El amor por el saber no se suele traducir en amor a la vida. Saber vivir sigue siendo asunto difícil y la felicidad un estado imprevisible y mal definido. En todo esto Aristóteles representa el argumento impecable, el magisterio apolíneo, como puede verse en su idea universal e intemporal de sabiduría.
«La sabiduría es la más perfecta de las ciencias. El sabio no sólo debe de conocer lo que deriva de los principios, sino poseer además la verdad sobre los principios. De suerte que la sabiduría será intelecto y ciencia». Aristóteles, Etica a Nicómaco.
Frente a ese sesgo científico, Eurípides, poeta algo anterior, ya había avisado de la deuda atávica hacia la naturaleza presente en todo lo humano, de la impronta dionisíaca. Aquí el sabio no hace acopio de saberes, busca el éxtasis, el fruto fortuito en cada instante.
«La ciencia de los sabios no es la sabiduría. Ni tampoco lo es el meditar sobre lo inhumano. ¡Breve es la vida! Por eso, ¿quién puede cosechar el presente, si persigue lo infinito? Ésas son actitudes, en mi opinión, de mortales enloquecidos». Eurípides, Las Bacantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario