martes, 15 de marzo de 2011

De cara al futuro


Ha querido el azar que de forma simultánea irrumpan ante nosotros dos visiones del futuro, cada una de las cuales está firmemente sostenida por evidencias dispares. La primera visión está ligada a la realidad y al presente de forma dramática. Ver como las fuerzas de la naturaleza humillan a una de las potencias tecnológicas mundiales es algo más que un aviso, es una obligada ocasión de repensar el futuro, seguramente en términos de límites, de crecimiento, de consumo, de ocupación, de abuso,… A escala personal será necesario asumir con la pérdida algún tipo de cambio y reconducir la ansiedad, tan bien alimentada por nuestra cultura, que nos invita a ignorar los límites. En realidad los límites siempre pueden ser traspasados, por eso son límites, pero puede darse el caso de que al otro lado nosotros ya nos seamos los mismos.

Esa urgente y necesaria percepción de los límites me lleva a la segunda visión del futuro, escenificada y debatida en el festival geek y multimediático por excelencia, el SXSW (South by Southwest), que esta misma semana se está celebrando en Austin. Se da en él por sobrentendido que el empuje evolutivo de la tecnología viene a situar nuestra realidad en el marco confuso de una virtualidad generalizada. Lo que ayuda a entender mejor la solemne declaración de que el límite entre lo real y lo virtual lleva camino de ser superado. Poco cuesta ver que en ese nuevo marco seremos a la vez transparentes y anónimos, vulnerables ante el abuso de poder y opacos para nuestro prójimo. Y que en ese estado personal (si tal identidad tiene aún sentido) cualquier solidaridad será necesariamente virtual. Es posible, y probablemente sea lo máximo esperable, que a través de las yemas de nuestros dedos, desde el teclado, como nodo de una extensa e invisible red, nos llegue la invitación a participar en novedosas estrategias colaborativas y a fomentar en ese tejido nuestros sentimientos de empatía. Sin embargo, no estamos obligados a responder.

La cuestión es si se puede afrontar con todo eso la pérdida del mundo real, de nuestro entorno natural, de nuestra comunidad, de nuestra familia..., sumergida en un maremoto o por la apatía. Parece inconveniente repetirlo, pero hay que contar con que a veces la realidad se hace presente a través del dolor. Es difícil entonces evadirse al escenario virtual y llegado a él, a ese estancado mundo etéreo, suele ser inútil el intento de erradicar ese dolor. De nada servirá el mismo tratamiento que un día nos salvó del aburrimiento y nos llevó a ese estado de ilusión asistida y permanente. Ahora la ilusión que se necesita debe remontar los hechos y recobrarse en común para salir adelante. Ese sentimiento juega con afectos compartidos, y se mantiene gracias al compromiso inmediato, físico, gracias a la presencia y a la comunión (hagámonos ya con esta palabra tan pervertida) de todos. No le vayas a quien se ha visto zarandeado y arrojado al suelo, a quien está postrado y hundido en el barro con las ilimitadas posibilidades de las estrategias tecnológicas emergentes o con el salvífico recado de un mundo volátil.


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