Entrada la noche el desasosiego me suele hablar con diferentes voces, algunas de ellas muy tercas y, lo que es peor, sin ningún mensaje claro. Una carencia de claridad de parecida medida a la de la insistencia del mensaje. No soy de los que, al callar las voces, amanece como protagonista de dramas oraculares, en los que el cielo del profeta se puebla de presagios y su tierra de infamia y sospechas. Puestos a encontrar parentesco a mis despertares, los veo más cerca de lo que antes llamaban un examen de conciencia. No vienen estos, sin embargo, para aliviarme del estallido de tormentas morales, del clamor de voces que me acusan, de cargas y culpas que entre sueños me atropellan. Con ellos lo único que intento explicarme son esos crueles devaneos que encuentran su refugio final, en cuanto el ensueño se quiebra, en dos o tres palabras sueltas.
La mayoría de las veces no es fácil reconocer el objeto que les corresponde, ni siquiera si ese objeto existe. Pero el capricho con que se conjugan en esos trances voces diversas suele hacer feliz al reconfortado vidente. A base de proyectarlas en semánticas ya muy fatigadas cree dar muestras de lucidez literaria y cumplir con la utilidad pública como poeta. Otras veces, como esta mañana, el despertar sólo me trae a la cabeza dos palabras confusas e inconexas. En concreto, bandeja china. La verdad, no sé responder de ellas. Si acaso, respondería de seguir sumido en aquel oleaje nocturno, que batía las murallas de mi memoria, y del que emergían una y otra vez las dos palabras triunfantes.
Recuerdo, eso sí, que preservarlas llegó a ser un esfuerzo extenuante, un esfuerzo que ahora, tras hacerse de día, parece absurdo sin esa clave con la que cobrarían sentido. Con la vuelta a la luz y a la razón meridiana mi confusión aún ha aumentado más. Me prometía una analítica observación de mi conciencia, con repetidos protocolos y exámenes, pero el resultado es pura impotencia. Ya sé que el motivo de la bandeja china es insustancial, pero anima junto con otros a la duda. Y de ella ha arrancado este último y desesperado intento de revisar páginas y páginas de toda clase de bandejas chinas, con la esperanza de identificar en alguna de ellas un mensaje subliminal, algo con lo que rescatar el desvariado discurso de otra noche perdida.
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