Quartetto Italiano
Maurice Ravel ha pasado a la historia de la música como un gran orquestador, seguramente uno de los mejores. Además de profundo conocedor del universo tímbrico de la orquesta, fue un acabado maestro en el empleo de los tiempos e intensidades tonales. Decir todo esto no es novedad. Revisando sus inicios musicales podemos asistir a un ejercicio de síntesis instrumental, no necesariamente sobrio, pero sí premonitorio de su estilo orquestal. Hablamos del ofrecido en su Cuarteto para cuerdas en fa mayor, único que compuso y estrenado en 1903.
Es verdad que en esta época el cuarteto como género había ido imponiendo exigencias tonales muy altas a las cuerdas graves, llevando con frecuencia el clima del encuentro a un cierto paroxismo, más propio del expresionismo inminente que de los sosegados continuadores del clasicismo. Pero no iba a ser en este terreno donde Ravel mostraría sus cartas. Para explorar el repertorio tímbrico en instrumentos de una misma familia, se fue directo en el segundo movimiento a la fuente instrumental, la cuerda, para contrastar no sólo los tonos sino las propias técnicas: el juego de arpeo frente al movimiento del arco. Los efectos del experimento tienen un cariz más cercano a la recreación de las formas clásicas asumiendo gestos y técnicas más sutiles, por lo que si hubiera que encarar un símil en la pintura, volveríamos nuestros ojos al impresionismo.
También aquí la forma viene a ser el fondo, y en el fondo se trataba de abrir un tempo para la danza. El aire es festivo y evoca vagamente ritmos propios de la danza vasca, que Ravel, nacido en Lapurdi, conocía de sobra. El motivo inicial es un rítmico scherzo, más saltarín que zumbón. La novedad, que las cuatro cuerdas imponen su alegre ritmo mediante el pizzicato de las cuerdas. De este modo, a cambio de los matices melódicos, que inevitablemente se difuminan, se logra una profusión de acentos que parece regenerar el sentido original del ritmo musical.
Nuestra cita podría empezar cuando, ya próximo el final del movimiento, violoncello y viola emprenden un sostenido y creciente punteo para retomar el scherzo. Tras la sacudida rítmica que trae, ese cuidado encaje de tonos punteados se desvanece en los arcos, que anuncian con sus trémolos un agudo y breve cantabile en el que se suceden violín y viola. A partir de ahí dominará el cromatismo de los arcos, siempre subrayado por delicados toques al arpa. Los tonos se van apagando en continuados vibratos de despedida, que se ven acompañados por un intenso tanteo en las cuerdas rematado con un pellizco final.
Ravel, Cuarteto en fa (1904), extr. 2º mov.
Quartetto Italiano, Ascona 1968, Ermitage
No hay comentarios:
Publicar un comentario