jueves, 27 de mayo de 2010

La vida plana


Hay mundos abiertos a sospecha con horizontes vigilando en sus rendijas. Son ahí los sueños casi planos, dominados por ocasos voraces. Llega la noche y salen doce lunas en busca de las miradas perdidas, que a ciegas intentan cruzar los viejos lechos de plata. De aquellos plácidos pliegues ya sólo quedan ruinas tersas, de sus sombras aún surgen voces blancas, todas hechas al murmullo de historias pasadas. Hablan de cielos tensos y grávidos con sus tinieblas paralelas, de murallas y faros demolidos, de inmensos campos sedientos y huérfanos, de caminos que se refugiaron en las grutas. Por reptiles que en esa desolación vagan, conocemos las rutas difusas de los humillados, perseguidos a perpetuidad bajo el implacable vuelo raso. De los sueños amanece siempre el mismo relato, lo cuentan quienes desde lo más alto vieron un día erguido el mundo y al siguiente dibujaban sobre el polvo de sus ruinas. De los sepultados nada se supo, pero de los que sobreviven todo son huellas urgentes. Sin saberse presos del espacio, escapan a plena luz y a riesgo de que las sombras les delaten en su huida. En sus delirios lunares hasta se creen libres por haber ganado un día al astro tremendo. Perseguidos por sus doce espejos rastreros cruzan temerosos su pasado sin mayor deseo que doblar ese rígido y sangriento horizonte hasta adentrarse en el reverso oscuro, un mundo plano y siniestro, pero más seguro.

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