lunes, 9 de mayo de 2011

Apóstoles en campaña


El tiempo ha barrido a los profetas, pero corren tiempos electorales, así que apóstoles no nos faltan. La política los mantiene en activo, o sea los mantiene. A falta de compromisos, no paran de adornarse como los encantadores, haciendo oficio en la socorrida poética de la voluntad de servicio. «La política» declara uno de ellos, sincerándose ante una docena de curiosos, «me ayuda a crecer, como persona quiero decir, y me obliga a un esfuerzo sostenido y sostenible por mi futuro en la comunidad, o sea a darme por entero, con todas las fibras de mi ser, a mis electores». Por ridícula que parezca la confesión, esta dinámica de crecimiento y autoservicio personal no está mal pagada. Un amplio sector del espectro electoral, siguiendo la huella de su apóstol, se levanta y sigue al fantasma, sin decoro alguno, para lograr como él resultados contantes y sonantes, cuyas cifras estén a la misma altura en dignidad que su desinteresada entrega.

Cuando esa empresa no prospera y la frustración hace mella, la poética apostólica muestra un registro más siniestro, el del sacrificio. Ante un mundo que no les cuadra, insoportablemente infame e injusto con sus evidentes virtudes, reclaman poco menos que sacrificios humanos y amenazan con una justicia tenebrosa. Los más adelantados invocan directamente a sagrado y reclutan tropa para la guerra santa como capitanes del bien. Tomando a sus muertos por estandarte, prefieren honrar patrias antes que proclamar su ausencia, prefieren consagrarlos como héroes antes que guiar a la justicia. Difícil será la paz para esos muertos, cuya memoria nunca encontrará el respeto de todos, viendo que de nada sirve a la paz entre los vivos.


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