domingo, 6 de marzo de 2011

Flotando


The Wreck Buoy (1847), J. W. Turner,
Walker Art Gallery, Liverpool.
Hay un momento en que descubres pocas cosas nuevas. Descubres más bien el valor de lo que te acompaña, de lo que te ha venido acompañando desde hace tiempo. Aunque quizá no sea descubrimiento la palabra más adecuada para ese reflotamiento de lo que el tiempo ha ido devaluando y creías perdido. Es sorprendente y emocionante ver levantarse al primer roce imágenes, canciones, sabores, lenguas, libros, paisajes de todo ese bagaje fantasma. Sólo estás recordando, me dicen por aquí para traerme a mandamiento, recordando lo que dentro de ti se quedó. Puede ser, puede que haya venido teniendo otra idea de lo que es un recuerdo y que lo haya confundido con uno de esos rescates memorísticos ganados con laborioso esfuerzo pero de muy pálida emoción. Comparado con este tipo de recuerdos, el reencuentro con aquellas sensaciones inmateriales apenas te afianza. Sigues a la deriva y a lo sumo te acompañan, son como los despojos que al náufrago sirven para mantenerse a flote en el temporal, con la cabeza en alto como una boya erguida.

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