domingo, 11 de julio de 2010

La higuera



Es inútil, y además debería ser tenido por ridículo, disertar sobre higueras. El que no ha quedado embriagado por ese olor dulzón y veraniego, por esa delicada textura de granitos, no conoce lo más elemental para que esa disertación prospere. Cómo contarle que pese a su atractivo el higo tiene heroico y difícil comer, a la altura quizá del coco, la piña y de las frutas tropicales. Si está en sazón hasta el aprendiz dividirá con un gesto resuelto el higo en dos. Pero eso de entrarle a la fruta recién abierta con los morros henchidos, no es un acto meramente funcional, es oficio artesano lleno de lujuria, y si ya apuras su corazón, granito a granito, envuelto en esa fragancia pecaminosa, la tarea te transporta. A dónde vas, es difícil de saber. Algunos no vamos a ninguna parte, sino que volvemos a las meriendas de antaño, cuando convertido en dulce el higo se colaba en un corrusco de pan. Un escueto plan para merendar, pero de muy complicada ejecución, que acababa casi siempre con el dulce escurriéndose lento y viscoso a la altura del codo. Es así como nos entregaron, a lo que hoy es casi cautiverio, a esa devoción por los higos, que revive y remueve nuestra savia con ese olor penetrante y evocador cada verano.


Sol y sombra


Árbol de la seda o parasol de China

A diferencia del par formado por el sol y la luna, que tienen un sentido escatológico y un reflejo psicológico más o menos activo, entre sol y sombra aparece una dicotomía cuyo provecho final es tan difícil de definir como el que se da entre tener y no tener. Están, por una lado, aquellos que creen que lo mejor es disponer de alternativas simples y fáciles de resolver, y están, por otro, los que las mejoran explorando grados entre los dos extremos, en este caso todos los que van del crudo sol a la tenebrosa sombra. Los que no cuentan con esa elección de grado pronto comprenden que en ella está la auténtica libertad real de elección. Percibir en estas jornadas veraniegas el sol como el bien absoluto, como un sagrado don natural, mostrando como única alternativa la sombría clandestinidad, quizá tenga sentido para quienes asocian esa presencia con la llegada de parabienes, mieses y frutos. Para los demás recibir y aceptar ese fuego inclemente es una muestra de nuestra obligada resignación al orden natural, un orden riguroso al que únicamente algunas sectas playeras se someten de buen grado confiando como fieles creyentes en recuperar a pleno sol los rastros de una belleza que a fuego lento se apagó.

jueves, 8 de julio de 2010

Centauros


- Montado a caballo nadie logra disimular su desprecio por lo humano.

- Sólidas grupas lo arrebatan y apaga su ardor rodeado de doncellas.

- Al trote su ímpetu es dudoso, al galope cree que proclama su nobleza.


miércoles, 7 de julio de 2010

Mínima 16


Soñó que tenía un sueño hasta que despertó con dos. Nunca supo cuál era el falso y cuál el verdadero, ni en cuál de los dos vive hoy.


martes, 6 de julio de 2010

Diálogo jesuítico sobre la danza



La danse, Henri Matisse (1909), MOMA New York

Sabía que el Padre Mendiburu difícilmente se avendría. Durante los dos últimos años venía peregrinando a lomos de su mula y sembrando la palabra de Dios por medio país. Tan pronto se le veía en Asiain como en Uterga, en Maya como en Oyarzun, donde hoy mismo había predicado la misión ante los suyos. Algunos más habían subido también desde Hernani y Astigarraga hasta esta acantonada y soberbia parroquia de San Esteban. El Padre Larramendi le esperaba ya en la sacristía, mientras Mendiburu aún despedía a amigos, parientes y vecinos en el portal de la iglesia. Finalmente cruzó el umbral diligente, atravesó la iglesia camino de la sacristía y una vez en ella cerró el enorme portón. Los dos jesuitas arrimaron dos sillas y tomaron asiento frente a frente.

Después de alabar con brevedad el recibimiento entusiasta de los feligreses decidieron entrar en materia.
—Temo que con vuestros sermones estéis atizando pasiones— le señaló tímidamente Larramendi, —y así malamente apaciguaréis la desazón de sus almas—. A lo que Mendiburu objetó que no era su intención quererlas apaciguadas, sino mantenerlas atentas y avisadas frente a la insidiosa alegría reinante en las ferias.
—No veo que la alegría nos desmerezca, ni que la danza, como vos creéis, nos envilezca— replicó con firmeza. —Tan sólo son expresiones vivas de nuestro proceder, sin más malicia que lo que traemos en mente o pongamos en boca—. A estas palabras Mendiburu se revolvió inquieto en la silla, y para darle réplica decidió levantarse. Entonando solemne su parlamento como si continuara bajo el tornavoz, recordó que hablábamos del cuerpo, que era tanto como hablar de la tentación, del reclamo de la concupiscencia pagana. Larramendi le miró fijamente y procuró pronunciarse con franqueza, lejos de cualquier otra emoción:
—Padre— le dijo apagando ligeramente su voz, —os equivocáis al hacer de la fiesta un suerte de lúbrico cortejo entre tamboriles y enaguas—. Cabeceando como quien no logra entenderlo, Mendiburu comenzó a pasearse de un lado a otro, entre la mesa y el portón. Con ostensible y creciente irritación, recuperó su argumento y volvió a abominar de los bailes. Los veía como una emboscada luciferina, preludio de la general perdición, y del retorno a esa comunión de cuerpos, que felizmente creía extirpada por el buen oficio de la Santa Inquisición. Como quiera que Mendiburu daba muestras de extraviarse, prendido en tan frenéticos temores y en la amenaza del maligno, quiso Larramendi traerlo a este mundo recordándole su irrenunciable ministerio:
—Asumís una pesada carga con vuestro predicamento, debiendo conceder además en tan crudas circunstancias vuestra fraterna absolución—. Mendiburu asentía cabizbajo con resignación, pero Larramendi volvió entonces a la sorna mundana y poniendo cara de fingido asombro exclamó:
—Admirado quedo, Padre, de que no hayan quedado encintas las que a danzar salieron en las pasadas ferias, presas como las imaginabais de ciega euforia y de aviesa intención.


lunes, 5 de julio de 2010

Escalones de renuncia


Hasta hace poco en el debate político funcionaba el manejo de etiquetas. Uno era de izquierdas, otro conservador, el siguiente liberal y así hasta completar el espectro. La etiqueta era el modo habitual de identificarse para acotar terreno y espantar intrusos, o de identificar al otro y señalar la diferencia. Hoy sólo algunos ingenuos piensan que la etiqueta otorga título de propiedad sobre un sector del cuerpo electoral. Son más los que en vez de etiqueta buscan acuñar algún tipo de marca para venderla como un fetiche a sus devotos y evitar así la demostración de virtudes salvíficas de su invento político.

Parece que en régimen de mercado sin una marca registrada nadie es bienvenido al juego de la competencia y que las reglas que rigen ese mercado pueden acabar primando sobre el debate de las ideas. En realidad, las ideas hoy apenas se discuten, se inculcan pedagógicamente para hacerlas valedoras del propio juego político y de sus ventajistas. Que las ideas quedan trastocadas es evidente con mirar a las palabras. Si uno escucha con cierta atención los discursos, se le hará difícil responder diccionario en mano de algunas de las palabras más empleadas. En boca de los nuevos campeones de la retórica política palabras como terror, libertad o democracia deberían llegar subtituladas con su nuevo sentido. Hemos llegado a un punto en el que el juego de las etiquetas por neutro y convencional ha dejado de practicarse y en el que los grandes conceptos han pasado a ser la munición favorita de los discursos equívocos. Es ridículo que para dar con el sesgo de las palabras debamos informarnos sobre las aficiones y manías personales antes que sobre las convicciones del mensajero.

A falta de esa persuasión que los conceptos ofrecen, no es raro que se haya optado por la contundencia, aunque para ello se violente aún más el lenguaje de las calificaciones personales y se rebasen las garantías que salvaguarda. Una nueva práctica lingüística consiste en el secuestro y perversión de adjetivos inocentes, escogidos entre los coloquiales de mayor penetración entre el público. Con ellos el mensaje adquiere un sentido desfigurado, que tarda en apreciarse, pero muy útil para apuntar a lo políticamente extraño desde una hipotética normalidad. Últimamente el ejemplo más elocuente, no el único, es el de los ciudadanos contaminados, que bien podría extenderse a los irregulares, arrepentidos o irrecuperables. Cuando el sujeto es identificable y depositario de derechos, el epíteto aplicado resulta forzado, pero sirve de excusa para intervenírselos. Aunque la sociedad le reconozca como ciudadano, de no mediar aclaración, pasa una vez adjetivado a ser tomado por sospechoso. Para cierta clientela política atajar esa contaminación es un objetivo saludable, medien o no medien derechos. Nadie en ella apunta y cuestiona realmente al que impone a los demás ese estigma y abre camino a la persecución del señalado, adoptando el nivel de presión oportuno, medien o no medien las pruebas.


domingo, 4 de julio de 2010

Nieblas de julio


Subiendo a Leateko Harria,  A. Marín, 2010 ©

La mañana tenía algo de fantasmagórica por allá arriba. El hayedo, que reclama a veces nuestra atención con sus delicados matices en verde o con la soberbia envergadura de sus troncos, no se veía brillar.  Hoy no era uno de esos días. Hoy era de aquellos en que recorrer el hayedo puede ser una experiencia inquietante. En estos casos todo suele empezar cuando sentimos nuestro peso en el crujir de las hojas y oímos su respuesta quejumbrosa a cada paso. La cadencia resuena entonces como una serie de latidos sosegados, puede llegar envuelta en el rumor de una cercana regata e incluso confundida con el revuelo del aire en las altas ramas. Tampoco nos lleva un fragor sinfónico, simplemente son rumores, en los que reparamos al no distraernos demasiado la luz.

En estos días de niebla, la luz, aunque dominante de mañana, se torna una referencia imprecisa en nuestra marcha. No guiándonos, más parece que nos rodea, que esconde inminencias. Tras la entrada en ese hayedo blanquecino y desfigurado se nos van presentando lentamente las muestras: un haya de copa redondeada se adelanta a darnos la bienvenida; detrás de ella, las restantes una tras otra, se van perfilando como mástiles en su laberinto; al fondo se ve una roca verde oscura con una armadura de ramas. Llaman a este paraje Leateko Harria. Es punto de reunión, por lo que he visto, de corzos, quizá también de ciervos. Nadie peregrina por estos pagos. Pero el verano es la estación de los confiados y de los que en busca de maravillas se pierden. Hay un susurro de madera que se estremece, cosa de brujas y sortilegios, seguramente. Algunos nunca volvieron, ¿quién sabe? quizá el bosque les acogió, quizá sigan en él penando.


sábado, 3 de julio de 2010

Haciendo amigos


Entrevista de Hernán Cortés y los embajadores de Moctezuma.
Lienzo de Tlaxcala (s. XVI), lámina 27.

Llegar el primero a la ciudad, declararla ante escribano tierra incógnita o perdida, tomar posesión de ella en nombre del soberano selenita, emitir carta de protección a favor de sus naturales y título de propiedad a favor del que les visita. A partir de ahí, aprovechar, cosechar y regentar, siempre en derecho y consecuencia.

viernes, 2 de julio de 2010

Crisis en el imperio


Es curioso, pero relativamente frecuente, ver a algunos matemáticos fascinados y a veces enredados con las metáforas. En matemáticas las metáforas son como resortes que proyectan la disposición de factores de un problema en un ámbito en el que las relaciones naturales facilitan la apreciación de dependencias y la recombinación de los elementos básicos. Existen, por tanto, buenas razones para desarrollar a través de ellas propuestas analógicas con paralelismos más o menos atrevidos y exploraciones de carácter más informal e intuitivo. Pese a estas atractivas posibilidades, el interés del gremio por el lenguaje y sus figuras decayó a partir del siglo XVI con el uso de los símbolos. No obstante, ha seguido dando después escritores excepcionales con un empleo elegante y sofisticado de la metáfora, incluso en materia no explícitamente matemática.

Hermann Weyl podría representar con propiedad a esta selecta especie de matemáticos. En 1921, Weyl escribió un artículo que resultaría crucial para el estudio de los fundamentos matemáticos. Todas las matemáticas se habían acabado asentando en la teoría de conjuntos formulada por Cantor a finales del XIX. A comienzos del nuevo siglo la teoría, y con ella el edificio matemático entero, se vio envuelta en serias dificultades lógicas en forma de antinomias y paradojas. Bajo el título de Über die neue Grundlagenkrise der Mathematik (Sobre la nueva crisis de fundamentos de las Matemáticas), el artículo se iniciaba con el siguiente párrafo:

«De ordinario se mira a las antinomias de la teoría de conjuntos como controversias marginales que no conciernen más que a las provincias periféricas del imperio matemático, sin poner apenas en peligro la solidez y la seguridad interna ni el corazón de ese imperio. Sin embargo las explicaciones dadas por fuentes autorizadas sobre estos disturbios (con vistas a desmentirlos o a minimizar su gravedad) están lejos de llevar la impronta de una convicción alimentada por el sentimiento de evidencia; ellas revelan más bien el arte de hacerse ilusión a medias o a tres cuartos, género sumamente extendido en el pensamiento filosófico y político. Pues toda reflexión seria y honesta obliga a reconocer que estas incompatibilidades en los sectores periféricos de las matemáticas deben ser tenidas por síntomas; síntomas que manifiestan lo que oculta la apariencia de brillo y comodidad que da la actividad de las regiones centrales; a saber la falta de solidez interna de los fundamentos del edificio.»

Podría uno hacer una más extensa y profunda presentación de Weyl, educado como matemático en la tradición hilbertiana de Gotinga y en ese tiempo hombre de sensibilidad socialista, pero insistiré en el año de publicación, el 1921. Sobre el texto no cabe duda: uno ve sobrevolar sobre él el ambiente político de la época. Ante sí tenía Weyl el ejemplo de los imperios ruso y austríaco con esos llamamientos a la pretendida solidez, esas pruebas acerca de la seguridad y esos comunicados oficiales tranquilizadores. Eran visibles, por tanto, todas las señales que precedieron a su definitivo desmoronamiento, que para ese año de 1921 prácticamente estaba a punto de consumarse con la victoria bolchevique y la creación de Yugoslavia. En el orden propiamente matemático la lectura es también clara, particularmente la crítica al papel contemporizador y evasivo jugado por esas fuentes autorizadas, que se dirigía de forma poco velada al máximo patrón del edificio matemático, a su propio maestro David Hilbert, que jamás perdonó a su discípulo predilecto ni la metáfora ni esa muestra de desafecto.


jueves, 1 de julio de 2010

Contraescrito



Cuando escribo, soy consciente de que inevitablemente me escribo. Leyendo lo aquí escrito unos meses después, cuando ya no tiene ningún sentido corregirlo, tengo la impresión de recibir noticias de un viejo conocido. Acompaña además a ese primer reconocimiento del autor cierta sorpresa, que llega a ser estupor cuando los rasgos mostrados entre líneas desentonan a ojos vistas con mi probable retrato presente. Ya sé que la identidad –o lo que quiera que los escritos reflejen- es algo maleable, que navega siempre bajo el compás de lo vivido. Y sé también que lo transcrito supone un elaborado ajuste que viene a mostrar la distancia entre lo que soy y lo que fui. Por eso, a medida que me voy reconociendo en las palabras que me llegan del pasado, me convierto en lector perplejo de aquel autor que escribía para mí.