lunes, 28 de febrero de 2011

El ave noctámbula



Largo fías tu vuelo, Aventino, con tal de no volver a tu nido, tan falto de apoyo y ramaje allá por las alturas perdido. Nadie sabe cuándo vendrá el alba, ni por dónde entrará el día a esa noche que nada augura. Ándate listo a las luces y muévete al primer canto, no vayas a verte cogido de palomo entre tanta paloma, por el gallo de cresta oscura.

domingo, 27 de febrero de 2011

Derechos hasta el fin



Dice Arthur Schnitzler en uno de sus aforismos: «Sólo la dirección es realidad, el fin es siempre ficción, incluso una vez alcanzado —sobre todo en este caso». Sin duda la asunción del fin es siempre engañosa, pero tampoco parece que la dirección sea realidad espontánea. Sabemos que existe la realidad dirigida, en proporciones variables. Pero hemos visto además que, cuando el fin al que esa realidad apunta lo encarna un visionario real, puede llegar a abarcar la realidad entera. Sometida a esa única dirección también la realidad pasa a ser mera ficción.

La imagen resentida


El problema surge cuando quien se sentía un monstruo empieza a verse como monstruo y no consigue ver que su monstruosidad no es el problema, que el verdadero problema está en confundir en su fuero interno ver con sentir.

sábado, 26 de febrero de 2011

El arte de fatigar jornadas



Las normas que uno se da a sí mismo siempre parecen llenas de buen sentido, aunque con el tiempo pequen de indulgencia y todo el buen sentido quede reducido a buena fe. Es normal que nos dejemos llevar por ese amañado guión, y más si nos eleva el espíritu. Con esa ingenuidad, con esa ligereza, acabamos volando muy alto y hay quien con ella llega a ver mundo. Todo adquiere, si la altura es la adecuada, proporciones generales, así que no faltan visionarios que desde allí se sienten en el secreto de un arte. Metidos a artistas estos ingenuos emplean toda su arrogancia en enseñarnos a vivir, queriendo hacer vivir en vida ajena lo que desconocen de sí. Demasiada necesidad de por medio, como para no resultar sospechoso. De existir algo parecido a un arte de vivir, no creo que nos venga de otro, seguramente será un arte íntimo y puede que un arte sencillo. De concretarse en algo sólo podría hacerlo en el paso de los días, como el arte de quien gobierna un flujo. Un flujo bien conocido, un flujo que hemos visto siempre pasar, compuesto de días felices, aciagos o anodinos, alineados en una larga cadencia de tiempos monótonos, sucesivos, indeterminados pero en definitiva finitos. El sentir, que es obligado en todos nosotros, nos ha enseñado lo primero a contarlos, después a distinguir entre la mañana y la tarde, y más tarde a retener con firmeza algunos momentos fugaces. Dando esto por aprendido, poca renta parece como para llamar arte al intento de eludir la fuerza de esa corriente. Con arte o sin él nadie debería renegar de ese paisaje fugitivo. Si uno no logra amarrar lo cotidiano, al menos debería intentar hacer valer su futuro con palabras, por escrito. Es como si al escribir, lo futuro y lo cotidiano acabaran fundiéndose en uno. Todo antes que verse arrastrado hacia esa corriente silenciosa en la que, además de arriesgar su lucidez, se iría con la huella de cada día la emoción depositada en él.

Las falsas palabras



                 Llegan las palabras consentidas
                 para hacerse con mi voz
                 y la doblegan.
                 Si hablo
                 levantan sombras a su vuelo,
                 si callo
                 vagan mudas las sospechas.


viernes, 25 de febrero de 2011

Con la música en juego



En este reparto entran en juego tres músicos, aunque cada uno aparecerá dentro de este enredo con un papel bien distinto. Asignaremos en primer lugar el papel del iniciador al napolitano Domenico Scarlatti, como lanzador de un juguete melódico que nos servirá de referencia musical. Carecemos de su versión al clavecín, pero alguna pista de su intención tenemos en los alegres estallidos y los galopes saltarines que suenan en la partitura como ecos de una fiesta mayor. No sé si con este tipo de partituras se inició un estilo nuevo, o si el barroco norteño encontró aquí su contrapunto más diáfano. Lo menos que puede decirse es que la sonata y los teclados —en particular el clavicordio— recibieron un formidable impulso con las colecciones de ejercicios y tientos que Scarlatti puso en circulación como prueba de la versatilidad del instrumento.

La autoridad musical de Haydn y Mozart hizo que la sonata se consolidara con el piano como instrumento y que con él entrara en las agitadas aguas del romanticismo. El aprecio de algunos románticos por Bach, y por el propio Scarlatti, animó a dar versión de su obra en el piano. Y hubo que esperar a los albores del siglo XX para verlas restituidas a su instrumento original. Sólo alguien poseedor de una autoridad musical indiscutible podría haber promovido ese retorno. Wanda Landowska unía a esa condición una sólida reputación como pianista. No obstante, supo renunciar al toque romántico para devolverles las sonoridades propias del viejo instrumento. Scarlatti, del que grabó numerosas sonatas, fue para ella piedra de toque. Es posible que alcanzara su mayor dominio interpretativo en sus grabaciones de París a finales de los 30. Una de ellas siempre me ha cautivado, se trata de la sonata en mi mayor, la 20 del catálogo de Kirkpatrick.

Firma de Wanda Landowska
Es momento de hacer entrar en escena al último personaje del tinglado, un tinglado que con él se convierte en una farsa, en un juego que contraviene el ejercicio de afirmación de Landowska. Si salvamos esa afirmación del instrumento, la afirmación musical corrió de hecho hacia otros derroteros. En 1928 tenía Shostakovich 22 años y en el marco del  formalismo ruso tuvo ocasión de mostrar sus primeras ideas musicales. El joven Shostakovich estaba dotado de un genio singular con un oído certero para reconocer sonidos nuevos y un talante irreverente para interpretar los viejos. Su mirada a los clásicos, llamados a servir de armadura para la sociedad del futuro, nunca fue inocente. Toma el Capriccio de Scarlatti como quien examina una delicada miniatura, pero lejos de recrearse inicia una reinterpretación de la fiesta. La transcripción orquestada reconvierte ese tono festivo poniendo la nota paródica. Los vientos devuelven a la obra un aire de fanfarre popular, de pasacalles bufo. No hay demérito alguno en ello, sino más bien homenaje. Y además, ateniéndose a ese nervio popular y un poco sarcástico logra, al igual que los artistas de otros órdenes, la única lectura acorde y fiel a su tiempo.



Sonata en mi mayor, K 20, D. Scarlatti,
Wanda Landowska, clavicordio Pleyel, EMI - France (1947).



Capriccio de Dos piezas de Scarlatti, Op.17 (1928), D. Shostakovich,
Transcripción para grupo de viento de la sonata K 20, Soloists Ensemble,
BMG/Melodiya.


jueves, 24 de febrero de 2011

El nebuloso


Nébuleux étalant ses parures
A finales del XVIII el estilo galante había penetrado en todos los ámbitos de la vida social, entendiendo por tal la que mantenía por aquel entonces la aristocracia. Hablar de ámbitos es hablar de ciencias, de artes y de cultura en general. En la música tenemos ejemplos imperecederos del modo en que ese estilo impregnó el arte. Pero hay muchísimas muestras que aunque menos relevantes son igualmente significativas y que por su rareza resultan sorprendentes. En este sentido hablar de pintura entraría dentro de lo convencional, hablar de ilustración científica resulta un poco más novedoso.

Si uno se asoma a las páginas ilustradas de la Histoire des oiseaux de paradis et des rolliers (1801-06) —un ejemplo entre otros muchos— se encontrará con la colección de láminas elaborada por Jacques Barraband como apoyo gráfico al texto sobre aves del paraíso del naturalista François Levaillant. La elegancia y la delicadeza del trazo es una constante a lo largo de toda la obra, pero hay además casos (recuerdo los tucanes y los barbudos) en que el colorido es intenso, casi desbordante. De entre todos ellos quería escoger una ilustración que por un lado reuniera todos los matices del oficio y por otro reflejara el espíritu de la época. He creído encontrarla en la que representa al Nébuleux, y que Barraband titula Nébuleux étalant ses parures (Nebuloso extendiendo sus galas). Ya en su nombre lleva implícita este ave de Papua Nueva Guinea parte de su poesía, hay  también en su postura algo de reto seductor, algo parecido a un gesto de ballet, y está luego ese delicado plumaje rematado con una rúbrica donde se refleja el esmero de un calígrafo.


-Otras planchas de la obra pueden verse en la web de Audobon House. Gallery of Natural History

miércoles, 23 de febrero de 2011

La escritura bien templada


Órgano de la Catedral de Pamplona
Tengo un amigo que consigue hacer fluir el vértigo de lo cotidiano y le pone su acento por escrito sin perder nunca su claridad y sencillez. El contenido de su blog, Vivir de buena gana, se edita estos días con este mismo título. Como tirando de pluma siempre me puede la extravagancia, procuro aplicarme a su lectura y aprender día a día de él. Es verdad que sería más sencillo si fuera un hombre contenido y reservado, dueño de un estilo sobrio y acabado, o de un tono inconfundible, pero entonces no sería él. No estamos hablando de una emisora de radio con su marca fija en el dial, sino de una sintonía mucho más viva, capaz de mantenernos cercano el relato sin por ello renunciar a la agudeza en sus crónicas, ni a la crítica como ciudadano activo, ni al recuerdo de voces literarias ya casi extintas. Sé que detrás de todo esto hay un órgano sofisticado, dotado de un afinado juego de voces y registros con su virtuoso al frente. Pero no me maravilla tanto ese soberbio instrumento como la destreza alcanzada por el sabio organista para dar una certera interpretación a lo inmediato y aún me admira más la humildad con que nos invita a ver la realidad con él.

Traigo recuerdos de Adorno


Aquella dialéctica de la ilustración de la que hablaron Adorno y Horkheimer bien podría reducirse a lo siguiente: El camino hacia la razón nos ha hecho más libres, pero si para recrear esa libertad obligas al otro a entrar en razón no esperes que en este regreso de la ilustración se exprese como un hombre libre.

martes, 22 de febrero de 2011

La prenda



Aunque serio en su semblante, Félix Artieda, carpintero y enterrador en un recóndito pueblo del Pirineo, se mostró entero y para el caso resignado a su suerte. Frente a los restos humeantes de su carpintería alguien le preguntó si aún tenía ánimos para afrontar tamaña adversidad. «Todo es tan reciente..., en cuanto vuelva a sentir algo me parecerá como si me pusieran bálsamo. Ahora toca arreglar esto y a ver si en el futuro hay alivio», así decía mientras por la puerta se entreveía el interior devastado. «Da gracias, peor pudo haber sido. Por lo menos sigues vivo» le apuntó su vecino Julián husmeando por la puerta. «Ni la suerte ni la muerte me querían ahí dentro. En cambio mira ese ataúd, era el mío, dos años de trabajo y recién acabado. Míralo ahora, como si la muerte a su paso se lo hubiera quedado en prenda» respondió señalando a un montón de tablas renegridas. Para acabar levantó el brazo hacia lo alto y añadió: «Para allá se ha ido, con el humo. Ya pueden esperar, ni pienso hacer otro ni pienso subir a por él».

lunes, 21 de febrero de 2011

Malos modos y peores gestos


Galería gestual de Saif Gaddafi, publicada en el Guardian del 21/2/11
Ayer en plena revuelta libia el hijo de Muammar Gaddafi, Saif al-Islam, en representación del gobierno, compareció ante las cámaras de televisión. No sé si pretendió dar un discurso, pues visualmente aquello fue más una declaración de poder, con una importante carga de desprecio y un fondo amenazante. El contenido textual publicado y los acontecimientos parecen confirmar estas impresiones. Con la puesta en escena no sólo vimos a la autoridad sino que intuimos la concepción idelógica que la sostiene. Por si sus palabras no fueran suficiente, Saif las subrayó con una completa representación gestual para ganar en contundencia. Estos lenguajes no verbales cuentan con observadores avezados que podrían interpretar todo el repertorio allí exhibido, pero viendo la anterior galería no me resisto a hacer mis propias observaciones.

Empezando por la toma 1 estaríamos ante una actitud sospechosa, propia de quien no soporta el encargo y se deja escurrir por el asiento, al verse obligado a defenderlo sin otras armas que una soberana desgana y una mirada hipócrita. Algo ha cambiado en la toma 2, cuando con los hombros en alza y el dedo índice disparado reclama a todos su responsabilidad, manteniéndose vigilante sobre una mirada directa de indiscutible  patrón. En la toma 3 opta por el tono pedagógico y decide señalar cauces, buscando en un gesto oblicuo apoyos que conduzcan bajo su recto y sabio gobierno a la inmediata solución. Llega a continuación el tremendo envite del «pero si no» y en la toma 4 vemos ya al desairado, empeñado en replicar con graduales amenazas, que van de la advertencia del desastre al exterminio y su ejecución. En la toma 5 aquel rostro antes inquisitivo se desentiende de sus súbditos, como quien los abandona a su suerte, lanza por encima  de todo su mirada fugitiva y hace por debajo tabla rasa con un gesto demoledor. La toma final no deja ver en él resignación alguna, abre pocas perspectivas conciliadoras y ahoga el discurso entre sus dos manos tensas y su mirada recelosa. Del desdeñoso embajador con que se abría la secuencia llegamos, tras cuatro tomas intermedias, a un inquieto y peligroso depredador.


Verdades reconocidas


Hay gente que carga su pronunciamiento con solemnidad para darle tamaño a su verdad e insuflarle un punto de fuerza, sobre todo cuando entre los demás cunde la sospecha de que se ha renunciado a la sinceridad. Además de estas verdades sobrecargadas están las que se nos imponen como genuinas en razón del rango social de quienes las emiten y que los demás solemos aceptar como fórmulas de reconocimiento. Con cualquiera de estos dos tipos de verdad, corremos riesgos ciertos al incorporarlas a nuestro argumento. Sin más valor que la autoridad o la convicción, es como llevar para el viaje bagaje de ocasión, tan difícil de confirmar que cualquier certeza que proyectemos quedará en suspenso y nuestro discurso comprometido. Quienes tienen delito son quienes las ponen en circulación, conscientes o no de la intoxicación. Han vivido tan acostumbrados a adueñarse o sentirse dueños de la verdad que no consiguen imaginarla ni como algo compartido ni como algo sensible. Ellos nunca han sabido, ni han necesitado saber, qué se usa para tratar de salir de lo incierto.

domingo, 20 de febrero de 2011

Humildes pinares


Bosque de Sollaundi  © autor
Hasta hoy los pinares eran para mí arboledas más bien prosaicas y poco agradecidas de ver, sin encanto ni magia alguna. Toca rectificar, y rectifico. Han contribuido a este repentino giro dos hechos circunstanciales. El primero tiene que ver con una película, Valor de ley (True Grit), un espléndido western que conserva además el habitual gusto de las de ese género por los escenarios naturales. Algunos de los paisajes en ella recogidos son de bosques, y de entre estos se me ha quedado en la retina huella de la travesía por un humilde y fascinante pinar, quién lo diría. En realidad desde hoy lo podré decir yo mismo —y este es el segundo hecho—, que esta mañana caminaba por el pinar que muestra la foto.

Las fotos como las miradas son golpes de fortuna: hoy ves lo que mañana, cuando vuelves con trípode y máquina de profesional, ya no consigues ver. No capta uno todos los días esa ilusión de brumosa profundidad, con ese despliegue de troncos ahondando hasta un espacio interior denso y flotante. Contaré un detalle, verídico. Como el escenario parecía preparado, de la izquierda y a unos cien metros ha surgido dando brincos un corzo. Se ha detenido y diría que me ha visto, así que ha seguido su trote. Aún se ha resguardado tras un arbusto, hasta que ha vuelto a sus saltos y enseñándome el trasero ha desaparecido por la derecha. ¿Y la máquina? En la mochila, como siempre en estos casos. Al menos del pinar constancia ahí queda. Han sido estas dos gratas sorpresas, y en un solo día, las que han puesto punto final a mi aversión a los pinares. Se acabó su maleficio.


sábado, 19 de febrero de 2011

Por cierto



Entre las nuevas tendencias, con las que los tertulianos nos sorprenden en sus conatos argumentales, se dan cada vez más esas incursiones chocarreras que llamamos los «porciertos». Hasta ahora esta gente se contentaba con envolver en palabrería a uno o varios personajes para luego darles el tirón como quien les arranca la pelambre, y hasta el pellejo, con la cera. A esto lo denominaban argumento ad hominem, un clásico entre el repertorio de abusos verbales que empleados para salvar sus carencias lógicas. El «porcierto» les ha procurado un nuevo recurso, una figura lingüística poco especulativa, pero sumamente vistosa y eficaz. Suelen emplearla cuando el argumento de su relato es tan insostenible que tiene visos de decaer. La última vez que lo vi usar, el discurso había adoptado un tono insípido y desabrido. Se afirmaba de una ejecutiva que «nadie le había pedido ese informe de primavera que incluye algunas cifras sobre la crisis del sector agroalimentario, pero con unas conclusiones que no vienen ahora a cuento...». Fue en ese momento justo cuando el discurso hizo un extraño y derivó a «por cierto que apareció ante los medios con un diseño muy poco favorecedor de la firma Matías Cornevole, con unas blondas que la ahogaban, un corpiño más que impropio y una falda tubo de corte cruel de la que sobresalían hacia los zapatos dos sólidas mazas embutidas en recias medias de lana...». De este tipo de figuras lingüísticas dicen sus bien pagados defensores —sin ánimo argumental, y menos aún polémico— que todo son virtudes, o ventajas que viene a ser lo mismo, porque con ellas no se apunta directamente al blanco como en la prosa de ataque, sino que se favorece más bien la distensión y el desmarque. Con estos revoloteos, señalan además los analistas de empaque, se dota al discurso de calidez y colorido, se lleva el punto crítico al terreno de la imagen y se abandonan sin reparo ni remordimientos las trasnochadas y amargas dialécticas.

viernes, 18 de febrero de 2011

Marginal


Al margen de todo no está la nada sino el universo marginal, un ectoplasma denso y agrio, pero lo único realmente vivaz.

jueves, 17 de febrero de 2011

La llegada del relevo


Villa Il Gioiello, Arcetri, Firenze
A última hora de la tarde, entre dos luces, llegaba Evangelista Torricelli a Il Gioiello, una villa situada en una colina de Arcetri, a las afueras de Florencia. Le salió a recibir visiblemente entusiasmado su joven discípulo Viviani. Nada más descender del carruaje, Torricelli fue a su encuentro y le preguntó:
—Vincenzo, ¿qué tal se encuentra el maestro?.
—Luego podréis verlo y conocerlo; ahora mismo descansa, porque luego suele subir al telescopio y, aunque ya no ve, allí se queda hasta bien entrada la noche— le respondió mientras tomaba su equipaje y le acompañaba a la puerta. Una vez dentro de la casa, Torricelli le rogó a Viviani que le mostrara el gabinete de trabajo con el fin de ir dejando sus libros.
—Temo que no sea del agrado del maestro. No le gusta que nadie ande en sus cosas— le respondió algo compungido.
—Bueno, lo dejaremos para luego— resolvió Torricelli. Se oyó un ruido de puertas y apareció por el fondo del pasillo un titubeante anciano, guiado de la mano por el fiel Peri.
—He escuchado el sonido de las caballerías y he imaginado su llegada— le dijo a Torricelli a modo de saludo mientras se movía a tientas hacia él. Este le tomó con decisión ambas manos, al tiempo que le dedicaba una profunda reverencia:
—Maestro, aquí me tenéis, aun consciente de mis enormes limitaciones, sólo aspiro a poder seros mínimamente útil en lo que Vos estiméis.
—A buen seguro lo seréis— le respondió Galileo con desenfado, y a continuación le hizo una seña con la que parecía invitarle a entrar en el gabinete.
—Señor— le dijo Galileo tras pasar al interior, —va para tres años que entregué a las prensas de Elzevir mi diálogo sobre las ciencias del movimiento y buena parte de lo que allí escribí pudo ser contrastado con pruebas empíricas en las máquinas y artilugios que por aquí veis.
A la vez que hablaba, le señalaba una larga canaleta inclinada de madera con graduaciones diversas, provista en su parte inferior de un dispositivo de relojes de arena y agua.
—Leí vuestra obra— continuó, —y se os ve diestro en el arte geométrico de la demostración. Pocos serían capaces de enmendar al gran Arquímedes y de poner a prueba sus métodos. Por esa vía quisiera yo seguir ahora y por eso me alegra tanto teneros aquí—. El silencio le hacía ver entregado a su interlocutor, y así animado siguió con su discurso:
—Últimamente he puesto a punto un péndulo, del que registro y calculo las oscilaciones, y estoy por afirmar que existen tiempos e intervalos que apenas varían.

A medida que hablaba, la callada y atenta presencia de su visitante avivaba su expresión con nuevas emociones, ideas y maquinaciones, llevándole durante un buen rato a dar cuenta de todos sus proyectos pendientes. Por su parte, Torricelli iba asistiendo mudo, pero fascinado, a la sucesiva presentación de todas aquellas demostraciones, dispositivos y aparejos. Cada una de ellas concluía, como en una tácita invitación, con toda suerte de previsiones y cábalas sobre los resultados que estaban por llegar. Muchos temas le resultaban familiares. En realidad, los escritos de Galileo le eran de sobra conocidos. Su mentor Castelli, que lo conocía bien, le había ido poniendo al tanto de los avances científicos que se colaban en sus cartas, aunque con la discreción que le caracterizaba. Pero era difícil de imaginar a partir de aquellas breves noticias el formidable despliegue que acababa de contemplar en el gabinete. Cuando algún tiempo después, ya como secretario de Castelli, tuvo oportunidad de leerlas, lo más patente no eran las invenciones sino su lamento ante el insoportable confinamiento al que se le había condenado y que se prolongaba desde hacía ya ocho años. De hecho la reclusión le había minado seriamente la salud y lo había dejado prácticamente ciego. La ayuda de Viviani durante este último año había resultado providencial, pero había temas geométricos que difícilmente podía resolver con él. Cuando Torricelli recibió del maestro la primera carta, en la que le invitaba a trasladarse a Arcetri, quedó entre halagado y perplejo. Sabía del férreo aislamiento al que se veía sometido y sabía también que más de uno de sus colegas académicos le rehuía por temor a indisponerse ante la omnipotente curia romana o al menos a quedar bajo sospecha. Recordaba bien aquel tono de derrota con el que confesaba a Castelli en una carta: «La edad ha mermado la velocidad y vivacidad de mi pensamiento e intento entender cosas que demostré cuando era más joven». Y sin embargo, fue precisamente por entonces cuando sobrado de achaques y pejigueras se embarcó en la que sabía sería su última obra, de cuya publicación podía asegurar que estaba vetada de antemano. Los años transcurridos habían añadido a las últimas cartas cierto dramatismo y descreimiento. Poco quedaba de la diáfana prosa del Mensajero de las estrellas, del irónico Salviati del Diálogo sobre los dos sistemas o del agudo redactor del Ensayador. Sus palabras, tras ocho años de solitaria reclusión, sonaban en ellas como la petición de socorro de un condenado.

Al recuerdo de Torricelli vino entonces aquel día de junio de 1633, el día en el que el tribunal de la Inquisición condenó a Galileo Galilei a un período de cárcel a discreción del Santo Oficio, añadiéndole sarcásticamente la obligación de recitar cada semana durante tres años los salmos penitenciales. Y aquella primera acogida en Siena, en casa del arzobispo Piccolomini, que le hubiera mantenido en un ambiente propicio para sus tareas científicas, pero que pronto se vio truncada por una denuncia. Y también aquel primero de diciembre de 1633, en que se le confinó definitivamente en su propia villa Il Gioiello, con la exigencia de «permanecer solo, no llamar ni recibir a nadie, por tiempo al arbitrio de Su Santidad». Fue el propio vicario del Inquisidor quien le aconsejó que desistiera de pedir gracia para su situación bajo la amenaza de verse devuelto en caso contrario a la prisión del Santo Oficio. Supo el prisionero entonces que «su confinamiento sólo terminaría con el que nos es común a todos». Preso de tales recuerdos, mal podía imaginar en aquella velada Torricelli, contagiado con tantas y tan renovadas esperanzas en medio del imponente gabinete, que tres meses después de su llegada a Il Gioiello le cedería el maestro definitivamente su testigo para hacerlo su heredero y continuador.


miércoles, 16 de febrero de 2011

Sensaciones o instantes


Luz crepuscular (2006), M. Pérez Irusta
materia y óleo s/ lienzo.
El que busque cultura probablemente deba hurgar en el crepúsculo. La aurora suele ser cegadora para los ojos fatigados. A esas horas los objetos se adelantan orgullosos con estelas de largas sombras que difuminan su paisaje nativo. Algunos se apresuran a contarlos como un capital de sensaciones. Pero esa como la mayoría de las colecciones variopintas es de difícil comprensión en conjunto. Por eso otros esperan a verlas resurgir empastadas en esos juegos de luces vespertinas. Donde unos buscan colmarse de sensaciones, otros se conforman con verse raptados por unos instantes. Sensaciones o instantes, esa podría ser la real disyuntiva.

Esto no sé si es un juego


Pantalla de la saga Heroes
La próxima vez, porque seguro que habrá próxima vez, se me disparará el resorte y una voz como la mía le pondrá sobre aviso: «Amigo, mi período de escucha está próximo a agotarse, así que procura ser breve». Este útil dispositivo no se vende en el comercio, lo regalan con la edad, como un bono de jubilado. Gracias a él consigues cierto alivio para tu economía mental y filtras lo más burdo, algo que a estas alturas resulta bastante rentable. Sólo dos problemas, y no menores. Como defensa recuerda demasiado al viejo método de quedarse encerrado en casa con la excusa de «poder aprovechar». Por otro lado, el resorte tiene sus riesgos, el principal que puedes apurar demasiado el filtro y empezar a sentirte aislado. Y en cuanto esa sensación despierta, estás tan pendiente de lo que te pierdes que acabas viéndote en tu encierro como un espectador frustrado y perdido.

No es eso todo, sino que, como diría el experto, se ha constatado también un severo inconveniente del que resultan numerosas inconveniencias. Junto a esos discursos de castigo retenidos por el filtro, llegan también inocentes sugerencias, que revestidas de brillantina salvan cualquier cortapisa. Estamos hablando de propuestas muy breves, prácticamente invitaciones, que además de ser sugerentes actúan una vez dentro animadas por nuestra curiosidad como mecanismos expansivos. Son bombas que pronto crean su propio andamiaje de fijaciones mentales y sobre él montan un tinglado emocional, bien sea alentando ilusiones huecas o instigando meras adicciones. Al principio su avance es insensible y nada llamativo. Es verdad que volvemos a nuestra infancia y que la recreamos con nuevos afanes lúdicos. Poco a poco todo lo que sentimos y hacemos se torna un juego y la mente se concentra de lleno en apurar las oportunidades que nos ofrece ese obsesivo tablero. A ese absorbente juego se reduce nuestra vida, a mover como un peón nuestro inquieto ego. Y toda la partida sin salir de nuestro delirante encierro.


martes, 15 de febrero de 2011

Entre dos polos


Con nuestra obsesión enfermiza por las señales que inundan nuestro cerebro, al que mimamos como Polo Norte de nuestro espíritu, nos olvidamos casi siempre de su Polo Sur. Afortunadamente contamos con aportaciones escatológicas que nos apremian y nos recuerdan el papel del abdomen y sus funciones como sordos contrapesos al ejercicio fugitivo de una imaginación cada día más angélica. La consistencia de nuestros excrementos, excreciones y secreciones, contemplados casi siempre con estupor y repugnancia, es la prueba material de nuestra servidumbre a la tierra, además de revelar, como ninguna otra sugerente visión podría hacerlo, las corrientes de fondo que nos recorren, real y fisiológicamente.

lunes, 14 de febrero de 2011

Juego de máscaras



La máscara oficial de V de Vendetta se cotiza hoy en su versión económica a unos 8 dólares. El producto parece estar teniendo buena salida en el mercado. No sería capaz de calcular el precio que alcanzaría la «máscara de chileno», propia de carnavales, que se exhibe en el Museo de Artesanía de Cuzco. Ya sé que son mercados diferentes, pero las máscaras son sospechosamente parecidas. Lo que se ha vendido con la película V son las andanzas, muy bien edulcoradas, de una fratía católica que en 1605 perseguía la idea de volar con explosivos las Casas del Parlamento londinense con todos sus inquilinos dentro. No consta que con ese fin se enmascararan. ¿De dónde ha salido, pues, la máscara de Guy Fawkes y de dónde su diseño?


Si volvemos a Cuzco, la historia cambia, pero las claves para la identificación del diseño aumentan. A esta máscara peruana habría que alinearla junto a las de las figuras diabólicas que se exhiben en carnaval. La personificación del mal sería en este caso «el chileno», pero no el genérico ciudadano sino el oficial chileno. La máscara nos obliga a remontarnos a la contienda entre chilenos, peruanos y bolivianos que va de 1879 a 1883. La tez blanca, el estilo de bigote y perilla así como sus ojos azules nos hablan de gente europea, de franceses más concretamente enrolados como oficiales en aquel conflicto. El personaje es buena prueba de que las gentes del Cuzco guardaron de ellos un temible recuerdo. El carnaval, como ocasión de sacudir miedos, la llevó a las calles creando el personaje denominado «el auqa (enemigo) chileno». En cualquiera de las dos direcciones el personaje  de la máscara soporta mal esa aureola de héroe desinteresado y anónimo, que tanto y tan bien se vende en las últimas subastas ideológicas.


domingo, 13 de febrero de 2011

El don de la oportunidad


Para poner los cimientos a nuevas enseñanzas nada mejor que echar mano a la más sólida de las autoridades conocidas y desconocidas: el muy prolijo diccionario de la real academia española de la lengua. A tal efecto empecemos por las acepciones ofrecidas para las palabras del título.
Oportunidad.- 1. Sazón, coyuntura, conveniencia de tiempo y de lugar.
Don.- 3. Gracia especial o habilidad para hacer algo.

Hagamos ahora uso de esos fundamentos e iniciemos la oscura ceremonia literaria de la combinación. La idea es apuntar en cuatro direcciones distintas y aprovechar la oportunidad que brinda el diccionario para ver si tras tirar con el argumento cae algo nuevo.

La oportunidad inmejorable.- Inmejorable oportunidad es la que los demás no tienen. El resto de nuestras oportunidades son lamentablemente mejorables y cruelmente mejoradas.

La oportunidad vital.- Para una oportunidad nacer puede parecer algo natural, crecer depende de si está bien mantenida, pero multiplicarse es tarea imposible sin la asistencia del oportunista.

La oportunidad esperanzadora.- El que dijo que esperar era una oportunidad de conocerse, enmendarse y reeducarse, continuó con las de someterse, ignorarse y hundirse. De ahí fue derecho a su infierno, donde abandonó toda espera y esperanza.

La oportunidad mediadora.- Sin principio no hay oportunidad alguna de llegar a un fin. Pero sin un fin puede haber oportunidades, aunque no se tengan principios.


sábado, 12 de febrero de 2011

El martillo de Enoch


Con el juicio celebrado en el castillo de York en enero de 1813, se vino a rubricar la derrota de los rebeldes ludditas, que se saldó con el siguiente balance final: cuarenta de ellos murieron en combate con el ejército británico, veinticuatro fueron ejecutados, trentaicuatro fueron deportados a Australia y veinticuatro fueron recluidos en prisión. Se apagaba con ellos el último foco de resistencia y contestación a lo que, con irónica y victoriosa intención, se llamó la primera revolución industrial. Se da en esta página histórica una singular confrontación de dos estilos revolucionarios, el social y el científico-tecnológico. Se dice en esa página que revueltas y sabotajes se produjeron como consecuencia de la introducción en las factorías textiles de nuevos telares que aprovechaban la fuerza del vapor y del subsiguiente licenciamiento de buena parte de la mano de obra artesanal. El cambio llegó además estando Europa en su apogeo napoleónico y con los ecos de la revolución francesa aún en las calles. Con su aplastamiento Inglaterra creyó haber conjurado —y probablemente lo consiguió— el peligro de su inminente propagación a las islas.

Las protestas de los desahuciados acabaron en la mayoría de los casos con incursiones, más o menos espontáneas, en las fábricas. En ellas los sublevados ponían todo su ardor en aniquilar, con el llamado martillo de Enoch en mano, la flamante maquinaria industrial. Este rechazo a la automatización progresiva del trabajo contó en un principio con notorios abogados como William Blake o Lord Byron, y siempre tuvo fieles en un sector de la clase dirigente, asociado generalmente a la aristocracia rural. El movimiento, romántico en sus perfiles, quedó para la historia como germen de los futuros movimientos laborales, aunque con el estigma declarado de su aversión a la aceptación de la máquina como signo inequívoco de progreso.


Sobre la historia y sus ciclos siempre ha habido más frases lapidarias que evidencias palmarias. Vivimos hoy una segunda oleada de automatización, con una imponente corriente que cubre a través de la informática todos los frentes imaginables. No creo que haya signos de un movimiento similar al luddita, al menos en aquellos destructivos términos, a pesar de que la irrupción de hackers pueda dar pie a pensar en estrategias de sabotaje. La llegada de ordenadores y de autómatas inteligentes, no ha producido un desplazamiento de la mano de obra tan evidente como el de entonces y la propia tecnología ha reclamado a cambio nuevos operarios de formación superior. Eso no quiere decir que no exista un malestar latente. Pero ese malestar se ve acallado por la lógica social que reconoce como un axioma la necesidad de la evolución industrial bajo el impulso de la innovación tecnológica.

Frente a ese progreso imparable, los problemas ya no residen en el posible desplazamiento y exclusión de los operarios manuales, sino en la obligada reconversión de sectores enteros de tecnologías obsolescentes por el desarrollo de la computación. Forzado por la brevedad, en este apunte sólo quisiera, a modo de conclusión, hacerme tres preguntas sobre la previsible evolución de la informatización. 1) ¿La tecnología, que surgió como instrumento regulador de los fenómenos naturales, se ha impuesto como último objetivo el sometimiento y control de la inteligencia en la que vería el último fenómeno perturbador?. 2) ¿No sería posible que el autómata nacido de esa remisión a la tecnología de nuestra inteligencia comience a no ser visto como un instrumento de liberación de tareas penosas sino como un futuro competidor, quizá en régimen competencia evolutiva?. 3) ¿Si empezamos a sospechar que de nada nos libera la llegada de nueva tecnología, cómo seremos capaces de experimentar en qué sentido discurre el progreso y cómo podremos saber sin liberación a qué hace referencia?.


viernes, 11 de febrero de 2011

La voz extenuada


Winter (ca. 1803), Caspar D. Friedrich
Staatliche Museen zu Berlin, Kupferstichkabinett.
Los pintores románticos nos enseñaron a percibir en un monumento la belleza terminal e irreductible con solo contemplar sus ruinas. Es posible que esto, que vale para la arquitectura y la pintura, no tenga tan fácil aplicación a otras artes. Allá donde la expresión se abre paso entre la perfección técnica y el trance emotivo la belleza puede quedar sometida a difícil compromiso. Quien se expone a ella se ve obligado a asumir ambas caras sin demasiados distingos. Son muchos, en particular entre los profesionales, los que emocionados por una expresión perfecta se sienten elevados a un alto nivel de competencia por haber logrado reducir a mera comprensión técnica todo lo que la obra transmitía. Afortunadamente, existen posibilidades de desvelar esta doblez y de advertir en cualquier expresión lo que tiene de genuino arrebato más allá de razones técnicas que la rodean.

El ejemplo me llega de la música. Una de las voces más celebradas sería la de María Callas. Seguramente fueron incontables las veces en que interpretó el aria «O mio babbino caro», bien fuera en concierto o quizá en la propia ópera de Puccini. Existen muy diversas versiones, casi todas maravillosas, llenas de nervio y dulzura. Con ella cerró también su concierto de Londres, en su gira de despedida de los escenarios, allá por noviembre de 1973. El punto final de esa gira y de su carrera se dio unos meses después en Tokio. Al cabo de dos años, ya en 1976, llegó su muerte, tras una largo período de reclusión y aislamiento.

Lo que se puede oír en el testimonio sonoro del concierto londinense es la expresión acabada de su agotamiento, de su dramático apagón anímico. Las imágenes que lo acompañan la muestran con aspecto consumido y tenso ante este aria, la última del programa. Inicia el canto con la pulcritud de siempre, atenta al primer agudo. El brillo va poniendo coto a un persistente temblor, a una desazón en la que su voz flaquea. Pronto en su interpretación se deja oír frente al timbre natural, quebrado a veces pero pleno de emoción, otro impostado, educado en la exigencia y el pundonor. Al llegar al «O Dio, vorrei morir» —que suena casi a confesión final— se adivina cierta extenuación de la voz. Agitada por un último deseo, clama con un hondo suspiro, destinado a sostener ese largo y sentido ruego en el que repetidamente implora piedad.



O mio babbino caro, G. Puccini,
Maria Callas, Farewell Concert,
Royal Albert Hall, Londres (1973).
Imágenes en: http://www.youtube.com/watch?v=SvrHxQ3qjAE


jueves, 10 de febrero de 2011

Mundos esquinados


Homeless © Lyubomir Bukov
Si a la vuelta de la esquina te arrean, no te quedes ahí. Cuentas ya con tu primer daño, con tu incipiente capital. Sigue, pues, por ese camino y piensa en hacer mundo con él, que con la cabeza bien abierta no te faltarán nuevos arreones y apoyos espontáneos. No desmayes, vengan de donde vengan, siempre franco y confiado, y verás cómo te llueven del cielo las más agresivas ofertas. Hazles sitio en tus expectativas, que si los golpes te estimulan quieras que no medras. Gracias a ellos un buen día volverás, después de haber tropezado en todas las esquinas y con el mundo entero señalado en tu cabeza. Los tuyos descubrirán en ti al héroe vagabundo, al perpetuo transeúnte, al guardián de las aceras, amplias miras en capitales, rico en pasajes, rico en derivas, rico en apuestas, un hombre cuya cabeza descuella, bien labrada por su sufrida experiencia.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Pérdidas


Lo que perdimos nunca es comparable a lo que tenemos. La memoria parece un maleficio que no desaparece ni con los beneficios de la posesión.

martes, 8 de febrero de 2011

El aburrimiento creador


Kurt Gödel, por Vladimir Lukash
Todos los credos buscan ofrecer sustento, más psicológico que moral, a nuestra actividad cotidiana. Acotados en ese terreno, resulta generalmente baldío y engañoso cualquier intento de presentarlos como nuestro fundamento lógico, como si con ellos pudiéramos, a través de nuestra conducta, elevarnos como un poderoso y público argumento. En el caso de Kurt Gödel, tenido hoy como el más eminente de los lógicos del pasado siglo, hubo algún apunte personal verdaderamente singular. Por fijar un poco sus antecedentes, podríamos decir que su estabilidad emocional difícilmente soportaba el terrible peso de su capacidad para la formalización matemática, para la creación de formas puras. En esa crisis permanente su intuición parecía exigirle algún tipo de compromiso personal. En unas confesiones redactadas y previas a una sesión con su psiquiatra, allá por el año 1949, Gödel escribía: Creo en el aburrimiento. Es el típico demonio que permite al pensamiento crecer; es el gran emancipador del tiempo. El aburrimiento siempre gana; si puedo conjugar esa gran pesadez con la energía del genio en forma pura no habrá final para mi creación.

La declaración ha tenido lecturas casi siempre cercanas al tópico, que vislumbraban en ella un propósito casi profesional de reconducir el aburrimiento hacia la lógica. Hay elementos literarios, sin embargo, que inspiran una lectura mucho más certera. Si empezamos por el final, por ese genio fabuloso liberado a la creación inagotable, al que invoca en este caso además un intérprete germánico, nos parece escuchar a Fausto. Apelando a ese compromiso entre la creación formal y la gravidez material seguimos en sintonía con él. Para acabar con cualquier equívoco ahí está Mefistófeles, ese demonio que transmuta el aburrimiento y lo devuelve emancipado, como tiempo efectivo. En la letra del contrato creativo que se reclama tenemos a un lado al tiempo, como actor necesario, y en el otro al genio formal, como su eficiente gestor, y como prenda y aval de esa feliz combinación en vez del alma se pondrá a la razón. Cualquiera que revise la biografía de Gödel podrá conocer los términos de resolución del contrato. Un contrato que se rubrica, con ese credo inicial en el aburrimiento y su demonio, como un intento personal de aceptarse y de sacar a la razón, por incontrolable que resulte, de ese humillante letargo.


lunes, 7 de febrero de 2011

En el camino


Cumbre de Astobizkar
Cuando el camino está marcado de blanco, cuando se ven huellas tan recientes en la nieve y cuando al fondo despunta una cumbre solitaria, uno no se pregunta a dónde iban los que delante de ti caminaban, ahora desaparecidos, sino en qué mundo habrán renacido. Puede que simplemente pasaran al otro lado, lejos o cerca, allá donde les esperaba una tierra de fértiles llanuras. Puede que se tomaran arriba su tiempo para meditar y de tanto mirar al cielo se vieran repentinamente arrebatados con rumbo a una galaxia lejana y venturosa. Pero puede también que simplemente siguieran su camino guiados por las crecientes alturas y que en el trance de superarlas recobraran el ánimo para volver a sus vidas perdidas.

Vuelven a las andadas


Por su carácter privado lo que la iglesia católica haga para mantener la disciplina en el seno de su institución poco debería importarnos a quienes no soportamos tan oscuro magisterio. Otra cosa es su dimensión pública y la afrenta que supone para el ciudadano su descarada reincidencia en el abuso a otros ciudadanos. La Congregación para la Doctrina de la Fe cuenta con una larga y acreditada tradición en ese sentido. Donde hubo persecución, demonización y liberación al brazo secular para la purificación de herejes, encontramos hoy solapadas purgas domésticas que, según parece, a nadie deberían mover a reivindicación.

El caso es que el teólogo José Antonio Pagola, llevado por su buena fe supongo, ha debido de convocar con su libro Jesús. Una aproximación histórica una turbamulta de fuerzas malignas que han urgido a la jerarquía a una tajante desautorización, pese a contar con todas las bendiciones y permisos del ordinario del lugar. El libro se ha debido de vender más de lo esperado y definitivamente más de lo tolerable para quienes ostentan un dominio inapelable de la sacra hermenéutica. Hasta aquí los hechos se engarzan, como un episodio más, en esas cadenas que los católicos se ven obligados a arrastrar lastimeramente.

Lo que me ha sorprendido, lo que ha encendido todas mis alarmas son los primeros signos de un odioso ensañamiento. Más que auténtica novedad, el suceso supondría el retorno de aquellos antiguos modos tan poco conciliadores. Modos que, según comprobamos, los sucesivos concilios y sínodos nunca expurgaron. Obsesionados por el destino de los últimos ejemplares de esa obra impía y animados en su santa intolerancia a extirpar cualquier vestigio maléfico, han tenido la siniestra ocurrencia de exigir a la editorial, más allá de la retirada de los libros, un «certificado de destrucción». La noticia no recoge en qué términos podría ejecutarse, si mediante la incineración, el guillotinado, el rasgado o el entierro; tampoco sabemos si el acto ha de ser público o privado. Un día de estos, y antes de proceder contra el teólogo, un ejecutivo editorial será reclamado por ese dicasterio para dar fe —con pruebas fehacientes evidentemente— de que la fe verdadera ha prevalecido, al menos canónicamente, y de que la edición ha sido absolutamente aniquilada. Fieles al ritual del Santo Oficio creo que sus capitostes estarían en la obligación de mostrarse en público con las cenizas (o con las pruebas de destrucción disponibles) y someterse así al general ridículo.


domingo, 6 de febrero de 2011

Caso sin resolver


Estatua de Temis
Aunque la dama parecía ciega, fue derecha a por la balanza, la cogió a punta de espada e inmediatamente huyó de la justicia. Nadie la ha vuelto a ver, pero el robo aún se recuerda y empuñando esas herramientas aparece en numerosas estatuas.

sábado, 5 de febrero de 2011

La ciencia por los suelos



Si lanzas por los suelos una pieza de raso, pronto tendrás una geografía por explorar. Elige mejor un tono un poco claro en un amplio y bien iluminado salón, para que puedas seguir el curso de las sombras apagando los brillos y para que queden expuestos a tus pies los pliegues y relieves con su caprichosa complejidad. Ante esa obra instantánea, no te faltarán admiradores. Hay gente que al ver emerger con un simple golpe de fortuna semejante arquitectura cree que la sabiduría debe buscarse en el lanzador, que la estructura ha nacido de la feliz conjunción del predestinado y de su magistral actuación. Atraídos por la magia del actor no tardan en alabar sus portentosas dotes, en examinar su exquisita técnica y en emularle adiestrándose una y otra vez en ese gesto constructor. No deberíamos engañarnos, no es lo fortuito lo que pasa a ser objeto de atenta observación, lo que de verdad subyuga al espectador es lo que tiene de prodigioso el resultado y lo que hay de edificante en ese gesto. Son esos argumentos los que permiten elevar al actor a la categoría de maestro, sabio y campeón. Convendría, no obstante, recapitular brevemente y decir que no hay sabiduría alguna en todo esto. Esas geografías pueden ofrecer vistas maravillosas, pero la estructura que las sostiene no es obra del lanzador sino de quien, además de contemplar las vistas, las observa, las analiza y las explica. No fabriquemos, pues, lanzadores como el que afina un instrumento, no los hagamos sabios si ni siquiera sabemos dar del panorama una mínima explicación. No podemos confundir la sabiduría con la destreza. Para entrar por la senda del sabio hay que educar sobre todo la mirada y la interpretación.

viernes, 4 de febrero de 2011

Mínima 35


Hablando de los años el paso y el peso vienen a ser lo mismo.

Tremolar


Los vientos y también las tempestades solían remover las banderas, pero ahora lo normal es que funcione al revés.

jueves, 3 de febrero de 2011

Il taccuino



Al cabo de unos días mi cuaderno volvió a casa con aspecto desmejorado, un poco bajo de color, algo desmembrado y hasta con alguna hoja suelta. A la sorpresa siguió la emoción del reencuentro y la cálida acogida. Tan pronto como lo tuve entre manos, lo limpié y lo recompuse con mimo para hacerle de nuevo sitio en la mesa. Hojeando sus páginas empecé a recordar casi todo: su historia, mi historia, tachaduras y arrugas, notas y recordatorios, escritos y frustraciones. Finalmente, una de las hojas apareció libre y ajena a todo, completamente en blanco. La pluma, casi desmayada por los rigores de su larga dieta, pronto encontró entre sus renglones un apoyo reconfortante. Al inclinarme hacia ella, creí sentir casi inaudible el reproche: «¿Aún me conoces?». Y así fue como la escritura brotó, poseída por un deseo febril de respuesta y con la tinta persiguiendo enconada una tras otra las líneas. Al acabarlas, mi mirada se detuvo vidriosa sobre la última página. Era el momento de releer mi alegato: excusas indecorosas, pretextos fútiles. Que lo había arrojado como un testigo molesto, dicho así y con voz trémula ante una librería muda y expectante, era mi confesión de infamia. Oía agitado mi aliento y lejana mi voz, quería seguir creyendo en mí mismo, algo de veras complicado sin palabras calmadas, sin el verbo sereno, sin su tacto y ayuda. Volví a mi declaración convertido en un autómata, como un lector paralelo, hasta que el fastidio me pudo y una repentina ola de tristeza me nubló la vista y me cegó.

Otra vez llega el año


2011, Año del Conejo, postal diseñada
por Myanmar Lexikon Technology
Hoy luna nueva, la segunda después del solsticio de invierno. A los naturales de China se unen sus descendientes en medio mundo para festejar la entrada del año nuevo. Supongo que ellos como el resto también pasarán página, se embriagarán de nuevos propósitos y volverán a las esperanzas de siempre, en vista de que tampoco fructificaron el pasado año. Al fin y al cabo las esperanzas son personales, pero la confianza colectiva depositada en ese emblemático conejo, que hoy se presenta como signo del cambio cíclico, es algo que no consigo entender. Mucho tendríamos que cambiar en las culturas de raíz judeocristiana para afirmar nuestras esperanzas mirando a las virtudes de un escogido grupo de animales.

Entiendo, evidentemente, el carácter simbólico de esos pronósticos para el año, pero también sé que los símbolos naturales suelen ser expresión residual de una visión de la naturaleza. Y por aquí a los animales rara vez se les concede tanto crédito simbólico, parece que lo fiamos más al sol o a la luna. Pagamos en ese punto nuestra escasa sintonía con el entorno natural. Nuestra naturalidad se ha venido educando para proceder de forma poco flexible, y menos reversible. Por un lado, admitimos en fábulas y pantomimas la proyección de nuestras emociones en animales, pero por otro, somos reacios a ver el eco profundo en nuestras propias emociones de las de otros seres vivos. Con esos presupuestos la gente encuentra insensato buscar fórmulas de protección en símbolos totémicos.

Menos escrúpulos tenemos a la hora de conceder esa función a objetos inanimados a los que fácilmente convertimos en fetiches o talismanes. El caso de las reliquias es quizá el más llamativo, porque en ellas hacemos pervivir un espíritu protector, al que aceptamos como una emanación natural tras una vida santa y ejemplar. Si torpe es atribuir facultades a esos restos, no lo es menos convertir en genéricas unas emociones que han sido dirigidas por una historia personal y proponerlas después como conductas modélicas. Hace mucho que los santos, como símbolos virtuosos, apenas nos dicen nada. Lo que queda es puro fetichismo, incluido hoy mismo San Blas y sus roscos, ese remedio definitivo para la garganta.

Algunos creen que nuestra esperanza nos obliga a vivir contemplando esa galería de incontestables e incomprensibles figuras del santoral. De poco sirven esas esperanzas llegadas desde lo más alto, si no se aprecia uno inmerso, o ni siquiera se reconoce, en los ciclos que le afectan, ciclos que generan afectos en la vida que le rodea. Y el año natural es uno de ellos. Nos debería de bastar con crear fortuna y compartirla, y para ello quizá sea lo más certero empezar por contemplar sin arrogancia nuestro entorno natural y sentir que desde hace siglos llevamos la mirada de todas sus especies reflejada dentro.


miércoles, 2 de febrero de 2011

Mínima 34


Puestos a imaginar algo, imagina siempre dos, por si no te basta con uno, pero no imagines que has imaginado uno, porque entonces no tendrás en la cabeza ninguno.

martes, 1 de febrero de 2011

Miradas


Aceptamos como algo natural que las miradas se enredan y que en aumento se entrecruzan. Olvidamos que tras ese invisible tejido están quienes las sostienen, actores de un mercado de miradas cada vez más inquietante y sórdido. Y como en cualquier otro mercado, la mirada que compra acaba aquí encontrando a la que vende. Regla que por conocida no deja de ser aparente, porque entran al juego primero quienes ojeando lanzan su mirada para fijar con ella precio. Para que no quede este lance sin regateo, el juego sigue por un tiempo vivo entre guiños, citas y parpadeos. Están luego los partidarios del juego directo, fieles al viejo credo de «si lo miras, lo dominas». Son las suyas miradas aceradas, que sorprenden a quien las regala y a quien las rehúye fulminan. Responden a ese ataque los espíritus de mirada fija. Los hay entre ellos fieros, despectivos, amables y hasta compasivos, pero todos contemplan esas tentativas dominantes largando una mirada bien anclada, sometiendo a examen su arrogancia y replicando con firmeza a su ofensiva.

Con estilo propio


Dueño de un estilo inconfundible, con su elaborado juego de palabras arrastra y alinea las ideas en un discurso estirado y predecible, el del intérprete reputado y fiable, el del cargante pensador irrepetible.