miércoles, 3 de febrero de 2010

El patriota compasivo


No sé cómo se verá este asunto, pero creo que el patriotismo es un signo de flaqueza. Johnson, con tintes gruesos, lo calificó de «refugio de los canallas». Otros hilan más fino y lo revisten con el manto de la fidelidad, lo que sigue siendo un ingenua estrategia para esconder falsos argumentos. Rebajemos esa fidelidad de la escala colectiva a la individual y veremos lo complicado que resulta descifrar a qué o a quién se la debemos. Las encuestas, siempre atentas al magma social, dicen aquí lo que es de cajón, a saber que las fidelidades, cuando la población es nutrida, están muy repartidas. No pocos echan mano de la razón para hacer del esfuerzo común una suerte de bandera, pero ni siquiera hablan de solidaridad, que sí tiene en la razón su raíz, sino de sangre y territorio.

La realidad cotidiana nos muestra que más persistente e incluso más común que ese empeño en la fidelidad única es el conflicto de fidelidades, al que casi nadie logra sobreponerse y que es signo inequívoco de la flaqueza en que se sustentan. No faltan quienes prueban a poner algo de razón en el marco estricto de su fidelidad, y hasta unos pocos defienden en la fidelidad una virtud razonable. De estas dos alternativas, la última parece cuestión de fe, pero la primera a lo sumo llega a voluntad pacífica. Si no fuera por el dramatismo que impone a nuestras vidas, este del patriotismo es un asunto que debería invitar antes a la mutua compasión que a la razón y, desde luego, que a la pasión bruta. Decía Santayana: «Un hombre que sea justo y razonable debe hoy día, en la medida en que se lo permita su imaginación, participar del patriotismo de los rivales y enemigos de su país, un patriotismo tan inevitable y conmovedor como el suyo». Subrayemos la premisa de «en la medida que se lo permita su imaginación», porque gracias a ella podemos imaginarnos aflorando en un lugar o en otro, como si nuestra sangre hubiera encontrado su razón de ser no en el manantial de procedencia sino en la extensa red de vasos comunicantes por la que circula. Bastaría este convencimiento para sacarnos del patriotismo pasional e imaginar una pasión por todos compartida.


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