lunes, 6 de diciembre de 2010

El bosque mudo


Vaivén de hayas. Bosque de Seanbe (Beruete)

La mañana no era excesivamente fría. Por el camino la nieve se ha ido haciendo poco a poco visible. Primero en las cunetas, luego en los prados cercanos a la ruta, poco después empezamos a hollarla y un rato más tarde nos rodeaba casi por completo. A su lado el bosque parece un testigo mudo contemplando nuestros devaneos. Por el camino nevado lo que impresiona no es tanto la estampa candorosa de los claros, sino el velo brumoso que mantiene visible y distante el arbolado, y sobre todo la gradual entrada en el silencio del bosque. Un silencio apenas distraído por las pisadas de nuestro pausado y rítmico paseo.

No ocultaré que estas entradas en el bosque, ahora en invierno, tienen un efecto algo sobrecogedor. Te sabes en dominios ajenos, las huellas que cruzan tu camino te indican otras rutas, otros usos, seguramente la búsqueda de alimento, huellas del afanoso instinto de supervivencia. En ese marco a lo sumo eres un merodeador malvenido. Tu te impones libremente, al límite de tus posibilidades y ventajas, sobre el territorio. Ahí está tu esfuerzo, dices, por banal y gratuito que sea, sin darte cuenta de que con tu banalidad y su exclusión construyes aquí tus ritos.

El silencio de estos parajes te empuja de manera natural a caminar al ritmo de tu fuelle, aunque un tanto ido y concentrado en tu murmullo interior. La costumbre te ha enseñado que al acompasarlo con el sonido exterior, con el de tus pasos, eludes la ansiedad y el cansancio. En la nieve las pisadas suenan de un modo inconfundible, un poco quedo, como un frotado más o menos profundo, rematado por el chasquido del calzado en la tierra firme. Que nadie busque en estos andares ningún eco musical y menos los aires marciales de un desfile. Aquí el que marcha normalmente mira, tantea, escoge y por encima de todo recoge sensaciones. Cultivadas más tarde, en el recuerdo, aportan algo de templanza, son provechosas.


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