A aquellos que conciben la libertad como un valor absoluto, como un santo y seña en su discurso, tan abonados normalmente a su ejercicio como alejados de su respeto, habría que advertirles de que la libertad va indisolublemente asociada al error. El dominio de la libertad es el del error humano, más o menos reparable, más o menos eminente. A los que entienden que el paso por el error es también camino de perfección, habría que decirles que eso eleva su conocimiento a la categoría de necesaria y general instrucción. El dominio del error es de pertenencia propia, pero de público reconocimiento; en ningún caso puede convertirse en un ámbito subjetivo donde montar una ventajosa economía de venial pecado y dudosa reparación. A quienes suponen que la purga de errores dará pie a una ciencia sólida y ensanchará nuestro criterio hasta tenerlo por libre y certero, habrá que recordarles que la proclama de libertades no siempre ha acarreado entendimiento ni sabiduría, que ventajas y beneficios suelen cruzarse en su destino, y que sólo puede ser considerado aprendizaje solvente el que nos permite transitar entre el dominio de la libertad y el de la claridad inconclusa.
Posdata: Ilustración del Frank Leslie's Illustrated magazine (1886) sobre el montaje de la Estatua de la Libertad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario