miércoles, 5 de enero de 2011

Guardianes del vacío



Los ritos de paso de las distintas culturas muestran tantas semejanzas que reflejan una estructura casi geométrica y pueden ser vistos como una especie de invariante antropológica. Creo que Lévi-Strauss hubiera suscrito ese credo. Yo, por mi parte, sólo intentaré aquí actualizar las pruebas. Hoy el diseño de las nuevas versiones corre por cuenta de gabinetes de aventados escapistas y videntes proféticos. Aunque su lenguaje rehuye la tradición religiosa no faltan mundos invisibles y paralelos, alzados esta vez sobre un andamiaje hermético, pretencioso y terriblemente pedante en su deseo de lograr efectos poéticos. Con el titulo de «La senda del héroe sublime» la asociación «Acrópolis celestial» describe en tintadas conceptuales muy confusas los pasos de un renacimiento espiritual a todas luces fallido. Veamos:

«En el programa de módico precio se propone como fórmula de convocatoria sinérgica el tratamiento básico de vigorización mental. En él conviene que el obcecado [léase el pagano] fuerce primero una oclusión de las fuerzas negativas y pase a iniciarse con una sesión de navegación sensorial exhaustiva. Para ello deberá regresar a sí mismo hasta conseguir un estado de recogimiento profundo. En ese momento se podrá ya deslizar sin temor alguno por el túnel de los deliciosos tormentos, donde tomará el pulso a la tentación y conciencia plena de su cautividad sensitiva, traspasando así el umbral exigible a un héroe sublime.

Cuando aleje esos caducos afanes corporales creerá ingenuamente que ha logrado despojarse del mundo exotérico en beneficio del esotérico. Pero el nivel de juego propio de un héroe exige algo más, un lento proceso de activación agonal encaminado a adquirir aquellas destrezas indispensables para competir con uno mismo y para modular a fondo el sufrimiento.
El salto a la heroicidad llegará al final de ese proceso, una vez que el obcecado haya madurado su conciencia cósmica tras ese período oscuro de absorción de la carga vitalizante. Sabrá que está a punto de llegar su despertar y dispuesto para el salto cuando le sobrevenga un gran temor y comience a sentirse internamente sobrecogido. Entonces con la fuerza del tormentoso trueno le sacudirá de repente una gran explosión emocional y al instante verá sus sentidos abrirse a la nueva y más perspicua sensibilidad.

De nuevo solo y frente a sí mismo, irá reconociendo y verá confirmados de uno en uno sus nuevos y heroicos poderes. Ese encuentro con el cuerpo elíptico lo arrastrará definitivamente fuera del espacio tridimensional hasta sumergirlo en una suerte de inducción extática. Ahí tendrá la sensación de que todo lo sucedido en el transcurso anterior le resulta críptico, de que todo ese devenir hacia las luces se resume en un intrincado criptograma. Lo sucedido, sin embargo, es típico de la elevación energética recién alcanzada, de la metamorfosis de aquel obcecado humano, poseído por un espíritu novicio y finalmente transmutado en héroe cósmico, en agente de lo sublime y en esforzado guardián del vacío.»

Hasta aquí la fórmula para acceder a la Acrópolis Celestial en calidad de guardián del vacío. No es probable que Lévi-Strauss hubiera validado esta abstrusa ceremonia como rito de paso, traslado o emancipación a ningún grado, estado o especie en ningún clan, tribu o nación de las hoy aún conocidas. Pero tampoco creo que sintiera ver conculcada en lo fundamental su estructura, pese a que aquí ya sólo la cubre una faraónica mortaja lingüística.


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