miércoles, 20 de julio de 2011

Me callo lo que afirmo



Entre afirmar y negar, entre decir y no decir, no hay día que pase en que no veamos aparecer posturas intermedias. Esta polivalencia viene de la mano de una retórica fácil para los falsos pronunciamientos. A modo de ejemplo, podríamos empezar por una  figura tan explícita como el «ni afirmo ni niego», seguida de la también muy común «yo no lo he dicho, tú lo interpretas». Otros, para no parecer a la defensiva, proponen un tono expiatorio, pero con negaciones etéreas, como «no es eso lo que quise decir»,  aunque sin dar pie a nuevo pronunciamiento. Abundan también fórmulas enrevesadas como «si lo dijera más claro, ya no sería cierto» o «cuando lo dije, puede que aún fuera verdad», con las que se exploran nuevos modos, cada vez más opacos, de pronunciarse. Y eso por no hablar de la remisión a «otras fuentes», que suele implicar necesariamente nuevas e imposibles encuestas.

Es verdad que esa ampliación de la bivalencia es iniciativa del actor, del que se pronuncia, ya sea en verdadero o falso. Pero, junto al que declara surgen las interpretaciones, que dependen en buena medida de las reglas de lectura del observador. De estas hay también muchas, casi tantas como observadores, si bien algunas son ampliamente aceptadas. En culturas poco dadas a los silencios y a su lenguaje escuchamos, por ejemplo, aquello de «el que calla otorga». Lo curioso es que este modo de extraer verdades, casi ortopédico, haya pasado a tener curso legal en la versión de «si no lo condenas, tú mismo te condenas». Algo parecido sucede al pasar la garlopa sobre supuestos, ironías y entrecomillados. Podría ser el caso de alguien que, sin remarcar el gesto, suelta «si yo fuera tú, igual me lo creería», y de quien, lejos de recibirlo como insulto, lo entiende como la anhelada confirmación.

Todo parecería un juego entre quienes declaran y quienes interpretan, entre los que quieren «evitar decir» y los que quieren «intentar adivinar», si no fuera porque quienes tienen la obligación de decir se dedican a interpretar su obligación y quienes tienen la tarea de interpretar se dedican a desdecirse en su tarea.


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