Keynes no pudo asistir al homenaje a Isaac Newton organizado en 1946 por la Royal Society of London con motivo del tricentenario de su nacimiento. Murió unos meses antes. Su alocución, Newton, el hombre, hubiera causado sensación en una academia que veneraba a Newton como al gran maestro. En ese escrito Keynes rechazaba de plano esa romántica imagen tan extendida de héroe de la revolución científica. Lo hizo a partir de unos manuscritos, guardados desde 1696 en una caja y hasta 1936 desconocidos, que él mismo adquirió ese año en pública subasta en Shoteby. Con ellos como prueba, Keynes desvelaba la indiscutible importancia que en la obra filosófica de Newton tuvo su condición de teósofo hermético y decidido alquimista, y lo hacía en los siguientes términos:
«Newton no fue el primero de la era de la razón. Fue el último de los magos, el último de los babilonios y sumerios, la última gran mente que contempló el mundo visible e intelectual con los mismos ojos que los que empezaron a construir nuestra herencia cultural hace algo menos de 10.000 años».
Son palabras firmes y rotundas, que no buscaban desautorizar al autor de las leyes del movimiento. Más bien querían devolverlo a su ámbito intelectual natural, restituir por completo su legado y sacarlo de la hagiografía científica. Para los lectores y devotos del nuevo Homero de la filosofía parecía un agravio que su homenaje sirviera para cuestionar de forma tan drástica su figura. Aún resonaba en los oídos de todos el solemne epitafio de Pope: «Dios dijo: '¡Que sea Newton!' y todo fue luz».
Catálogo de la subasta en Shoteby |
Posdata: http://www-history.mcs.st-and.ac.uk/Extras/Keynes_Newton.html
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