domingo, 31 de octubre de 2010

No te me sobres


Todo el mundo sabe que cuando hablas en nombre de todo el mundo no te refieres en realidad a todo el mundo, sino sólo a ti como estatuario molde de fábrica del que han ido saliendo los de tu pequeño mundo.

sábado, 30 de octubre de 2010

No somos pájaros, sólo niños


Robert Stroud, el hombre de los pájaros de Alcatraz,
en una recreación fotográfica como escolar
              Buscas volar, ¿has intentado huir?
              Buscas sentir, ¿has aprendido a caer?
              Buscas volver, ¿has probado a llorar?


viernes, 29 de octubre de 2010

Jétulo



A Jétulo, por favores recibidos, del cielo dice y de nosotros sus amigos, lo tenemos de túnica corta y recién cristiano. El sostiene que ya catecúmeno viejo. Hoy nos ha recibido como huéspedes en el atrio de su espaciosa villa, en lo que viene a ser su iglesia. Entre un ejército de esclavos arrodillados y contritos, lo hemos reconocido fácilmente. Es él el que se ha adelantado a ofrecernos la paz y pedirnos la voluntad, con gesto elegante y ceremonial, apoyado en las voces de su coro de ángeles humillados. Él mismo nos ha ofrecido además un trozo de pan y un vaso de vino como argumento aperitivo. Acabada la recaudación, Jétulo simplemente nos ha dado la espalda. En su cubículo lo han revestido con toga patricia para plantarse después frente a sus lares y de ahí al patio junto al estanque, donde con ademanes teatrales y la vista extraviada en el cielo, se ha encomendado al único Júpiter misericordioso, para seguir teniendo amigos y que no le lleguen tiempos peores.

jueves, 28 de octubre de 2010

Llega el invierno


Es Resurrección Mª Azkue el que recoge, creo que en su Euskalerriaren Yakintza (1935-47), la tonada que en los valles de Baztan e Imotz se cantaba en tal día como hoy:
     San Simon eta San Juda                     San Simon y San Judas
     joan zen uda, eta negua heldu da     el verano se fue y ha venido el 

                                                                                           [invierno
Aparte de los apóstoles que el santoral señala, el día 28 de octubre fija la divisoria entre las dos estaciones del mundo rural vasco, el verano y el invierno. Por su etimología las otras dos (en su versión más común udaberria y udazkena) se tomarían por inicio y prolongación del estío.

Actualmente los ciclos estacionales se rigen estrictamente por el año astronómico, con sus equinoccios y solsticios, pero es difícil que algunas de estas fechas se establecieran con precisión en otras épocas. Los solsticios, más fácilmente reconocibles por la duración del día, sí parecen haber sido sido celebrados desde antiguo, en particular el de verano, con San Juan como día grande. No así los equinoccios, por lo que los inicios de la primavera y del otoño actuales probablemente pasaran desapercibidos. De hecho el ciclo solar queda tan levemente reflejado en el antiguo mundo que no hay constancia de una fecha de comienzo de año.

A este ciclo se sobreimpone con mayor rotundidad el lunar, que actúa como el verdadero regulador de tiempos en la montaña vasca. Podría tomarse como prueba el hecho de que el comienzo del ciclo agrario ha quedado asociado al ciclo lunar en muchos lugares con los festejos de carnaval. Para el paso al invierno existen dos fechas reconocidas, aunque separadas por algo más de un mes, a saber San Miguel y los santos Simón y Judas. El primero representa la figura del gran protector ante la llegada de los meses oscuros, mientras que esta segunda fecha tendría un relieve menos mítico y más cercano al fin del ciclo veraniego en el antiguo calendario lunar.


El clásico truco



En una conferencia pronunciada en 1900 bajo el premonitorio título de La desaparición de la literatura, Mark Twain apuntaba con ironía que las obras clásicas son «algo que todo el mundo quiere haber leído y nadie quiere leer». Acuñada como definición de clásico, la cita ha pasado a ser a su vez clásica. El tiempo, siempre al acecho, va interponiendo enmiendas a medida que nuestra idea de lo clásico evoluciona. Hace bien poco el poeta y músico escocés Don Paterson corregía a Twain, viendo en el clásico «un libro que puedes evitar tranquilamente leer, porque nadie va a admitir que tampoco lo ha leído». La hipocresía, que está siempre presente en esto, parece un mal menor si, a falta de conocimiento, existe al menos el reconocimiento de la obra. Este aún sobrevive, aunque un poco esquelético, en quienes consideran clásico «el libro que tiene sección propia en todos los catálogos de citas». Pero en el siguiente paso la cortesía de citar y el adorno erudito desaparece. El libro clásico pasa entonces de ser texto a pretexto espontáneo sobre «eso que te suena de haberlo leído en alguna parte alguna vez, así sin dónde ni cuándo, porque te suena por primera vez».

miércoles, 27 de octubre de 2010

Mínima 25


La ingenuidad es como una materia prima, nos hace creer que aún no hemos vivido.

martes, 26 de octubre de 2010

Ahora va por el amigo


Tras extenderme con tonta filigrana en esto de la amistad, delito sería que me quedara sin palabras ante el amigo Miguel. Y más hoy que le ha sido reparada una pequeña deuda y le ha sido reconocida, siquiera mínimamente, su labor como escritor en estos últimos tiempos oscuros. Que venga  ahora yo, premiado con su amistad, a intentar reconocerle con palabras de repertorio me suena un poco ridículo, al margen de que cualquier valoración que llegara a hacer de su obra carecería del equilibrio oportuno. Así que optaré por cambiar de enfoque. Naturalmente que aprecio sus novelas, sus ensayos y todos esos apuntes y reflexiones que al hilo de los días nos va ofreciendo con ese estilo llano y directo, pero aún aprecio más su tesón y su compromiso, sobre todo lo segundo, en tiempos que nada se gana con ello. Después de tantas dentelladas, consuela saber que hay quien le tiene en ese mismo aprecio, pero consuela aún más saber que todo ese reconocimiento va a servir de acicate para echar a andar un montón de proyectos pendientes y para empezar a maquinar otros nuevos.

De amicitia, alio modo


Para tener un círculo sólido de amigos y explorar a través de la amistad a la población, hay que manejarse con algunos criterios elementales. Puede que la idea de partida sea tan simple como clasificar la población de manera que que nuestro círculo de amigos quede bien diferenciado de otros círculos similares. Pero el alcance de todas esas distinciones entre círculos depende de la naturaleza de nuestra relación de amistad y del modo en que opera.

Para empezar, mal iremos de amistades si no hacemos valer el famoso criterio de que «los amigos de mis amigos son también mis amigos». Esto extiende nuestro círculo trasladando la amistad de unos a otros de forma transitiva y haciéndonos amistar con personas desconocidas hasta nuclear a nuestro alrededor una pequeña sociedad de amigos. Las resistencias a este criterio transitivo, por parte de cualquier socio, generarán una cobertura de la población más cercana a una clasificación blanda o matizada. En ella algunos individuos mostrarán dobles fidelidades, entrando a participar en más de una sociedad.

En realidad todo ese esfuerzo clasificador sólo será posible si previamente reconocemos entre nosotros un criterio aún más elemental y sencillo, el de correspondencia. Entendemos con él que la amistad debe ser una relación correspondida, que «no se puede ser amigo de alguien, si él no quiere ser amigo mío». Con esta reciprocidad la amistad fluye en la doble dirección y deja de ser una relación desigual, o mejor asimétrica. De romper este criterio viciaríamos la amistad con rangos y jerarquías, e impondríamos dependencias donde se presumía cierta igualdad electiva.

Aunque se da casi por supuesto, hay un último criterio que puede romper cualquier cadena de amistades y trastoca la posibilidad de generar un círculo amistoso. El criterio es esta vez individual y se formularía en los siguientes términos: «Mal puede tener amistades quien no se tiene a sí mismo por amigo». Aquí no se trata tanto de comprender la amistad como de saber trasladarla a los demás. Si en una persona la propiedad de amistar se ahoga, esa persona no puede pertenecer a círculo alguno. El que es enemigo de sí mismo acaba siendo enemigo de todos. Normalmente desarrolla formas de amistad inclasificables, demasiado complicadas, casi siempre poco igualitarias y en las que se tiene por centro a sí mismo.



Ganar el espacio



Sin aire ciertos organismos viven, sin espacio no. A partir de aquí se abona el equívoco principio de que con más espacio disponible hay más posibilidades de vida, e inmediatamente se colige que también habrá en ella más esperanza y más versatilidad. Con ese patrón, desde hace alrededor de un siglo, los proyectos de vida futura anuncian más calidad y una dosis de complejidad e inteligencia mayor. Los frutos obtenidos en esta segunda vía han sido medrosos, cuando no aberrantes. No es fácil saber en qué sentido progresa la inteligencia, pero ha sido frecuente verla invertida, gracias a la lógica implantada, en batallar para aumentar nuestro espacio vital. Atraídos por la tesis de que en el espacio se decide el dominio de nuestras acciones, hemos acabado confundiendo movilidad y libertad, disponibilidad y deseo, supremacía y vida.

lunes, 25 de octubre de 2010

Palabras para ti


Incluso dando por buena la intención, es distinto que te hablen, que se dirijan a ti o que te dediquen unas palabras. Cuánto más lo será si no damos la intención por buena, cuando esa dirección y esa dedicatoria no son más que formas retóricas de ganar atención y crédito para un discurso cuyas palabras se adivinan dudosas. Todo resulta aún más irritante cuando con esos oficios se busca hacer buena la intención y que el discurso interesado pase por paternal y didáctico.

domingo, 24 de octubre de 2010

El rídiculo rijoso


Las recientes confesiones de un notable literato soriano sobre sus experiencias orientales como pederasta obligan a revisar si no convendría para estos casos la pena de ridículo público. Y si es insensible a la vergüenza, pese a las enseñanzas japonesas, evitar al menos que de su ostentación del abuso saque réditos. En lo que respecta a sus portentosas dotes tengo sospechas, que me traen a la memoria el conocido ejemplo de Angélica y el ermitaño, no sé si budista para este caso.

De las peripecias sufridas por la bella Angélica, a la que asedian sin reposo casi todos los caballeros que desfilan por el Orlando furioso de Ariosto, ninguna más oscura que el crudo episodio del anónimo encantador. Hacemos, pues, a Angélica en las orillas del tenebroso mar, bien lejos de su Catay natal, huyendo de la persecución del pertinaz Reinaldo (espejo de virtudes para Don Quijote) y momentáneamente arrebatada junto con su caballo por el bravo oleaje de una solitaria playa. Desde lo alto de una roca el anciano, llevado en volandas por su demonio, contempla sosegadamente la delicada presa. Cuando más honda se muestra la aflicción, hace su aparición ante ella revestido de manso ermitaño. Angélica reclama y obtiene su auxilio, entre sollozos le relata su entera historia y solicita finalmente amparo en su espaciosa cueva.

Lo que sigue es el infame contrapunto a los afanosos amores ensayados por los paladines del poema.  A diferencia de aquellos cortejos, el falso ermitaño deja aquí que sea ella, con sus angustiadas palabras, la que le vaya madurando su pérfida y seductora empresa. Cuando cree llegado su turno, el viejo prueba a confortarla «poniéndole, mientras habla, las manos por el pecho y por las mejillas». Al rechazo inmediato de Angélica responde sacando, «de una talega que traía, una redomita de cierto licor» que al punto la hace dormir. Es así como la acrisolada experiencia hace al veterano dueño de recursos y vacío de escrúpulos al mismo tiempo.

Angélica y el ermitaño (1.626-28), P. P. Rubens,
Kunsthistorisches Museum, Wien.

El momento, de avasalladora y lasciva entrega, es captado, con toda la repugnancia propia del abuso, por el cuadro de Rubens. El cuerpo rotundo y sensual de Angélica deslumbra en su desnudez al intrigado mago, que intenta, guiando su mano con la torva mirada, sustraerle su último velo. Desde la cabecera del lecho vigila la escena su demoníaco asistente. En esa turbia atmósfera los ojos, que destilan una rapacidad venenosa, sólo encuentran ya sus carnes desmayadas. No remite, sin embargo, en el viejo la intención, sino la fuerza que los años mermaron. Finalmente por todo castigo, aunque más mereciera, queda su maña en ridículo, cuando «viendo él triste su pequeña posibilidad, junto a la dama de cansado se duerme».

*Orlando furioso de Ludovico Ariosto (1532), traducido en prosa castellana por Diego Vázquez de Contreras (Madrid, 1585).


sábado, 23 de octubre de 2010

La montaña sombría


La costumbre hace hablar a mucha gente de las montañas, así en plural, como de lugares idílicos y remotos. Atraídos por esa vitola de naturaleza virgen, con la que se ofrecen como postales precintadas, pasan seguidamente a los planes de salida, donde el realismo impone una urgente distinción entre las accesibles y las inaccesibles. Para los que vivimos viéndolas a diario es diferente. Esos criterios de cercanía cuentan menos que su ostensible corporeidad, de la que hemos hecho surgir todo un linaje de gigantes protectores, familiares y hasta afables. Claro que por la misma regla podemos reconocerlos como titanes ingratos, hoscos y en ocasiones despiadados. Pero, cualquiera que sea el afecto o desafecto despertado por esas montañas, a ninguna de ellas le negamos singularidad, porque a todas les reconocemos su naturaleza y carácter.

Como en casos similares, esos afectos afloran y quedan fijados en el curso de nuestro primer contacto con cada montaña y sirven para revestir su espíritu con claroscuros afectivos que dependen de la respuesta recibida. Otras veces basta la mera visión del monte para que su muda presencia intimide y augure un encuentro más aciago que azaroso. Como caminamos además siempre con la historia a cuestas, puede que no le sea ajena la leyenda y que al amparo de su altura, en su dominio, aún se escuchen ecos de un tiempo acallado, a veces a sangre y fuego. Aún así, nunca llegan a parecerme los montes escenarios monumentales, más bien los tomo por testigos silenciosos, cuando no cómplices, de aquellos sucesos.

Irubelakaskoa (Baztan)

Tan intensa es toda la gama de reflejos percibida, que bien puede suceder que la vista, aunque agradecida, no consiga recrearse. Tenemos ahí delante esa estampa otoñal de montañas de la que emerge sin pudor alguno ese vértice orgulloso. Vive ajeno a rutas y aldeas, aunque no se oculta a la mirada del curioso ni se levanta hasta alturas imposibles. Sus pliegues resultan suaves y sus tonos cálidos, pero el perfil resulta arrogante. Desde su cima se domina el Norte. Asentado entre dos remotos y solitarios valles, se alza sobre vertiginosas laderas como un bastión inexpugnable. En una de ellas se hace la luz cada mañana, mientras la otra cara permanece reservada y sombría. Desde la lejanía todo ese cuadro genera profundo desasosiego, algo en él parece que se resiste latente. A medida que por la descomunal cola nos aproximamos al áspero lomo que lleva a lo más alto, crece en nosotros la incómoda sensación de estar turbando el sueño milenario de algún enroscado y oscuro dragón que envuelto en la montaña nos atrae pacientemente a sus abismos.


viernes, 22 de octubre de 2010

El ogro mirón


Carbonero común (Parus major)
Desde mi atalaya -un despacho en una segunda planta asomado a una zona ajardinada- he vuelto a ver esta mañana un carbonero. No es la primera vez que aparecen, al fin y al cabo es un pájaro bastante común. Al árbol que me queda enfrente suelen ir a parar éste y otros pájaros con frecuencia. Buscando en la ventana algún alivio, mi mirada suele extraviarse en ese punto y a veces topa con alguno de ellos apostado en sus ramas. Otras veces es su canto el que me reclama. Comparado con los gorriones o con los petirrojos, el carbonero parece siempre un tanto inquieto y ansioso, y no tarda en desaparecer. Esa visión fugaz, tan rara de lograr, acaba sabiendo a poco; hoy más, porque ni siquiera ha lanzado desde ahí su insistente canto. Ni era hora, ni probablemente sea ya tiempo de exhibiciones y alharacas. O ha adivinado simplemente una curiosa pero extraña mirada al otro lado del cristal. Sería cuestión de pararse a pensarlo, esa recurrente escapada suya de los ojos y las cámaras. Algo deben ver esos espíritus alados en nosotros de monstruos o de ogros temibles, que hasta la sola mirada les parece una inquietante amenaza.

miércoles, 20 de octubre de 2010

De lo mental


La espesura es un estado libre y paralelo de nuestra mente al que astutamente nos retiramos para vernos desde lejos desbarrar.

martes, 19 de octubre de 2010

Buscando el pesebre


A veces la deducción parece un entretenimiento caprichoso a quienes convierten las evidencias en verdades indiscutibles. En una teoría el efecto inmediato de multiplicar las evidencias es que nos vemos obligados a integrarlas en el edificio deductivo como axiomas. Disponer de muchos axiomas puede acortar las cadenas de prueba de los teoremas, al disponer de un mayor número de verdades de partida. Sin embargo, en contrapartida, obliga a examinar detenidamente los axiomas para ver si, además de bien fundados, son entre sí coherentes e independientes, con el fin de que no den lugar a contradicciones y de que ninguno se deduzca de los restantes. Evidentemente tener pocos axiomas simplifica estos procesos.

Cuenta Proclo, un filósofo neoplatónico del siglo V, que a los epicúreos, ardorosos defensores de la intuición, les parecía ridículo el esfuerzo de Euclides por construir deductivamente la geometría sobre cinco postulados o axiomas. Como blanco de sus críticas eligieron una proposición en que se demuestra que en un triángulo cualquier lado es menor que la suma de los otros dos. Según decían, la afirmación era evidente hasta para un asno, pues si en dos vértices cualesquiera se colocaran respectivamente el asno y un pesebre, el animal nunca dudaría en ir a comer por el lado que une estos vértices en vez de recorrer los otros dos lados a través del tercer vértice.

Cuando los Comentarios de Proclo se difundieron en 1560 en la traducción al latín de F. Barozzi, una de las copias llegó a manos de Henry Savile, uno de los promotores de la enseñanza de las matemáticas en Oxford. Decidido a no pasar por alto ese desprecio de los epicúreos por el rigor deductivo, en uno de sus escritos juzgó a los autores del cómico argumento «dignos de estar ellos mismos con el asno comiendo en el pesebre».


lunes, 18 de octubre de 2010

Análisis en oferta


Retrato de doctor (1577-84), Doménikos Theotokópoulos
Museo del Prado, Madrid.
Viendo que todo el mundo analiza asuntos, aunque sin demasiado criterio, y que se toma por análisis el mero examen de lo curioso, siempre que además sea ajeno, a base de lanzar con desfachatez juicio calificador sobre materias alejadas de su conocimiento, se me ocurre que el análisis tiene hoy más de altavoz personal o mejor de alzacuello, a semejanza de una de aquellas golas almidonadas en la que el público creía ver lucir la voluminosa cabeza como si fuera un supremo, incontestable y riguroso argumento.

domingo, 17 de octubre de 2010

Presuntas virtudes


Lema y poster de Glenn Beck, inspirador del Tea Party
En sus cabezas, ni la fe asiste a las bocas necesitadas, ni la esperanza las abre, ni la caridad las llena.

Los músculos de la pena


Diagrama de los músculos de la cara,
según sir C. Bell.
Para describir y estudiar la expresión de la pena ofrece Charles Darwin en su obra The Expression of Emotions in Man and Animals* (1872) el siguiente relato:

«Un indostaní afectado por la enfermedad y la pobreza se vio obligado a vender su cabra favorita. Después de recibir el pago miró repetidas veces el dinero en sus manos y después a la cabra, como dudando si devolverlo. Se acercó a la cabra, que estaba atada y presta para ser llevada, y el animal se levantó y lamió sus manos. Sus ojos oscilaron entonces de un lado a otro, “su boca estaba cerrada sólo en parte, con los ángulos marcadamente caídos”. Finalmente el pobre hombre pareció aceptar que debía de deshacerse de su cabra y entonces las cejas se pusieron un poco oblicuas con el característico fruncido y abultamiento de la parte interna, si bien no se produjeron arrugas en la frente. El hombre permaneció así un minuto; después, dirigiendo una profunda mirada rompió a llorar, elevó las dos manos, bendijo a la cabra, se dio media vuelta y se marchó sin mirar de nuevo».

*Versión española: La expresión de las emociones, traducción Xavier Bellés. Editorial Laetoli, Pamplona, 2009.


sábado, 16 de octubre de 2010

Cenizas del clasicismo


El turco autómata del cuento de Hoffmann
Lo romántico como estilo propio no llegó de manera brusca, ni en literatura ni en música ni en las restantes artes, porque el impulso del clasicismo del XVIII tardó tiempo en apagarse. Que un compositor romántico como Franz Schubert pusiera música, entrado ya el siglo XIX, a textos de Pietro Metastasio refleja la pervivencia del estilo clásico, del canon que a través de la ópera italiana se había impuesto en el bel canto. Antes de que el propio Schubert, junto a Mendelssohn y Schumann entre otros, diera en el lied con un estilo cantante propiamente germánico, la tradición clásica italiana había sido frecuentada con mayor o menor fortuna.

En sus Vier canzonen publicadas en 1820, Schubert parece rendir tributo musical a un estilo que en los países germánicos comenzaba a declinar. No sólo los textos son italianos, sino que el título habla de canzonen y no de lieder, sin que esto signifique que su contenido carezca de novedades. Por un momento prestemos atención a la cuarta de ellas, con letra de Metastasio, la que dice


      Mio ben ricordati,                   Recuerda, mi bien,
      s'avvien ch'io mora:                si yo debo morir,
     quanto quest'anima                  cuánto te amó
     fedel t'amò.                            este alma fiel.
     E se pur amano                      
Y si aman incluso
     le fredde ceneri:                     las frías cenizas:
     nell'urna ancora                       aun en la urna
     t'adorerò.                               yo te amaré.

 

En el poema la factura lírica recuerda a la de algún aria de ópera -quizá de La clemenza di Tito mozartiana- y el tema resulta vagamente cercano al espíritu del incipiente romanticismo. A la letra le acompaña un fraseo musical no siempre bien avenido al italiano, pero dotado de una sobriedad y una profundidad que anuncian el rigor melódico de los lieder. No sabemos si fue el tema o cierta resonancia en las palabras lo que indujo a Schubert a escogerlo para ponerle música. Lo curioso es que este mismo poema fue también escogido por E.T.A. Hoffmann como pretexto musical en uno de sus cuentos, concretamente en Los autómatas publicado en 1814. En él una enigmática y bella muchacha entona esta canción en medio de presagios de muerte, que un autómata de feria anuncia a quien se ha hecho depositario y eco de la melodía. Con esos antecedentes literarios, acaso Schubert pretendiera hacer realidad el episodio contado por Hoffmann y lanzar a los vientos una canción cuyas posibilidades fatídicas quedaran ocultas en una sombría incógnita.


Mio ben ricordati, Vier Canzonen D 688/4, Franz Schubert
Cecilia Bartoli (mezzosoprano), Myung-Whun Chung (piano)
http://www.youtube.com/watch?v=cvY60R19TKQ


viernes, 15 de octubre de 2010

Incidente en la biblioteca



Viendo el cariz de los acontecimientos, Luis Jorge, el bibliotecario, decidió tomar cartas en el asunto. Lo primero fue agarrar a ambos por el lomo y a continuación emplearse a fondo estirando hasta conseguir separarlos. Lo logró in extremis, cuando en el suelo, como atraídos por una extraña querencia, los dos libros aireaban sus páginas recónditas y amenazaban ya con entremezclarse y revelar la más confusa y secreta de las historias.

jueves, 14 de octubre de 2010

Sentir unánime


Algunas expresiones te sacan bruscamente del sopor y la galbana que habitualmente imponen los medios. Las imágenes podrían corresponder a una de esas reuniones o manifestaciones de gentes de bien, con o sin pendones, con o sin peineta, con o sin clérigos. Emocionado por la marea, el locutor de turno se apresta a tomar la temperatura ambiente y se lanza a las ondas asegurando que «se palpa en esa multitud un sentir unánime» o, más repolludo aún, que «el acto ha logrado concitar entre los presentes un sentir unánime». Vale, unánime, como una sola alma, realmente conmovedor. Pero ¿qué ha sentido esta gente? Pues, hasta donde dicen, se han visto «embargados por la emoción» propia de esa conciencia común, pasada en esta ocasión por el tamiz de la honra patria y la eucaristía en familia. En estos casos son muchos los sentimientos a los que esa comunión da expresión: el de indignación se manifiesta como «repulsa», el de euforia desemboca en un «orgullo de casta», y el fervor se acompaña con el abucheo a reticentes y pusilánimes. Porque no hay sentir unánime, sin pusilánimes. Dicen que tras ellos se esconden las gentes intrigantes, las mentes retorcidas, los espíritus refractarios: los que no participan de ese ánima indivisa. Y dicen que son estos la real amenaza, demasiado desdén y profundo desprecio, que en algunos alienta un espíritu de persecución. Se llega así al auténtico y quizá al único sentir de los del sentir unánime. Bien mirado sólo es miedo, un simple malestar, pero un malestar que les hace exigir un «desagravio» de inmediato, una «reparación» de buen o mal grado y una «rectificación» completa de rumbo: un malestar rectificador que llama al sacrificio y que anuncia la pronta llegada de un bienestar unánime. Un caso verdaderamente clínico, aunque muy visto.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Sabidurías encontradas



El amor por el saber no se suele traducir en amor a la vida. Saber vivir sigue siendo asunto difícil y la felicidad un estado imprevisible y mal definido. En todo esto Aristóteles representa el argumento impecable, el magisterio apolíneo, como puede verse en su idea universal e intemporal de sabiduría.

«La sabiduría es la más perfecta de las ciencias. El sabio no sólo debe de conocer lo que deriva de los principios, sino poseer además la verdad sobre los principios. De suerte que la sabiduría será intelecto y ciencia». Aristóteles, Etica a Nicómaco.

Frente a ese sesgo científico, Eurípides, poeta algo anterior, ya había avisado de la deuda atávica hacia la naturaleza presente en todo lo humano, de la impronta dionisíaca. Aquí el sabio no hace acopio de saberes, busca el éxtasis, el fruto fortuito en cada instante.

«La ciencia de los sabios no es la sabiduría. Ni tampoco lo es el meditar sobre lo inhumano. ¡Breve es la vida! Por eso, ¿quién puede cosechar el presente, si persigue lo infinito? Ésas son actitudes, en mi opinión, de mortales enloquecidos». Eurípides, Las Bacantes.


martes, 12 de octubre de 2010

Follaje


Bosque de Txorimilo (Isaba)
Si crees que es una foto muy vista no la mires, apártala de tus ojos. Es verdad, los pinos cansan, siempre con ese verde azulado. Las hayas que todavía aguantan el tipo, van haciendo amarillos y su verde ya flojea. En el centro los que fallan deben ser los arces o los avellanos, que enseguida se entregan a los ocres. Tampoco los arbustos son de fiar, ni el boj que da notas hasta naranjas, ni el majuelo del que sólo resaltan los frutos rojos, ni todos esos brezos que en agosto se han tostado. Ni siquiera los helechos aguantan en sus verdes. Y encima la hierba de los calveros todavía está amarilla y rala, sin acabar de venirse arriba y empastar el cuadro. Con lo que gustan al urbanita esos prados monótonos con césped de fantasía.

lunes, 11 de octubre de 2010

Medidas de ayuda


Diseño de Esco & Güilmon
Muy propio de los manuales de ayuda el recurso a la contundencia literaria. Valen como látigos los adagios, con los que se busca despertar a cualquier infeliz poniéndolo ante una verdad, por poco eterna que parezca. Uno de esos intentos de acosar con verdades tremendas arranca con este inicio prometedor: «El ritmo decae, pero el entusiasmo...». Una pena que en este punto el relato pase de página y tengamos que imaginar su final. Pongámonos a prueba: El ritmo decae, pero el entusiasmo

       a) ya había decaído                      d) lo suple
       b) ni se conoce                             e) nos domina
       c) nos mantiene                            f) es peor, se agota

Lo mejor de esta prueba es que la respuesta permitirá dar con los optimistas a ultranza, a los que se les confiscará el manual de ayuda por inútil; con aquellos que se crecen con los dogmas, a los que se les cambiará por una biblia; con los que no se creen los adagios, a los que se impedirá que arranquen las páginas; y con los deprimidos, a los que habrá que animar a que prosigan en su esfuerzo con entusiasmo y sin decaimiento antes de que se agoten.


domingo, 10 de octubre de 2010

Mínima 24


Mentir es aplazar el tormento. Mentirse es instalarse en él.

El paso del Noroeste


Para ser registrada como epopeya histórica una aventura tiene que tener algún fuste didáctico, capaz de atraer a la gente común, y ser dentro de ciertos márgenes hasta virtuosa. En los relatos aventureros románticos se gesta un nuevo y acabado modelo caballeresco, que busca alejarse de ese burdo interés material y rufianesco tan presente en las crónicas de conquista americanas del XVI y XVII. A comienzos del XIX, Inglaterra, como reina de los mares, se sobreimpone a su inmediato pasado, renuncia a las patentes de corso y promueve su libertad comercial por los oceános. Ahora el aventurero, que dice buscarse únicamente a sí mismo, es propuesto al público, con el impulso de quienes acarician intereses comerciales o estratégicos, como un espejo de decisión, generosidad y perspicacia, cuando no de virtudes raciales y esencias patrias. Ese espíritu dio para mucha literatura, con Byron o Conrad por ejemplo, pero quisiera traer aquí testimonios que hacen la historia más prosaica y directa.

Das Eismeer, Caspar David Friedrich (1823-24)
Kunsthalle, Hamburg
William Edward Parry buscó lo que antes que él habían buscado Cabot y Cartier, el paso del Noroeste, ese canal que uniría a través de las heladas aguas del Ártico el Atlántico y el Pacífico. En mayo de 1819 el almirantazgo británico pone a Parry al frente de una expedición formada por dos buques con los que emprende la exploración de la zona ártica conocida como Lancaster Sound. Los avances intermitentes en aquellas aguas, repletas de banquisas, obligan a invernar ese año en la isla Melville tras alcanzar el meridiano 110ºW y avistar la isla Banks. El tono de los informes, a falta de contiendas bélicas, es propenso a amenidades. Antes de que la noche invernal se cierna sobre ellos, el personal explora en trineo las islas haciendo toda clase de observaciones geográficas y científicas, mientras el naturalista va dando forma en sus láminas a la rala flora y a la esporádica fauna. La entrada de los hielos recluye a todos en las naves, donde encuentran entretenimiento escenificando teatro improvisado, con títulos tan estimulantes como «Miss in her teens», a la vez que se lanza a las cuatro esquinas de ambas naves un nuevo periódico, el North Georgia Gazette, con la intención inmediata de difundir ecos y chismes y la más mediata de mantener en alto la deprimida moral del pasaje. A todo esto Parry en su camarote revisa concienzudamente los datos, elabora las nuevas cartas y bautiza con pompa británica todos y cada uno de los accidentes geográficos observados. Tras la renuncia a seguir hacia el Oeste, el retorno en primavera deja atrás penas y tristezas, dando al viaje aires de hazaña al lograr haber ensanchado el mundo hasta allá donde el británico llega. Sin nuevos logros, las expediciones de 1821 y 1824 apenas añaden lustre a ese cuadro.


A otro británico, a Sir John Franklin, guiado en ese trayecto por la misma ambición de fijar al Oeste nuevas fronteras, la aventura le costaría la vida. Su expedición partió en 1845, pero de sus invernadas en el Ártico queda escasa noticia. Las imaginamos menos festivas y más dramáticas, si nos atenemos al fatal desenlace del que no escapó ninguno de sus acompañantes. Donde se encontraron sus restos y pertrechos, en la isla Melville, se puede ver hoy una hilera de sencillas lápidas. En socorro de Franklin se envió en diciembre de 1849 una nueva expedición que accedería a los hielos árticos desde el Pacífico. Sólo el Investigator capitaneado por Robert McClure consiguió rebasar la isla Banks y avistar Lancaster Sound, aunque sin dar con Franklin. El trayecto que navegó desde el estrecho de Bering hasta la isla Banks, vendría a ser lo que a los anteriores faltó para completar el paso entre los dos oceános por el Noroeste. Su vuelta fue larga y penosa al quedar el barco atrapado en las banquisas de Mercy Bay, frente a la isla Banks. Tres años después la tripulación fue rescatada y el barco abandonado en los hielos. De la peripecia queda el informe y la minuciosa cartografía de McClure, incluidos en The Discovery of the North West Passage (London, 1856).

«El barco está en posición recta y en muy buen estado. Se encuentra aproximadamente a 11 metros de profundidad» anunciaba Marc André Bernier el 25 de julio de este año para dar cuenta del hallazgo del Investigator. Había llegado tres días antes a Mercy Bay, al lugar donde el barco fue abandonado por la tripulación, con un equipo de arqueólogos submarinos para aprovechar la bajada estival de los hielos. La búsqueda con sonares y detectores de metales pronto fructificó. El ministro canadiense de Medio Ambiente se apresuró a declarar a la BBC y otros medios: «El descubrimiento del Investigator apoya la reclamación histórica de Canadá sobre la región que el país heredó cuando obtuvo su independencia de Gran Bretaña»*. La declaración muestra a las claras cómo el tiempo acaba dando dimensión efectiva a las andanzas del pasado: lo que los abuelos vivieron como temerarias y gratuitas aventuras románticas es hoy para los nietos una ocasión propicia de reclamar territorios y dividendos.


*http://www.bbc.co.uk/news/world-us-canada-10793639

sábado, 9 de octubre de 2010

De travesía


Un océano de dudas encrespadas y un cielo metálico que aplasta incansable sus olas, en esas aguas navegamos, fatigando rumbos hasta la puerta de plata, a donde avanza nuestra mente cada vez más deslumbrada.

Sesenta


Se pasa por los sesenta como el que se pasa de rosca.

viernes, 8 de octubre de 2010

Mesa pagana


Apenas sirvieron en la mesa el crujiente gorrín, expresó su intención de llevárselo a la boca. Interrumpido por el solemne rezo, me entró la duda de si sólo querría besarlo.

Sombra sumisa


Arbol de Guacarí, Sucre (Colombia)

Los más ingenuos sienten la compañía de su sombra como la de un fiel siervo, mientras que los más afligidos ven en ella una amenaza inmediata. Habrá quien juzgue estas sensaciones como extremas y desnortadas, o incluso como una prueba fehaciente de que no es ingenuo ni afligido. Otros también inquietos por este asunto, pero sin más Norte que el propio cielo, afirman que a falta del poder de arrojar luz nos ha sido dado el de arrojar sombras. Una facultad preocupante que proyecta sobre nuestro saber un riesgo de oscuridad cierto. Frente a estas angustias, que llevan camino de dejarnos sin luz, no queda otra que construir sosiegos. Si podemos espaciar nuestra sombra sobre cualquier terreno, por áspero y accidentado que parezca, entonces podremos acoger y proteger con ella todo un mundo. Y a medida que pase el día, se irá la sombra extendiendo como un delicado y denso manto, arropando a nuestro alrededor animales, sueños y fetiches. La noche no nos despojará de nada, sólo vendrá para darnos generosa protección a todos.

jueves, 7 de octubre de 2010

El problema de Dido


Dido compra tierra para la fundación de Cartago
Matthäus Merian el Viejo, en Historische Chronica, Frankfurt, 1630.

En la figura de Dido, la mítica reina de Cartago, compiten en realce su capacidad de seducción, su coraje y su inteligencia. Cuenta Virgilio en el primer libro de la Eneida cómo las tempestades llevaron al piadoso Eneas huyendo de su Troya en llamas hasta las murallas de Cartago y que allí, inspirado por Venus, quedó prendado por la belleza y la generosidad de la reina Dido. Cuenta también cómo Dido, a la muerte de su marido Siqueo a manos de su hermano Pigmalión, se convirtió en fugitiva de éste por consejo del espectro del difunto y cómo, tras reunir a algunos de sus fieles sirvientes y rescatar el tesoro oculto de Siqueo, se hizo a la mar desde su Tiro natal para finalmente arribar a las costas de Libia.

Pero también cuenta, por último, que el solar de la nueva ciudad fundada por Dido fue comprado al rey Jarbas, que le ofreció todo el terreno que pudiera marcar con la piel de un buey. Partiendo de esta propuesta y guiada por su instinto fenicio, Dido ordenó cortar la piel del buey hasta lograr una larga y fina tira, con la idea de emplearla en delimitar la mayor área posible. Su sagacidad le dio la respuesta oportuna a lo que desde entonces se conoce como el problema de Dido: ¿Cuál de todas las curvas es la que delimita el área máxima si todas tienen el mismo perímetro? Frente a la línea recta de la costa fue colocando la tira hasta componer con ella un perfecto semicírculo. Después de hacer el pago y tomar posesión de las tierras rodeadas por el mar y la tira de piel de buey, asentó en ellas la nueva Cartago.

Este problema geométrico es también conocido como problema de la isoperimetría. Ya de antiguo se intuía que la curva que encerraba la mayor área con un perímetro dado era el círculo. En la literatura matemática griega el problema es introducido por Zenodoro en el siglo II a.C., según comentario de Pappo de Alejandría. Sin embargo, la demostración completa no llegaría hasta 1842 en que el geómetra suizo Jakob Steiner demuestra aquella solución como un teorema.


miércoles, 6 de octubre de 2010

La lira


Vi con agrado la versión cinematográfica de la novela de Le Carré «The constant gardener». Fernando Meirelles dirigía, con música de Alberto Iglesias también muy lograda. En esa miscelánea musical de sabor africano destacaba, y con voz propia, la música original de aquella zona. Estaba interpretada con enorme sensibilidad y delicadeza, y se apoyaba en un sencillo acompañamiento de cuerda, subrayado hacia el final por segundas voces. Quise saber quién era ese intérprete de voz cálida y aire sosegado, y también de dónde provenía esa melodía, que en la banda sonora se identificaba como Kothbiro. Entendí que, según el epígrafe «Original Music Composed by» de la carátula, se concedía la autoría a Iglesias. Pero quizá hubiera sido más justo decir, ya que esa música inició la carrera de los premios en 2005, que Kothbiro era una melodía popular recogida e interpretada por Ayub Ogada en un album publicado unos diez años antes.

Algo he ido aprendiendo de este hombre y de la melodía, cosas al alcance de cualquiera por otro lado. La lengua utilizada es el luo y en la letra de la canción un anciano llama a los jóvenes para que vayan recogiendo el ganado ante la inminente tormenta. Ayub Ogada es un cantante keniata con un azaroso paso por Occidente que se ha instalado finalmente a caballo entre Londres y su país. Procede del Norte, de las cercanías de lago Victoria, de lugares a donde llegaron hace siglos gentes procedentes de Nubia que acabaron dedicándose a la ganadería en sus nuevas tierras. Este hecho lo vincula a tradiciones musicales muy antiguas. Se habla del luo como de una de las lenguas derivadas de la matriz nilótica. Está emparentada con otras del actual Sudán y todas tienen su origen en las migraciones que sucedieron a los sucesivos hundimientos de los reinos de Kush y de Nubia, hostigados respectivamente por romanos y árabes.


Lo más curioso del caso es el instrumento con el que se acompaña el canto. Se trata de un nyatiti, una especie de lira de 8 cuerdas, un instrumento que viene a dar tantas claves sobre la procedencia de la música como la propia lengua vehicular. No es muy diferente, al parecer, de la enanga, otro instrumento que aparece en el Norte de Uganda en manos de los acholi, gentes emparentadas con los luo. Pero lo más sorprendente es que la emigración hacia el Sur de estos pueblos nilóticos nos permite hoy conocer el sonido de instrumentos similares a los que empleaban los egipcios e imaginar a través de ellos su música. De hecho la similitud entre estas rústicas liras y lo que reflejan los murales de los monumentos egipcios ofrece poco lugar a dudas. Cosa distinta serán las melodías que con ellas se interpretan, pero somos libres de creer que oyendo a Ogada, en medio de esa atmósfera sencilla y conmovedora con que nos envuelve, quizá nos llegan sonidos verdaderamente antiguos, sonidos que realmente han atravesado los siglos.



Kothbiro (canto popular), Ayub Ogada.
Original en album En mana kuoyo, 1993.
Versión BSO The constant gardener, 2005.


martes, 5 de octubre de 2010

A por uvas


Racimos de distintas variedades, litografía (1894)
A los que rumian pámpanos esperando que den el punto, a los que día a día picotean los verdes granos, a los que acarician con mimo los prietos racimos, a los que aguardan ansiosos que corra el mosto, a los que esperan pacientes a que la cosecha fermente, a los que se amargan con un vaso de vino rancio: Animaos, que ya es hora de salir hacia la viña, cargar las comportas y traerse a la bodega las uvas.

lunes, 4 de octubre de 2010

El que se amó



Cuando quiso forzar la memoria se fue quebrando por dentro: Empezó a recordar uno a uno aquellos cuerpos en los que se redimió a fuego lento y a los que su mente allanaba futuros, como si en ese pasatiempo mitigara su eterno y minúsculo presente. Cuando quiso regresar al día final, aquel espejo inhóspito y abrasador se vino abajo vencido por tanto deseo. Cada uno de los cuerpos volvió entonces para rescatar su futuro, del que devinieron en criaturas pálidas y frías, conformando una estirpe de demonios dudosos. Ajeno a ella, indolente y suspenso, ajeno a todo, el memorioso ya nunca quiso volver a amarse. Y su secuela vive ahora dueña de su tiempo y de su odio.

Por las ramas


Árbol fractal Julius
Se habla en ocasiones del poder de las metáforas para sugerir estructuras y ahormar el pensamiento, aunque pocas veces se lleva lo metafórico al marco de una lógica. De encuadrarlas lógicamente sería interesante empezar por clasificar los distintos soportes que encuentran, para pasar después a sopesar su capacidad de proyección. No parece que se haya avanzado mucho en eso, y lo más frecuente es seguir el curso de la metáfora de una manera más informal, sin salir de la disciplina en que aparecieron. Sin embargo, los casos más atractivos son aquellos en los que la metáfora salva limpiamente la brecha que separa a dos disciplinas. En la investigación científica, aun cuando no se diga explícitamente, son muchos los problemas en los que las metáforas sirven como un diseño de fondo sobre el que van evolucionando una serie de conceptos más lábiles que encuentran ajuste final en una estructura, modelo u organización, desde la cual se pueden formalizar y precisar mejor las cadenas de comportamiento. En definitiva, la metáfora viene a ser un modo singular y poco reconocido de impulsar la abstracción.

Acogidas a esa fórmula que se inicia con un «es como si», algunas de estas metáforas de proyección científica han resultado ser de ida y vuelta. El árbol, por ejemplo, es un sugerente objeto, cuya figura ha dado lugar a múltiples ideas, entre ellas el desarrollo de genealogías o la jerarquización conceptual a través de nudos y ramas. En Matemáticas, siguiendo estos patrones, el árbol se asocia a un tipo bien definido de lo que algebraicamente se conoce como grafo. Tanto este concepto como los esquemas anteriores no dejan de ser proyecciones metafóricas del objeto original. Lo curioso es ver de vuelta al árbol, sujeto a descripción conceptual mediante un diagrama arborescente y definido para la ocasión por un grafo semántico, que va mostrando a través de cada rama las funciones que rigen en su desarrollo fisiológico. El ciclo parece haberse cerrado cuando ese árbol metaforizado, transmutado en un modo de generar abstracción, retorna al árbol original para acabar de definirlo. Puede que el árbol se pueda explicar por medio de una definición precisa, pero gana mucho cuando, en una sorprendente pirueta, se vale de su capacidad metafórica de evocación conceptual para explicarse a sí mismo. De un modo similar, los humanos solemos encontrar en la imagen que las metáforas ofrecen de nosotros nuestra mejor explicación.


domingo, 3 de octubre de 2010

Lógica del nómada


Cuando uno está decidido a llegar hasta un punto, encontrar razones es tan sencillo como encontrar el camino.

sábado, 2 de octubre de 2010

Rostro anónimo


Quang Ngai, Vietnam, 1967
Philip Jones Griffiths

Hay imágenes que vimos una vez y que nos persiguen de por vida. He reconocido de inmediato en una galería la que aquí muestro y se me revela hoy mucho más cruda que cuando la ví por vez primera. En ella resuena algo del fragor de luchas y protestas que, junto con las lejanas guerras que las alentaban, parecen hoy olvidadas. Pero, ¿cómo olvidar cuando uno ve de nuevo esa cabeza vendada y anónima surgiendo de la penumbra del pasado, en la que el curso tembloroso de la mano quiere encontrar el rostro perdido y a la que se le asigna uno nuevo colgándole una etiqueta como a un paquete en consigna? Y, sin embargo, cualquiera podría hacernos notar que la foto oculta el verdadero rostro de la guerra, ese rostro terrible que para nosotros fue siempre desconocido.

viernes, 1 de octubre de 2010

Expléndido con k



Indudablemente salir a pantalla es oficio duro. Creo que puedo imaginar la agotadora presión a la que se ven sometidos quienes comparecen ante ella y también los niveles insoportables que a menudo alcanza esa obligación de dar la cara de continuo. Supongo que hay quien mira por ellos para evitar los efectos dañinos de esa tensión continua. Pero al evitar estos efectos mediante el uso indiscriminado de argucias teatrales, como últimamente se viene haciendo, se acaba por transformar el oficio de comunicador en algo cómico. Empiezan a aparecer en pantalla gentes tan sobradas de expresión que además de comunicar confusamente y contagiar escasa convicción, infunden en el espectador una mezcla de perplejidad y extrañeza. El cuadro varía algo entre los que se presentan sentados para ofrecer noticias y aquellos a los que se les condena a merodear bajo los focos con las propuestas que los editores les adelantan. Dando por hecho que estos últimos viven el espectáculo de lleno y que su papel apenas se diferencia del que corresponde a un actor, lo único que cabe deplorar es que estos dramas en pantalla no se declaren como teatrales y que ellos acepten funciones tan extrañas a su vocación escénica.

Por eso me preocupa más el caso de los sentados, que al fin y al cabo adoptan esa pose ritual a fin de dar cierta credibilidad a las noticias. De ellos algunos han optado por dar el noticiero acentuando aquí y allá, de motu proprio o improprio, con la decidida intención de ganarse al espectador por el oído. Queda para los redactores la selección y el orden en las noticias, mientras que ellos cubren su papel impostando la sesión bien sea con la vis irónica o apoyados en muecas chuscas o miradas cómplices. Tanto celo acaban poniendo en su oficio que en ese monólogo gestualizado el mensaje suele acabar reducido a ocasional hilo conductor. Peor les va a quienes carecen de esos recursos faciales e intentan reforzar su escasa credibilidad supliéndolo con técnicas de expresión corporal en la mejor tradición de Stanislavski. Algunos de estos creyendo necesario cargar su mensaje con una plusvalía de emoción, acaban presos de convulsiones y aspavientos, como si nos pidieran auxilio para comunicar su noticia. Tanta implicación emocional hace que veamos con frecuencia noticias de carácter trágico subrayadas por una expresión grotesca, arruinando así el crédito del noticiero y convirtiéndolo en un guiñol tirando a infame.