Todo el mundo recuerda el mito de Europa, hija del rey fenicio Agenor raptada por un Zeus transformado en toro blanco, muchos menos recuerdan a Cadmo, su hermano, que la buscó infatigable en ese nuevo continente por mandato de Agenor. En Cadmo encontramos un nuevo tipo de héroe, con rasgos que lo alejan de un Teseo o de un Hércules. Para él el consejo de la Pitia délfica es que abandone la búsqueda del toro blanco, que siga los pasos de la ternera que le muestra próxima y que se asiente allá donde esta se detenga. Por los caminos de Cilicia, Cadmo la seguirá hasta que finalmente el animal se adentre en un espeso bosque y se tienda ante una cueva.
Custodia allí el dragón Tifeo al desvalido Zeus, recluido y desposeído de su haz de rayos. El desigual encuentro de Cadmo con Tifeo coloca al flautista seductor frente a la fuerza bruta. Sin más arma que la armonía liberará Cadmo a Zeus y desdentará a la bestia. Su valedora, Palas Atenea, instará seguidamente al músico a buscar la unión con Harmonía, la hija de Ares y Afrodita, y a fundar su estirpe en una ciudad nueva. A tal fin le ordenará enterrar los dientes del dragón para sembrar con ellos el territorio acotado. Y al punto verá Cadmo en ese mismo campo alzarse como plantas una fiera cosecha de guerreros que se enzarzarán en despiadada y cruel pelea. Cuando ya sólo cinco de ellos queden, la indulgencia de Atenea hará que acuerden paces y evitará que se malogre la ciudad y su futuro. A esta etapa de disputas abiertas le seguirá un nuevo esfuerzo doméstico por las letras, en el que Cadmo hará llegar a todos la “leche inefable de los libros”, que de joven pudo apurar en los templos y escuelas de Egipto. Con las letras, sin embargo, renacerán los encendidos debates y también las diferencias, y sólo la ciencia de Atenea logrará al final apaciguarlos y resolverlas.
En el emblema CLXXXVI de su colección, Alciato presenta a Cadmo sembrando el campo con los dientes de Tifeo y debajo señala: \textit{Littera occidit, spiritus vivificat} (La letra mata, el espíritu vivifica). El propósito fundador de Cadmo se ve aquí recreado como una escena agrícola, a la que el dragón, el atuendo y las extrañas semillas despojan de cualquier inocencia. Los versos que acompañan al emblema van en esa misma dirección y apuntan a las crudas consecuencias de esa siembra. De hecho la crítica implícita en el lema parece haber dejado atrás el tono algo desconcertante de la estampilla. Los versos asimilan la siembra a la difusión de las letras y apunta a ellas como origen del primer conflicto civil. Al colocar al espíritu por encima de lo literal, podemos imaginar que la crisis ha nacido de una interpretación de credos demasiado sujeta al rigor de la letra. Y concluye Alciato, que estos sólo podrán ser válidos pasando a ser comunes y además animados por una voluntad superior, por la de Palas Atenea.
Ni intervención ni arbitraje, será ante todo la sutil guía de Atenea la que logre apartar a Cadmo de la destructiva tutela de Ares, señor de las fuentes que manaban en la cueva. Tras los esponsales con su hija Harmonía, su descendencia nacerá lejos de aquellos pozos ocultos, en terreno abierto, bajo el influjo de la sabia y civilizadora Atenea. Enterrar el pasado es también sembrar futuro, aunque emerjan una y otra vez resabios devastadores. El propio esfuerzo didáctico de Cadmo crecerá amenazado por esa beligerancia pronta, por el pretendido retorno a la clave de esas fuentes, siempre inamovibles, destructivas y foscas.
El mito que alumbra el lema hace vibrar nuestra imaginación con sus resonancias viejas. Un prudente aviso parece desprenderse en él acerca de la deriva literal, del ejercicio unívoco o artificial de la escritura, de las formas que sólo prenden fuegos fatuos, de los mensajes destinados a mantenerse cerrados. En esa aurora civilizadora el héroe trae la letra, pero no puede vivirla en solitario. Revivir el mundo, recrearlo, atraerá la atávica codicia hacia el nuevo talismán simbólico de la letra. Y Atenea sabedora de esa tensión, trata de inculcar con la ciencia nuevas claves y armonías. Con ellas surgirá un universo simbólico renovado, en el que no se permitirá a las letras moverse a efectos combinatorios y menos fijarlas como convenidos signos de fuerza. Las letras ya sólo valdrán como punto de convergencia de lectores e intérpretes, como medio difusor de una dimensión común a todos los ciudadanos, al menos a todos los iluminados por el espíritu de Tebas.
Custodia allí el dragón Tifeo al desvalido Zeus, recluido y desposeído de su haz de rayos. El desigual encuentro de Cadmo con Tifeo coloca al flautista seductor frente a la fuerza bruta. Sin más arma que la armonía liberará Cadmo a Zeus y desdentará a la bestia. Su valedora, Palas Atenea, instará seguidamente al músico a buscar la unión con Harmonía, la hija de Ares y Afrodita, y a fundar su estirpe en una ciudad nueva. A tal fin le ordenará enterrar los dientes del dragón para sembrar con ellos el territorio acotado. Y al punto verá Cadmo en ese mismo campo alzarse como plantas una fiera cosecha de guerreros que se enzarzarán en despiadada y cruel pelea. Cuando ya sólo cinco de ellos queden, la indulgencia de Atenea hará que acuerden paces y evitará que se malogre la ciudad y su futuro. A esta etapa de disputas abiertas le seguirá un nuevo esfuerzo doméstico por las letras, en el que Cadmo hará llegar a todos la “leche inefable de los libros”, que de joven pudo apurar en los templos y escuelas de Egipto. Con las letras, sin embargo, renacerán los encendidos debates y también las diferencias, y sólo la ciencia de Atenea logrará al final apaciguarlos y resolverlas.
A. Alciato, Emblemata (1531) |
Ni intervención ni arbitraje, será ante todo la sutil guía de Atenea la que logre apartar a Cadmo de la destructiva tutela de Ares, señor de las fuentes que manaban en la cueva. Tras los esponsales con su hija Harmonía, su descendencia nacerá lejos de aquellos pozos ocultos, en terreno abierto, bajo el influjo de la sabia y civilizadora Atenea. Enterrar el pasado es también sembrar futuro, aunque emerjan una y otra vez resabios devastadores. El propio esfuerzo didáctico de Cadmo crecerá amenazado por esa beligerancia pronta, por el pretendido retorno a la clave de esas fuentes, siempre inamovibles, destructivas y foscas.
El mito que alumbra el lema hace vibrar nuestra imaginación con sus resonancias viejas. Un prudente aviso parece desprenderse en él acerca de la deriva literal, del ejercicio unívoco o artificial de la escritura, de las formas que sólo prenden fuegos fatuos, de los mensajes destinados a mantenerse cerrados. En esa aurora civilizadora el héroe trae la letra, pero no puede vivirla en solitario. Revivir el mundo, recrearlo, atraerá la atávica codicia hacia el nuevo talismán simbólico de la letra. Y Atenea sabedora de esa tensión, trata de inculcar con la ciencia nuevas claves y armonías. Con ellas surgirá un universo simbólico renovado, en el que no se permitirá a las letras moverse a efectos combinatorios y menos fijarlas como convenidos signos de fuerza. Las letras ya sólo valdrán como punto de convergencia de lectores e intérpretes, como medio difusor de una dimensión común a todos los ciudadanos, al menos a todos los iluminados por el espíritu de Tebas.
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