De nada puede valer un perfil del autor si no deja ver su intención. Si ésta no es buena ni clara, el perfil poco va a decir de él, y lo que diga nada aclarará.
Entre la nueva hornada de profesionales se apunta como idea muy prometedora, a fin de lograr la benevolente disculpa de su tontera personal, el presentarse como víctimas inocentes de crueles profesores ineptos, que les dejaron abandonados e inermes en las calles de la vida. A modo de mérito exhiben, con escaso pudor, su rango actual en la manada y la larga lista de las muchas cornadas allí recibidas. Completan la torpe recusación devolviendo la pelota al sistema educativo, al que reclaman en compensación una urgente reparación y algún sonoro título. Son cabezas, no obstante, fáciles de acomodar, más hechas al choque que al rodaje fino. Hay maestros sibilinos que pronto sacan de esos enormes testuces sin duda el mejor partido, manteniéndolos en público como eminencias tremendas y tremendamente cercanas. Y como siempre suenan a hueco, todos las miran sin temor ni complejo, en medio de gran regocijo.
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