martes, 5 de abril de 2011

Diálogos espaciales


Supongamos el siguiente caso: Un humano común, no un personaje de ficción como Superman, ajeno a tiempo y lugar, con un entorno social estable y su sensibilidad a punto, se ve en la necesidad de construir un discurso comunicativo que llegue a alguien que no conoce reglas comunicativas ni se sabe receptor de mensaje alguno. Parece un problema extremo y, sin embargo, es y ha sido bastante frecuente. El niño autista o Kaspar Hauser son los ejemplos más inmediatos en su enfoque pedagógico, está luego el caso de las corrientes migratorias que ha añadido a la misma cuestión mayor complejidad lingüística, pero es frente al extraterrestre donde nos encontramos sin un elemento básico, el interlocutor.


Como el contacto físico es en este último caso puramente especulativo, la tendencia natural conduce a imaginar un sujeto receptor. Consecuentemente, el diseño que resulte para éste condiciona, si no dicta, las bases del discurso. Un sujeto receptor, diseñado para el diálogo, no puede alejarse mucho de nosotros. El lenguaje elegido no suele ser el de las proteínas, ni el de la comunicación celular, es un lenguaje estructurado en torno a nuestras verdades, aunque esas verdades puedan no ser más estables que el entorno social que las sustenta. Esta suerte de absolutismo veritativo no le impidió a Hans Freudenthal intentarlo. En 1960 creó un lenguaje exploratorio, Lincos (Lingua cosmica), para enviar un mensaje espacial que, siguiendo las prescripciones del organismo demandante, incorporase lo más característico del conocimiento humano. Para esa emisión en busca del extraterrestre se incluían, además de las verdades matemáticas, una serie de conversaciones que ilustraban, con el juego de preguntas y respuestas, la semántica en la que se desenvolvían nuestras estructuras comunicativas.

Algunos hablaron de inconsistencia para descalificar esta construcción comunicativa, a la que tildaron de frágil y discontinua, a causa de su indefinición sintáctica. En su opinión esa falta de definición hacía que se abriera en el artefacto lingüístico una brecha profunda entre las verdades conocidas y los usos previsibles. Freudenthal, muy bregado como pedagogo y estudioso de la fenomenología de los formalismos matemáticos, mostró a sus críticos sin apaños el odioso rigor de las leyes lingüísticas, en concreto de las que ligan formalización y comunicación. «Hay niveles diferentes de formalización» decía, «y en cada caso tienes que adoptar el más adaptable al problema de comunicación particular; si no hay problema de comunicación, si nada tiene que ser comunicado en el lenguaje, puedes elegir la formalización completa». En realidad, ya sabíamos que la lógica por sí sola no crea un discurso comunicativo. Lo que él venía a recordar es que son los márgenes de indefinición, o de adaptación sintáctica si se prefiere, los que pueden dar cabida a distintos usos y perfilar posibles destinatarios. Serían precisamente esos márgenes los que harían del artefacto lingüístico un vehículo de ida y vuelta, capaz de canalizar algún tipo de diálogo espacial.


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