Festival Woodstock (1969) |
---Te digo la verdad. Ahora mismo no somos capaces de asimilar todo esto. Habrá que esperar unos años para llegar a enterarnos, pero enterarnos de verdad. Igual el día que tengamos nietos, les diremos `mira, pues yo estuve ahí'. Y entonces será cuando realmente disfrutaremos.
A mí todo esto de los nietos y de contar cómo de joven nos metimos a celebrar el éxtasis con otros cien mil y del que salimos entonces con el encargo de contarlo ya siendo abuelos para acabar sintiendo de verdad algo, es una fórmula de aplazamiento del pago emocional que no veo del todo clara. Algunos de nosotros este tipo de pagos ya sólo los admitimos al contado. Por otro lado, no veo que participar en acalorados momentos de gloria colectiva, a la espera de vernos providencialmente salpicados por ella, pueda concedernos algún título especial. Sin embargo declaraciones como las del anónimo nos indican hasta qué punto estamos equivocados. Tras su paso por esos festejos algunos cargan con sus encendidas emociones como si fueran una reliquia o un tesoro emocional. Con él dentro, tan sólo necesitarán recitar como una letanía variantes del `yo estuve allí' para conseguir que se ensanche su trivial, pequeño y anodino mundo cotidiano. He ahí lo más fascinante de coleccionar estos cuños festivos, que actúan como salvoconductos en el tiempo y tan pronto nos llevan al pasado como al futuro para desmentir nuestra pesadumbre y aletear gozosos frente a los incrédulos porque un día llegamos a ser felices. En esto también la literatura cinematográfica ha hecho su efecto. Para dar a estas confesiones su matiz escénico son muchos los que se contemplan en la imagen doliente del replicante de Blade Runner cuando en su último trance testamentario recuerda lo de «Yo, he visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión, he visto rayos `c' brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhauser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo... como lágrimas en la lluvia. ¡Es hora de morir!».
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