sábado, 27 de febrero de 2010

Día del concepto



Con el fin de dar carta de naturaleza al Día del Alumno de Ciencias, la Consejería de Educación envió un breve oficio en el que nos pedía la elaboración de un módulo didáctico sobre un tema científico de actualidad. El encargo fue encomendado a nuestro gabinete de divulgación científica: siete avezados profesionales del mundo de la comunicación con alguna incursión exitosa en el ámbito de la enseñanza. Tras una primera reunión, se decidió que el tema fuera la Inseminación Artificial, pensando en el interés que de seguro este asunto suscitaría entre los adolescentes. A diferencia de otros temas, que quedaron sobre la mesa, la documentación apenas planteaba dificultades, incluso para gente de letras como todos nosotros.

Donde de verdad empezaba el trabajo serio era en el intento de ofrecer un enfoque realmente novedoso y moderno. En la memoria justificativa del avance económico a cuenta, ya apuntábamos nuestra pretensión de hacer «un uso extensivo y adecuado de imágenes, sonidos y datos para una progresiva profundización en el análisis temático». La argumentación del contenido no debía ser el problema, habida cuenta de que podía irse engordando a voluntad con el material del que disponíamos. Había que extremar la atención en aquellos detalles formales que redondean y potencian el impacto del producto. Por eso esta investigación formal se asignó a nuestra sección de diseño.

Con todo ello se dio forma, mediante software propietario, a una cadena de pantallazos, que en cada momento irían siendo subrayados por sucintas explicaciones y otras muletillas verbales. En este caso las funciones de «apoyo oral» correrían a cargo de los dos colegas especializados en comunicación audiovisual. Para completar su misión, a la vez que presentaban las transparencias, deberían de ir haciendo labores de animación entre los jóvenes con el fin de que tomaran la palabra e hicieran sus propias aportaciones y preguntas, creándose así un clima de auténtica efervescencia comunicativa.


La experiencia piloto se desarrolló en una clase donde nos encontramos con alumnos de unos 14 años. Lamentablemente no todos sabían inglés, así que tuvimos que optar por la lengua vernácula. Todo discurrió sin demasiados contratiempos hasta la transparencia IA-3b. En ella se aludía a algunos de los riesgos que la técnica tenía, y se citaba concretamente el caso de los embarazos ectópicos. Ante el natural asombro que todo el despliegue mediático venía produciendo en nuestro público, y temiendo que sólo fuera perplejidad, el profesor que cuidaba a esta gente tuvo la fatal ocurrencia de tomar la palabra para ver si todo el material que habíamos ido presentando se asimilaba.

—No sé si sabéis qué es un embarazo ectópico— se preguntó, mirando a sus alumnos. Las caras apenas mostraban interés por saberlo y la impresión que daba era que no había consenso general. Por eso produjo cierto incomodo, que se dirigiera a la ponencia para sugerirle:

—Podríais explicarles un poco el concepto, o sea de qué clase de embarazo estamos hablando, porque hay algunas cuestiones sobre reproducción que aún no conocen.

Aunque curtidos en estas lides, los ponentes no pudieron ocultar una mueca de espanto y se miraron un tanto confundidos. El se tomó algún tiempo ajustándose la corbata y arremangándose la camisa, mientras ella se servía toda el agua de la jarra. Finalmente nuestro hombre encaró la pantalla, se puso de espaldas al mundo, y con un hilo de voz dijo:

—Bueno, no, que no hay tiempo. —y volviéndose añadió— Pero aquí tengo las estadísticas de embarazos ectópicos. De los últimos cinco años y de todas las autonomías.


jueves, 25 de febrero de 2010

La pulga y las tres abejas


Corría el año 1610, hace de esto pues 400 años. Una versión ligeramente modificada del instrumento que le catapultó al firmamento, permitiéndole identificar los satélites de Júpiter, le sirvió a Galileo para observar el micromundo más próximo. El telescopio refractor, hoy conocido por su capacidad para salvar la distancia entre la escala doméstica y la sideral, yendo de nuestro mundo al macromundo, parece un dispositivo unidireccional. Pero nada en realidad impediría que con los mismos elementos el dispositivo cambiara de dirección, e incluso que fuera bidireccional. El aparejo de lentes entubadas que permite atraernos la lejanía, debería de poder hacer lo propio con la diminuta cercanía, porque la óptica que por un lado del tubo sirve como telescopio, si miramos por el otro sirve de microscopio.

Por eso Galileo empleó un dispositivo bastante similar al telescopio para la observación de insectos. Lo que bautizó como occhialino tuvo en sus manos un uso breve pero, al parecer, intenso. Llegó a dejar noticia de sus observaciones en una carta de 23 de septiembre de 1624 a Federico Cesi. En ella muestra su entusiasmo ante la visión de ese nuevo mundo y sobre todo ante las formas con que se revelan algunos de los insectos más comunes.
 “Envío a V.E. un occhialino para ver de cerca las cosas mínimas, del cual espero que sirva para dar gusto y entretenimiento no pequeño, como me lo ha dado a mí… He contemplado muchísimos animalillos con infinita admiración: entre ellos la pulga es horrenda, el mosquito y la polilla son bellísimos… En suma nos es dado contemplar infinitamente la grandeza de la naturaleza, y cuán sutilmente trabaja, y con cuán indecible diligencia…” [1]
 De particular interés para Cesi fueron algunas de las observaciones relativas a la abeja, las cuales se incorporaron a Apiarium (El colmenar), una obra que publicó en 1624. Federico Cesi había fundado junto con unos amigos, en Roma en 1604, la famosa Accademia dei Lincei, a la que Galileo se incorporó como fratello en 1611. Parece que la Academia encontró protección para sus actividades en la figura de Urbano VIII. El cardenal Maffeo Barberini, que con ese nombre llegó en 1623 a la cátedra de Pedro, era miembro de una familia florentina dada al mecenazgo de las artes y las ciencias. La publicación del Apiarium por Cesi quiso ser, un homenaje al Papa, a un año de su proclamación. Al hacerlo "in perpetuae devotionis symbolium”, aludía al escudo nobiliario de los Barberini, en el que figuraba como motivo central un triángulo formado por abejas. De poco serviría a Galileo esa obsequiosidad de la Academia, cuando en 1632, bajo su pontificado, fue obligado a rendir cuentas ante el Santo Oficio.

[1] G.Galilei, Lettera a Federico Cesi, en Il carteggio Linceo, Roma, G. Gabrieli, 1996, pp. 942-943.

Libertad y claridad


A aquellos que conciben la libertad como un valor absoluto, como un santo y seña en su discurso, tan abonados normalmente a su ejercicio como alejados de su respeto, habría que advertirles de que la libertad va indisolublemente asociada al error. El dominio de la libertad es el del error humano, más o menos reparable, más o menos eminente. A los que entienden que el paso por el error es también camino de perfección, habría que decirles que eso eleva su conocimiento a la categoría de necesaria y general instrucción. El dominio del error es de pertenencia propia, pero de público reconocimiento; en ningún caso puede convertirse en un ámbito subjetivo donde montar una ventajosa economía de venial pecado y dudosa reparación. A quienes suponen que la purga de errores dará pie a una ciencia sólida y ensanchará nuestro criterio hasta tenerlo por libre y certero, habrá que recordarles que la proclama de libertades no siempre ha acarreado entendimiento ni sabiduría, que ventajas y beneficios suelen cruzarse en su destino, y que sólo puede ser considerado aprendizaje solvente el que nos permite transitar entre el dominio de la libertad y el de la claridad inconclusa.

Posdata: Ilustración del Frank Leslie's Illustrated magazine (1886) sobre el montaje de la Estatua de la Libertad.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Cómo ajustar guerras


Nada puede ilustrar mejor el poder de las metáforas en la generación de los discursos, que las propias metáforas empleadas por el poder. George Lakoff analizaba en Metaphor and War las bases en las que se sustentó el discurso oficial estadounidense que dio pie a la primera Guerra del Golfo. La argumentación podría servir mutatis mutandi para la segunda y también para lo que hoy tenemos en casa. En este análisis Lakoff muestra un ejemplo meridiano de transferencia de una metáfora al peligroso terreno de la política militar. En la metáfora de partida la agresión a un inocente acarrea una disputa entre el héroe y el villano. Tras esta drástica simplificación, se extraen interesadas consecuencias a otro nivel en forma de justificación moral. El relato acaba sirviendo para reclamar, a través de la sencilla metáfora (que sirve de gancho), un multitudinario respaldo social. La cita se inicia con la metáfora-cuento de la que el poder se vale y acaba con la denuncia por Lakoff de la transferencia-mensaje.

«Un villano comete un crimen contra una víctima inocente (normalmente asalto, robo o secuestro). La agresión se produce debido a un desequilibrio de poder y crea un desequilibrio moral. El héroe, o bien reúne a quienes le ayuden o lo hace él solo. El héroe hace sacrificios; pasa por dificultades, normalmente haciendo un arduo y heroico viaje, a veces a través del mar hasta territorio hostil. El villano es inherentemente maligno, quizás también un monstruo, de modo que razonar con él está fuera de cuestión. El héroe no tiene más elección que entablar batalla con el villano. El héroe derrota al villano y rescata a la víctima. Se restaura el equilibrio moral. Se logra la victoria. El héroe, que siempre actúa honradamente, ha demostrado su humanidad y logrado la gloria. El sacrificio valió la pena. El héroe recibe la aclamación, junto con la gratitud de la víctima y de la comunidad».

«El cuento de hadas lleva dentro una asimetría. El héroe es moral y valeroso, mientras que el villano es amoral y vicioso. El héroe es racional, pero aunque el villano sea astuto y calculador, no puede razonarse con él. Los héroes, por lo tanto, no pueden negociar con villanos; deben derrotarlos. La metáfora del enemigo como demonio aparece como consecuencia del hecho de que entendemos lo que es una guerra justa en términos de este cuento de hadas».

Posdata: G. Lakoff, Metaphor and War, Viet Nam Generation Journal, 1991
http://www2.iath.virginia.edu/sixties/HTML_docs/Texts/Scholarly/Lakoff_Gulf_Metaphor_1.html


martes, 23 de febrero de 2010

Tarde de cine


Hay películas que, pese a los esfuerzos del guión, no consiguen concluir. El torrente de imágenes es continuo y la inquietud va creciendo en la sala, sin que se adivine un final, ni feliz ni funesto. Figurantes, más que actores, aparecen y desaparecen periódicamente dando una nota desconcertante. A veces las voces se enredan en diálogos; mayormente se insultan, porque dicen que se aprecian, aunque ni se tocan. Es como un simposio académico: de vuelo platónico, pero en lo suyo y por lo bajo rompedor; difícil saber quién habla realmente, porque todo es bastante fluido y trabado, o sea confuso. Mientras tanto, del lado iluminado por la pantalla el ambiente es de merienda, con palomitas y mucho cebo para que lo básico, la munición, no falle. Sin reparar que del lado resplandeciente la cosa continúa: El se repantinga en su sofá con un cigarro, por la boca se le escapa una humareda como si fuera un fakir, mientras ella, acaso su cónyuge, saca un pañuelo y se suena con estruendo. Acto seguido se alivia con un hondo suspiro y se trabaja con la uña discretamente la dentadura. La sala entonces se agita, teme que lo peor sobrevenga. Aparecen providenciales los paisajes, estampas festivas de columpios alpinos y matronas rollizas, y se hace una sana y sensata calma. En lo que sigue y a fuerza de insistir, hay caras que se te quedan y acaban al rato resultándote familiares. Serían como los personajes, siempre empeñados en hacer méritos para seguir paseándose medio vivos. Para dar el golpe verista, en el entremedio meten en la película las noticias: nos saludan efusivamente el presidente y el campeón de los pesos gallo, sólo unas palabras de ánimo para la parroquia; personajes estos de verdad, todo sinceridad y todo pundonor, tanto que te gratifica. Los otros después siguen a lo suyo, persiguiéndose con el coche y dejando a sus espaldas un ancho reguero de lisiados, chatarra y fogatas. Son momentos de mucho humo, con emoción y fugas, y además ellos se aman. Ahí la trama parece haberlos dado por perdidos, así que, aprovechando la intimidad de la penumbra, se acercan hasta las butacas como sombras custodias, cuando algunos ya dormitan. Como esas, muchas otras sombras escapan del resplandor y avanzan por entre los pasillos, pidiendo atención como limosna, como si la luz las diera por desheredadas. Al primer y natural temor ha dado paso entre el público la expectación. Y la acogida, sin ser entusiasta, pronto resulta franca, y hasta generosa. Un niño les sale al encuentro y les entrega su chicle, una sombra envuelve al infante en su seno y levantando ostensiblemente el brazo lo envía como un relámpago a pantalla. Poco a poco surge de lo blanco un espectro risueño, que a todos saluda con su flequillo y su cándida sonrisa. En la sala, enmudecida por un momento, todas las miradas se fijan en la madre, que dubitativa acierta a ponerse en pie y finalmente arranca a aplaudir como poseída. El entusiasmo entonces prende, los aplausos arrecian, algunos reclaman la salida del infantil espectro al grito de ¡Oscar, Oscar! Al fondo un grupito discrepa, quieren abandonar esa oscuridad cuanto antes y piden a voces que les devuelvan la entrada, aunque siga la película.

lunes, 22 de febrero de 2010

Escarabajo en vuelo



Imagen obtenida mediante el programa Mathematica (Wolfram Research)

Quien esperase una fotografía de alguna de las innumerables especies de coleópteros se verá sorprendido por la existencia de una especie completamente diferente, cuyas variantes dependen de los valores numéricos asignados a dos parámetros. Esta especie, que bien podría clasificarse como coleóptero paramétrico, se caracteriza, según muestra la figura, por un cuerpo estilizado, dos élitros y la cabeza, sin asomo de las otras  dos alas y de las patas. Al ser un insecto geométrico es posible dimensionar sus élitros por medio del primer párametro (1 en la figura) y dar volumen a cabeza y cuerpo con el segundo (0,6 en la figura). El hallazgo de la especie fue logrado en 1858 por el matemático belga  Eugène-Charles Catalan. Para su reproducción hay que obtener la abscisa x y la ordenada y correspondientes a los valores reales de t comprendidos entre 0 y 2pi con arreglo a las ecuaciones dadas, y llevar los puntos a un sistema de coordenadas.

Mínima 2


Probablemente no deberíamos llorar por algo que jamás ha logrado hacernos reír. Pero tampoco esperemos reír con lo que ni siquiera puede hacernos llorar.

domingo, 21 de febrero de 2010

El monumento y sus espectadores


J. Yárnoz, V. Eúsa, Navarra a sus Mvertos en la Crvzada (1942)
Desde su alta consideración el visionario provoca como el sol radiante, a partes iguales, fascinación e intimidación. No se trata de dos sentimientos alternativos, sino de uno solo que tiende silenciosamente a apoderarse del incauto paseante, convirtiéndolo en un pasmado espectador. Algunos ven en la aparición del visionario el anuncio de los nuevos tiempos. Puede que así sea, que con su impronta marque los tiempos hasta transformar en futura gloria lo que sólo es fruto de su ensoñación. Traer al presente ese sueño, reconocerlo en piedra tangible, es un espectáculo que ese visionario se siente obligado a rendir como prueba y testimonio ante su absorto espectador. No basta con presentar imágenes mediante el uso de tecnología. Para contar sueños se necesita algo más, el relato debe ir acompañado de un nuevo modo de ver.

 Albert Speer, Deutsche Stadion bei Nüremberg (1938)
Para ese fin el repertorio de artes útiles es variado y casi todas enseñan a mirar más allá, pretendiendo captar lo que no se llega directamente a ver. En el arte de apilar piedras, en la arquitectura, resaltar el carácter emblemático del monumento es un recurso de sobra conocido. Sugerir un volumen que acoja miradas necesitadas de confianza y protección, concita líneas de fuerza soterradas, orienta a las multitudes, consiguiendo que todo ello se traduzca en un rápido respaldo social. Este poderoso instrumento confiere al visionario la posibilidad de hacer ver su sueño, pero también la de ejercer su dominio en el espectador. Las escenografías arquitectónicas parecen explorar la ingenuidad, buscando anclar las miradas como en un espectáculo hipnótico.

Étienne-Louis Boullée, Projet de cénotaphe à Newton (1784)
En el ámbito de lo político el mecanismo se presta fácilmente al abuso. El visionario megalómano, con su querencia por el diseño monumental, quiere enseñar los parámetros morales que guían la nueva era de progreso. Por eso su arquitectura es impensable sin la revelación de un credo. Curiosamente no es demasiado decisivo para el resultado que el credo sea teísta o racionalista. Ambos han alentado a lo largo de la historia en el espectador un estado de fascinación, que favorece el sometimiento político. Su grado es directamente proporcional a las dimensiones y a la rotundidad del monumento que escenifica ese credo. Las sospechas de seducción valen tanto para las pirámides y los monumentos de la antigüedad como para los emblemas de la ilustración o de los tiempos modernos. La diferencia es que, mientras que en los primeros es más que manifiesta la petición de servidumbre, en estos últimos, apenas se consigue identificar al megalómano que maneja los hilos, o a sus directos beneficiarios políticos. En otras palabras, a quien habla en nombre de la razón.


sábado, 20 de febrero de 2010

Ciudades y colinas



Anónimo : Trattato di diuersi [diversi] istrumenti matematici, 1593, 
(Ms. C. 82, Bibl. Marucelliana, Firenze).

Con este sencillo escenario se quiso ilustrar en su tiempo el uso topográfico de ciertos instrumentos matemáticos. Remitiéndonos al texto manuscrito que lo acompañaba, nos enteramos de que el levantamiento de datos intentaba mostrar rudimentariamente cierta organización espacial del territorio. Aunque la ilustración no rehúye ciertos detalles, como descripción del natural es bastante abstracta y curiosa. No parece propio hablar aquí de un apunte paisajístico, y llamarlo mapa sería también un poco inadecuado. Pero sí que hay algo de ambos. Es palpable, a pesar de la sobriedad gráfica, que en todo ese despliegue de suaves colinas hay un modo distinto de mirar, si bien con una mirada de trazo tan preciso que da al cuadro un aire de desolación casi conceptual. Camino de la abstracción, que orienta esa precisión, va esa denotación mediante letras de los puntos escogidos. Hasta la denominación de punto para los lugares señalados peca de inexacta en este caso, en que cada uno de ellos se manifiesta con su propia figuración.

Aceptando que hay dos formas de entender el punto, bien como una excepción o bien como una contribución, y que ambas remiten a un todo vago e impreciso, en la escena la puntuación resaltada iría más bien en la segunda dirección. El carácter abstracto, que la excepción confiere al punto, proviene de su oposición a un espacio genérico en el que el punto destaca, mientras que aquí no estamos propiamente ante un conjunto de puntos. El estilo de puntuación de esta lámina sugiere la incorporación de lo puntual a un todo y las miniaturas arquitectónicas buscan su sitio en él para constituir un espacio común. En este esfuerzo de integración los puntos siguen floreciendo entre colinas y árboles con anónimos y singulares edificios para mostrar su identidad organizativa propia y combinarla en un estilo ciudadano común. Lo que asoma en ese tapiz toscano de colinas y cipreses no es propiamente una topografía abstracta sino una suerte de despliegue ciudadano en la que, a falta de una geometría de caminos y alianzas, cada lugar busca su posición alzado desafiante sobre sus torres y monumentos.


miércoles, 17 de febrero de 2010

Tiempo de cuaresma


Sobre la cuaresma que entra y el ramalazo de moral con que sacude, sólo advertir dos cosas que, para salir reconfortados, nunca conviene olvidar: que ese árbol da también moras y que si te anima la penitencia, siempre es bueno que llegue con algún fruto.