Peña la Raja, Urraúl Alto
De todas las excusas para ascender a una montaña, hay unas cuantas que nunca me vienen a la cabeza y otras que por el contrario siempre tengo presentes. Como en esto somos también diversos, son todo contraluces que sirven para hacer ver nuestro carácter, más allá del presumido espíritu aventurero. A esa aventura sobre las altas cotas se le han puesto demasiados timbres de gloria: catálogos y buzones, memorias y rutas, torres y banderas; por no hablar del tiempo, ante el que nos rendimos como juez, aunque convierta a los pacíficos caminantes en competitivos atletas. A diferencia de otros, no siento, por ejemplo, la presencia de la montaña como algo retador, como un desafío personal; no me anima el afán de una victoria que deje esa orgullosa cima a mis pies; tampoco siento curiosidad por trasponerla como si de una frontera se tratara, cuando nadie al otro lado me espera, ni confío allá en más verdes y mejores prados. La promesa de espectacular panorama en la cumbre atrae, no lo niego; pero el recuerdo de aquella cuadrilla en Peña Plata despachando su cargamento de magras y huevos, o el de la turba correteando entre aquellas cruces de Hernio, aleja cualquier esperanza de contemplar las profundidades del valle por un instante en silencio. No pretendo alcanzar allá arriba el éxtasis, haciendo el bobo como una estatua tiesa en medio de los vientos, sólo un poco de recogimiento para saborear el momento y educar la memoria; me basta con retener esa emoción y pensar que, por aciagos que vengan los tiempos, nunca se arruinará del todo lo que han tejido mis recuerdos. En esa intimidad fugaz, los gestos están de sobra, porque no busco ánimas perdidas, ni invoco al cielo ni a las sombras; sigo mis pasos, los cuento para corregir el aliento, los enderezo para sortear los obstáculos, los ajusto al terreno para ganar su apoyo a mi esfuerzo. Aun a solas me siento acompañado: oigo dentro las voces del otro, del que allá abajo dejamos, de nuestro mismo pelaje y figura, atónito y temeroso, confundido y resignado; junto a mí son legión las mariposas, pero también los pegajosos limacos hacen mi camino, y corzos en la espesura, las ovejas plácidas como en un cuadro, los pájaros dóciles marcándome ruta y las vacas con sus moscas más ensimismadas cuanto más cerca de las serenas alturas.
1 comentario:
La entrada es antigua, pero creo que no caduca. Me ha encantado cómo explicas esa sensación, esa idea de llegar a sitios no por afán conquistador ni por poner picas en ningún sitio. Muy hermoso post.
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