Corría el año 1610, hace de esto pues 400 años. Una versión ligeramente modificada del instrumento que le catapultó al firmamento, permitiéndole identificar los satélites de Júpiter, le sirvió a Galileo para observar el micromundo más próximo. El telescopio refractor, hoy conocido por su capacidad para salvar la distancia entre la escala doméstica y la sideral, yendo de nuestro mundo al macromundo, parece un dispositivo unidireccional. Pero nada en realidad impediría que con los mismos elementos el dispositivo cambiara de dirección, e incluso que fuera bidireccional. El aparejo de lentes entubadas que permite atraernos la lejanía, debería de poder hacer lo propio con la diminuta cercanía, porque la óptica que por un lado del tubo sirve como telescopio, si miramos por el otro sirve de microscopio.
Por eso Galileo empleó un dispositivo bastante similar al telescopio para la observación de insectos. Lo que bautizó como occhialino tuvo en sus manos un uso breve pero, al parecer, intenso. Llegó a dejar noticia de sus observaciones en una carta de 23 de septiembre de 1624 a Federico Cesi. En ella muestra su entusiasmo ante la visión de ese nuevo mundo y sobre todo ante las formas con que se revelan algunos de los insectos más comunes.
“Envío a V.E. un occhialino para ver de cerca las cosas mínimas, del cual espero que sirva para dar gusto y entretenimiento no pequeño, como me lo ha dado a mí… He contemplado muchísimos animalillos con infinita admiración: entre ellos la pulga es horrenda, el mosquito y la polilla son bellísimos… En suma nos es dado contemplar infinitamente la grandeza de la naturaleza, y cuán sutilmente trabaja, y con cuán indecible diligencia…” [1]

[1] G.Galilei, Lettera a Federico Cesi, en Il carteggio Linceo, Roma, G. Gabrieli, 1996, pp. 942-943.
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