Bosque de Alkurruntz (Baztan) © autor |
Debe escogerse algún lugar en que la sombra tenga algún contrapeso que la incomode, eso lo primero. El bosque, por ejemplo, mantiene las sombras sujetas a la incertidumbre y la sospecha de miradas ocultas o de trampas profundas. No todos los rincones valen para ese cometido, pero si se escoge bien, hasta un distraído y alegre pastor puede ser un motivo temible si lo hacemos descender desde lo alto del bosque, a grandes zancadas, envuelto en pieles y con aire depredador. Con un motivo como ése, y animado por esa dinámica, podemos dar un segundo paso, esta vez hacia la inversión del cuadro de apacible descanso a la sombra de los árboles. De lograrlo se tendrá por sobrecogedor lo que hasta ahora era tan acogedor. Pero si queremos el efecto definitivo, incluso con el sol en el zenit, escogeremos la umbría de un monte boscoso. A esa hora el sol rebasa la cresta, arroja la luz a ras de ladera y coloca árboles, rocas, arbustos, el bosque entero, a contraluz del que asciende. En la lejanía iremos distinguiendo de aquel bucólico pastor su extraña figura y poco a poco el contorno de su negra y creciente sombra, acompañada del bronco chasquido de la hojarasca cada vez más próximo. Mejor que no sea risueño, sería terrible escuchar su desatada risa y peor verlo bajar corriendo entre carcajadas como un oscuro monstruo burlón que viene a nuestro encuentro.
Bien se ve, pues, que un escenario frondoso, un actor oculto y el desafecto de la luz, unido todo frente a un sujeto, sea éste sensible o apocado, curioso o imaginativo, puede servir como un virtuoso prisma con el que el mundo deja de ser lo que parece.
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