban, pruebas en sus comienzos como conferenciante. Estaban presentes ya entonces los puntillosos protocolos de los que se rodeaba para imponerse; estaba aquel divertido baile del vaso, la jarra, la lámpara, el micrófono y las cuartillas con el que desentumecía brazos y ahuyentaba fantasmas; y estaba magnífico también en aquel súbito ensimismamiento con el que se ausentaba dejando al público del aula un gesto entre pasmado y enfurruñado. Pero lo más celebrado fue sin duda repescar del pasado aquel tono lastimero con el que se empleaba cuando tras exponer las conclusiones de su ponencia declamaba con muy sentida indignación final, como en una doliente letanía: «Y nadie me imita, y nadie se entera, y nadie me cita».

Lo volví a ver no hace tanto. Se había convertido en un personaje propenso al exhibicionismo intelectual, que hacía pases gratuitos y periódicos de sus alabadas dotes retóricas en un Ateneo de provincias. Ajeno a toda discreción, los días previos anunciaba como un espectro su eterno retorno a discípulos, amigos y familiares, con maneras forzadas y conminatorias. Más allá del «espero verte» y del «no me faltes», llegaba su aviso de «esta vez pasaré lista», como funesto reflejo de su ascendente docente. Un tarjetón con la leyenda «tiene el honor de invitarle» y el escueto programa del evento colocaba a los más reacios en el apuro de desairarlo; patrocinaba, y así constaba debajo, el montepío local y todas las fuerzas vivas.

En realidad sus dotes, al menos en el escenario, apenas sobresalían.  Aupado en los escalones del estrado, a la luz de una discreta lamparilla, sobre un hilo de voz aguardentosa y monótona
, su discurso apenas se sostenía. Reservaba todos sus esfuerzos en no perder el equilibrio y la rima con sus constantes contorsiones argumentales. Y eso cuando la disertación no derivaba en la agotadora búsqueda de nuevas y tentadoras ramas de las que al final se columpiaba con el feo gesto del gorila. En todo caso, los temas, varios y animados, aunque de rancio sabor; el público, entregado y entusiasta, con mucho decoro y algún bostezo; las autoridades, obtusas e impuntuales, pero fotogénicas; la minuta, menos de lo que hoy pediría cualquiera, y previamente abonada en cuenta. De su puño y letra recibía puntualmente la gaceta local una nota menos breve que lo hablado, donde se detallaban además sus propios logros y convicciones, más que nada para que el público en lo sucesivo lo tuviera en cuenta.

De todo esto charlaba con un compañero de estudios, y concluíamos a la ligera que «a la gente de la cátedra siempre le ha tirado la farándula». Entre risas aún repasamos, por si faltaban, algunas pruebas de aquella época. Estaban presentes ya los puntillosos protocolos de los que se rodeaba para imponerse; estaba aquel divertido baile del vaso, la jarra, la lámpara, el micrófono y las cuartillas con el que desentumecía brazos y ahuyentaba fantasmas; y estaba magnífico también en aquel súbito ensimismamiento con el que se ausentaba dejando al público un gesto entre pasmado y enfurruñado. Pero lo más celebrado fue sin duda repescar aquel tono lastimero con el que se empleaba en cada conferencia para declamar con muy sentida indignación, como en una doliente letanía: «Y nadie me imita, y nadie me quiere, y nadie me cita».


domingo, 8 de agosto de 2010

El rito de los pies


Los ritos menores son los que, un poco ajenos al fasto litúrgico o protocolario, resultan más placenteros. Salir al encuentro de la naturaleza encadena una serie de actividades, cuyo carácter ritual parece dar sentido al intento de conocernos conociéndola. A cualquiera se le ocurre que no se va al monte como quien va a por el periódico. Tampoco es precisamente como ir a misa, ni siquiera como ir de romería o hacer el camino de Santiago. De hecho, de los ritos que rigen en ese encuentro, los que me vienen a la cabeza son sumamente sencillos. Son cosas que, por ligadas a la naturaleza, acaban girando alrededor de las tres funciones vitales, ya se sabe nutrición, relación y reproducción. Si salvamos del compromiso quizá a esta última, de la que apenas derivan ritos montañeros, nos quedan las otras dos para las que algún tipo de rito casi nunca falta.

El catálogo de ritos montañeros, cuyos detalles menudos dejaré para otro día, no anda inicialmente lejos del que podría observarse para los viajes. Como en estos, todo empieza con los ritos de preparación, que giran fundamentalmente en torno al itinerario y al equipaje, aquí la mochila. Son ritos básicos y muy personales, que se relacionan con nuestro modo de vida habitual y con nuestro estilo de fuga. Después de estos vienen los que exigen un aprendizaje más largo y específico, conocidos en la jerga montañera como ritos de progresión. Como al final un monte es algo tan natural como una playa, que uno se empeñe en subirlo debe estar más relacionado con el estado de ánimo personal que con su particular orografía. Por eso existen métodos y rituales de sostén psicológico que tienen como fin la animación a perpetuidad del montañero. A ellos hay que acudir con frecuencia para evitar que decaiga y para
darle un punto desafiante que le haga la ascensión menos penosa. Junto a los psicológicos, completan los ritos de progresión los relacionados con el refuerzo físico y la alimentación, consistentes generalmente en almuerzos, amaiketakos y cuchipandas varias. Con la nutrición definitivamente representada, habría que ir a los ritos relacionados con la meditación, el retiro y la consecución de fines. No sólo son estos ritos de comunión con la naturaleza los verdaderamente esenciales, sino que son además los que se escenifican litúrgicamente en lo alto del monte. Sin embargo, los pasaré en esta presentación por alto, ya que requerirían de un espacio más amplio y etéreo. Por último, pasados esos tensos y decisivos momentos, cuerpo y espíritu caen en la fatiga hasta tal punto, que se hace necesario apoyarlos con urgentes ritos de reparación física y mental. Son estos muchos y de variada gama:  la comida pantagruélica es el más  convencional, pero hay también sonadas incursiones en la evacuación y sorprendentes retornos del afán reproductor, que, si bien virtuales, por pudor aquí no detallaremos.


Sólo quisiera detenerme, aunque sea brevemente, en el más modesto de los ritos de este último tipo reparador, en el conocido rito de los pies. El rito es de difícil, aunque no imposible, cumplimiento en invierno. Lo importante es dar con un flujo de agua no excesivamente caudaloso, en el que podamos meter los pies sin vernos arrastrados por la corriente. «Mejor de cuerpo entero» dicen algunos, pero no siempre disponemos de temple para hacernos a las aguas, mayormente si son heladas como suele y nos cubren la tripa. Basta el humilde remojo de los pies tras la caminata para sentirnos reconciliados con la naturaleza ingrata, tanto si se ha culminado en las alturas como si no. Nos deja además este pediluvio la sensación de que no todo ha sido vano, de que si no hemos desatascado nuestra mente, al menos nos vamos a casa con los pies bien limpios.


sábado, 7 de agosto de 2010

Una estación del Tokaido


Por el tratado de Kanagawa, impuesto por el comodoro Matthew Perry en 1854, Japón se vio obligado a abrir sus puertos al mundo. De ese modo algunos de los grabados y estampas del final del período Edo empezaron a ser conocidos y a circular en los ambientes artísticos europeos. El estilo y las técnicas propias de sus creadores acabaron encontrando general difusión gracias al pabellón japonés de la Exposición Universal de París promovida por Napoleón III en 1867. No deja de ser curioso y significativo que algunas de las pinturas de Van Gogh, por ejemplo, nos remitan directamente a xilografías de uno de los más importantes grabadores japoneses, Ando Hiroshige. Es el caso de su famoso Aguacero en Atake de 1857, que encuentra su réplica en el Puente bajo la lluvia de 1887 del holandés. No fue este el único caso. Ya fuera como motivo de inspiración temática o por la adopción del estilo seriado, parece que las láminas japonesas tuvieron algún efecto en los inminentes y trascendentales cambios que se avecinaban en la pintura francesa y en la europea en general.

Una de las obras maestras de Hiroshige es la serie de grabados que compuso, alrededor de 1857, con estampas de cada una de las estaciones del Tokaido. Por Tokaido se conoce al viejo camino que unía Edo (origen del actual Tokyo) con Kyoto a través de cincuenta y tres estaciones de posta, en total unos 488 Km bordeando la costa del Pacífico. Cada una de estas estaciones era lugar de parada de las numerosas comitivas que iban y venían entre la sede imperial Kyoto y Edo, la sede del shogunato. Odawara-juku era la novena de esas estaciones. Se encontraba a orillas del río Sakawa, no lejos del castillo de Odawara, feudo del señor Hojo, al pie de los montes de Hakone y frente a la bahía de Sagami. A falta de puentes se hacía que los ríos sirvieran para controlar el paso de viajeros, guerreros y mercancías, y junto a él iría en este caso la estación, con sus fondas y  también con las cuadras donde relevar las caballerías.


Las cincuenta y tres estaciones del Tokaido
Río Odawara-Sakawa, Ando Hiroshige (ca. 1857)
The Phillips Collection, Washington

Todos estos elementos se reflejan de manera minuciosa y delicada en el grabado de Hiroshige. Componen aquí el paisaje tres motivos geográficos clásicos: el río, la llanura y la montaña. El río, que se ofrece en primer plano, viene a dar el tono costumbrista, con sus minúsculos personajes afanados en el vado, con el protocolo que el rango a cada uno exige, con detalles menudos en los atuendos y las andas. La tintada marca un ligero contraste entre el gris terroso y el azul acuático, con intensidad añadida al alcanzar los bordes. Con una paleta cromática muy limitada, queda para el color el papel de realzar los elementos presentes en el dibujo. En el llano encontramos el verde, con un juego de suaves ondulaciones cubierto de hierbas altas, quizá arrozales, y un árbol solitario dominando sobre un cobijo. Sólo al fondo distinguimos, entre rojos y negros, los tejados y poblaciones hacia los que se dirige el camino. Y junto a ellos las torres grises y dominantes del castillo, incrustado bajo un oscuro y boscoso monte. La montaña completa su imagen con poderoso trazo arquitectónico, semejando una armadura tras la que se protegiera alguna ruta vedada. En ella el relieve se eleva amenazante y, a medida que va ganando altura, quiere hacerse más cálido y próximo. Ha ido dejando a sus pies, sin embargo,  cerros huérfanos y escalones humillados, que se adelantan hasta la bahía dándole un toque sombrío. En la distancia la montaña se va encumbrando tímida, para exponerse a un azul rotundo de fondo, con el que se dibuja una última línea de cumbres. Allí el relieve parece cerrarse sobre sí mismo, como un celoso custodio, guardando entre sus pliegues y colores el difícil paso hacia Hakone.

viernes, 6 de agosto de 2010

Lema empírico


A medida que observas, afirmas; a medida que niegas, concretas.

Elevando el nivel


Si como un hallazgo celebramos el fortuito encuentro, podemos llamar idea a cualquier invento.

jueves, 5 de agosto de 2010

¿Te cazó este título?


En el nuestro como en la mayoría de los casos, el título de lo escrito poco tiene de resumen y nada de informativo. A lo sumo es una invitación y casi siempre un engaño, una forma de concederse ventaja. Cuando es inocente, sirve de motivo con el que columpiarse frente al invitado y darle vuelo al asunto.

miércoles, 4 de agosto de 2010

La vida que no ves


Metido a fotógrafo aprendes que la vida no se capta en lo inmediatamente visible. Algo está vivo mientras se mantiene estable la tensión entre su luz y su sombra.

martes, 3 de agosto de 2010

La vaca morada


La vaca morada ha acabado resultando un curioso híbrido entre lo comercial y lo extraordinario, y pese a ser una vaca lechera no es una vaca cualquiera. Del chocolate suizo que vendía el maestro Suchard poco vamos a decir, salvo que la vaca del reclamo publicitario luce muy natural y tranquila ante el paisaje alpino. Pero su sorprendente color convierte a esa vaca tan familiar en un animal extraordinario. Es verdad que el toque final es más cómico que fantástico y que sería inútil buscarle comparaciones con la amenazante quimera o con el sutil unicornio. Al fin y al cabo es una vaca, morada o lila, eso sí. Sin embargo, se sepa o no, como purple cow la vaca es bastante conocida y tiene su sitio en el habla estadounidense, donde viene a ser tan rara como aquí el perro verde. El asunto viene de lejos, de una cuarteta publicada en el Lark Almanac de San Francisco en 1895 por Gelett Burgess, sin otro propósito aparente que resaltar el absurdo.


 
Nunca ví una vaca morada; nunca espero ver una; 
pero te puedo decir de todas formas que preferiría ver que ser una.

El poema tiene, como todo lo que se escribe, algún eco que nos retrata, un poco más al autor de la gracia evidentemente. Al convertir esa imposible vaca en una vaca rara surge el dilema de si nos preferimos como portadores o como espectadores de la rareza, eludiendo el beneficio seguro de proclamarnos descubridores. Sin pronunciarse en esto, el autor  resuelve concluyente el dilema y se acepta como espectador, dejando como portador de rarezas a quien las aguante de buen temple. Los tiempos y el espectáculo están invirtiendo el signo del dilema, y sobre todo el del temple, que empieza ser más escaso entre los pacientes espectadores de rarezas que entre sus muchos y cada vez más interesados exhibidores.

Nudos mudos




Cuando el que escribe se exige brevedad sabe que no siempre alcanzará la claridad deseada y que muchas de sus expresiones sonarán enigmáticas. Hasta ahí la convicción, porque la duda está en que no sabe de antemano hacia dónde le llevan las palabras, si al claro o al enigma. Libremente se lanza a la escritura cogiendo aquí esta idea, allegándose más lejos a por aquella y suponiendo que la última, la más lejana, será el insustituible colofón. Al final, con la lectura, estira lentamente del cabo confiando que todas queden prendidas y ordenadas en la cuerda. Su sorpresa y decepción llega cuando algunas de las más perseguidas quedan atrapadas y ocultas en un complicado nudo. A pesar de que su repentina belleza consigue enmendar la sensación de torpeza, teme que a nadie interesen ya los caminos que ese nudo oculta.


lunes, 2 de agosto de 2010

Final del cuento



Con tan ferviente intensidad la miró, que la foto creció y creció, y rendido de plano en ella para siempre a vivir se quedó.

domingo, 1 de agosto de 2010

Mínima 18


Más afilado que agudo, más mordaz que ingenioso. Normalmente refinado y caprichoso. Si la ocasión lo pide, más cruel que divertido, y si no lo pide, divertidamente cruel con todos.

Pena máxima


Pedir la pena de muerte es tanto como convertir en principio legal el instinto depredador. Paradojas del derecho natural. Más sencillo sería hacer declarar a los solicitantes, de su puño y letra, lo que está en su ánimo: «Queremos matar, que nadie venga y nos vengue, y menos regalar esas vidas inútiles».