Silla de la Reina, Monte Faro, Islas Cies Foto Destylou (2009) |
Cuando Circe, la augusta, trata de señalar las dificultades que aún esperan a Ulises en su retorno a su Itaca natal, pasa a proponerle dos posibles rutas: la que siguió Jasón con sus argonautas y la que atraviesa entre los promontorios de Escila y de Caribdis. De la guarida de esta primera, Homero hace una descripción vívida y pavorosa, empezando por el afilado peñasco que la aloja:
«La cima de uno de ellos se clava en el cielo anchuroso, cubierta de una nube perenne y oscura: jamás, ni en los días de verano u otoño, la baña la luz. Ningún hombre aquel monte pudiera escalar ni asentarse en la cumbre aun teniendo diez pares de pies y diez pares de manos, porque es lisa la escarpa lo mismo que piedra pulida.
Tenebrosa caverna se abre a mitad de su altura orientada a las sombras de ocaso y al Érebo: a ella puesto el caso acostad, noble Ulises, el hueco navío. Ni el más hábil arquero podría desde el fondo del barco con su flecha alcanzar la oquedad de la cueva en que Escila vive haciendo sentir desde allí sus horribles aullidos.»
Luego de describir su naturaleza sanguinaria y monstruosa, viene Ulises a mostrar su pretensión de evitar el segundo risco en que la «divina Caribdis ingiere y vomita aguas oscuras tres veces al día» para enfrentarse a la cruel Escila. Circe entonces le replica:
«¡Obstinado! Tu siempre pensando en esfuerzos guerreros y proezas. No cedes siquiera ante dioses eternos, que no es ella mortal, antes bien, una plaga sin muerte, un azote tremendo, agobiante, feroz e invencible, y no hay fuerza capaz contra él: lo mejor es la huida».
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