sábado, 27 de febrero de 2010

Día del concepto



Con el fin de dar carta de naturaleza al Día del Alumno de Ciencias, la Consejería de Educación envió un breve oficio en el que nos pedía la elaboración de un módulo didáctico sobre un tema científico de actualidad. El encargo fue encomendado a nuestro gabinete de divulgación científica: siete avezados profesionales del mundo de la comunicación con alguna incursión exitosa en el ámbito de la enseñanza. Tras una primera reunión, se decidió que el tema fuera la Inseminación Artificial, pensando en el interés que de seguro este asunto suscitaría entre los adolescentes. A diferencia de otros temas, que quedaron sobre la mesa, la documentación apenas planteaba dificultades, incluso para gente de letras como todos nosotros.

Donde de verdad empezaba el trabajo serio era en el intento de ofrecer un enfoque realmente novedoso y moderno. En la memoria justificativa del avance económico a cuenta, ya apuntábamos nuestra pretensión de hacer «un uso extensivo y adecuado de imágenes, sonidos y datos para una progresiva profundización en el análisis temático». La argumentación del contenido no debía ser el problema, habida cuenta de que podía irse engordando a voluntad con el material del que disponíamos. Había que extremar la atención en aquellos detalles formales que redondean y potencian el impacto del producto. Por eso esta investigación formal se asignó a nuestra sección de diseño.

Con todo ello se dio forma, mediante software propietario, a una cadena de pantallazos, que en cada momento irían siendo subrayados por sucintas explicaciones y otras muletillas verbales. En este caso las funciones de «apoyo oral» correrían a cargo de los dos colegas especializados en comunicación audiovisual. Para completar su misión, a la vez que presentaban las transparencias, deberían de ir haciendo labores de animación entre los jóvenes con el fin de que tomaran la palabra e hicieran sus propias aportaciones y preguntas, creándose así un clima de auténtica efervescencia comunicativa.


La experiencia piloto se desarrolló en una clase donde nos encontramos con alumnos de unos 14 años. Lamentablemente no todos sabían inglés, así que tuvimos que optar por la lengua vernácula. Todo discurrió sin demasiados contratiempos hasta la transparencia IA-3b. En ella se aludía a algunos de los riesgos que la técnica tenía, y se citaba concretamente el caso de los embarazos ectópicos. Ante el natural asombro que todo el despliegue mediático venía produciendo en nuestro público, y temiendo que sólo fuera perplejidad, el profesor que cuidaba a esta gente tuvo la fatal ocurrencia de tomar la palabra para ver si todo el material que habíamos ido presentando se asimilaba.

—No sé si sabéis qué es un embarazo ectópico— se preguntó, mirando a sus alumnos. Las caras apenas mostraban interés por saberlo y la impresión que daba era que no había consenso general. Por eso produjo cierto incomodo, que se dirigiera a la ponencia para sugerirle:

—Podríais explicarles un poco el concepto, o sea de qué clase de embarazo estamos hablando, porque hay algunas cuestiones sobre reproducción que aún no conocen.

Aunque curtidos en estas lides, los ponentes no pudieron ocultar una mueca de espanto y se miraron un tanto confundidos. El se tomó algún tiempo ajustándose la corbata y arremangándose la camisa, mientras ella se servía toda el agua de la jarra. Finalmente nuestro hombre encaró la pantalla, se puso de espaldas al mundo, y con un hilo de voz dijo:

—Bueno, no, que no hay tiempo. —y volviéndose añadió— Pero aquí tengo las estadísticas de embarazos ectópicos. De los últimos cinco años y de todas las autonomías.


jueves, 25 de febrero de 2010

La pulga y las tres abejas


Corría el año 1610, hace de esto pues 400 años. Una versión ligeramente modificada del instrumento que le catapultó al firmamento, permitiéndole identificar los satélites de Júpiter, le sirvió a Galileo para observar el micromundo más próximo. El telescopio refractor, hoy conocido por su capacidad para salvar la distancia entre la escala doméstica y la sideral, yendo de nuestro mundo al macromundo, parece un dispositivo unidireccional. Pero nada en realidad impediría que con los mismos elementos el dispositivo cambiara de dirección, e incluso que fuera bidireccional. El aparejo de lentes entubadas que permite atraernos la lejanía, debería de poder hacer lo propio con la diminuta cercanía, porque la óptica que por un lado del tubo sirve como telescopio, si miramos por el otro sirve de microscopio.

Por eso Galileo empleó un dispositivo bastante similar al telescopio para la observación de insectos. Lo que bautizó como occhialino tuvo en sus manos un uso breve pero, al parecer, intenso. Llegó a dejar noticia de sus observaciones en una carta de 23 de septiembre de 1624 a Federico Cesi. En ella muestra su entusiasmo ante la visión de ese nuevo mundo y sobre todo ante las formas con que se revelan algunos de los insectos más comunes.
 “Envío a V.E. un occhialino para ver de cerca las cosas mínimas, del cual espero que sirva para dar gusto y entretenimiento no pequeño, como me lo ha dado a mí… He contemplado muchísimos animalillos con infinita admiración: entre ellos la pulga es horrenda, el mosquito y la polilla son bellísimos… En suma nos es dado contemplar infinitamente la grandeza de la naturaleza, y cuán sutilmente trabaja, y con cuán indecible diligencia…” [1]
 De particular interés para Cesi fueron algunas de las observaciones relativas a la abeja, las cuales se incorporaron a Apiarium (El colmenar), una obra que publicó en 1624. Federico Cesi había fundado junto con unos amigos, en Roma en 1604, la famosa Accademia dei Lincei, a la que Galileo se incorporó como fratello en 1611. Parece que la Academia encontró protección para sus actividades en la figura de Urbano VIII. El cardenal Maffeo Barberini, que con ese nombre llegó en 1623 a la cátedra de Pedro, era miembro de una familia florentina dada al mecenazgo de las artes y las ciencias. La publicación del Apiarium por Cesi quiso ser, un homenaje al Papa, a un año de su proclamación. Al hacerlo "in perpetuae devotionis symbolium”, aludía al escudo nobiliario de los Barberini, en el que figuraba como motivo central un triángulo formado por abejas. De poco serviría a Galileo esa obsequiosidad de la Academia, cuando en 1632, bajo su pontificado, fue obligado a rendir cuentas ante el Santo Oficio.

[1] G.Galilei, Lettera a Federico Cesi, en Il carteggio Linceo, Roma, G. Gabrieli, 1996, pp. 942-943.

Libertad y claridad


A aquellos que conciben la libertad como un valor absoluto, como un santo y seña en su discurso, tan abonados normalmente a su ejercicio como alejados de su respeto, habría que advertirles de que la libertad va indisolublemente asociada al error. El dominio de la libertad es el del error humano, más o menos reparable, más o menos eminente. A los que entienden que el paso por el error es también camino de perfección, habría que decirles que eso eleva su conocimiento a la categoría de necesaria y general instrucción. El dominio del error es de pertenencia propia, pero de público reconocimiento; en ningún caso puede convertirse en un ámbito subjetivo donde montar una ventajosa economía de venial pecado y dudosa reparación. A quienes suponen que la purga de errores dará pie a una ciencia sólida y ensanchará nuestro criterio hasta tenerlo por libre y certero, habrá que recordarles que la proclama de libertades no siempre ha acarreado entendimiento ni sabiduría, que ventajas y beneficios suelen cruzarse en su destino, y que sólo puede ser considerado aprendizaje solvente el que nos permite transitar entre el dominio de la libertad y el de la claridad inconclusa.

Posdata: Ilustración del Frank Leslie's Illustrated magazine (1886) sobre el montaje de la Estatua de la Libertad.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Cómo ajustar guerras


Nada puede ilustrar mejor el poder de las metáforas en la generación de los discursos, que las propias metáforas empleadas por el poder. George Lakoff analizaba en Metaphor and War las bases en las que se sustentó el discurso oficial estadounidense que dio pie a la primera Guerra del Golfo. La argumentación podría servir mutatis mutandi para la segunda y también para lo que hoy tenemos en casa. En este análisis Lakoff muestra un ejemplo meridiano de transferencia de una metáfora al peligroso terreno de la política militar. En la metáfora de partida la agresión a un inocente acarrea una disputa entre el héroe y el villano. Tras esta drástica simplificación, se extraen interesadas consecuencias a otro nivel en forma de justificación moral. El relato acaba sirviendo para reclamar, a través de la sencilla metáfora (que sirve de gancho), un multitudinario respaldo social. La cita se inicia con la metáfora-cuento de la que el poder se vale y acaba con la denuncia por Lakoff de la transferencia-mensaje.

«Un villano comete un crimen contra una víctima inocente (normalmente asalto, robo o secuestro). La agresión se produce debido a un desequilibrio de poder y crea un desequilibrio moral. El héroe, o bien reúne a quienes le ayuden o lo hace él solo. El héroe hace sacrificios; pasa por dificultades, normalmente haciendo un arduo y heroico viaje, a veces a través del mar hasta territorio hostil. El villano es inherentemente maligno, quizás también un monstruo, de modo que razonar con él está fuera de cuestión. El héroe no tiene más elección que entablar batalla con el villano. El héroe derrota al villano y rescata a la víctima. Se restaura el equilibrio moral. Se logra la victoria. El héroe, que siempre actúa honradamente, ha demostrado su humanidad y logrado la gloria. El sacrificio valió la pena. El héroe recibe la aclamación, junto con la gratitud de la víctima y de la comunidad».

«El cuento de hadas lleva dentro una asimetría. El héroe es moral y valeroso, mientras que el villano es amoral y vicioso. El héroe es racional, pero aunque el villano sea astuto y calculador, no puede razonarse con él. Los héroes, por lo tanto, no pueden negociar con villanos; deben derrotarlos. La metáfora del enemigo como demonio aparece como consecuencia del hecho de que entendemos lo que es una guerra justa en términos de este cuento de hadas».

Posdata: G. Lakoff, Metaphor and War, Viet Nam Generation Journal, 1991
http://www2.iath.virginia.edu/sixties/HTML_docs/Texts/Scholarly/Lakoff_Gulf_Metaphor_1.html


martes, 23 de febrero de 2010

Tarde de cine


Hay películas que, pese a los esfuerzos del guión, no consiguen concluir. El torrente de imágenes es continuo y la inquietud va creciendo en la sala, sin que se adivine un final, ni feliz ni funesto. Figurantes, más que actores, aparecen y desaparecen periódicamente dando una nota desconcertante. A veces las voces se enredan en diálogos; mayormente se insultan, porque dicen que se aprecian, aunque ni se tocan. Es como un simposio académico: de vuelo platónico, pero en lo suyo y por lo bajo rompedor; difícil saber quién habla realmente, porque todo es bastante fluido y trabado, o sea confuso. Mientras tanto, del lado iluminado por la pantalla el ambiente es de merienda, con palomitas y mucho cebo para que lo básico, la munición, no falle. Sin reparar que del lado resplandeciente la cosa continúa: El se repantinga en su sofá con un cigarro, por la boca se le escapa una humareda como si fuera un fakir, mientras ella, acaso su cónyuge, saca un pañuelo y se suena con estruendo. Acto seguido se alivia con un hondo suspiro y se trabaja con la uña discretamente la dentadura. La sala entonces se agita, teme que lo peor sobrevenga. Aparecen providenciales los paisajes, estampas festivas de columpios alpinos y matronas rollizas, y se hace una sana y sensata calma. En lo que sigue y a fuerza de insistir, hay caras que se te quedan y acaban al rato resultándote familiares. Serían como los personajes, siempre empeñados en hacer méritos para seguir paseándose medio vivos. Para dar el golpe verista, en el entremedio meten en la película las noticias: nos saludan efusivamente el presidente y el campeón de los pesos gallo, sólo unas palabras de ánimo para la parroquia; personajes estos de verdad, todo sinceridad y todo pundonor, tanto que te gratifica. Los otros después siguen a lo suyo, persiguiéndose con el coche y dejando a sus espaldas un ancho reguero de lisiados, chatarra y fogatas. Son momentos de mucho humo, con emoción y fugas, y además ellos se aman. Ahí la trama parece haberlos dado por perdidos, así que, aprovechando la intimidad de la penumbra, se acercan hasta las butacas como sombras custodias, cuando algunos ya dormitan. Como esas, muchas otras sombras escapan del resplandor y avanzan por entre los pasillos, pidiendo atención como limosna, como si la luz las diera por desheredadas. Al primer y natural temor ha dado paso entre el público la expectación. Y la acogida, sin ser entusiasta, pronto resulta franca, y hasta generosa. Un niño les sale al encuentro y les entrega su chicle, una sombra envuelve al infante en su seno y levantando ostensiblemente el brazo lo envía como un relámpago a pantalla. Poco a poco surge de lo blanco un espectro risueño, que a todos saluda con su flequillo y su cándida sonrisa. En la sala, enmudecida por un momento, todas las miradas se fijan en la madre, que dubitativa acierta a ponerse en pie y finalmente arranca a aplaudir como poseída. El entusiasmo entonces prende, los aplausos arrecian, algunos reclaman la salida del infantil espectro al grito de ¡Oscar, Oscar! Al fondo un grupito discrepa, quieren abandonar esa oscuridad cuanto antes y piden a voces que les devuelvan la entrada, aunque siga la película.

lunes, 22 de febrero de 2010

Escarabajo en vuelo



Imagen obtenida mediante el programa Mathematica (Wolfram Research)

Quien esperase una fotografía de alguna de las innumerables especies de coleópteros se verá sorprendido por la existencia de una especie completamente diferente, cuyas variantes dependen de los valores numéricos asignados a dos parámetros. Esta especie, que bien podría clasificarse como coleóptero paramétrico, se caracteriza, según muestra la figura, por un cuerpo estilizado, dos élitros y la cabeza, sin asomo de las otras  dos alas y de las patas. Al ser un insecto geométrico es posible dimensionar sus élitros por medio del primer párametro (1 en la figura) y dar volumen a cabeza y cuerpo con el segundo (0,6 en la figura). El hallazgo de la especie fue logrado en 1858 por el matemático belga  Eugène-Charles Catalan. Para su reproducción hay que obtener la abscisa x y la ordenada y correspondientes a los valores reales de t comprendidos entre 0 y 2pi con arreglo a las ecuaciones dadas, y llevar los puntos a un sistema de coordenadas.

Mínima 2


Probablemente no deberíamos llorar por algo que jamás ha logrado hacernos reír. Pero tampoco esperemos reír con lo que ni siquiera puede hacernos llorar.

domingo, 21 de febrero de 2010

El monumento y sus espectadores


J. Yárnoz, V. Eúsa, Navarra a sus Mvertos en la Crvzada (1942)
Desde su alta consideración el visionario provoca como el sol radiante, a partes iguales, fascinación e intimidación. No se trata de dos sentimientos alternativos, sino de uno solo que tiende silenciosamente a apoderarse del incauto paseante, convirtiéndolo en un pasmado espectador. Algunos ven en la aparición del visionario el anuncio de los nuevos tiempos. Puede que así sea, que con su impronta marque los tiempos hasta transformar en futura gloria lo que sólo es fruto de su ensoñación. Traer al presente ese sueño, reconocerlo en piedra tangible, es un espectáculo que ese visionario se siente obligado a rendir como prueba y testimonio ante su absorto espectador. No basta con presentar imágenes mediante el uso de tecnología. Para contar sueños se necesita algo más, el relato debe ir acompañado de un nuevo modo de ver.

 Albert Speer, Deutsche Stadion bei Nüremberg (1938)
Para ese fin el repertorio de artes útiles es variado y casi todas enseñan a mirar más allá, pretendiendo captar lo que no se llega directamente a ver. En el arte de apilar piedras, en la arquitectura, resaltar el carácter emblemático del monumento es un recurso de sobra conocido. Sugerir un volumen que acoja miradas necesitadas de confianza y protección, concita líneas de fuerza soterradas, orienta a las multitudes, consiguiendo que todo ello se traduzca en un rápido respaldo social. Este poderoso instrumento confiere al visionario la posibilidad de hacer ver su sueño, pero también la de ejercer su dominio en el espectador. Las escenografías arquitectónicas parecen explorar la ingenuidad, buscando anclar las miradas como en un espectáculo hipnótico.

Étienne-Louis Boullée, Projet de cénotaphe à Newton (1784)
En el ámbito de lo político el mecanismo se presta fácilmente al abuso. El visionario megalómano, con su querencia por el diseño monumental, quiere enseñar los parámetros morales que guían la nueva era de progreso. Por eso su arquitectura es impensable sin la revelación de un credo. Curiosamente no es demasiado decisivo para el resultado que el credo sea teísta o racionalista. Ambos han alentado a lo largo de la historia en el espectador un estado de fascinación, que favorece el sometimiento político. Su grado es directamente proporcional a las dimensiones y a la rotundidad del monumento que escenifica ese credo. Las sospechas de seducción valen tanto para las pirámides y los monumentos de la antigüedad como para los emblemas de la ilustración o de los tiempos modernos. La diferencia es que, mientras que en los primeros es más que manifiesta la petición de servidumbre, en estos últimos, apenas se consigue identificar al megalómano que maneja los hilos, o a sus directos beneficiarios políticos. En otras palabras, a quien habla en nombre de la razón.


sábado, 20 de febrero de 2010

Ciudades y colinas



Anónimo : Trattato di diuersi [diversi] istrumenti matematici, 1593, 
(Ms. C. 82, Bibl. Marucelliana, Firenze).

Con este sencillo escenario se quiso ilustrar en su tiempo el uso topográfico de ciertos instrumentos matemáticos. Remitiéndonos al texto manuscrito que lo acompañaba, nos enteramos de que el levantamiento de datos intentaba mostrar rudimentariamente cierta organización espacial del territorio. Aunque la ilustración no rehúye ciertos detalles, como descripción del natural es bastante abstracta y curiosa. No parece propio hablar aquí de un apunte paisajístico, y llamarlo mapa sería también un poco inadecuado. Pero sí que hay algo de ambos. Es palpable, a pesar de la sobriedad gráfica, que en todo ese despliegue de suaves colinas hay un modo distinto de mirar, si bien con una mirada de trazo tan preciso que da al cuadro un aire de desolación casi conceptual. Camino de la abstracción, que orienta esa precisión, va esa denotación mediante letras de los puntos escogidos. Hasta la denominación de punto para los lugares señalados peca de inexacta en este caso, en que cada uno de ellos se manifiesta con su propia figuración.

Aceptando que hay dos formas de entender el punto, bien como una excepción o bien como una contribución, y que ambas remiten a un todo vago e impreciso, en la escena la puntuación resaltada iría más bien en la segunda dirección. El carácter abstracto, que la excepción confiere al punto, proviene de su oposición a un espacio genérico en el que el punto destaca, mientras que aquí no estamos propiamente ante un conjunto de puntos. El estilo de puntuación de esta lámina sugiere la incorporación de lo puntual a un todo y las miniaturas arquitectónicas buscan su sitio en él para constituir un espacio común. En este esfuerzo de integración los puntos siguen floreciendo entre colinas y árboles con anónimos y singulares edificios para mostrar su identidad organizativa propia y combinarla en un estilo ciudadano común. Lo que asoma en ese tapiz toscano de colinas y cipreses no es propiamente una topografía abstracta sino una suerte de despliegue ciudadano en la que, a falta de una geometría de caminos y alianzas, cada lugar busca su posición alzado desafiante sobre sus torres y monumentos.


miércoles, 17 de febrero de 2010

Tiempo de cuaresma


Sobre la cuaresma que entra y el ramalazo de moral con que sacude, sólo advertir dos cosas que, para salir reconfortados, nunca conviene olvidar: que ese árbol da también moras y que si te anima la penitencia, siempre es bueno que llegue con algún fruto.

Desvaríos


Un motivo es el modo más eficaz de justificar un desvarío. Es habitual que se le añada al motivo el calificativo de justificado para armarlo un poco y llevarlo así al terreno de la lógica. Sin embargo, ahí le esperan oponentes conceptuales de cierto fuste, siempre dentro de las líneas de demarcación prescritas por Aristóteles. Para encadenar situaciones lo primero que deberíamos identificar es lo que él llamó una causa eficiente. Lo que parece distinguir a la causa del motivo es que, a diferencia de aquella, este último no fuerza necesariamente efecto. Esa holgura en el motivo convierte su lógica en un discurrir tortuoso, lleno de trampas y trucos, y en un campo propicio para la falsedad encubierta. Parece absurdo insistir en lo de motivo justificado, cuando de seguir cómodos por las reglas de la lógica, rayaríamos en el pleonasmo y sobraría lo de justificado, dejando el motivo al nivel de la causa. Más esclarecedor y ajustado a la realidad resulta hablar de motivo aparente, porque efectivamente el motivo es una causa sólo en apariencia.

Si continuamos por los derroteros tortuosos, habremos de aceptar como posible que un desvarío, por ejemplo, pueda carecer de un motivo justificado, aun cuando exista motivo. No teniendo fundamento éste último como para ser tomado por causa, podría sentenciarse en un juicio, incluso en presencia de motivo, la absolución de los hechos por muy grave que fuera el desvarío. Otra falacia escondida es la posible existencia de motivos no justificados. En torno a estos, el enigma se resuelve metiendo en el mismo saco los impulsos o acciones espontáneas, por un lado, y los falsos motivos, por otro, lo que haría del motivo un concepto indefinible y en la práctica equívoco. Pero lo más curioso de todo este asunto, lo que convierte a su lógica en un mecanismo sesgado, además de informal, es su insensibilidad al aumento. En general, en la lógica regular, a más causas, mayor determinación o expresión de los efectos. Pero no aquí, donde dos motivos para un desvarío ya no justifican nada, sino que acrecientan la sospecha de que nunca los hubo.


martes, 16 de febrero de 2010

El abrazo de la madera


Cuando una asimetría se resuelve en beneficio mutuo de los concurrentes se pone de relieve el profundo valor de la diferencia. Me quedaré con esta primera conjetura, e iré a sus oportunas consecuencias, pero en un terreno sorprendente y menos resbaladizo que el político, donde seguramente habría que acotar el enunciado hasta el exceso. 

De hecho esta calentura lapidaria me sobrevino mientras escuchaba subyugado La clemenza di Tito y, ya próximo el desenlace, sonaba el aria Non più di fiori. Vitellia ve en ese momento con temor cómo sus asechanzas hacia Tito han quedado al descubierto y no le queda confiar sino en su clemencia. En ese dúo, que mantiene con el corno di bassetto, asistimos a una de esas raras epifanías instrumentales que nos regala la música. Con este emparejamiento, Mozart demuestra que el diálogo no debe forzosamente quedar encerrado en la mera armonía, sino que puede resultar más vívido explorar la asimetría mediante el contraste de tonos. Los agudos de la soprano y las sombrías réplicas del clarinete son la mejor ilustración de la angustia con la que Vitellia se enfrenta a su previsible destino. La rúbrica final del efectista coro Che del ciel viene a subrayar la inminencia del augusto juicio.

Ahí se me fue la cabeza en busca de otras réplicas en las que la soprano se enfrentara en desigual lid a vientos y maderas. No tardó en venirme una de las más célebres. Me refiero al aria Quia respexit humilitatem del Magnificat de Bach. El encuentro de la voz con un óboe, que arranca doliente su discurso, es una de esas heridas irreparables, una emoción que queda en tí para siempre. Nadie apreciará afanes de emulación en esa sintonía. Del rigor compartido, en una partitura bajo la tutela del bajo, nace un diálogo que sólo parece buscar la exaltación mutua. Un óboe tan sublime no puede sino realzar la confesión de María, cuya voz le arrebata a su vez toda condición mundana para llevarlo hasta la gloria. En ese clima la irrupción del coro con Omnes generationes multiplica las voces y la asimetría al oponerlas a la orquesta.

Hay también soluciones más festivas y evocadoras. Una de las más brillantes la recordé en Händel, en una de aquellas Cantatas italianas, compuestas para el Cardenal Panfili, justo antes de su fulgurante carrera británica. Se trata de los Pensieri notturni de Filli, donde encontramos a la pastora Filis, sumergida en plácidas ensoñaciones de amor. Como contrapunto a la soprano, que relata la escena siguiendo al bajo continuo, es aquí la flauta dulce la que va coloreando el curso de los sueños. Puede que la cantata carezca del empaque y la gravedad de las obras anteriores, pero rebosa frescura, particularmente su aria final, Ha l’inganno il suo diletto. El diálogo es risueño, como un juego en el que flauta y soprano se disputaran el fraseo. El peso de la voz cantante, en la que ambos alternan, nunca consigue apagar en esta sucesión de cruces la ligereza de la melodía.

Y así del dramatismo de la ópera llegué a la ligereza de la égloga, pasando de camino por la solemnidad de la oda. Aunque en todos los casos los concurrentes se sabían llamados a un encuentro desigual, nunca pareció faltarles ánimo concertante. No sabemos si entender como un ejercicio de intuición o de razón lo que a partir de ahí logró la música.


lunes, 15 de febrero de 2010

Nos verán como un destello


En torno a sus dos polos, creación y crítica, la literatura parece girar impasible en un movimiento perpetuo, a la vista de quienes asisten fascinados a su recurrente ciclo de ortos y ocasos, y a costa de quienes presos de esa iluminación fugaz padecen todos sus altibajos. Sus cabezas, en cuanto quedan alumbradas y veneradas por sus canas, sólo aspiran a caer en un opaco silencio. También queda su último destello, son palabras sombrías y amenazadas que confían salvar de ese ciclo voraz y con las que esperan alcanzar en las estrellas fijas un lugar para su memoria. El firmamento del futuro tendrá como el de antaño curiosos e intérpretes: niños que levantarán el dedo buscando colores, geómetras y augures triangulando posiciones, ese oscuro brillo que tanto trastorna a los amantes y el éter en que se ahogan los suspiros de los atormentados. Pero, ¿quién de ellos acogerá a su vuelta ese último mensaje que hoy vaga frío y obstinado camino de las estrellas?

domingo, 14 de febrero de 2010

La fragua de Vulcano


 
Polo Químico de Huelva (Foto del diario Público)

Hace ya bastantes años, un amigo me llevó a orillas del Nervión, a la altura de Lamiako, para contemplar desde allí en plena noche el fulgor de los altos hornos de la margen izquierda. La visión me dejó deslumbrado, por una vez en sentido estricto. Tal como lo recuerdo, tenía algo de fantasmal todo aquel fuego fatuo elevándose por encima de las brumas de la ría. Al amigo, bilbaíno de pro, le faltó tiempo para apostillar aquel espectáculo como ``el paisaje industrial más bonito del mundo''. Parecía como si él estuviera contemplando un seductor panorama nocturno, mientras yo veía la fragua de Vulcano. Los malos humos de Altos Hornos o de Etxebarria desaparecieron en el tiempo junto con sus talleres de fundición. Todavía hay nostálgicos de aquellos paisajes tan espesos y voraces. No es mi caso. Pero la impresión, que aquella estampa me produjo, parece que sí la he conservado intacta. Me he topado hoy con esta imagen de Huelva, un nocturno marítimo. Acaso sirva de consuelo a los que aún recuerdan la vista inolvidable de Lamiako. Como ellos, hay quien sigue viendo progreso, donde sobresale el exceso y se asoma la rapacidad. Nadie retiene ya en su retina el paisaje original de la ría. Pero ahí, al lado de esta foto, quedan las marismas del Odiel y de Doñana, los enebros de Punta Umbría, interminables playas, estuarios y dunas. Hoy no les tocaba salir en la foto, y sería bueno que en esta foto no salieran nunca.

sábado, 13 de febrero de 2010

Tres de Pantierno


A veces, lo confieso, me dejo ir, y oigo el eco de mi orquesta. Me pasa lo que a Pantierno, que a fuerza amasar y amasar la pieza los brazos se me templan como si afinara violines.

Fajado hasta la cintura con bien de huevo y mucha harina, no hubo mejor franciscano. A Pantierno las avecillas le comían de los faldones, y mientras él galleaba como uno, ellas le respondían a trino.

Cada pan tiene su crujir, un punto que Pantierno le sacaba al horno como delicada nota. Panes que sonaban como violines, en su concierto de mesa. De dicha piábamos, como pajarillos picoteando entre las migas.


viernes, 12 de febrero de 2010

Vuelve Momo


Hadrianus Junius, Emblemata (1535)
No sé si vamos bien, así acogidos al capricho del dios Momo. No sé si esto de forzar el estrambote o de irse por la tangente es feliz alivio o mal augurio. El ingenio no deja de ser un modo de hacer restallar argumentos de poco peso con mucho ruido. Pasa que hartos de decir verdades hiladas, volvemos nuestra mirada al contrapunto, confiando en que con ese estilo llegarán más nítidas nuestras críticas. Antes de rodar Olimpo abajo, Momo lo intentó con burlas a Hefesto y Zeus, a Atenea y Afrodita. 'Aficionado a reprender: y el ánimo debe estar abierto', dice el lema del emblema anterior, lo que muestra que las gracias de Momo (sentado a la izquierda) siempre fueron bien recibidas. Sabía que torcer el implacable brazo de la lógica no logra cambiar el comportamiento de los dioses, pero esperaba que al dejarlos inermes por un día, nos llegaría a los mortales algún momento de locura, felicidad y risas.

jueves, 11 de febrero de 2010

Cuando esta nieve se funda


Cuando esta nieve se funda, llegará la hora de repetir la cita. Dejaremos que las aguas frías se alejen, y nos apostaremos arriba junto a la fuente, para ver crecer las montañas, poderosas, cuando ocultan al sol como su encendido tesoro.

Somos más que nuestros miedos


Uno puede intentar separar y ordenar uno a uno los miedos como un entomólogo bajo la lupa, pero suele ser inútil. Tienden a confundirse, a esconderse unos tras otros. El primero de los miedos, el más visible, es el miedo a que algo menos visible aparezca como un miedo. El miedo al avión puede ser a viajar, el de hablar puede ser a imaginar, el de enfermar puede ser a vivir. En esas transiciones no siempre es fácil remontarse a una causa primera, al menos a una distinta del propio sujeto que alberga los miedos. Con el fin de combatirlos, se pueden hacer alardes tipológicos o etiológicos, y separar al menos los orientados a algo o a alguien de los que son difusos y sin polarizar. Incluso entre los polarizados se puede discernir cuáles son más amenazantes graduando su nivel, bien por la proximidad del polo amenazador, bien por su naturaleza personal o social, en la confianza de que el dominante será más evidente al prevalecer sobre los demás. Pero ni siquiera entonces es sencillo identificarlos. Examinarlos no es muy diferente de examinarse. Si ya ésta de la clasificación es una tarea comprometida y dolorosa, aún lo es más pretender atenuarlos. Ahí se requiere ante todo una voluntad decidida, que a veces obliga a cambiar de vida y mudar costumbres. Una muda en la que uno va sintiendo con insoportable dolor cómo va dejándose el pellejo en cada una de las despiadadas e inevitables sacudidas.

martes, 9 de febrero de 2010

El caso de los contenedores


La palabra container llegó al mercado lingüístico cuando se quiso poner algo de funcionalidad en los fletes y mercancías navales. Grandes cajas metálicas se empezaron a alinear en los antiguos muelles a la espera de que las grúas trastearan con ellas hasta las bodegas. Pronto, entre estibadores y gruistas, la voz original pasó a convertirse en contenedor. Y en esta renovada versión el concepto ha acabado teniendo mucho más largo recorrido. Un contenedor puede ahora ser desde un cazo a una habitación. En sí mismo el contenedor actual es un concepto tan amplio que se podría calificar de adaptativo, al recibir esa bendición semántica cualquier objeto que cumpla funciones de contención. Pero si hubiera que describirlo en su nuevo giro, más que sus posibilidades de contención debería señalarse su hermetismo, esa capacidad para crear en su interior microambientes fácilmente dominables.


Realmente no hay nada de casual en el traslado a nuevos dominios de este instrumento portuario. Ha correspondido a las administraciones públicas el sospechoso papel de irnos metiendo la palabra contenedores, mientras iba promocionando nuevas posibilidades para estos cajones. Podría hasta pensarse que su elección responde figurada o realmente a un intento de forzar acciones que creen un orden social más operativo. Solo así se explica que se haya elegido a las escuelas como base del experimento. En sus patios hemos venido asistiendo de un tiempo a esta parte a la instalación de cómodos y funcionales contenedores escolares. Con este eufemismo nos referimos a los barracones destinados a descongestionar las anticuadas aulas. Si nos asomamos a su interior vemos que todo busca la funcionalidad, aun a riesgo de hacerlos inhabitables: sillas y mesas sólidas, y sólidamente ancladas al suelo, componiendo con sus 50 unidades un acabado diseño; paredes de fantasía con ventanas, aunque sin vistas; un gran termómetro digital y a su lado una corneta, para tocar en caso de que el calor reclame la emergencia; sólo se echa en falta alguna cámara que mantenga a la autoridad al tanto de cualquier desorden entre el personal almacenado. De parecido diseño pero a otra escala y con diferentes acabados ha ido apareciendo en catálogo toda una línea de contenedores académicos. Hay aularios e institutos avanzados, fórmulas públicas y mixtas, invenciones y sinergias pensadas para los distintos niveles y titulaciones. Por haber, hay contenedores hasta con proyecto de investigación incorporado, que se ofrecen llave en mano y con los trabajos en estado embrionario, prestos a desarrollarse con su benéfico flujo en tierras estériles y mentes desoladas, ajenas aún al porvenir de la ciencia. Con un lote surtido de estos contenedores, los fabricantes vienen ofreciendo últimamente imaginativas combinaciones que, por su estampa monacal al diseminarse en un prado, las autoridades adquieren al precio de universidades. Llevadas por su compromiso constante con el votante, las autoridades han solicitado soluciones similares para el sector de la cultura. Su intención es mantener el orden social alcanzado en el ámbito educativo, atrayendo hacia este tipo de reductos a la mayor cantidad de público posible con espectáculos muy golosos. Para satisfacer esta pasión hacia las bellas artes, inducida tempranamente por los educadores, se han diseñado los contenedores culturales. Es una nueva línea de producto con la que se culmina el programa Aprendo y me educo como ciudadano, que había arrancado con las soluciones escolares y continuado con las académicas. El propósito cultural obliga a dotar a estas unidades ---como es lógico algo más sofisticadas--- de condiciones ambientales un poco más relajadas que las de los anteriores a fin de facilitar un climax creativo.

Frente a planes tan prometedores, la experiencia nos viene enseñando que estas fábricas de educación y orden mental y funcional actúan como un hermético hervidero. Un poco ajenas a este hecho, las autoridades confían ciegamente en los contenedores como instrumento de intervención social, en vista de los resultados previstos a futuro por los sociólogos garantes del producto. Consuela pensar que algún día necesitarán votantes y deberán dirigirse a los contenedores a pedir el voto. Y al abrirlos descubrirán fulminados la alta capacidad destructiva de la energía allí contenida. Eso a menos que los abandonen a su suerte y se atrincheren en sus cómodos y transparentes contenedores electorales, o que pidan directamente el voto desde el interior de sus urnas.


lunes, 8 de febrero de 2010

Gauss, el omniscente


Del científico ha ido surgiendo un personaje literario, recurrente ya entre los escritores del XIX, en el que su tarea, lejos de resultar benefactora e impulsora de progreso, toma un rumbo oscuro y ambiguo, cuando no directamente perverso. No creo que haga falta poner ejemplos. La lejana distancia a la que se mueve la ciencia ha ido agrandando las reservas de los legos, pero la figura del científico sigue pareciendo comprometida con la verdad y propensa al desapego mundano, como si no fuera de carne y hueso. No voy a referirme a esos científicos literarios monstruosos y ensimismados, sino que me fijaré en defectos mucho más prosaicos, la mezquindad por ejemplo.

Ningún caso ilustra con tanta claridad ese rasgo del científico como el del llamado Princeps Mathematicorum. Estamos a comienzos del XIX, Carl Fiedrich Gauss, además de matemático celebrado e influyente, dirige desde 1809 el observatorio de Gotinga. Frente a tan notorio personaje encontramos protagonistas más modestos: los húngaros Farkas y János Bolyai, padre e hijo. Farkas es compañero de estudios de Gauss y su prometedor hijo János es un joven ansioso de encontrar su sitio como matemático. Completan el cuadro el matemático ruso Nikolái Lobachevski y un conjunto de corresponsales que cruzan sus cartas con dimes y diretes geométricos sobre un tema sumamente interesante: el postulado euclídeo de las paralelas.

Este tema, no obstante, no era nuevo. Databa de antiguo y constituía el fundamento de la geometría hasta entonces practicada, la euclídea. Fueron varios los autores modernos que pretendieron probar el postulado como teorema, aunque con escasa fortuna. Farkas siempre lo tuvo presente y publicó en 1804 una obra fallida sobre esta cuestión. Cuando su hijo quiso tomarle el relevo, trató de aconsejarle: «He atravesado esta noche sin fondo, que extinguió en mí toda la luz y la alegría. Te lo ruego, abandona la ciencia de las paralelas». Hacia 1825 János, que tenía entonces 23 años, desechó la idea de probar el postulado y acometió la más novedosa de rehacer la geometría con nuevas versiones del mismo. Su trabajo, concluido en 1829, quedó recogido en un Appendix, que se incorporó a una obra de su padre. El mismo Farkas envió copia a Gauss, con tan mala fortuna que sólo llegó la cubierta. Para 1832 Gauss ya había recibido y examinado una copia, por lo que envió a Farkas una respuesta en los siguientes términos:

«Si empiezo por decirte que `no puedo alabarlo', seguramente te llevarás una sorpresa; pero no lo puedo hacer; alabarlo sería alabarme; todo el contenido del trabajo, el camino que tu hijo ha seguido y los resultados a los que ha llegado, están prácticamente de acuerdo con mis propias meditaciones, de hace ya unos 30 o 35 años. De verdad estoy asombrado. Mi intención era no dar a conocer nada de mi trabajo en vida. [..] Por otro lado era mi intención escribirlo todo para que no pereciera conmigo. Estoy además verdaderamente sorprendido por haberme ahorrado este esfuerzo, y es para mí la mayor alegría que precisamente el hijo de mi viejo amigo sea el que me precedió de una manera tan notable».

Conjugando prepotencia y paternalismo, Gauss hace ver que perdona a János el haber encontrado una solución válida al problema, y se adelanta a señalar que es la misma solución que la que guardó en la recámara para no tener que enfrentarse a lo que en carta a Bessel de 1829 llamaba 'los gritos de los beocios'. Pero lo que no parece perdonar en János es esa osadía que él mismo no tuvo a la hora de presentar `sus' geometrías no euclídeas. Como consecuencia de este episodio epistolar, János que esperaba el respaldo de la gran autoridad para poder dar un salto en su carrera, acabó sospechando y acusando a su padre de connivencia con el omniscente Gauss. Finalmente lo abandonó al mismo tiempo que las matemáticas. Ajeno a esta dramática situación Lobachevski había desarrollado de forma independiente un trabajo, rechazado por la Academia Petropolitana y finalmente publicado en la revista de su Universidad de Kazan en 1829, que aborda de forma similar el problema. Gauss que conocía esta noticia no tuvo a bien comunicarla a los Bolyai en su carta, ni como simple advertencia.

Posdata: [1] Para la carta véase http://www.math.uwaterloo.ca/~snburris/htdocs/noneucl.pdf


Mínima 1


El que reclama el amor que nunca dio, recibirá a cambio algún recuerdo; al que lo dio y lo reclama, lo que reciba le sabrá nada; pero el que dio y no reclama, es el único capaz de sentirlo y digno de volver a recibirlo.

domingo, 7 de febrero de 2010

El discurso tonto


Quizá diga tonterías, porque como señala mi coacher, mirado al detalle, el rigor científico de mis sensaciones, en bruto o en repienso, no da para enunciados firmes. Eso no impide, y quienes me conocen pueden dar de mi fe al cien por cien, que me exprese con prodigalidad y sin tibiezas. Doy para el discurso fluido, no necesariamente bien trabado, pero sí ameno, y sobre todo muy sentido. Al peso, o sea a nivel intelectual, lo que traslado a la concurrencia vale poco. Y lo digo yo, para que nadie ponga pegas. A quien las ponga, quizá le salga a cuenta pasarse por la universidad, donde los conceptos a día de hoy se saldan. Desde ese punto de vista, el conceptual digo, puede que sea torpe, pero sinceramente falta de confianza no tengo y no siento eso como una carencia. Un vacío, yo no lo veo. A mí me enseñaron hace mucho cómo superar mis meteduras de pata. No quiero decir que acierte más ahora, pero me crezco mucho con el énfasis. Enfatizar, es lo que yo les digo a los jóvenes, porque así podréis asombrar y os mereceréis un respeto que con vuestras opiniones nunca tendríais. Ha bastado eso, y muchos me adoran. Otra cosa que yo tengo, y que pienso que es genética, es un modo de decir como muy dinámico, y que se adapta como una camisa al oyente, por muy lejos que vaya en sus apetitos. Cubro así mi lado de intención más retórica, cosa que muchos no entienden, porque creen que contándolo todo a voz en grito explican cualquier asunto. Y seguro que llegan al fondo, del local por lo menos, igual hasta de la problemática, pero yo veo que con esos gritos es poco el feedback que les llega de la gente y de rebote muy poquita la satisfacción que sienten. Y es que como apuntaba al principio, además de decirlo un gran sabio, yo también lo digo, si fallamos a nivel empírico, en las sensaciones y así, lo demás es tontería.

Cuatro definiciones


Espejo

1.m. Tabla de cristal azogado por la parte posterior, y también de acero u otro material bruñido, para que se reflejen en él los objetos que tenga delante (RAE).
2. m. Coqu. Utensilio propio de la coquetería personal, trabajado en distintas formas y tamaños para mejor reparar en nuestras taras anatómicas, con el fin de perpetuar una imagen juvenil y pulcra, y en general de fomentar el amor propio y por lo propio.
3. m. fig. Elemento de interlocución con ayuda del cual, en presencia de nuestra imagen, nos interrogamos acerca de nuestra actitud vital de modo que quede expuesta a inmediata relación con nuestro problemático aspecto.
4. m. Cine. Fábrica rudimentaria de imágenes de uso personal, tanto estáticas como dinámicas, en las que partimos generalmente como protagonistas de un guión imprevisible y al que pronto renunciamos humillados.

sábado, 6 de febrero de 2010

El hombre libre y sus dioses


Decir que nuestros consejeros personales de juventud se guiaban más por los dictados del Breviario romano que por las máximas de los clásicos o de los filósofos, no pretende descalificarlos, simplemente atiende a la realidad. Realidad de la que nos apartamos un día en busca de una verdad que nos permitiera ir al encuentro de nuestro mundo. Había para ello que extraer de ese dominio de lo romano una ética servible. Una ética analítica que afrontara la complejidad de los sentimientos humanos y que no se viera encerrada en el discurso restringido de la salvación.
Con destreza impecable y con minuciosa utillería lógica, Spinoza se puso en su día a la misma tarea. La Etica demostrada según el orden geométrico se publicó en 1677 tras su muerte. En ella ofrece un nuevo marco para deberes y conductas alejado de la tutela de un dios veleidoso, un marco dignificado por la razón y abierto al común de los hombres. Entre las muchas máximas y dictados se incluye una proposición que me parece significativa porque marca con agudeza el punto de ruptura con la tradición escolástica y en la que se percibe de forma clara el acento de la modernidad. Se encuentra en su cuarta parte, a la que titula De la servidumbre humana, o de la fuerza de los afectos. Allí la Proposición LXVII reza:

«Un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida».

Merecería la pena detenerse en la breve argumentación, que deja ver el tono riguroso y exigente escogido para su análisis. Siguiendo las pautas propias del discurso deductivo, la demostración remite a proposiciones anteriores (LXIII y XXIV) y a través de éstas a los postulados y definiciones iniciales en los que se describe con precisión conceptos básicos tales como afecto o pasión. Algunos encuentran este empeño racionalista impostado y cómico, mientras que debe ser entendido como testimonio de una deuda explícita con la razón clásica, a través de su expresión más conspicua, la geometría euclídea.

Ya fuera por su estilo o por el esfuerzo dedicado a abarcar en un sistema integrador las claves filosóficas del pensamiento moderno, la obra encontró en Einstein a un encendido admirador. Ya en 1920 le dedicó un poema; posteriormente su artículo Religión y ciencia, hacia 1930, situaba a Spinoza como uno de los mediadores en el tránsito de una religión del miedo a una religión moral; pero fue un poco después cuando se afirmó en su singular credo: «Creo en el Dios de Spinoza, que nos revela una armonía de todos los seres, y no en un Dios que se ocupe del destino y de las acciones de los hombres».


Con encanto


Zugarramurdi, 400 años, vale. Pero, exactamente, ¿qué es lo que se celebra? Pues que hace cuatro siglos, 31 vecinos de la localidad fueron requeridos e interrogados por el Santo Oficio con su reconocida brutalidad y contundencia, y que como consecuencia 11 de ellos fueron conducidos a Logroño para ser ajusticiados en un ejemplar e infame Auto de Fe. Con los actos programados parece que se pretende llevarnos a ciegas de la conmemoración a la celebración, y de la celebración al festejo. Puestos a festejar, la autoridad debería hacer saber, como es su cometido, por qué tan trágicos sucesos merecen, no ya su justa rememoriación, sino ese estúpido despliegue lúdico y esa sibilina envoltura pedagógica. Frente a una asunción de la memoria como gente adulta y sabedora de la historia, se opta con demasiada frecuencia por fórmulas doctrinales que disfrazan su arrogancia, por no decir su desvergüenza, con un trato infantil. No digo yo que no sea sabia actitud, para distanciarse del horror, enmarcar histórica y culturalmente el evento. Es verdad, ha pasado mucho tiempo desde entonces. Pero hemos ido viendo cómo se han prodigado gestos hacia abusos de épocas incluso anteriores, ya sea la expulsión de los judíos o la colonización de tierras americanas, sin que similar trato alcance a este pequeño pueblo. Ya es mal síntoma que ellos hayan decidido hacer de las huellas del horror un turbio negocio. Dejarse colgar, por el beneficio de salir a puja y comercio con marca propia, el sambenito de Pueblo de brujas, dice poco del actual vecindario y de su interés en el reconocimiento del injusto trato infligido a sus antecesoras, a las que se arrincona con desprecio tras un remoquete infame, a sabiendas de que esa marca dejará en el pueblo algún dinero. A nadie se le ha ocurrido sugerir un acto de desagravio por aquel atropello, ni una fórmula de reparación moral que haga ver la injusticia con la que se obró y los abusos que se cometieron. La institución que instigó la tropelía sigue viva e incluso goza de cierto ascendente moral entre estas gentes, pero no parece querer verse involucrada en una conmemoración que le afecta directamente. Al menos convendría que hiciera saber a los vecinos si por la exaltación de la fe estaría dispuesta a repetir ese escarmiento o auto por el que ardieron en la pira algunos de sus ancestros. Las tradiciones son también las personas injustamente perseguidas y desfiguradas por la historia, máxime si nos son tan propias y próximas. Aquí tocaba ahora defender la libertad de creencia y la convivencia vecinal, y hubiéramos ligado la tradición a algo realmente moderno.
Respecto a los fastos, poco que decir. La ominosa página se salda con un museíllo nuevo y, dentro de él, con una recreación de aquella época dibujada con aires goyescos, escenografía con toques esotéricos, mucho filtro de herbolario y la magia transgresora de los ungüentos. Los buenos espectáculos han dejado de ser litúrgicos y para ser atractivos han de contar con el sexo. Ahí se retoma la fiesta y se recobra el espíritu del akelarre, la libre concurrencia a ciegas, con notas de zoofilia y algún otro pedal o enganche. Esta vez no habrá víctimas, más allá de las colaterales. Para vestir toda esta farsa, sayones de modista, coros y oficios de la época, queso y biricas a buen precio, y al final desfile de penitentes a modo de pasacalles. Y en esa morbosidad romántica, que goza hoy de tan buena venta, va el paquete turístico envuelto, con el patrocinio de nuestro gobierno y con un poderoso cabrón como anagrama, sin que a nadie tamaño guiño ofenda.


viernes, 5 de febrero de 2010

Sabemos qué aliño le pones, perillán


Tras un mes a la carga desde estas páginas, y por ir abreviando, veamos cómo funciona esto: En cuanto avistamos un problema, siempre y cuando no sea demasiado candente, lo tanteamos; con más mimo del que a menudo merece, procedemos a un examen rigurosamente analítico; tras él aparecen las dudas, en las que distraemos el problema hasta darle una resolución sintética con abundantes licencias poéticas. El truco se resume fácilmente: Cuando tengas un problema, recuerda que donde no llegan tus soluciones, llegarán al menos tus metáforas y con ellas tus torpes explicaciones parecerán definitivamente otras.

jueves, 4 de febrero de 2010

La ciudad, camino del Paraíso



A mí Pamplona me sigue trayendo a la memoria los versos que en su Paraíso dedicó el Dante a la vieja Florencia: «Dentro del antiguo cerco de sus muros, donde aún sigue oyendo tercia y nona, vivía en paz Florencia, sobria y púdica». Convendría añadir que este tercer libro de la \textit{Divina Comedia} se escribió en torno a 1315, mientras que el auge y apogeo de la gloriosa república, cuyos monumentos y obras admiramos, llegarían en siglos posteriores. Dante, que vislumbraba un porvenir marcado por tiempos aciagos, no podía sino recrearse en la imagen de una plaza medieval y casi angélica, reflejo de esa Jerusalén gótica insistentemente reclamada por el cielo para gloria de sus patriarcas y con desprecio de su parroquia.

Así quiere ser también la nuestra. Muy noble y leal plaza, donde los muros como en Jerusalén se veneran, donde los santos marcan la senda recta a las gentes y a las bestias, donde gremios y artesanos desfilan amedrentados como sombras, donde los tribunos se curten en el despiece del erario y los consejeros despachan los favores de palacio. Rige en lo más alto de él una astucia vaticana, animada a partes iguales de curiosidad y malicia, ante la que vamos reculando día a día, camino del abismo, hacia los fosos. Su tropa, tan guerrera como presa de fervor divino, recorre las calles enardecida, en patrullas y procesiones, y dueña desde siempre del castillo sigue fiel a su insensata victoria. Y así, mientras parte hacia el Paraíso con su vanguardia de arcángeles, el resto de la ciudad definitivamente se ignora.


Posdata: [1] Canto XV, vers. 97-99.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Los dineros del sistema


Tras una hora de espera, el jubilado llegó a la ventanilla de la Caja, recogió su parva paga y volvió emocionado sobre sus pasos siguiendo la larga cola. Le acompañaba su nieto, un chaval despierto pero que no parecía mostrar demasiado interés por todo aquello.

—Dejé aquí mi dinero hace ya unos años, y mira— le contaba sacando un billete de diez de una enorme cartera— todavía les quedaba algo.

—Abuelo, que eso es de jubilarse, de lo que paga el sistema— le respondió el muchacho con indulgencia. El hombre le miró con cara de repentina extrañeza.

—¿Qué sistema?— preguntó sorprendido, y sin recapacitar demasiado continuó —Bueno, da igual. Pues todavía le quedaba algo de lo mío a ese sistema.

Tan animado estaba con su dinero que a las puertas de la entidad la euforia pudo con él y el jubilado se vino abajo. No pudiendo hacer nada por evitarlo, el nieto trató de acomodarlo en el suelo, colocándole la cartera bajo la cabeza. Al verla, empezó a sentirse apremiado por una angustia tremenda.

—Vuelve luego y diles que te den todo lo que aún tienen mío ahí en el sistema— le pidió. Al momento, su rostro se quedó pálido, carente de expresión, como sin vida.

—Bien, ya les diré— añadió el nieto intentando reconfortarlo.

El patriota compasivo


No sé cómo se verá este asunto, pero creo que el patriotismo es un signo de flaqueza. Johnson, con tintes gruesos, lo calificó de «refugio de los canallas». Otros hilan más fino y lo revisten con el manto de la fidelidad, lo que sigue siendo un ingenua estrategia para esconder falsos argumentos. Rebajemos esa fidelidad de la escala colectiva a la individual y veremos lo complicado que resulta descifrar a qué o a quién se la debemos. Las encuestas, siempre atentas al magma social, dicen aquí lo que es de cajón, a saber que las fidelidades, cuando la población es nutrida, están muy repartidas. No pocos echan mano de la razón para hacer del esfuerzo común una suerte de bandera, pero ni siquiera hablan de solidaridad, que sí tiene en la razón su raíz, sino de sangre y territorio.

La realidad cotidiana nos muestra que más persistente e incluso más común que ese empeño en la fidelidad única es el conflicto de fidelidades, al que casi nadie logra sobreponerse y que es signo inequívoco de la flaqueza en que se sustentan. No faltan quienes prueban a poner algo de razón en el marco estricto de su fidelidad, y hasta unos pocos defienden en la fidelidad una virtud razonable. De estas dos alternativas, la última parece cuestión de fe, pero la primera a lo sumo llega a voluntad pacífica. Si no fuera por el dramatismo que impone a nuestras vidas, este del patriotismo es un asunto que debería invitar antes a la mutua compasión que a la razón y, desde luego, que a la pasión bruta. Decía Santayana: «Un hombre que sea justo y razonable debe hoy día, en la medida en que se lo permita su imaginación, participar del patriotismo de los rivales y enemigos de su país, un patriotismo tan inevitable y conmovedor como el suyo». Subrayemos la premisa de «en la medida que se lo permita su imaginación», porque gracias a ella podemos imaginarnos aflorando en un lugar o en otro, como si nuestra sangre hubiera encontrado su razón de ser no en el manantial de procedencia sino en la extensa red de vasos comunicantes por la que circula. Bastaría este convencimiento para sacarnos del patriotismo pasional e imaginar una pasión por todos compartida.


martes, 2 de febrero de 2010

Newton en su envés


Keynes no pudo asistir al homenaje a Isaac Newton organizado en 1946 por la Royal Society of London con motivo del tricentenario de su nacimiento. Murió unos meses antes. Su alocución, Newton, el hombre, hubiera causado sensación en una academia que veneraba a Newton como al gran maestro. En ese escrito Keynes rechazaba de plano esa romántica imagen tan extendida de héroe de la revolución científica. Lo hizo a partir de unos manuscritos, guardados desde 1696 en una caja y hasta 1936 desconocidos, que él mismo adquirió ese año en pública subasta en Shoteby. Con ellos como prueba, Keynes desvelaba la indiscutible importancia que en la obra filosófica de Newton tuvo su condición de teósofo hermético y decidido alquimista, y lo hacía en los siguientes términos:

«Newton no fue el primero de la era de la razón. Fue el último de los magos, el último de los babilonios y sumerios, la última gran mente que contempló el mundo visible e intelectual con los mismos ojos que los que empezaron a construir nuestra herencia cultural hace algo menos de 10.000 años».

Son palabras firmes y rotundas, que no buscaban desautorizar al autor de las leyes del movimiento. Más bien querían devolverlo a su ámbito intelectual natural, restituir por completo su legado y sacarlo de la hagiografía científica. Para los lectores y devotos del nuevo Homero de la filosofía parecía un agravio que su homenaje sirviera para cuestionar de forma tan drástica su figura. Aún resonaba en los oídos de todos el solemne epitafio de Pope: «Dios dijo: '¡Que sea Newton!' y todo fue luz».


Catálogo de la subasta en Shoteby
Su biografía, sin embargo, no concuerda con la idea persistentemente mantenida de una dedicación restringida a la filosofía natural, al modo en que hoy se curten los especialistas científicos. Hacia los 24 años Newton ya había cerrado un ciclo de grandes descubrimientos (cálculo de fluxiones, ley de gravitación universal, teoría de colores y de la luz). Cuando más tarde publicó sus Principia Mathematica apenas tuvo reparo en afirmar que la idea de gravitación era de cuño pitagórico y en su Optica veía la descomposición de la luz blanca en su espectro como una empresa propia de la alquimia. Ver a este riguroso puritano y sorprendente hereje despojado de cualquier connivencia religiosa o hermética es un fraude demasiado burdo como para poder ser aceptado. Deducir que sus hallazgos matemáticos deben ser contemplados a la luz de su posterior reconstrucción del Templo de Salomón —o de su afinidad arriana o masónica— sólo tiene algún sentido cronológico. Con mayor acierto Keynes en su fallida alocución caracterizó su compleja personalidad como albergando a «Copérnico y Fausto en uno».

Posdata: http://www-history.mcs.st-and.ac.uk/Extras/Keynes_Newton.html

lunes, 1 de febrero de 2010

Privacidad y publicidad


La muerte de Salinger nos trae la recuerdo aquella declaración donde afirmaba «Hay una paz maravillosa en el hecho de no publicar. Editar es una terrible invasión de mi privacidad». Su renuncia pública fue tan notoria y singular, que debería ser señalada como colofón imprescindible de la obra editada y añadida como razón de peso para inscribirlo en la reciente historia de las letras. Lo dijo en una entrevista a The New York Times en 1974. Le pedían que rompiera su silencio literario que duraba desde 1965. En alguien tan aclamado la confesión suena veraz, por lo que tiene de innecesaria. En otro quizá fuera un subterfugio con el que disimular sus flaquezas literarias. Pero en los tiempos que corren, con Internet como canal de publicación de vocación universal y permanentemente abierto, son palabras que por lo menos invitan a la reflexión. Nos hemos acostumbrado a ver al que escribe con sus palabras prendidas al pecho como el que luce medallas por su raro virtuosismo. Que alguien —aunque para él rigieran tiempos menos virtuales— decida enmudecer y continuar escribiendo para sí, confirma un modo de entender la escritura bastante distinto. Realmente, más allá de lo que uno hace para sí comienzan las dudas y nadie sabe decir a qué viene lo de fijar por escrito y publicar la propia memoria, ni siquiera si es necesaria. Tampoco fabular para sí mismo está exento de peligros. Sin embargo, es probable que el desapego a la memoria publicable nos mantenga más próximos a la continuidad de las emociones. Convertidas en un hilo, uno se hace a administrarlas y a restringir celosamente su ámbito (o simplemente a negarlo), como si conducirlas fuera el único modo de conducirse a sí mismo sin perderse y sin perderlas. Por ahí veo la respuesta de Salinger. Es sintomática esa alusión a la privacidad como cocina mayor, pero también única, de la expresión escrita. Y la denuncia de la persistente gravidez del lenguaje, de esa memoria compartida, con su terrible carga de publicidad, sobre nuestras emociones más íntimas.