La llegada de estos últimos días del año suele crear, con ayuda de rituales casi siempre parejos, ilusiones de renovación, que en algunos casos se hacen depender de la enmienda de nuestros persistentes defectos. Se trata de errores comunes, bien conocidos y cómodamente asentados, cosas que forman ya parte de nosotros y que aceptamos con indulgencia, pero que los demás malamente toleran, seguramente porque no consiguen verlos a nuestro modo. Ante esta situación sólo cabe pedir al resto del mundo que nos permita continuar siendo insoportables o emprender una intensa campaña pedagógica para convencer, aunque sólo sea a los más allegados, de que compensamos esos fallos con las innumerables virtudes que nos adornan. Si no fuera ese el caso o así no lo vieran, o peor si no hubiera adorno alguno con el que exhibirse, no nos quedará otra que aceptar nuestra tara e intentar corregirla resignadamente. Un proyecto apasionante, un plazo de un año para resucitar buenas maneras y llegar hasta el siguiente, en el mejor de los casos y por estas fechas, con nuevos y más irritantes fallos. Metidos a esta dinámica de permanente reestructuración por esa vía anual de la regeneración ética, uno debe seriamente preguntarse si los demás estarán algún día dispuestos a aceptarnos de otro modo a como somos, si no estaremos incurriendo en el fallo por sus constantes cambios y si no nos estarán exigiendo, de por vida y como perfección, la obligada adaptación a su entorno cada vez más exigente y extraño.
domingo, 26 de diciembre de 2010
Renovando maneras
La llegada de estos últimos días del año suele crear, con ayuda de rituales casi siempre parejos, ilusiones de renovación, que en algunos casos se hacen depender de la enmienda de nuestros persistentes defectos. Se trata de errores comunes, bien conocidos y cómodamente asentados, cosas que forman ya parte de nosotros y que aceptamos con indulgencia, pero que los demás malamente toleran, seguramente porque no consiguen verlos a nuestro modo. Ante esta situación sólo cabe pedir al resto del mundo que nos permita continuar siendo insoportables o emprender una intensa campaña pedagógica para convencer, aunque sólo sea a los más allegados, de que compensamos esos fallos con las innumerables virtudes que nos adornan. Si no fuera ese el caso o así no lo vieran, o peor si no hubiera adorno alguno con el que exhibirse, no nos quedará otra que aceptar nuestra tara e intentar corregirla resignadamente. Un proyecto apasionante, un plazo de un año para resucitar buenas maneras y llegar hasta el siguiente, en el mejor de los casos y por estas fechas, con nuevos y más irritantes fallos. Metidos a esta dinámica de permanente reestructuración por esa vía anual de la regeneración ética, uno debe seriamente preguntarse si los demás estarán algún día dispuestos a aceptarnos de otro modo a como somos, si no estaremos incurriendo en el fallo por sus constantes cambios y si no nos estarán exigiendo, de por vida y como perfección, la obligada adaptación a su entorno cada vez más exigente y extraño.
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