lunes, 25 de julio de 2011

El carrusel



En literatura de circunstancias, como la que aquí practico, los aires del carrusel molestan y confunden, ya vaya el autor o el lector embarcado en el viaje. Con el retorno una y otra vez al mismo punto nos sentimos invadidos por un aburrimiento circular que apunta inequívoco a una lamentable pérdida de tiempo. Cambios de registro en el tono no se inventan todos los días, porque el tono, que al final marca la pauta y la partitura, es fruto del paso de los días. Son los hechos, y no los de los periódicos, los que nos arrancan nuevos registros, con resultado no siempre inteligible. Unas veces suenan como suspiros, otras como quejidos y en algunas ocasiones como desesperados gritos. Darle cuerda a todo eso es más difícil que hacer girar el carrusel y pasear cómodamente montado como un enigmático maestro, como un explorador pasmado, como un mitómano exquisito, como un revenido melómano, como una voz insustancial, como un pedante abatido, como un solemne eco… Y ahí ya me bajo, porque en esta feria no hay más caballitos.

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