miércoles, 20 de enero de 2010

Veneranda


Después del Angelus, Veneranda aparecía puntualmente en la cámara para servirle un copa de tónico. Junto a un escritorio rebosante de papeles y legajos, puesto en pie y sin poder disimular cierta ansiedad, don Matías le esperaba. Aquel día, mientras descorchaba pacientemente la botella de Marsala, Veneranda, con la mirada en el suelo, le susurró: «No debería, señor. Ya sabe que el doctor Pelosi desaprueba por completo esta medicina. En su opinión ni éste ni ningún otro vino le devolverá favores ni poderes. El tiempo, señor, no pasa para nadie en balde». Tras escuchar impávido la diaria amonestación, don Matías arrebató sin miramiento a Veneranda la botella, se llenó la copa y la apuró con un largo trago. A continuación, mirándole a los ojos desafiante le espetó: «No hay opinión que valga. A mí no me interesa ganar tiempo, a mí me interesa confundirlo».

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