viernes, 14 de mayo de 2010

Dialécticas cíclicas


Hieronymus Bosch, San Juan en Patmos (1489-1499)
Geraldegalerie, Berlin
A todos se nos hace dueños de un peculiar campo de batalla, nada cruento en principio, sino más bien dialéctico. Un campo hecho al forcejeo moral, donde el ángel y el demonio alargan sus cuellos sobre nuestros hombros y deslizan en nuestros oídos su tediosa cantinela. Para el sufrido dueño de esa cabeza, la batalla que estos dos libran cobra una dimensión trascendental, al colocar su libre albedrío en contienda como singular trofeo.

Tan patente es la ansiedad de estos alados consejeros, que acaban por aturdir con sus cargantes resoplos a quien por mera cortesía les escucha. Pero si la ansiedad de estos visitantes cansa, aún agobia más su intento de ganarse una decisión favorable y definitiva. Nos cuentan que en ello nos va una concluyente victoria, que pensemos en lo que supone decantarnos de su lado y en lo que de ahí se deriva, cuando con nuestro albedrío rendido pongamos definitivo rumbo a uno de esos dos polos morales.

No sería propio de quien se dice libre creer que en una momentánea decisión está escrito nuestro destino. Su conducta está sujeta a múltiples extremos y entretejida con innumerables caminos. Fijarse un polo es tanto como quedarse acorralado en un escenario de batalla y dejarse dominar por una fiebre maniquea. El criterio moral no consiste en tomar bando sino en saber conducir en beneficio general los impulsos que animan de manera natural nuestro comportamiento personal. El más elemental y también el más patente es el que distingue entre lo uno, que es lo propio, y lo otro, que es lo ajeno. Cuando sobre este eje no se equilibran las fuerzas, se acaba por desvirtuar toda esa épica bipolar del bien y el mal. En ese terreno movedizo de poco vale mirar al bien o al mal, porque en el otro nuestro bien nunca será el bien, mientras que el mal que en el otro vemos nunca será el nuestro.

Este final controvertido deja en entredicho muchos de los criterios morales que apuntan al bien y al mal, y devalúa notablemente la trascendencia de ese combate dialéctico entre las dos fuerzas angélicas. En la vida cada momento y circunstancia exigen criterio para saber conjugar lo propio con lo ajeno. Evitar ese difícil juicio personal y transformarlo en un teatrillo donde nuestras pulsiones se rinden al consejo de ángeles y demonios, supone abandonar nuestra dialéctica en sus manos y verla reducida al repetido intercambio de puntos y contrapuntos. Cualquiera que busque guía en este mundo reconocerá que esa simetría de poderes sirve de bien poco cuando se trata de juzgar algo tan cotidiano como dónde empieza a ser nuestro lo que antes fue tuyo y mío.


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