martes, 26 de octubre de 2010

De amicitia, alio modo


Para tener un círculo sólido de amigos y explorar a través de la amistad a la población, hay que manejarse con algunos criterios elementales. Puede que la idea de partida sea tan simple como clasificar la población de manera que que nuestro círculo de amigos quede bien diferenciado de otros círculos similares. Pero el alcance de todas esas distinciones entre círculos depende de la naturaleza de nuestra relación de amistad y del modo en que opera.

Para empezar, mal iremos de amistades si no hacemos valer el famoso criterio de que «los amigos de mis amigos son también mis amigos». Esto extiende nuestro círculo trasladando la amistad de unos a otros de forma transitiva y haciéndonos amistar con personas desconocidas hasta nuclear a nuestro alrededor una pequeña sociedad de amigos. Las resistencias a este criterio transitivo, por parte de cualquier socio, generarán una cobertura de la población más cercana a una clasificación blanda o matizada. En ella algunos individuos mostrarán dobles fidelidades, entrando a participar en más de una sociedad.

En realidad todo ese esfuerzo clasificador sólo será posible si previamente reconocemos entre nosotros un criterio aún más elemental y sencillo, el de correspondencia. Entendemos con él que la amistad debe ser una relación correspondida, que «no se puede ser amigo de alguien, si él no quiere ser amigo mío». Con esta reciprocidad la amistad fluye en la doble dirección y deja de ser una relación desigual, o mejor asimétrica. De romper este criterio viciaríamos la amistad con rangos y jerarquías, e impondríamos dependencias donde se presumía cierta igualdad electiva.

Aunque se da casi por supuesto, hay un último criterio que puede romper cualquier cadena de amistades y trastoca la posibilidad de generar un círculo amistoso. El criterio es esta vez individual y se formularía en los siguientes términos: «Mal puede tener amistades quien no se tiene a sí mismo por amigo». Aquí no se trata tanto de comprender la amistad como de saber trasladarla a los demás. Si en una persona la propiedad de amistar se ahoga, esa persona no puede pertenecer a círculo alguno. El que es enemigo de sí mismo acaba siendo enemigo de todos. Normalmente desarrolla formas de amistad inclasificables, demasiado complicadas, casi siempre poco igualitarias y en las que se tiene por centro a sí mismo.



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