lunes, 31 de mayo de 2010

A vueltas con el miedo


—Daré un paso adelante y otro atrás para que me veas. ¿Vale?
—Creo que he visto algo. Pero vuelve, por favor.
—Lo que has visto por un instante es sólo tu miedo.
—No, no es verdad. Ya sé que estás ahí.
—Puede que sí, pero igual me confundes con tu miedo.
—El miedo no es algo que se vea.
—Muévete un poco, quizá entonces lo veas más claro.
—Sí, pero si avanzo, tendré que saber a dónde voy.
—Debería de bastarte con escuchar mi voz.
—Tendría que verte para fiarme de ti.
—Verme no te ayudará, ver tu miedo sí.
A ti no te temo, lo que temo es no verte.
—Da un paso,y  por el momento bastará.
—Sí, bastará para darme un susto
—Sería mejor que condenarse a estar esperándolo.
Con un poco más de luz, algo de confianza, igual podría…
—Al que está parado como tú, de nada le sirve la luz.
Oye, que tener miedo no es estar ciego.
—Ciego ya estás, porque no ves cómo te puede el miedo.
El miedo nunca me impediría verte.
—Cuando me has visto no me has reconocido.
Pero, ¿quién eres tu?
—Vamos, ven y mírame, porque si no seguirás ciego y, como el miedo te pueda, quizá mañana ya ni soportes mi voz.


domingo, 30 de mayo de 2010

La manopla


Entre gentes de la política se ha puesto de moda lo que ha dado en llamarse la tercera mano (no confundir con la tercera vía). Se trata de un cómodo instrumento, muy similar a los ortopédicos, de avanzado diseño, versátil, discreto y acabado en maderas nobles. Viene siendo utilizado últimamente para ordenar actuaciones, tomar en propiedad valores y suscribir contratos de cuyo contenido las otras dos manos, más retraídas, podrían avergonzarse. Tiene además una última utilidad, sumamente apreciada por los usuarios, en aquellos casos extremos en que hay que salir al paso frente a acusaciones sin fundamento y poner por los colegas una mano en el fuego. Sólo añadir que es ignífuga, una inversión, por tanto, perfectamente recuperable tras su paso por las llamas. Una vez ajustada y operativa llega a hacerse imprescindible, y hasta parece invulnerable. Existen tamaños diversos.

sábado, 29 de mayo de 2010

Moisés enseña el juguete


Son portada hoy de varios periódicos imágenes de la venta en España de los primeros Ipad de Apple. Sorprende un poco todo ese estrépito informativo, cuando a otros asuntos innovadores como la vacuna de la malaria, por ejemplo, no les acompaña, o directamente se les niega, tal promoción. La historia de ciertos robots empieza a ser una boba historia de amor, a la que seguirá de seguro una secuela de amarga frustración al no verse el pagano usuario correspondido en la medida del entusiasmo desplegado, y que culminará necesariamente con una fase destructiva. En algunos sobrevendrá un melancólico rechazo, que puede llevarles en su desolación a virar de forma radical de la solución Apple Corp. a la más económica de Papel & Lápiz, mientras que con otros, en los que el odio se cebe, asistiremos a golpes, estragos, despieces o el socorrido aplastamiento como fórmula ritual de desahogo frente a los abusos y la mofa de la máquina. Nada nuevo.

Moises Jobs y su tabla para una nueva era

Los medios cazarán con seguridad al primer propietario de un Ipad, que exultante se dirigirá a las cámaras para hacer saber al mundo que «como en New York (sic) se había agotado el stock y llevaba medio año sin dormir esperando hacerme con el invento, decidí hace tres días montar cola ante la puerta de los almacenes para hacerme con el primero que se vendiera en España». Suelen llamar a esto reportaje de calle o contextualización social de la noticia y sirve de lanzadera para mover el mercado. Otro recurso un poco más selectivo, pero con el mismo fin lanzador, consiste en distribuir unos cuantos artilugios entre gentes «del arte y la cultura» para que los «testeen» sin testigos, a solas. La propuesta puede parecer hasta obscena, pero casi siempre finaliza con la salida a los medios del elegido, entregado a cantar virtudes, aunque en privado quizá no haya dado ni con la tecla de encendido. Con esa fe se presentan radiantes como los profetas de la nueva era, luciendo en una mano su contrato de oráculo y con la otra apretando la tabla contra su pecho como el mismísimo Moisés. Para no dejar nada en el aire, estos afirman también que tras su retiro han avistado la tierra prometida.


viernes, 28 de mayo de 2010

Dux natura tibi


Los emblemas de alquimistas me producen una sensación equívoca, porque soy poco dado a las enseñanzas esotéricas. Mi escepticismo no da para grandes esperanzas y providenciales augurios. Acepto más la tradición cuando en ella aprecio algo de sabiduría que en su reclamo como credo. La tradición hermética me parece una amalgama compleja de creencias y prácticas de raíz espiritual intentando simultáneamente dar sentido y buscar la transformación de la materia. La existencia de propuestas analógicas y de vasos comunicantes entre disciplinas entre sí extrañas se ha dado desde su mismo origen, pero han ido decayendo sin remedio todos los esfuerzos por calentar las retortas con energía metafísica. Ha habido también otras afirmaciones sostenibles por sí mismas, sin soporte material alguno, y cuya inclusión en los tratados tiene pretensiones metodológicas, creando una corriente de corte empírico que los grandes científicos integrarían en la corriente matemática con origen en la lógica. Han existido también unos pocos enunciados de carácter general que han servido de hecho para que nuestra aproximación a la naturaleza haya acabado siendo de veras científica. Curiosamente transmitir estos últimos con un lenguaje directo, poderoso y evocador no está al alcance de la mayoría de los científicos, que balbucean a la hora de dar explicación a su firmeza.


En su Atalanta fugiens (1617), Michael Maier, un hombre de la corte praguense del emperador Rodolfo II, reunió una escogida colección de enseñanzas esotéricas, entre ellas algunas de este último tipo. Las otras apenas consiguen deslumbrarme, viéndose empeñadas en buscar su lugar como grandes cuestiones de efecto, alineadas con creencias y renovados mitos de la época. Entre todas me impresionan emblemas y epigramas como el XLII, que encabeza el lema Sean la Naturaleza, la Razón, la Experiencia y la Lectura, guía, bastón, lentes y lámpara para el que quiera aprender la química. Podríamos aquí, por las mismas razones que la química, o la alquimia, considerar propias para el lema cualquiera de las restantes ciencias naturales. Al lema acompaña un epigrama que desarrolla el punto, y en el que se lee:

     Que la Naturaleza te guíe, y tu síguela en tu arte,
     porque errarás si no es la compañera de tu camino.
     Que la razón te sirva de cayado, y la Experiencia te asegure
     las luces para que con ella puedas ver las cosas lejanas.
     Sea la lectura la lámpara que despeje las tinieblas
     para que te guardes, prudente, del amontonamiento de cosas y palabras.


Para la ciencia el carácter programático del epigrama anterior queda subrayado por el emblema que lo acompaña. Por detrás de la naturaleza marcha la ciencia que sigue sus huellas valiéndose de bastón, lentes y farol. Se deja ver en primer lugar que la naturaleza, como guía necesaria, precede a la ciencia, lo que es una implícita afirmación empirista. Al hacer después depender su estudio de la razón y la experiencia tenemos un firme adelanto, a comienzos del XVII, del nuevo signo de la filosofía natural. Tras esta segunda cuestión, merece la pena subrayar especialmente un último punto próximo al final. Esa invitación a evitar el amontonamiento o confusión de palabras viene a ligar la lectura, el estudio, con la idea de análisis. Hemos aprendido después que una lectura será analítica, si se fijan definiciones para los términos, y crítica, si se convalidan los métodos de desarrollo de las proposiciones. Maier deja servido el primer tramo y deja abierto el paso para que Descartes y otros establezcan las condiciones del segundo. Y a partir de ahí despegará el racionalismo.

jueves, 27 de mayo de 2010

La vida plana


Hay mundos abiertos a sospecha con horizontes vigilando en sus rendijas. Son ahí los sueños casi planos, dominados por ocasos voraces. Llega la noche y salen doce lunas en busca de las miradas perdidas, que a ciegas intentan cruzar los viejos lechos de plata. De aquellos plácidos pliegues ya sólo quedan ruinas tersas, de sus sombras aún surgen voces blancas, todas hechas al murmullo de historias pasadas. Hablan de cielos tensos y grávidos con sus tinieblas paralelas, de murallas y faros demolidos, de inmensos campos sedientos y huérfanos, de caminos que se refugiaron en las grutas. Por reptiles que en esa desolación vagan, conocemos las rutas difusas de los humillados, perseguidos a perpetuidad bajo el implacable vuelo raso. De los sueños amanece siempre el mismo relato, lo cuentan quienes desde lo más alto vieron un día erguido el mundo y al siguiente dibujaban sobre el polvo de sus ruinas. De los sepultados nada se supo, pero de los que sobreviven todo son huellas urgentes. Sin saberse presos del espacio, escapan a plena luz y a riesgo de que las sombras les delaten en su huida. En sus delirios lunares hasta se creen libres por haber ganado un día al astro tremendo. Perseguidos por sus doce espejos rastreros cruzan temerosos su pasado sin mayor deseo que doblar ese rígido y sangriento horizonte hasta adentrarse en el reverso oscuro, un mundo plano y siniestro, pero más seguro.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Mínima 12


El que concede mérito a quien no lo tiene, se concede una potestad que no merece.

martes, 25 de mayo de 2010

Retrato en el gancho


Como el que repuja paciente hasta dar volumen y brillo a su retrato, donde se contempla mudo y absorto en exceso, algo cómico y extraviado en el gesto, casi siempre remoto y sobresaltado, entre amagos y destellos; como ese iluso que escribe breves sus notas para imaginarse más ágil, airoso y ameno, hay otro que solemne insiste en su liturgia de pega hasta pillar su altar de rebote; el mismo que por dar ternura se apura los sesos y se macera las carnes hasta dar grima; el mismo que corta y pega, letra sí y letra no, como le vienen del aire, hasta colar sus artefactos en pompas; el mismo que se adorna con violines, aunque chirríe la jota, y lleva por Úbeda y sus cerros sus pasmadas citas canoras; el mismo que enseña planos de su catalejo para fugarse a lo grande como un mariscal geómetra. Ni siquiera le obligan a retratarse, pero cuando él coge y se mira, simplemente se devora.

lunes, 24 de mayo de 2010

Martin Gardner


A raíz de su muerte traigo aquí a Martin Gardner, escritor quizá anónimo para muchos, pero el más reconocido, y hasta la semana pasada en activo, de los especializados en cuestiones de matemática general y sus curiosidades. Pertenecía a una sorprendente saga, la de autores de problemas, enigmas y paradojas matemáticos. Un género en el que en otros tiempos participaron directamente casi todos los matemáticos. La faceta más seria y docta, de la que se han surtido desde entonces las matemáticas, dio paso a otra con una orientación más recreativa e informal. Quizá haya que tomar a Jacques Ozanam en sus Récréations mathématiques et physiques (1694) como el iniciador de esta nueva faceta, que tuvo su mayor desarrollo a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Algunos de los problemas clásicos de esa época aparecen recogidos en el famoso libro de Henry Dudeney Amusements in Mathematics (1917). Ya en el siglo XX, el género despegó en vuelo libre y tuvo cultivadores entusiastas y escuela propia en Rusia, en Alemania y finalmente en Norteamérica.

Heredero de esa tradición, Gardner ha sido el más conspicuo entre los practicantes de este género, sin duda singular, aunque no tan secreto como se pudiera creer. Para quienes lo desconocen la primera toma de contacto suele llegar a través de sus colecciones de artículos periódicos para el Scientific American. Y a quienes logran superar su temor a las matemáticas con esas excelentes viñetas, les queda por consultar toda su obra crítica, filosófica y divulgadora de la ciencia. Polemista y escéptico militante, hizo una cumplida defensa de sus posiciones filosóficas en su autorretrato Los porqués de un escriba filósofo, publicado hace ya 20 años. Hay en su obra también muchas y muy agudas incursiones en el terreno de la literatura. Le debemos, por ejemplo, una interesante edición anotada de las dos Alicias de Lewis Carroll, con la que marcó un punto de vista por entonces enteramente nuevo.

Habrá ocasión de volver a todas esas obras, pero hoy presento aquí, a modo de homenaje, una de las muchas paradojas contenidas en sus libros. Se trata de una paradoja visual de las llamadas de disección. En ella la reordenación de las porciones que forman un triángulo, da lugar a la pérdida de una pequeña parte de su área. Martin Gardner la atribuye al mago amateur Paul Curry, que la ideó en 1953, y la incluye en su colección Mathematical Magic and Mystery de 1956.


La paradoja, conocida como del área desaparecida, adquiere en este encomio fúnebre, por encima de su carácter lógico, un tono metafórico. En ese área desvanecida seguimos la suerte mágica de Gardner, cuya marcha deja un hueco sensible, aunque sepamos con certeza que aún sigue por ahí.


domingo, 23 de mayo de 2010

Posesiones necias


Allá donde vas, con una huella abrirás un camino, con ese camino marcarás un deseo y con ese deseo crearás tu propio mundo. Y una vez de vuelta, sabrás de tu mundo por su infierno, de tu infierno por la soledad y de la soledad por tu insondable locura. En la montaña cualquier sabio te diría: «Si un día logras tu propio mundo, no dejes que tus sueños retornen, ni vuelvas para contarlo como un necio, o pronto te harán ver que nunca nada fue tuyo».

sábado, 22 de mayo de 2010

Maniobras informativas


Leo en el periódico de ayer día 21 la siguiente nota: «Desde la Comandancia Militar de Navarra se señaló ayer que el día 18 de mayo una unidad militar tipo Compañía, integrada por 45 hombres perteneciente al Regimiento Sicilia nº 67 con sede en San Sebastián, tenía programada una marcha a pie por terrenos de montaña en la provincia de Guipúzcoa limitando con Navarra. "Por algún error de tipo topográfico -precisaron dichas fuentes- se pudo salir de la zona de acción entrando en el municipio de Orbaiceta" y que la marcha tenía duración de una jornada (de 9.00 a 14.00 horas)».


Zona de acción para el programa

Semejante correo oficial obliga a hacer algunas consideraciones y algunas precisiones. La primera consideración debería de ser sobre si la nota emitida se hace con ánimo informativo o con otra intención difícil de adivinar. Si no hay ese ánimo, sería mejor abstenerse de comunicados, y si la hay entraríamos en una segunda consideración. En esta nueva habría que preguntarse si es voluntario o no el menosprecio manifiesto hacia los lectores. Si es voluntario se actúa probablemente de iure, entendiendo que nadie debería de dudar de la alta instancia a la que representan. Si es de facto, estaríamos ante el dilema de tonto yo o tonto tu, por lo que conviene traer al caso precisiones que demostrarán que los tontos son ellos al tomarnos por tales. Vamos a ellas:

1 - Los tiempos corren también para el ejército que parece haberse quedado sin nombres para identificar las nuevas unidades operativas o sin hombres para componer las tradicionales. La unidad militar tipo Compañía, ¿es o no es una compañía? Si lo es, porque lleva un capitán al frente, 45 efectivos se me quedan cortos, y si no lo es, quizá haya que bautizar de algún modo a esta tropa deambulante.

2 - La actividad consistía en una marcha a pie con punto de partida en algún lugar secreto de Guipúzcoa, probablemente rondando ya Navarra. Podemos suponer la asamblea a las 9.00 a.m. El grupo emprendería camino y se internaría en terrenos de montaña para desfogarse y mostrar sus habilidades en la ‘zona de acción’, con tan mala fortuna que se desorientó. Es probable que el cabo a cargo de las comunicaciones acudiera por error con el equipo de telefonía con hilos. Lo cierto es que no disponían, metidos en pleno bosque, de móviles, GPS, ni comunicación fiable, o quizá que las órdenes obligaban a actuar de incógnito para no alertar a los civiles.

3 - Aunque no consta, es de suponer que este personal en armas marchaba además con el equipo reglamentario, donde siempre hay sitio para una modesta brújula, y que la autoridad al mando completaría la dotación básica, por si acaso, con algún mapa del escenario de la maniobra. Aún así cometieron, por la complejidad propia de meridianos y paralelos, un inevitable y fastidioso error topográfico que los llevó al buen tuntún por los montes navarros, sólo con el desayuno y sin certeza alguna sobre la hora de fajina.

4 - Ante la difícil tesitura planteada y tras examinar hasta el último detalle el manual táctico de soluciones operativas, la opción del mando parece que fue "tirar pa’lante" por valles, ríos y montañas. Y la fórmula cundió. Cundió tanto que a la hora de fajina (las 14.00 horas) los efectivos militares hacían su entrada desde Irati en el mismísimo municipio de Orbaiceta (nombre oficial Orbaitzeta).

5 - Analizados los datos, ni la tropa autóctona de don Carlos hubiera mejorado su rendimiento. Del punto guipuzcoano más próximo a ese municipio median en línea recta unos 55 Km, aunque eso sí pasando por Francia y sin llegar a Irati. De hacerlo estaríamos en los 70 Km por lo menos. Conociendo los usos habituales en estas expediciones, una hora al menos se iría en paradas, almuerzos, consultas topográficas y llamadas a SOS emergencias. Lo que nos llevaría entonces a una velocidad de crucero de unos 5 metros por segundo, o sea cercana a la carrera. Contando con los desniveles pirenaicos y con las tareas guerreras encomendadas, si cumplieron órdenes es más que una proeza. Presentar como un despiste topográfico lo que fue, de creer al redactor, un memorable alarde atlético y marcial es el error más imperdonable contenido en la nota.


viernes, 21 de mayo de 2010

Cosas de la edad



Lord Kelvin dormitaba plácidamente en su asiento mientras el orador, tres bancadas más allá, demolía con artillería impecable los fundamentos de su teoría. ¿Dónde acababa lo rígido y empezaba lo muelle?, ¿dónde la corteza ganaba turno al cuerpo candente? Un día ese frío creciente desplazaría todo asomo de calor y vida de nuestro mundo, pero ¿cuándo y desde cuándo? Todo el mundo sabía que ese calor irradiaba tan inexorable como la autoridad de Kelvin y de su termodinámica, y sabía también que, rebasada la cubierta externa, se disiparía como la vida misma. En este asunto venían siendo muchos los cambios teóricos y habían ido llegando paulatinamente. El calor provenía de dentro, del núcleo de la tierra, esto parecía claro. Y su velocidad de transmisión hacia la corteza nos ofrecía una ajustada medida de su edad. Valía aquí para la tierra, pensaba el octogenario Kelvin, lo que valía para su propio cuerpo. Frente a estas certezas y a su reflejo cronológico estimado en unos 100 millones de años, las observaciones de geólogos y biólogos venían sembrando dudas más que razonables. Pero en este tema ni los argumentos estratigráficos de Phillips, ni la edad que Darwin aventuraba a fin de avalar la evolución de las especies, podían ignorar el peso de las leyes termodinámicas. La física podía descansar y dormitar tranquila. Ya lo había proclamado él en su día, con gran revuelo y desazón del público: «En física está todo visto. Nos quedan dos problemas pendientes». ¿Qué podía traer, pues, a este debate el esforzado  Ernest Rutherford? Bueno, de lo que podía, algo ya sabía. Sabía, por ejemplo, que las nuevas hipótesis empezaban a complicar su tesis sobre la transmisión del calor y la edad de la tierra, y que en ellas se especulaba con nuevas energías. En ésas estaba Rutherford.

Y suya era la tribuna aquella tarde de primavera de 1904, mientras Kelvin, canciller de la Universidad de Glasgow, se sentaba como uno más atendiendo desde la bancada en la penumbra. Tan pronto como inició su discurso, Rutherford adoptó un tono cauteloso y mesurado, a sabiendas del riguroso examen de la audiencia a la que se dirigía y de las adversas y equivocadas teorías que muchos, entre ellos el veterano profesor, defendían. Conocedor de que la verbosidad siempre tiene sus riesgos y de que la confianza ineludiblemente atrae los errores, optó por ir enunciando en marcados tiempos cada una de sus afirmaciones, como quien levanta pacientemente su edificio. Para entonces Kelvin daba muestras de haberse desentendido del discurso, aunque sin llegar a espantar a sus próximos. Desde el atril Rutherford creyó oportuno el momento de afirmar con mayor audacia, pero sin caer preso de una arrogancia que pudiera alentar reproches. Echó una ojeada al adormilado profesor, y aprovechó, justo cuando más benévolos se adivinaban sus rasgos y más beatífica era su sonrisa, para apuntar: «Lord Kelvin había puesto un límite a la edad de la Tierra, siempre que no se descubriera otra fuente de calor. Esta declaración profética alude a lo que estamos considerando esta noche, la actividad del radio». Cruzado el Rubicón, creyó ver en el anciano una mirada radiante, donde otros apenas vieron un ojo entreabierto seguido de un leve respingo. Nadie hubiera podido decir si al quedar apagado escuchaba algo o nada. Quizá dormía apacible, quizá callaba prudente, sin querer ver ni discutir los detalles y dimensiones del naufragio frente a sus costas.

El empleo de la radioactividad en la datación del origen de la Tierra permitió posteriormente atribuirle una edad aproximada de 4600 millones de años. Biólogos y geólogos, liberados del estrecho yugo temporal kelviniano, respiraron en sus teorías más tranquilos.


jueves, 20 de mayo de 2010

Refranes y máquinas


Quizá la máquina represente el futuro, pero no cabe duda de que nosotros constituimos un presente más tangible. Reflexionar puede ser también variar el punto de vista, alterar el enfoque. Partiendo del viejo refrán «No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy», intentemos hacer pruebas:

      No esperes a conocer mañana lo que puedas suponer hoy.
      No imagines como virtual lo que ya tienes en tiempo actual.

      No maquines con el tiempo si quieres hacerlo tuyo.

A partir de esta serie podría incluso obtenerse alguna norma de uso futuro. Pensemos, por ejemplo, en este recompuesto refrán:
      «No olvides pasado el tiempo lo que puedes resolver
       ni dejes para las máquinas lo que puedas decidir».


miércoles, 19 de mayo de 2010

Deposición



Cuando Junichiro Tanizaki habla de letrinas y retretes en El elogio de la sombra hay en el relato un punto de serena emoción que sería impensable entre occidentales. La ‘obligada entrega’ puede que no sea un acto de heroica generosidad, pero tampoco es un mecánico vaciado de heces. Falsa idea nos hacemos de nosotros mismos cuando nos acogemos a la pureza material para extrañar y expulsar como fisiológicamente impuro lo que ha sido entrañablemente nuestro. No es cuestión de mostrar afectos, pero sí de tener conciencia de la continuidad natural y no volver la cara a lo que se restituye al medio. A diferencia de lo que viene pasando con el coito y la variada gama de actos sexuales, este es un acto que difícilmente saldrá del anonimato y que nunca llegará a tener rango social. En él los márgenes de competición son estrechos y el afán de emulación escaso. Es difícil emular a quien bien caga, es incluso difícil decir si caga tan bien. Sin un análisis químico preciso, poco dicen las heces al respecto. No obstante, de visu aún cabe darles interpretación, formular estéticas sobre colores, formas y texturas, y hacer escatología creativa, siempre que queramos llevar la tarea a escena pública, a riesgo cierto de que no se acepte. En general, y añadiría que afortunadamente, el acto sigue siendo íntimo y, si bien podría ser introspectivo y muy reparador, lo hemos convertido en algo vergonzante y sucio. De aquí parte probablemente la diferencia entre lo que Tanizaki nos cuenta y nuestra rutina cotidiana.

No hay más que visitar los habitáculos reservados a este fin para tener una clara idea de la consideración que la actividad merece. Para ser un acto deudor de nuestra condición animal, sorprende que haya recibido tan escaso seguimiento y tan tosco barniz de las culturas occidentales. De hecho, encerrados en el sórdido cubículo, los vínculos con el exterior se reducen a la puerta de salida y a ese oscuro agujero en el que prolongamos el nuestro. En un lugar así sólo podemos confiar en que la espera sea breve. Ni silencio ni frescura ni penumbra ni pájaros, todo muy lejos de los cuadros descritos por Tanizaki. Aquí la deposición será oficio más o menos duro, pero nunca restitución natural y placentera. De la concentración, al menos, bien podría esperarse la sabiduría, pero tampoco es el caso aquí, donde muchos comparecen inquietos, con cabeza y vientre hechos al típico furor de las mariposas. ¿Cómo aprender en semejante entorno a abandonar las tripas a su suerte, mansamente, hasta que esas ansiosas mariposas se orienten hacia la vía de escape y dejen flotar la cabeza libremente?. Esa cultura no se improvisa, pero siendo diaria la práctica, a falta de letrinas japonesas, serviría para empezar a familiarizarse con el método. No existen en él grandes sorpresas: Reponer la serenidad, componer el gesto, disponer de tiempo, posponer otros intereses y, al final, poner el huevo.


martes, 18 de mayo de 2010

Dioses patéticos


Este es un dios que dispara siempre a la cabeza, porque quiere hacernos suyos pero de corazón.

Este otro a falta de genética se dice padre y de todos reclama piedad, declarando impíos a quienes se saben huérfanos.

Este último dios enmudece entre rayos y truenos, pone humo a los desastres y se arroja al cielo en señal de duelo.


lunes, 17 de mayo de 2010

Plata y bronce


Portillo de la Cañada, Sierra de Leyre
Este escabroso paso dejaba ver al fondo una luminosa salida. La niebla hacía si acaso más animosa nuestra subida a través de este último y reluciente trecho a los altos de la sierra. Ahí la entalladura se abre rigurosa en su borde rocoso, pero nadie ha podido impedir la acometida de todas esas frondas que la envuelven y que le dan ese aire sombrío y tenebroso. Por delante y a la vista, quedaba aún ese último esfuerzo. Y en ese momento quiso la fortuna que allá abajo comenzaran a repicar las campanas de la abadía. Era mediodía, ascendíamos por esa escalinata plateada y, de repente como aupados por las nubes, llegamos arriba casi en volandas.

domingo, 16 de mayo de 2010

Tanteando la síntesis


En la Realschule de Linz a los once años

Además de compartir durante un año la misma escuela, tanto Wittgenstein como Hitler se conocían de memoria Die Meistersinger von Nürnberg, la conocida ópera de Wagner. Algo de sus enseñanzas se barrunta en la filosofía del lenguaje de Wittgenstein y seguramente también se podrían encontrar ecos de su argumento en el comportamiento hitleriano. No en vano el tema en cuestión, el valor y sentido de las normas, tiene allí un tratamiento que bien podríamos calificar de típicamente germánico. En principio no habría problema para hacerlo extensivo a cualquier disciplina, pero será mejor atenernos al caso de la creación formal que es el que da argumento a la ópera. En ella la paradoja crucial gira en torno a las reglas establecidas, cuyo sentido es dar continuidad a la disciplina pero cuyo destino es verse rebasadas en un nuevo criterio estético, que gozará de mayor favor y encontrará mejor sintonía con el público. En el Preludio de la ópera, uno de los aprendices de cantor, David, le instruye así a Walther, el recién llegado caballero:

         Mi Señor Caballero, así es como ocurre:
        el poeta que con méritos propios,
        compone una nueva melodía con los tonos de los Maestros
        pero con sus propias palabras y rimas,
        es reconocido como "Maestro Cantor".


A medida que progresa el argumento, la tensión a la que se ven sometidas las normas conduce a su resolución, en la que un oficiante de la disciplina, además de consagrarse maestro, sentará en ella una nueva norma. Es precisamente a este maestro, cuyo oficio va más allá del talento, al que se le llama genio. El tema e incluso la propia aceptación de la genialidad son cuestiones controvertidas. Traigo aquí los esfuerzos, recogidos en un cuaderno de Wittgenstein, tendentes a delimitar esa crítica diferencia entre genio y maestro en un breve aforismo. En la misma época en que se fragua en sus Philosophische Untersuchungen la idea de juegos de lenguaje con la consiguiente reorientación de las reglas lingüísticas, en sus Vermischte Bemerkungen (unos comentarios variados publicados en 1977) aparecen hasta cinco tentativas de aforismo, todas ellas correspondientes al año 1943.


     1- Genio es lo que hace olvidar el talento del maestro.
     2- Genio es lo que nos hace olvidar la destreza.
     3- Donde el genio es delgado, se puede transparentar la destreza (El 

        preludio de Los maestros cantores).
     4- Genio es lo que hace que no podamos ver el talento del maestro.
     5- Sólo donde el genio es delgado, puede verse el talento.


Poco quiero añadir, pero sí destacar al menos el empeño de Wittgenstein en dar acabada forma a su idea inicial. Es discutible el progreso en las sucesivas versiones, particularmente en lo poético, pero la concisión es sin duda norma predominante. Basta observar que cada versión hace contadas y equilibradas altas y bajas conceptuales. Es en la tercera donde resulta más inspirado, hasta el punto de apuntar su fuente literaria. Tras un retorno, un tanto recargado, a las dos ecuaciones iniciales, alcanza una mejora de la tercera que da por buena como versión final. Por encima de cualquier otra valoración, la serie de intentos muestra la complejidad de aquellos procesos creativos (poéticos, musicales, matemáticos) en los que se impone el objetivo de lograr simultáneamente una síntesis formal y conceptual.

Jugando con los cinco intentos, con la ópera y con la síntesis, nada puede ilustrarlo mejor que un fragmento del quinteto Selig wie die Sonne de Meistersinger. La soprano que lleva la voz cantante es Elisabeth Schumann. La London Symphony Orchestra la dirigía John Barbirolli y corría el año 1931.




sábado, 15 de mayo de 2010

Pieza urbana


New York - Mulberry Street 1900

Ya sé que las piezas urbanas se cotizan al alza y que el tufo a gabinete de bibliomante y taxidermista ahuyenta. Pero no tengo alma de cazador y tampoco soy un correcalles. La calle la veo como un espacio al que van llegando obedientes mis horas. Allí las veo confundirse con las de de otros sonámbulos paseantes que como yo se entrecruzan sin destino entre el humo aún reciente de su pasado. Pero sería poco decoroso presentarme ahora como un desterrado, llegado desde algún paraíso ilocalizable y sería también un adorno moral decir que volvería gozoso a un paraíso que no conozco para servir de feliz presa a las fieras en algún festín. Si comenzara por aceptar que mi paraíso tiene más fieras que resplandores, quizá dejara de mirar al cielo y de suspirar contemplando las estrellas. Seguramente aprendería a adivinar en lo oscuro el brillo de las dentaduras y dejaría de hacer camino de sonámbulo por las aceras.

viernes, 14 de mayo de 2010

Dialécticas cíclicas


Hieronymus Bosch, San Juan en Patmos (1489-1499)
Geraldegalerie, Berlin
A todos se nos hace dueños de un peculiar campo de batalla, nada cruento en principio, sino más bien dialéctico. Un campo hecho al forcejeo moral, donde el ángel y el demonio alargan sus cuellos sobre nuestros hombros y deslizan en nuestros oídos su tediosa cantinela. Para el sufrido dueño de esa cabeza, la batalla que estos dos libran cobra una dimensión trascendental, al colocar su libre albedrío en contienda como singular trofeo.

Tan patente es la ansiedad de estos alados consejeros, que acaban por aturdir con sus cargantes resoplos a quien por mera cortesía les escucha. Pero si la ansiedad de estos visitantes cansa, aún agobia más su intento de ganarse una decisión favorable y definitiva. Nos cuentan que en ello nos va una concluyente victoria, que pensemos en lo que supone decantarnos de su lado y en lo que de ahí se deriva, cuando con nuestro albedrío rendido pongamos definitivo rumbo a uno de esos dos polos morales.

No sería propio de quien se dice libre creer que en una momentánea decisión está escrito nuestro destino. Su conducta está sujeta a múltiples extremos y entretejida con innumerables caminos. Fijarse un polo es tanto como quedarse acorralado en un escenario de batalla y dejarse dominar por una fiebre maniquea. El criterio moral no consiste en tomar bando sino en saber conducir en beneficio general los impulsos que animan de manera natural nuestro comportamiento personal. El más elemental y también el más patente es el que distingue entre lo uno, que es lo propio, y lo otro, que es lo ajeno. Cuando sobre este eje no se equilibran las fuerzas, se acaba por desvirtuar toda esa épica bipolar del bien y el mal. En ese terreno movedizo de poco vale mirar al bien o al mal, porque en el otro nuestro bien nunca será el bien, mientras que el mal que en el otro vemos nunca será el nuestro.

Este final controvertido deja en entredicho muchos de los criterios morales que apuntan al bien y al mal, y devalúa notablemente la trascendencia de ese combate dialéctico entre las dos fuerzas angélicas. En la vida cada momento y circunstancia exigen criterio para saber conjugar lo propio con lo ajeno. Evitar ese difícil juicio personal y transformarlo en un teatrillo donde nuestras pulsiones se rinden al consejo de ángeles y demonios, supone abandonar nuestra dialéctica en sus manos y verla reducida al repetido intercambio de puntos y contrapuntos. Cualquiera que busque guía en este mundo reconocerá que esa simetría de poderes sirve de bien poco cuando se trata de juzgar algo tan cotidiano como dónde empieza a ser nuestro lo que antes fue tuyo y mío.


jueves, 13 de mayo de 2010

Llave mágica


Si la llave mágica se adentra en el pecho, girarán los goznes sobre los mórbidos humores y aparecerán aún vivos los amores.

miércoles, 12 de mayo de 2010

El talismán protector


Château Noir devant la montagne Sainte-Victoire (Mina de plomo y acuarela, 1890-1895)
Galería Albertina, Viena


La montagne Sainte-Victoire et le Château Noir (Oleo, 1904-1906)
Bridgestone Museum of Art, Tokyo


Parece que en total fueron 44 los óleos y 43 las acuarelas que Paul Cézanne dedicó al monte Sainte Victoire, el que domina desde levante toda la comarca de Aix-en-Provence, su ciudad natal. Como ningún otro monte, hasta donde conozco, ha merecido tanta atención de un pintor, nos vemos obligados a desviar nuestro foco pasando del reiterado tema directamente a su autor. En estos casos se habla de un espíritu perfeccionista, de la historia de una obsesión, y se aporta como meridiana prueba los nuevos matices progresivamente desvelados y catalogados en perfecta sucesión. El balance de la tesis se suele ajustar a los avances técnicos logrados por el genio enfermizo, a base de buscar entre genialidad y técnica alguna sintonía plausible.

Nadie puede negarle interés a esa radiografía técnica y anímica, pero se trata de un enfoque limitado que parte básicamente de un modelo físico, la montaña, y de su estudio, para evolucionar a un juego en que el propio estudio del modelo revela la impronta personal y variable de la percepción. El modelo retratado vendría a reflejar como en un espejo de doble cuerpo el estado de ánimo y el estado del arte pictórico del artista. Pueden servir de ejemplo las dos obras mostradas arriba. Es bien patente en ellas la diferente forma en que se aborda el modelo. Están ahí la elección de los materiales, los márgenes de observación y el encuadre, el diseño de la arquitectura formal, el ejercicio del trazo, la profundidad y el ritmo de la pincelada. Frente a esos presupuestos técnicos trasciende la ligereza y la vivacidad de la primera obra y el opresivo ambiente que rodea a la segunda. En cada una de las dos el intento expresa una faceta formalmente distinta y bastante reveladora de su horizonte personal. Seguro que reuniendo el conjunto de las 87 facetas sería posible dar contorno aproximado del artista como personaje y obtener el perfil psicológico necesario para escribirle un guión.

No obstante, creo que el esquema anterior se desentiende de un aspecto fundamental. Se trata de la elección de la montaña como modelo, y de esa montaña en concreto. Dejemos a un lado el pintoresquismo, que sería adecuado si el resultado hubiera sido un solo cuadro, e incluso pasemos a un segundo plano al propio pintor con su arbitrio estético. Aquí hay que hablar de observación, pero sobre todo de fascinación. De la fascinación que emana de objetos cuya presencia se impone, más allá de su impacto físico y visual, como si buscaran encaje en una sensible huella interior. Y no son los acentos psicológicos emparentados con la circunstancia del observador los que determinan esa huella. Son otros los acentos deudores que obligan recurrentemente a volver a ese objeto para explorar el sentido de su dominación.

No parece temerario afirmar que la montaña Sainte Victoire se revela en Cézanne como una presencia interior a la que interroga con insistencia. Entrevista desde siempre, desde la infancia, al fondo del valle como el centro del paisaje, como un ancla vital, la montaña describe físicamente los márgenes del amparo y hasta el dominio de una compleja fe. Habita en ella un espíritu que le protege de las inclemencias externas y probablemente de sí mismo. Quizá piensa que debería de ser capaz de compartir ese refugio, aunque no logre expresar lo que le somete, y apuesta por hacer visibles como huellas de esa dependencia las variopintas facetas mostradas por el monte Sainte Victorie, su talismán protector.


martes, 11 de mayo de 2010

Valles de marzo


El azul del valle es como el cielo de sus aguas, puro espejismo. El rojo de sus montes es como la niebla encendida, puro espejismo. El verde al final de la tarde puede ser azul y puede ser rojo, como un extraño capricho.

Mínima 11


Dar noticias es fácil, darles interés es deseable, darles peso es factible, darles coherencia es posible, darles verosimilitud parece demasiado largo.

lunes, 10 de mayo de 2010

Héroes de madera


Cuando la historia se repite es para mal, en el bien parece que cede de continuo a lo natural, una falsa estancia donde el mal es excepción y apenas se tiene en cuenta. El de los europeos en las Indias es un tema con múltiples facetas, pero en ninguna faltan los abusos y resabios aprendidos con anterioridad, de cuyas atrocidades apenas se informó, sobreviviendo ajenos a buen juicio. Por eso la historia se repite. Retrocedamos, por un momento, a la ‘toma de contacto’ de los europeos con las Islas Canarias en el siglo XV. Todo tiene ahí un aire de ensayo general, de lo que vendría un siglo después, pero las enseñanzas del episodio no llegaron a tiempo de evitar dramáticas repeticiones. Entre otras, las insidiosas guerras por sorpresa, los estragos y calamidades entre la población nativa y el comercio con los vencidos como esclavos. En fin, que todos los imperios acaban en Roma.


Tener por paladines a los invasores normandos y andaluces es un poco ingenuo, tomarlos por fundadores de una nueva y noble estirpe canaria es hacer épica del abuso. En esto cumplió la Ilustración, que puso las cosas en su sitio. El canario José de Viera y Clavijo, dedicó parte de sus extensas Noticias de la historia general de las islas de Canaria, obra escrita entre 1772 y 1773, a esa convulsa época de las Islas. Ya en el prólogo pone en solfa la calificación de afortunadas, y corrige: «El Principe de la Fortuna no fue Soberano de las Islas; fuélo de la fama de su existencia, ó quando mas, de los Aventureros que acudían a saquearlas». Como heraldos del infortunio, el ilustrado sólo podía reconocer en estos adelantados a buscadores de provecho, sin derecho de soberanía alguno: «se intitularon Reyes; pero no lo eran de vasallos, sino de Esclavos y Cautivos».

En conquistas tan celebradas todo el alarde de prepotencia y humillación debería atribuirse con igual razón a Castilla y Portugal, que sin escrúpulo ofrecieron a la aventurera tropa su patrocinio. Como señala Viera: «Se conocía muy bien que nuestros Heroes eran hombres, y hombres reos de Lesa-humanidad». Mejor sería decir reos de una lesión bien conocida, rara entre los héroes y común en aquellos que se amparan con ventaja en el poder de las armas. Ahora bien, si siempre se supo que no eran héroes, ¿porqué no hubo rey que creyera oportuno admitirlo? De haber habido buen juicio, quizá nos hubiéramos ahorrado su odioso retorno a escena en el siguiente y en posteriores siglos.


domingo, 9 de mayo de 2010

Cosas de Pantierno


Ver en la noche tres luces y contarlas. Así empieza Pantierno el cuento, con el dedo de luz en luz, hasta pedir tres deseos. Entonces su cara se enfosca, se ven rodar tres finas lágrimas y cuenta luego sus tres muertos.

Como quien lleva nubes entre manos y guarda ahí celoso su secreto, Pantierno señala su cielo. Nadie espera que traiga aguaceros, pero si se le apura entre risas, descarga un diluvio certero con aguas y aromas bien recios.

Frente al arriate de flores, Pantierno vigilaba paciente el lento paso de la sombra. Cuando ésta cubría una flor, la cogía con un manso y cálido arrullo, luego doblaba uno a uno los pétalos y cerraba por completo el capullo.


sábado, 8 de mayo de 2010

El paraíso se insinúa


Alexandros Serezis, Vieja puerta en Aegina, 2007
El cartel reza 'Hay de todo y es de todos'. Frente a la puerta la expectación aumenta y la multitud lentamente se arremolina atraída por la esperanzadora noticia. Llegan de todas las direcciones y su número comienza a crecer desmesuradamente. Hay gente de todas clases, de las barriadas y de pueblos perdidos, unos vienen de estepas y desiertos y otros hasta de la jungla, algunos de zonas de recreo y otros de donde viven en conflicto. Todos se acercan desde aquellos lugares para ver en directo ese umbral transparente y esperan con incertidumbre el momento. El tiempo transcurre insensible para el gentío congregado, nadie cuenta ya ni los meses ni los años transcurridos frente al cartel. Pero tampoco nadie, ni uno solo de los allí presentes, se decide a acabar con la espera, a atravesar de una vez esa puerta y a entrar el primero en ese intrigante y generoso paraíso.

viernes, 7 de mayo de 2010

En la prensa deportiva


Del manual de uso del martillo pelotero, de la fiebre roja de las ovejas y de los acelerados relojes de Johannesburgo hablaremos en próximos días largo y tendido.

Dominio


Por darle vueltas al tema crees que lo dominas. Pero el tema sigue ahí y eres tu el que a su alrededor gira.

jueves, 6 de mayo de 2010

Reglas para el debate


Para llevar a cabo un debate concluyente y para en todo momento saber a qué reglas hay que atenerse, conviene declarar de antemano si lo que uno afirma lo propone o lo mantiene, para comprobar en el primer caso con qué pruebas se avala y en el otro a qué precio se defiende.

Informe financiero


La mala fortuna puede hacer de la ventura desventura, la mala idea puede dejar lo cubierto al descubierto, la mala fe puede hacer su avío con los desvíos, pero en cuanto llegan los buenos oficios, todos estos despropósitos pasan a informe público como el más logrado de los  propósitos.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Estados más Generales


Apertura de los Estados Generales en Versalles el 5 de Mayo de 1789

La convocatoria de los Estados Generales proponía como asunto primordial uno insistentemente repetido en los cuadernos de quejas de los diputados del común: la aprobación del derecho general al placer y una decidida proclama de conjura y rechazo del dolor. Así que cuando Necker, como árbitro mayor, tomó la palabra, se hizo en la gran sala un silencio absoluto. «Por venir de donde viene» adelantó, «el placer resuena en todo nuestro cuerpo con un registro profundo». En ese momento, desde el fondo de la sala se oyó la airada voz de un espontáneo preguntando «¿Y de dónde viene, pues, Señor?». «Del oscuro averno» contestó un clérigo de inmediato, «de nuestras exhaustas arcas» le replicó irónico un noble, «de embestirlas a pelo» respondieron los del común al unísono. Por evidentes y dispares, pronto estas posturas arruinaron cualquier posible acuerdo. Aún así los representantes de los tres estados se mantuvieron pacientemente en su tarea y prolongaron durante días la encendida disputa. Temiendo que se ejerciera en este punto también el derecho de soberanía y se cerrara el debate con desprecio de la mayoría, acabó subiendo al estrado en representación de los comunes el doctor Guillotin. Apenas necesitó un minuto para proclamar directamente con aguda y meliflua voz su lapidario lema: «la asunción del placer será una prioridad inequívoca para nuestra asamblea, pero esa anestesia gozosa sólo podrá alcanzar a aquellos cuerpos en que la complacencia general resuene, donde no resuene la anestesia será tajante y fulminante».

Tras las sombras


Seguimos a las sombras para hacernos eco de vidas que un día tuvimos. Pero no somos sombras sino su oscura réplica. A nosotros es más fácil reconocernos en la galería de ausentes, como ancestros venerables del clan, o simplemente ensimismados como estatuas en el fondo del parque, hurtando al sol y sus rayos su sentencia.

A rumbo fijo


En superficies tan evolucionadas y revolucionadas como los cilindros, conos y esferas, el ropaje que las vista ha de estar a la altura de su elegante figura. Son muchas las curvas que podrían recorrerlas describiendo complejos y enrevesados trenzados, pero de entre todas quizá sean las loxodrómicas las que muestran el aspecto más homogéneo y ordenado.

El origen de estas curvas es más fácil de reconocer en la esfera, y por extensión en el globo terráqueo. Aunque fueran estudiadas con anterioridad, su uso tiene que ver con la navegación oceánica practicada a partir del siglo XVI. Si en una singladura seguimos un rumbo fijo, creemos llevar a la esfera el procedimiento, habitual en el plano, de unir dos puntos por el camino más corto. Pero en la esfera esta línea de rumbo fijo, la llamada loxodroma o curva loxodrómica, no es curiosamente la más corta. Esto avivó el interés por su estudio. Si desde un punto escogemos seguir el rumbo hacia el Este o el Oeste, la loxodrómica coincidirá con el paralelo en que se sitúe el punto. Estos son casos más bien excepcionales, porque en otro más normal podríamos partir de un punto del ecuador con un rumbo, por ejemplo, a 45º Norte. En tal caso iríamos dando un rodeo paulatino a la tierra, a medida que vamos cortando con ese ángulo de 45º los meridianos y nos acercamos progresivamente al polo Norte en un recorrido asintótico, es decir sin alcanzarlo nunca. Es esta la razón por la que a estas curvas se les califica también como espirales esféricas.

Escher, M. C. Sphere Spirals. Woodcut printed from 4 blocks. 1958.

El criterio ha sido cortar a ángulo fijo las curvas generatrices de la superficie esférica, o sea los círculos máximos y más en concreto los que pasan por los polos, los meridianos. El criterio trasladado a un cilindro circular buscaría que nuestra dirección corte con ángulo fijo las rectas generatrices paralelas al eje, con lo que el recorrido resultante sobre la superficie, es decir la loxodrómica cilíndrica, sería una hélice circular. De llevarlo a un cono circular recto, la curva iría cortando las rectas generatrices,  que forman con el eje  un ángulo constante, para de ese modo ir contorneando el cono como en una espiral para culminar asintóticamente en el vértice.

Todas estas curvas han tenido cumplido reflejo en el diseño artístico y también en el arquitectónico.  De la hélice hay  ejemplos muy abundantes, de las otras quizá menos. El de las loxodrómicas de la esfera ha sido un motivo que Mauritz Escher repitió en varias ocasiones, en una de ellas con el fascinante resultado mostrado en la figura anterior. El del cono es un caso singular y sorprendente. Pensemos el cono como una pirámide poligonal extrema, con infinitos lados. Ya en las de Egipto los sucesivos niveles de construcción se alcanzaban contorneando las caras con rampas de pendiente fija. De igual modo podría hacerse en pirámides no tetragonales. En los zigurats mesopotámicos parece que la técnica era similar. No es extraño, por tanto, que aparezca en las representaciones de la torre de Babel. En una ilustración contenida en Turris Babel de Athanasius Kircher, probablemente inspirada  en el cuadro de Brueghel el Viejo, se observan sendas vías espirales, una levógira y otra dextrógira, rodeando a una torre de diseño troncocónico. Pero lo más curioso es que ese diseño arquitectónico continuó habitando en el inconsciente local, porque aparece en el minarete de la gran mezquita de Samarra construida en el siglo IX. En él se observa que la vía de acceso a la cúspide, situada a unos 60 metros, es una rampa externa de pendiente constante. 
 


martes, 4 de mayo de 2010

Pellizco musical


Quartetto Italiano

Maurice Ravel ha pasado a la historia de la música como un gran orquestador, seguramente uno de los mejores. Además de profundo conocedor del universo tímbrico de la orquesta, fue un acabado maestro en el empleo de los tiempos e intensidades tonales. Decir todo esto no es novedad. Revisando sus inicios musicales podemos asistir a un ejercicio de síntesis instrumental, no necesariamente sobrio, pero sí premonitorio de su estilo orquestal. Hablamos del ofrecido en su Cuarteto para cuerdas en fa mayor, único que compuso y estrenado en 1903.

Es verdad que en esta época el cuarteto como género había ido imponiendo exigencias tonales muy altas a las cuerdas graves, llevando con frecuencia el clima del encuentro a un cierto paroxismo, más propio del expresionismo inminente que de los sosegados continuadores del clasicismo. Pero no iba a ser en este terreno donde Ravel mostraría sus cartas. Para explorar el repertorio tímbrico en instrumentos de una misma familia, se fue directo en el segundo movimiento a la fuente instrumental, la cuerda, para contrastar no sólo los tonos sino las propias técnicas: el juego de arpeo frente al movimiento del arco. Los efectos del experimento tienen un cariz más cercano a la recreación de las formas clásicas asumiendo gestos y técnicas más sutiles, por lo que si hubiera que encarar un símil en la pintura, volveríamos nuestros ojos al impresionismo.

También aquí la forma viene a ser el fondo, y en el fondo se trataba de abrir un tempo para la danza. El aire es festivo y evoca vagamente ritmos propios de la danza vasca, que Ravel, nacido en Lapurdi, conocía de sobra. El motivo inicial es un rítmico scherzo, más saltarín que zumbón. La novedad, que las cuatro cuerdas imponen su alegre ritmo mediante el pizzicato de las cuerdas. De este modo, a cambio de los matices melódicos, que inevitablemente se difuminan, se logra una profusión de acentos que parece regenerar el sentido original del ritmo musical.

Nuestra cita podría empezar cuando, ya próximo el final del movimiento, violoncello y viola emprenden un sostenido y creciente punteo para retomar el scherzo. Tras la sacudida rítmica que trae, ese cuidado encaje de tonos punteados se desvanece en los arcos, que anuncian con sus trémolos un agudo y breve cantabile en el que se suceden violín y viola. A partir de ahí dominará el cromatismo de los arcos, siempre subrayado por delicados toques al arpa. Los tonos se van apagando en continuados vibratos de despedida, que se ven acompañados por un intenso tanteo en las cuerdas rematado con un pellizco final.


Ravel, Cuarteto en fa (1904), extr. 2º mov.
Quartetto Italiano, Ascona 1968, Ermitage

lunes, 3 de mayo de 2010

Filosofía del poder


Aupado al poder, el filósofo tiende a creer que lo que no cabe en su cabeza, no puede entrar en ninguna, como si sólo en ella se acuñaran ideas de curso legal.

La mano fría


Fría y desmayada, lívida y exangüe, como si en el abrazo hubiera perdido el sueño y encontrado su amor fundido en mármol, como si ajena a toda cordura hubiera seguido incansable la azarosa suerte de las truchas, como si un pianista la hubiera desahuciado tras su desvaído ataque frente a las teclas, como si desde la oscuridad un dios despiadado concediera con ella turno al impasible hielo. Temo por las cabezas a las que señala esa mano indolente, temo la caricia en la frente, temo esos dedos de nácar, temo el furor transparente.


domingo, 2 de mayo de 2010

El vigía



¿Qué puede significar una roca enhiesta en medio del denso follaje? Los escritores de los que aprendí me dirían que es una muestra acabada de la voluntad o una imagen de la fuerza telúrica. Pero suele haber también algo de exhibición gratuita, de insinuación en ese empeño. Por eso me resultó más grato suponer que esperaba mi llegada, y que tras el avistamiento casual vendría el asombro y el recreo. Incluso puede ser que, tras nuestro repentino encuentro, azorada, hubiera preferido confundirse entre el hayedo, decidida a que nadie más supiera de ella. De ser algo más que una mirada seductora y mágica lo que hubo, nunca vi detrás a faunos o duendes. Ni sentí que el regalo de la roca me fuera dedicado, ni lo entendí como un mensaje críptico. Acababa simplemente un tranquilo paseo por el bosque bajo la lluvia, así que su descubrimiento se pareció más a un premio final añadido.

Un poco tonto que ahora lo diga, pero la roca lleva ahí ya un tiempo, y en esa acrobática postura. Al menos desde que se formó la falla de Lizarraga en cuya ladera se asienta, allá arriba en Urbasa. Épocas muy antiguas, tanto que hasta ha conseguido ganarse un nombre: Zaizuri, algo así como el vigía blanco. Tampoco muy conocido, una clave como de iniciados, ya sean pastores, carboneros o leñadores, ya sean brujas, monjes o herbolarios. Pese a su encanto, un nombre seguramente siniestro para quienes frente a la roca perdieron sus pasos en tardes de niebla y espesura.


Mínima 10


Algunas manías sirven de adorno, otras de coartada y la mayoría de coraza.

sábado, 1 de mayo de 2010

La luz de las promesas


En estos tiempos de obligada transparencia maravillan los esfuerzos personales modestos, callados y de largo cultivo durante años. No hay más que ver el trato que se ofrece a artistas, deportistas o cualquier otra persona cuyos méritos empiezan a deslumbrar, a los cuales se presenta como personajes excepcionales o ejemplares ignorando normalmente su lenta maduración y el apoyo educativo recibido, para comprender hasta qué punto están amenazados. De hecho para el protagonista y su entorno los efectos de esa maravillosa eclosión son tan bruscos y peligrosos como difíciles de prever. De verse arrastrados al centro de la escena, hay dos evoluciones más o menos conocidas: que el protagonista pase ante el público como un relámpago fugaz o que permanezca como una llama sostenida. La primera posibilidad viene marcada por la sorpresa repentina, nunca desdeñable si pensamos que muchas veces su protagonista luce como antorcha pionera y testimonial en medio de la oscuridad. En la segunda, la propia celebración de su llegada o el entusiasmo que contagia hacen que la luz se mantenga visible durante cierto tiempo. Ahí la evolución depende de cómo se transmita ese entusiasmo. Si se comparte sin desmontar su entorno protector, llegará a alumbrar por algún tiempo con luz propia, que se apagará a medida que aumente su propio desapego hacia quienes lo sostienen y apoyan. El caso contrario, más común, es aquel en que se fabrica un descubrimiento estelar. El entusiasmo es entonces claramente interesado, por lo que el protagonista acabará irremediablemente absorbido por el espectáculo y como tal distribuido por los circuitos de consumo. Sin otra ayuda que su vocación o su convicción deberá aguantar los temibles vaivenes del mercado y conservar un temple personal tan lúcido e incombustible como una mecha.