Busto de Fontenelle por E.Lemoyne |
Un primer ejemplo de estos asomos del oficiante podría ser el de Jacques Ozanam, a quien en el trance de buscar esposa, le regala Fontenelle la siguiente entrada: «Era joven, bastante bien formado, bastante alegre, y aunque matemático, le vinieron a buscar aventuras de galanteo». Caso distinto es el de Isaac Newton. En la larga y monocorde exposición que le dedica, apenas hay ocasión entre tanto logro para el sobresalto, salvo en el avieso párrafo final, con el que se apostilla que «deja en bienes muebles alrededor de 32.000 libras esterlinas», y aún añade «setecientas mil libras de nuestra moneda». Con Alexis Littre, acaso por ser médico, adopta tintes sombríos la descripción de su declive senil. Pretendiendo elogiar su fidelidad a la Academia, lo muestra apagado, ido, aunque asiduo a su sillón en todas las sesiones. Tan silencioso lo presenta, que lo convierte en acusmático al decir «parecía un discípulo de Pitágoras».
Tampoco es extraño que estos elogios hayan merecido elogios. El carácter distante del autor, su tono comedido, su aseada presentación convierten estas semblanzas en inofensivos juicios finales y a Fontenelle en un amable Caronte. Para otros, sin embargo, las mortajas que maneja son de tan escasa vivacidad que empiezan a ser hediondas apenas colocadas. Como sin brillo es difícil soportar este género funerario, los académicos han reconvertido al elogiador nombrándolo adelantado promotor de la historia de las ciencias.
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