lunes, 17 de enero de 2011

El ermitaño y sus benditos monstruos


Dämonen peinigen den Hl. Antonius(1520), Niklaus Manuel Deutsch
Kunstmuseum Bern
Más que mostrar, la tabla del pintor suizo parece celebrar plásticamente el atroz acoso de la virtud, al colocar al desvalido Antonio a merced de los demonios en medio de una tremenda  y concurrida parafernalia. Cuesta distinguir la figura del ermitaño entre toda esa jauría infernal. Todo el movimiento desplegado en torno a él apenas parece afectarle. Se le ve a punto de venirse abajo, sin mirada y levemente genuflexo, el tronco rígido, como si hubiera sido derribado de alguna peana. No hay signos de oposición y lucha, y menos de agitación interior. Toda la violencia se fía a la imponente galería de monstruos que le rodean.

Difíciles son de explicar las tormentas del espíritu, pero poco se aprende de ellas cuando se les da como en este caso el mismo tratamiento que al martirio. Seguramente la pedagogía cristiana, que impregna estos cuadros de inicios del XVI, no era  aún proclive a introspecciones y era más socorrido recurrir al ejemplar castigo físico, del que la Edad Media había dejado en pintura una amplia gama de registros. Si pensamos que las propias tentaciones de Jesús nunca tuvieron iconografía, si pensamos que el tormento interior era en la tradición bíblica una aflicción propia de profetas y endemoniados, no extrañará que falte una doctrina visual con la que mostrar al hombre interiormente desgarrado, al hombre que trasluce dudas, ansiedades, remordimientos... La fragilidad del solitario que en cada uno de nosotros habita no es la de este ermitaño impasible, la de este héroe estoico, que más parece humillado que dolorido ante el rapto de sus sentidos.


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