jueves, 25 de febrero de 2010

La pulga y las tres abejas


Corría el año 1610, hace de esto pues 400 años. Una versión ligeramente modificada del instrumento que le catapultó al firmamento, permitiéndole identificar los satélites de Júpiter, le sirvió a Galileo para observar el micromundo más próximo. El telescopio refractor, hoy conocido por su capacidad para salvar la distancia entre la escala doméstica y la sideral, yendo de nuestro mundo al macromundo, parece un dispositivo unidireccional. Pero nada en realidad impediría que con los mismos elementos el dispositivo cambiara de dirección, e incluso que fuera bidireccional. El aparejo de lentes entubadas que permite atraernos la lejanía, debería de poder hacer lo propio con la diminuta cercanía, porque la óptica que por un lado del tubo sirve como telescopio, si miramos por el otro sirve de microscopio.

Por eso Galileo empleó un dispositivo bastante similar al telescopio para la observación de insectos. Lo que bautizó como occhialino tuvo en sus manos un uso breve pero, al parecer, intenso. Llegó a dejar noticia de sus observaciones en una carta de 23 de septiembre de 1624 a Federico Cesi. En ella muestra su entusiasmo ante la visión de ese nuevo mundo y sobre todo ante las formas con que se revelan algunos de los insectos más comunes.
 “Envío a V.E. un occhialino para ver de cerca las cosas mínimas, del cual espero que sirva para dar gusto y entretenimiento no pequeño, como me lo ha dado a mí… He contemplado muchísimos animalillos con infinita admiración: entre ellos la pulga es horrenda, el mosquito y la polilla son bellísimos… En suma nos es dado contemplar infinitamente la grandeza de la naturaleza, y cuán sutilmente trabaja, y con cuán indecible diligencia…” [1]
 De particular interés para Cesi fueron algunas de las observaciones relativas a la abeja, las cuales se incorporaron a Apiarium (El colmenar), una obra que publicó en 1624. Federico Cesi había fundado junto con unos amigos, en Roma en 1604, la famosa Accademia dei Lincei, a la que Galileo se incorporó como fratello en 1611. Parece que la Academia encontró protección para sus actividades en la figura de Urbano VIII. El cardenal Maffeo Barberini, que con ese nombre llegó en 1623 a la cátedra de Pedro, era miembro de una familia florentina dada al mecenazgo de las artes y las ciencias. La publicación del Apiarium por Cesi quiso ser, un homenaje al Papa, a un año de su proclamación. Al hacerlo "in perpetuae devotionis symbolium”, aludía al escudo nobiliario de los Barberini, en el que figuraba como motivo central un triángulo formado por abejas. De poco serviría a Galileo esa obsequiosidad de la Academia, cuando en 1632, bajo su pontificado, fue obligado a rendir cuentas ante el Santo Oficio.

[1] G.Galilei, Lettera a Federico Cesi, en Il carteggio Linceo, Roma, G. Gabrieli, 1996, pp. 942-943.

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