miércoles, 19 de mayo de 2010

Deposición



Cuando Junichiro Tanizaki habla de letrinas y retretes en El elogio de la sombra hay en el relato un punto de serena emoción que sería impensable entre occidentales. La ‘obligada entrega’ puede que no sea un acto de heroica generosidad, pero tampoco es un mecánico vaciado de heces. Falsa idea nos hacemos de nosotros mismos cuando nos acogemos a la pureza material para extrañar y expulsar como fisiológicamente impuro lo que ha sido entrañablemente nuestro. No es cuestión de mostrar afectos, pero sí de tener conciencia de la continuidad natural y no volver la cara a lo que se restituye al medio. A diferencia de lo que viene pasando con el coito y la variada gama de actos sexuales, este es un acto que difícilmente saldrá del anonimato y que nunca llegará a tener rango social. En él los márgenes de competición son estrechos y el afán de emulación escaso. Es difícil emular a quien bien caga, es incluso difícil decir si caga tan bien. Sin un análisis químico preciso, poco dicen las heces al respecto. No obstante, de visu aún cabe darles interpretación, formular estéticas sobre colores, formas y texturas, y hacer escatología creativa, siempre que queramos llevar la tarea a escena pública, a riesgo cierto de que no se acepte. En general, y añadiría que afortunadamente, el acto sigue siendo íntimo y, si bien podría ser introspectivo y muy reparador, lo hemos convertido en algo vergonzante y sucio. De aquí parte probablemente la diferencia entre lo que Tanizaki nos cuenta y nuestra rutina cotidiana.

No hay más que visitar los habitáculos reservados a este fin para tener una clara idea de la consideración que la actividad merece. Para ser un acto deudor de nuestra condición animal, sorprende que haya recibido tan escaso seguimiento y tan tosco barniz de las culturas occidentales. De hecho, encerrados en el sórdido cubículo, los vínculos con el exterior se reducen a la puerta de salida y a ese oscuro agujero en el que prolongamos el nuestro. En un lugar así sólo podemos confiar en que la espera sea breve. Ni silencio ni frescura ni penumbra ni pájaros, todo muy lejos de los cuadros descritos por Tanizaki. Aquí la deposición será oficio más o menos duro, pero nunca restitución natural y placentera. De la concentración, al menos, bien podría esperarse la sabiduría, pero tampoco es el caso aquí, donde muchos comparecen inquietos, con cabeza y vientre hechos al típico furor de las mariposas. ¿Cómo aprender en semejante entorno a abandonar las tripas a su suerte, mansamente, hasta que esas ansiosas mariposas se orienten hacia la vía de escape y dejen flotar la cabeza libremente?. Esa cultura no se improvisa, pero siendo diaria la práctica, a falta de letrinas japonesas, serviría para empezar a familiarizarse con el método. No existen en él grandes sorpresas: Reponer la serenidad, componer el gesto, disponer de tiempo, posponer otros intereses y, al final, poner el huevo.


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