lunes, 18 de enero de 2010

El hombre caduca, el buen juguete no


En Los Ángeles a 17 de enero de 2010, y por boca de James Cameron director de cine, oímos textualmente a propósito de su película Avatar: "Los árboles, las plantas, las criaturas, el aparato motor y el esqueleto de los personajes principales... todo llevó mucho tiempo de creación como para tirarlo todo a la basura".

En su revisión testimonial del entonces incipiente mundo de la inteligencia artificial, recogida en Computer Power and Human Reason (1976), Joseph Weizenbaum, uno de los padres de la criatura, venía a alertar sobre lo que denominaba el síndrome del demiurgo fallido, que veía presente en la mayoría de sus colegas. Según su teoría, en la que se reconoce el ascendente freudiano, el hombre varón lleva mal su notoria limitación y su periférica intervención en la gestación de las nuevas vidas. Según  Weizenbaum, sería este vacío de fondo el que buscaría colmar al impulsar por otras vías nuevas formas de vida. Hemos visto habitualmente al varón en el origen de muñecos, autómatas y robots, así como en la emulación de todo tipo de fantasías e inteligencias virtuales. La mujer, mientras tanto, parecía contemplar esa incontrolable pulsión masculina con una mezcla de indulgencia y asombro. Estas obras, que en un principio se aceptaban como un juguetes a la medida del ego varonil, han ido quedando como una muestra rídicula muestra de presuntuosa autoría vital. La mayoría de los frutos concebidos por esas vías han acabado produciendo cierta repugnancia cuando se ha calibrado su estatura moral y terror cuando se ha hecho patente la de sus creadores.

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