
La realidad cotidiana nos muestra que más persistente e incluso más común que ese empeño en la fidelidad única es el conflicto de fidelidades, al que casi nadie logra sobreponerse y que es signo inequívoco de la flaqueza en que se sustentan. No faltan quienes prueban a poner algo de razón en el marco estricto de su fidelidad, y hasta unos pocos defienden en la fidelidad una virtud razonable. De estas dos alternativas, la última parece cuestión de fe, pero la primera a lo sumo llega a voluntad pacífica. Si no fuera por el dramatismo que impone a nuestras vidas, este del patriotismo es un asunto que debería invitar antes a la mutua compasión que a la razón y, desde luego, que a la pasión bruta. Decía Santayana: «Un hombre que sea justo y razonable debe hoy día, en la medida en que se lo permita su imaginación, participar del patriotismo de los rivales y enemigos de su país, un patriotismo tan inevitable y conmovedor como el suyo». Subrayemos la premisa de «en la medida que se lo permita su imaginación», porque gracias a ella podemos imaginarnos aflorando en un lugar o en otro, como si nuestra sangre hubiera encontrado su razón de ser no en el manantial de procedencia sino en la extensa red de vasos comunicantes por la que circula. Bastaría este convencimiento para sacarnos del patriotismo pasional e imaginar una pasión por todos compartida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario