martes, 11 de enero de 2011

Naturaleza íntegra


Grizje boom (1911), Piet Mondrian
Gemeentemuseum, Den Haag.
Que vea un árbol o que vea un asesinato no debería tener el mismo efecto. Sin embargo, algo se invierte cuando a esas percepciones les añadimos un contexto. El árbol: una soleada mañana de primavera elevándose majestuoso y sosteniendo un mundo de frondosas ramas desde las que no cesan de llegar trinos y llamadas. El asesinato: el boletín de noticias aporta imágenes de los últimos disturbios en el extrarradio de una pequeña ciudad africana en la que un hombre al entrar en un almacén de suministros fue abatido. Ambas visiones se repiten a lo largo del año, son igualmente reiterativas. En la primera siempre creemos encontrar novedades con las que apaciguamos nuestro malestar y para las que no necesitamos desvelar causas. En la segunda vemos siempre el cuadro sombrío de esa pobreza que íntimamente rechazamos y cuyas causas, siendo honesto, se dirigen directas hacia nosotros. La visión del árbol inspira con su armonía un bienestar accesible y liberador, la del asesinato transpira ruidosa en una atmósfera opresiva y culpable. La naturaleza amable puede sedarnos y hacernos soportable esa otra naturaleza despiadada. Sin embargo, todos los animales y hasta las plantas, el universo entero sabe lo que los humanos parecemos empeñados en ignorar: ambas naturalezas son la misma. Nos creemos libres de elegir la versión más evasiva, cuando sólo es cuestión de tiempo y lugar llegar al convencimiento de que también su vertiente cruel la recorreremos íntegra. Ahora que es época en que se ve el árbol desnudo y oscuro, y en que el dolor del mundo y la incipiente penuria comienzan a apretarnos, quizá fuera bueno admitir los caminos estrechos de la naturaleza como enseñanzas valiosas para salir adelante.

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