Con el fin de dar carta de naturaleza al Día del Alumno de Ciencias, la Consejería de Educación envió un breve oficio en el que nos pedía la elaboración de un módulo didáctico sobre un tema científico de actualidad. El encargo fue encomendado a nuestro gabinete de divulgación científica: siete avezados profesionales del mundo de la comunicación con alguna incursión exitosa en el ámbito de la enseñanza. Tras una primera reunión, se decidió que el tema fuera la Inseminación Artificial, pensando en el interés que de seguro este asunto suscitaría entre los adolescentes. A diferencia de otros temas, que quedaron sobre la mesa, la documentación apenas planteaba dificultades, incluso para gente de letras como todos nosotros.
Donde de verdad empezaba el trabajo serio era en el intento de ofrecer un enfoque realmente novedoso y moderno. En la memoria justificativa del avance económico a cuenta, ya apuntábamos nuestra pretensión de hacer «un uso extensivo y adecuado de imágenes, sonidos y datos para una progresiva profundización en el análisis temático». La argumentación del contenido no debía ser el problema, habida cuenta de que podía irse engordando a voluntad con el material del que disponíamos. Había que extremar la atención en aquellos detalles formales que redondean y potencian el impacto del producto. Por eso esta investigación formal se asignó a nuestra sección de diseño.
Con todo ello se dio forma, mediante software propietario, a una cadena de pantallazos, que en cada momento irían siendo subrayados por sucintas explicaciones y otras muletillas verbales. En este caso las funciones de «apoyo oral» correrían a cargo de los dos colegas especializados en comunicación audiovisual. Para completar su misión, a la vez que presentaban las transparencias, deberían de ir haciendo labores de animación entre los jóvenes con el fin de que tomaran la palabra e hicieran sus propias aportaciones y preguntas, creándose así un clima de auténtica efervescencia comunicativa.
La experiencia piloto se desarrolló en una clase donde nos encontramos con alumnos de unos 14 años. Lamentablemente no todos sabían inglés, así que tuvimos que optar por la lengua vernácula. Todo discurrió sin demasiados contratiempos hasta la transparencia IA-3b. En ella se aludía a algunos de los riesgos que la técnica tenía, y se citaba concretamente el caso de los embarazos ectópicos. Ante el natural asombro que todo el despliegue mediático venía produciendo en nuestro público, y temiendo que sólo fuera perplejidad, el profesor que cuidaba a esta gente tuvo la fatal ocurrencia de tomar la palabra para ver si todo el material que habíamos ido presentando se asimilaba.
—No sé si sabéis qué es un embarazo ectópico— se preguntó, mirando a sus alumnos. Las caras apenas mostraban interés por saberlo y la impresión que daba era que no había consenso general. Por eso produjo cierto incomodo, que se dirigiera a la ponencia para sugerirle:
—Podríais explicarles un poco el concepto, o sea de qué clase de embarazo estamos hablando, porque hay algunas cuestiones sobre reproducción que aún no conocen.
Aunque curtidos en estas lides, los ponentes no pudieron ocultar una mueca de espanto y se miraron un tanto confundidos. El se tomó algún tiempo ajustándose la corbata y arremangándose la camisa, mientras ella se servía toda el agua de la jarra. Finalmente nuestro hombre encaró la pantalla, se puso de espaldas al mundo, y con un hilo de voz dijo:
—Bueno, no, que no hay tiempo. —y volviéndose añadió— Pero aquí tengo las estadísticas de embarazos ectópicos. De los últimos cinco años y de todas las autonomías.
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