martes, 16 de febrero de 2010

El abrazo de la madera


Cuando una asimetría se resuelve en beneficio mutuo de los concurrentes se pone de relieve el profundo valor de la diferencia. Me quedaré con esta primera conjetura, e iré a sus oportunas consecuencias, pero en un terreno sorprendente y menos resbaladizo que el político, donde seguramente habría que acotar el enunciado hasta el exceso. 

De hecho esta calentura lapidaria me sobrevino mientras escuchaba subyugado La clemenza di Tito y, ya próximo el desenlace, sonaba el aria Non più di fiori. Vitellia ve en ese momento con temor cómo sus asechanzas hacia Tito han quedado al descubierto y no le queda confiar sino en su clemencia. En ese dúo, que mantiene con el corno di bassetto, asistimos a una de esas raras epifanías instrumentales que nos regala la música. Con este emparejamiento, Mozart demuestra que el diálogo no debe forzosamente quedar encerrado en la mera armonía, sino que puede resultar más vívido explorar la asimetría mediante el contraste de tonos. Los agudos de la soprano y las sombrías réplicas del clarinete son la mejor ilustración de la angustia con la que Vitellia se enfrenta a su previsible destino. La rúbrica final del efectista coro Che del ciel viene a subrayar la inminencia del augusto juicio.

Ahí se me fue la cabeza en busca de otras réplicas en las que la soprano se enfrentara en desigual lid a vientos y maderas. No tardó en venirme una de las más célebres. Me refiero al aria Quia respexit humilitatem del Magnificat de Bach. El encuentro de la voz con un óboe, que arranca doliente su discurso, es una de esas heridas irreparables, una emoción que queda en tí para siempre. Nadie apreciará afanes de emulación en esa sintonía. Del rigor compartido, en una partitura bajo la tutela del bajo, nace un diálogo que sólo parece buscar la exaltación mutua. Un óboe tan sublime no puede sino realzar la confesión de María, cuya voz le arrebata a su vez toda condición mundana para llevarlo hasta la gloria. En ese clima la irrupción del coro con Omnes generationes multiplica las voces y la asimetría al oponerlas a la orquesta.

Hay también soluciones más festivas y evocadoras. Una de las más brillantes la recordé en Händel, en una de aquellas Cantatas italianas, compuestas para el Cardenal Panfili, justo antes de su fulgurante carrera británica. Se trata de los Pensieri notturni de Filli, donde encontramos a la pastora Filis, sumergida en plácidas ensoñaciones de amor. Como contrapunto a la soprano, que relata la escena siguiendo al bajo continuo, es aquí la flauta dulce la que va coloreando el curso de los sueños. Puede que la cantata carezca del empaque y la gravedad de las obras anteriores, pero rebosa frescura, particularmente su aria final, Ha l’inganno il suo diletto. El diálogo es risueño, como un juego en el que flauta y soprano se disputaran el fraseo. El peso de la voz cantante, en la que ambos alternan, nunca consigue apagar en esta sucesión de cruces la ligereza de la melodía.

Y así del dramatismo de la ópera llegué a la ligereza de la égloga, pasando de camino por la solemnidad de la oda. Aunque en todos los casos los concurrentes se sabían llamados a un encuentro desigual, nunca pareció faltarles ánimo concertante. No sabemos si entender como un ejercicio de intuición o de razón lo que a partir de ahí logró la música.


lunes, 15 de febrero de 2010

Nos verán como un destello


En torno a sus dos polos, creación y crítica, la literatura parece girar impasible en un movimiento perpetuo, a la vista de quienes asisten fascinados a su recurrente ciclo de ortos y ocasos, y a costa de quienes presos de esa iluminación fugaz padecen todos sus altibajos. Sus cabezas, en cuanto quedan alumbradas y veneradas por sus canas, sólo aspiran a caer en un opaco silencio. También queda su último destello, son palabras sombrías y amenazadas que confían salvar de ese ciclo voraz y con las que esperan alcanzar en las estrellas fijas un lugar para su memoria. El firmamento del futuro tendrá como el de antaño curiosos e intérpretes: niños que levantarán el dedo buscando colores, geómetras y augures triangulando posiciones, ese oscuro brillo que tanto trastorna a los amantes y el éter en que se ahogan los suspiros de los atormentados. Pero, ¿quién de ellos acogerá a su vuelta ese último mensaje que hoy vaga frío y obstinado camino de las estrellas?

domingo, 14 de febrero de 2010

La fragua de Vulcano


 
Polo Químico de Huelva (Foto del diario Público)

Hace ya bastantes años, un amigo me llevó a orillas del Nervión, a la altura de Lamiako, para contemplar desde allí en plena noche el fulgor de los altos hornos de la margen izquierda. La visión me dejó deslumbrado, por una vez en sentido estricto. Tal como lo recuerdo, tenía algo de fantasmal todo aquel fuego fatuo elevándose por encima de las brumas de la ría. Al amigo, bilbaíno de pro, le faltó tiempo para apostillar aquel espectáculo como ``el paisaje industrial más bonito del mundo''. Parecía como si él estuviera contemplando un seductor panorama nocturno, mientras yo veía la fragua de Vulcano. Los malos humos de Altos Hornos o de Etxebarria desaparecieron en el tiempo junto con sus talleres de fundición. Todavía hay nostálgicos de aquellos paisajes tan espesos y voraces. No es mi caso. Pero la impresión, que aquella estampa me produjo, parece que sí la he conservado intacta. Me he topado hoy con esta imagen de Huelva, un nocturno marítimo. Acaso sirva de consuelo a los que aún recuerdan la vista inolvidable de Lamiako. Como ellos, hay quien sigue viendo progreso, donde sobresale el exceso y se asoma la rapacidad. Nadie retiene ya en su retina el paisaje original de la ría. Pero ahí, al lado de esta foto, quedan las marismas del Odiel y de Doñana, los enebros de Punta Umbría, interminables playas, estuarios y dunas. Hoy no les tocaba salir en la foto, y sería bueno que en esta foto no salieran nunca.

sábado, 13 de febrero de 2010

Tres de Pantierno


A veces, lo confieso, me dejo ir, y oigo el eco de mi orquesta. Me pasa lo que a Pantierno, que a fuerza amasar y amasar la pieza los brazos se me templan como si afinara violines.

Fajado hasta la cintura con bien de huevo y mucha harina, no hubo mejor franciscano. A Pantierno las avecillas le comían de los faldones, y mientras él galleaba como uno, ellas le respondían a trino.

Cada pan tiene su crujir, un punto que Pantierno le sacaba al horno como delicada nota. Panes que sonaban como violines, en su concierto de mesa. De dicha piábamos, como pajarillos picoteando entre las migas.


viernes, 12 de febrero de 2010

Vuelve Momo


Hadrianus Junius, Emblemata (1535)
No sé si vamos bien, así acogidos al capricho del dios Momo. No sé si esto de forzar el estrambote o de irse por la tangente es feliz alivio o mal augurio. El ingenio no deja de ser un modo de hacer restallar argumentos de poco peso con mucho ruido. Pasa que hartos de decir verdades hiladas, volvemos nuestra mirada al contrapunto, confiando en que con ese estilo llegarán más nítidas nuestras críticas. Antes de rodar Olimpo abajo, Momo lo intentó con burlas a Hefesto y Zeus, a Atenea y Afrodita. 'Aficionado a reprender: y el ánimo debe estar abierto', dice el lema del emblema anterior, lo que muestra que las gracias de Momo (sentado a la izquierda) siempre fueron bien recibidas. Sabía que torcer el implacable brazo de la lógica no logra cambiar el comportamiento de los dioses, pero esperaba que al dejarlos inermes por un día, nos llegaría a los mortales algún momento de locura, felicidad y risas.

jueves, 11 de febrero de 2010

Cuando esta nieve se funda


Cuando esta nieve se funda, llegará la hora de repetir la cita. Dejaremos que las aguas frías se alejen, y nos apostaremos arriba junto a la fuente, para ver crecer las montañas, poderosas, cuando ocultan al sol como su encendido tesoro.

Somos más que nuestros miedos


Uno puede intentar separar y ordenar uno a uno los miedos como un entomólogo bajo la lupa, pero suele ser inútil. Tienden a confundirse, a esconderse unos tras otros. El primero de los miedos, el más visible, es el miedo a que algo menos visible aparezca como un miedo. El miedo al avión puede ser a viajar, el de hablar puede ser a imaginar, el de enfermar puede ser a vivir. En esas transiciones no siempre es fácil remontarse a una causa primera, al menos a una distinta del propio sujeto que alberga los miedos. Con el fin de combatirlos, se pueden hacer alardes tipológicos o etiológicos, y separar al menos los orientados a algo o a alguien de los que son difusos y sin polarizar. Incluso entre los polarizados se puede discernir cuáles son más amenazantes graduando su nivel, bien por la proximidad del polo amenazador, bien por su naturaleza personal o social, en la confianza de que el dominante será más evidente al prevalecer sobre los demás. Pero ni siquiera entonces es sencillo identificarlos. Examinarlos no es muy diferente de examinarse. Si ya ésta de la clasificación es una tarea comprometida y dolorosa, aún lo es más pretender atenuarlos. Ahí se requiere ante todo una voluntad decidida, que a veces obliga a cambiar de vida y mudar costumbres. Una muda en la que uno va sintiendo con insoportable dolor cómo va dejándose el pellejo en cada una de las despiadadas e inevitables sacudidas.

martes, 9 de febrero de 2010

El caso de los contenedores


La palabra container llegó al mercado lingüístico cuando se quiso poner algo de funcionalidad en los fletes y mercancías navales. Grandes cajas metálicas se empezaron a alinear en los antiguos muelles a la espera de que las grúas trastearan con ellas hasta las bodegas. Pronto, entre estibadores y gruistas, la voz original pasó a convertirse en contenedor. Y en esta renovada versión el concepto ha acabado teniendo mucho más largo recorrido. Un contenedor puede ahora ser desde un cazo a una habitación. En sí mismo el contenedor actual es un concepto tan amplio que se podría calificar de adaptativo, al recibir esa bendición semántica cualquier objeto que cumpla funciones de contención. Pero si hubiera que describirlo en su nuevo giro, más que sus posibilidades de contención debería señalarse su hermetismo, esa capacidad para crear en su interior microambientes fácilmente dominables.


Realmente no hay nada de casual en el traslado a nuevos dominios de este instrumento portuario. Ha correspondido a las administraciones públicas el sospechoso papel de irnos metiendo la palabra contenedores, mientras iba promocionando nuevas posibilidades para estos cajones. Podría hasta pensarse que su elección responde figurada o realmente a un intento de forzar acciones que creen un orden social más operativo. Solo así se explica que se haya elegido a las escuelas como base del experimento. En sus patios hemos venido asistiendo de un tiempo a esta parte a la instalación de cómodos y funcionales contenedores escolares. Con este eufemismo nos referimos a los barracones destinados a descongestionar las anticuadas aulas. Si nos asomamos a su interior vemos que todo busca la funcionalidad, aun a riesgo de hacerlos inhabitables: sillas y mesas sólidas, y sólidamente ancladas al suelo, componiendo con sus 50 unidades un acabado diseño; paredes de fantasía con ventanas, aunque sin vistas; un gran termómetro digital y a su lado una corneta, para tocar en caso de que el calor reclame la emergencia; sólo se echa en falta alguna cámara que mantenga a la autoridad al tanto de cualquier desorden entre el personal almacenado. De parecido diseño pero a otra escala y con diferentes acabados ha ido apareciendo en catálogo toda una línea de contenedores académicos. Hay aularios e institutos avanzados, fórmulas públicas y mixtas, invenciones y sinergias pensadas para los distintos niveles y titulaciones. Por haber, hay contenedores hasta con proyecto de investigación incorporado, que se ofrecen llave en mano y con los trabajos en estado embrionario, prestos a desarrollarse con su benéfico flujo en tierras estériles y mentes desoladas, ajenas aún al porvenir de la ciencia. Con un lote surtido de estos contenedores, los fabricantes vienen ofreciendo últimamente imaginativas combinaciones que, por su estampa monacal al diseminarse en un prado, las autoridades adquieren al precio de universidades. Llevadas por su compromiso constante con el votante, las autoridades han solicitado soluciones similares para el sector de la cultura. Su intención es mantener el orden social alcanzado en el ámbito educativo, atrayendo hacia este tipo de reductos a la mayor cantidad de público posible con espectáculos muy golosos. Para satisfacer esta pasión hacia las bellas artes, inducida tempranamente por los educadores, se han diseñado los contenedores culturales. Es una nueva línea de producto con la que se culmina el programa Aprendo y me educo como ciudadano, que había arrancado con las soluciones escolares y continuado con las académicas. El propósito cultural obliga a dotar a estas unidades ---como es lógico algo más sofisticadas--- de condiciones ambientales un poco más relajadas que las de los anteriores a fin de facilitar un climax creativo.

Frente a planes tan prometedores, la experiencia nos viene enseñando que estas fábricas de educación y orden mental y funcional actúan como un hermético hervidero. Un poco ajenas a este hecho, las autoridades confían ciegamente en los contenedores como instrumento de intervención social, en vista de los resultados previstos a futuro por los sociólogos garantes del producto. Consuela pensar que algún día necesitarán votantes y deberán dirigirse a los contenedores a pedir el voto. Y al abrirlos descubrirán fulminados la alta capacidad destructiva de la energía allí contenida. Eso a menos que los abandonen a su suerte y se atrincheren en sus cómodos y transparentes contenedores electorales, o que pidan directamente el voto desde el interior de sus urnas.


lunes, 8 de febrero de 2010

Gauss, el omniscente


Del científico ha ido surgiendo un personaje literario, recurrente ya entre los escritores del XIX, en el que su tarea, lejos de resultar benefactora e impulsora de progreso, toma un rumbo oscuro y ambiguo, cuando no directamente perverso. No creo que haga falta poner ejemplos. La lejana distancia a la que se mueve la ciencia ha ido agrandando las reservas de los legos, pero la figura del científico sigue pareciendo comprometida con la verdad y propensa al desapego mundano, como si no fuera de carne y hueso. No voy a referirme a esos científicos literarios monstruosos y ensimismados, sino que me fijaré en defectos mucho más prosaicos, la mezquindad por ejemplo.

Ningún caso ilustra con tanta claridad ese rasgo del científico como el del llamado Princeps Mathematicorum. Estamos a comienzos del XIX, Carl Fiedrich Gauss, además de matemático celebrado e influyente, dirige desde 1809 el observatorio de Gotinga. Frente a tan notorio personaje encontramos protagonistas más modestos: los húngaros Farkas y János Bolyai, padre e hijo. Farkas es compañero de estudios de Gauss y su prometedor hijo János es un joven ansioso de encontrar su sitio como matemático. Completan el cuadro el matemático ruso Nikolái Lobachevski y un conjunto de corresponsales que cruzan sus cartas con dimes y diretes geométricos sobre un tema sumamente interesante: el postulado euclídeo de las paralelas.

Este tema, no obstante, no era nuevo. Databa de antiguo y constituía el fundamento de la geometría hasta entonces practicada, la euclídea. Fueron varios los autores modernos que pretendieron probar el postulado como teorema, aunque con escasa fortuna. Farkas siempre lo tuvo presente y publicó en 1804 una obra fallida sobre esta cuestión. Cuando su hijo quiso tomarle el relevo, trató de aconsejarle: «He atravesado esta noche sin fondo, que extinguió en mí toda la luz y la alegría. Te lo ruego, abandona la ciencia de las paralelas». Hacia 1825 János, que tenía entonces 23 años, desechó la idea de probar el postulado y acometió la más novedosa de rehacer la geometría con nuevas versiones del mismo. Su trabajo, concluido en 1829, quedó recogido en un Appendix, que se incorporó a una obra de su padre. El mismo Farkas envió copia a Gauss, con tan mala fortuna que sólo llegó la cubierta. Para 1832 Gauss ya había recibido y examinado una copia, por lo que envió a Farkas una respuesta en los siguientes términos:

«Si empiezo por decirte que `no puedo alabarlo', seguramente te llevarás una sorpresa; pero no lo puedo hacer; alabarlo sería alabarme; todo el contenido del trabajo, el camino que tu hijo ha seguido y los resultados a los que ha llegado, están prácticamente de acuerdo con mis propias meditaciones, de hace ya unos 30 o 35 años. De verdad estoy asombrado. Mi intención era no dar a conocer nada de mi trabajo en vida. [..] Por otro lado era mi intención escribirlo todo para que no pereciera conmigo. Estoy además verdaderamente sorprendido por haberme ahorrado este esfuerzo, y es para mí la mayor alegría que precisamente el hijo de mi viejo amigo sea el que me precedió de una manera tan notable».

Conjugando prepotencia y paternalismo, Gauss hace ver que perdona a János el haber encontrado una solución válida al problema, y se adelanta a señalar que es la misma solución que la que guardó en la recámara para no tener que enfrentarse a lo que en carta a Bessel de 1829 llamaba 'los gritos de los beocios'. Pero lo que no parece perdonar en János es esa osadía que él mismo no tuvo a la hora de presentar `sus' geometrías no euclídeas. Como consecuencia de este episodio epistolar, János que esperaba el respaldo de la gran autoridad para poder dar un salto en su carrera, acabó sospechando y acusando a su padre de connivencia con el omniscente Gauss. Finalmente lo abandonó al mismo tiempo que las matemáticas. Ajeno a esta dramática situación Lobachevski había desarrollado de forma independiente un trabajo, rechazado por la Academia Petropolitana y finalmente publicado en la revista de su Universidad de Kazan en 1829, que aborda de forma similar el problema. Gauss que conocía esta noticia no tuvo a bien comunicarla a los Bolyai en su carta, ni como simple advertencia.

Posdata: [1] Para la carta véase http://www.math.uwaterloo.ca/~snburris/htdocs/noneucl.pdf


Mínima 1


El que reclama el amor que nunca dio, recibirá a cambio algún recuerdo; al que lo dio y lo reclama, lo que reciba le sabrá nada; pero el que dio y no reclama, es el único capaz de sentirlo y digno de volver a recibirlo.