De nada puede valer un perfil del autor si no deja ver su intención. Si ésta no es buena ni clara, el perfil poco va a decir de él, y lo que diga nada aclarará.
Como el que repuja paciente hasta dar volumen y brillo a su retrato, donde se contempla mudo y absorto en exceso, algo cómico y extraviado en el gesto, casi siempre remoto y sobresaltado, entre amagos y destellos; como ese iluso que escribe breves sus notas para imaginarse más ágil, airoso y ameno, hay otro que solemne insiste en su liturgia de pega hasta pillar su altar de rebote; el mismo que por dar ternura se apura los sesos y se macera las carnes hasta dar grima; el mismo que corta y pega, letra sí y letra no, como le vienen del aire, hasta colar sus artefactos en pompas; el mismo que se adorna con violines, aunque chirríe la jota, y lleva por Úbeda y sus cerros sus pasmadas citas canoras; el mismo que enseña planos de su catalejo para fugarse a lo grande como un mariscal geómetra. Ni siquiera le obligan a retratarse, pero cuando él coge y se mira, simplemente se devora.
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