sábado, 1 de mayo de 2010

La luz de las promesas


En estos tiempos de obligada transparencia maravillan los esfuerzos personales modestos, callados y de largo cultivo durante años. No hay más que ver el trato que se ofrece a artistas, deportistas o cualquier otra persona cuyos méritos empiezan a deslumbrar, a los cuales se presenta como personajes excepcionales o ejemplares ignorando normalmente su lenta maduración y el apoyo educativo recibido, para comprender hasta qué punto están amenazados. De hecho para el protagonista y su entorno los efectos de esa maravillosa eclosión son tan bruscos y peligrosos como difíciles de prever. De verse arrastrados al centro de la escena, hay dos evoluciones más o menos conocidas: que el protagonista pase ante el público como un relámpago fugaz o que permanezca como una llama sostenida. La primera posibilidad viene marcada por la sorpresa repentina, nunca desdeñable si pensamos que muchas veces su protagonista luce como antorcha pionera y testimonial en medio de la oscuridad. En la segunda, la propia celebración de su llegada o el entusiasmo que contagia hacen que la luz se mantenga visible durante cierto tiempo. Ahí la evolución depende de cómo se transmita ese entusiasmo. Si se comparte sin desmontar su entorno protector, llegará a alumbrar por algún tiempo con luz propia, que se apagará a medida que aumente su propio desapego hacia quienes lo sostienen y apoyan. El caso contrario, más común, es aquel en que se fabrica un descubrimiento estelar. El entusiasmo es entonces claramente interesado, por lo que el protagonista acabará irremediablemente absorbido por el espectáculo y como tal distribuido por los circuitos de consumo. Sin otra ayuda que su vocación o su convicción deberá aguantar los temibles vaivenes del mercado y conservar un temple personal tan lúcido e incombustible como una mecha.

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