Bosque en Latasa (Imotz)
domingo, 31 de enero de 2010
El espíritu del bosque
sábado, 30 de enero de 2010
La montaña y sus razones
Peña la Raja, Urraúl Alto
De todas las excusas para ascender a una montaña, hay unas cuantas que nunca me vienen a la cabeza y otras que por el contrario siempre tengo presentes. Como en esto somos también diversos, son todo contraluces que sirven para hacer ver nuestro carácter, más allá del presumido espíritu aventurero. A esa aventura sobre las altas cotas se le han puesto demasiados timbres de gloria: catálogos y buzones, memorias y rutas, torres y banderas; por no hablar del tiempo, ante el que nos rendimos como juez, aunque convierta a los pacíficos caminantes en competitivos atletas. A diferencia de otros, no siento, por ejemplo, la presencia de la montaña como algo retador, como un desafío personal; no me anima el afán de una victoria que deje esa orgullosa cima a mis pies; tampoco siento curiosidad por trasponerla como si de una frontera se tratara, cuando nadie al otro lado me espera, ni confío allá en más verdes y mejores prados. La promesa de espectacular panorama en la cumbre atrae, no lo niego; pero el recuerdo de aquella cuadrilla en Peña Plata despachando su cargamento de magras y huevos, o el de la turba correteando entre aquellas cruces de Hernio, aleja cualquier esperanza de contemplar las profundidades del valle por un instante en silencio. No pretendo alcanzar allá arriba el éxtasis, haciendo el bobo como una estatua tiesa en medio de los vientos, sólo un poco de recogimiento para saborear el momento y educar la memoria; me basta con retener esa emoción y pensar que, por aciagos que vengan los tiempos, nunca se arruinará del todo lo que han tejido mis recuerdos. En esa intimidad fugaz, los gestos están de sobra, porque no busco ánimas perdidas, ni invoco al cielo ni a las sombras; sigo mis pasos, los cuento para corregir el aliento, los enderezo para sortear los obstáculos, los ajusto al terreno para ganar su apoyo a mi esfuerzo. Aun a solas me siento acompañado: oigo dentro las voces del otro, del que allá abajo dejamos, de nuestro mismo pelaje y figura, atónito y temeroso, confundido y resignado; junto a mí son legión las mariposas, pero también los pegajosos limacos hacen mi camino, y corzos en la espesura, las ovejas plácidas como en un cuadro, los pájaros dóciles marcándome ruta y las vacas con sus moscas más ensimismadas cuanto más cerca de las serenas alturas.
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viernes, 29 de enero de 2010
Derechos estadísticos
-Como feliz propietario de un artilugio de reproducción musical es usted sospechoso de audición no autorizada y debe pagar la tasa solidaria de apoyo a la animación creativa nacional. No tema, no se le acusa directamente de nada, se le cobra. Puede que no haya cometido la falta por la que se le carga ese sobrecosto, pero el 70% de los propietarios (según las estadísticas oficiales) sí. Así que debería reclamar su derecho a devolución en el INE, en el CIS o en cualquier otra agencia estatal de estadística.
-Pertenece usted a un distrito de dudosa reputación. Así lo acredita la última encuesta (Prospect Team, 2008) que asigna a su entorno una tasa de delincuencia mucho más elevada que la media de los restantes. Por consiguiente, le recuerdo que a efectos de obtención de beneficios sociales deberá adjuntar una declaración de personas representativas de más del 50\% de los sectores que estén por debajo de la media según el informe anual de la Fiscalía general. Serán ellas las que acrediten estadísticamente su buena fe. Se deja a su buen criterio el traslado a una zona cuyas cifras de desafección administrativa estén estadísticamente normalizadas.
-Fuentes generalmente solventes de su empresa nos comunican que sólo un 10% de la plantilla ha mostrado formal desacuerdo con la iniciativa nacional de progreso y modernización de los espacios laborales. Como quiera que el mandato parlamentario no permite la implantación de este moderno instrumento jurídico, y los beneficios que de él se derivan, sin una cuantía mínima del 90% de afectos, hemos querido darle a conocer el dato para que libremente pueda ejercer su adhesión a este programa. Si por desventura no considera oportuno hacerlo, la empresa se reserva el derecho de liquidación de intereses contemplado en el artículo 29 en lo referente a conflictos manifiestos.
-La publicación a la que usted hace mención entró en este registro con el número de expediente 1234/2005, expidiéndose para su evaluación técnica al organismo facultado. Complementariamente, nuestros servicios jurídicos de nivelación han procedido a estimar su previsible impacto atendiendo al baremo aprobado por la Comisión Interina (anexo LXXII). Como resultado de estas providencias el expediente ha quedado encuadrado en el nivel W, lo que hace innecesaria la evaluación inicial, de lo que hemos dado cuenta a la oficina técnica. Queda en su mano la posibilidad de recabar la readmisión a trámite mediante la presentación de avales representativos de un 90% de los titulares de su mismo sector editorial.
-Comprobamos que en las 10 últimas jornadas electorales, según la Junta electoral del distrito, no ha ejercido usted su derecho al voto, legítima opción que no podemos sino desaprobar. Pertenece usted a un estrato electoral con un rango representativo del 15%, al que se pretende, como objetivo estratégico ministerial, erradicar o integrar. Queremos recordarle al respecto que en su circunscripción puede verse representado por los siguientes partidos y coaliciones (sigue una lista). Su renuncia privada está actualmente garantizada, hecho que no le impide ser objetivo preferente del nuevo plan de remoción social de votantes durmientes (con la consiguiente estimación de su volumen y localización geográfica), destinado básicamente a que nuestras fuerzas políticas conozcan mejor los márgenes de mejora en la penetración de su mensaje electoral.
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jueves, 28 de enero de 2010
Narciso sale a escena
Entró en escena y se mantuvo circunspecto hasta que llevándose la mano al pecho declaró con vehemencia: «Quisiera simplemente que ustedes me vieran tal como yo soy». El gesto quería ser de humildad, y hasta de franqueza, pero a fuerza de mirar y ver allí al sujeto posando inmóvil, muchos llegamos a la conclusión de que se exponía para ser visto tal como a él le gustaba verse. Eso no quiere decir que le gustara a él mismo verse tal como en realidad era, más bien trataba de que los demás le vieran de acuerdo a su propio gusto. Profundo conocedor de la doblez que manejaba, creía que con ayuda del escenario lograría imponer a todos su gusto por sí mismo en vez de ofrecernos sencillamente su imagen.
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miércoles, 27 de enero de 2010
Padres míticos
La figura del padre inspira cierto respeto. Presente en las geometrías familiares de corte patriarcal, está abierta desde antiguo a las fabulaciones míticas. En la más extendida de ellas a todos se nos reclama de un mismo dios padre, para atraernos sin distingos a su querencia. A través de ese centro divino, ante el que seríamos iguales, nos llegaría a todos la esperanza de vivir un afán común. Siguiendo la fábula, debería probablemente esperarse una actitud reverencial de quienes rodean ese decisivo punto de fuerza. Sin embargo, todos los que forman ese círculo especulan con su invisible y dominante centro. Y esa problemática relación tampoco mejora cuando el mito enfrenta directamente a padre e hijo.
Unida la figura del hijo a la del padre forman una pareja de difícil encaje. En lo moral nadie es capaz de estimar la importancia del legado paterno. Se diga lo que se diga, no suele darse necesariamente la prolongación de sus saberes ni la de sus quereres, y a veces ni la de sus haberes; lo que su pérdida nos impone es un hondo desgarro. Un desgarro que el hijo afronta con circunstancial tristeza, pero con íntimo alivio. Mientras ambos viven, se suelen ver sujetos a un espacio común en el que son llamados por la naturaleza a competir, pero en una competencia permanentemente asimétrica. No por una cuestión de ventajas y bazas, que parecen bien repartidas, sino por el imposible reconocimiento mutuo. Un imposible más, donde cada uno convierte al otro en su interesado espejo. No obstante, hay margen para la piedad que es virtud, incluso para la lealtad que es mera actitud. Piedad y lealtad nacen curiosamente de esa competencia, de su trasfondo físico. Normalmente muestra éste tal desequilibrio que la piedad o la lealtad aparecen como contrapeso moral hasta en las paternidades más tormentosas.
Eneas escapa de Troya (F. Barocci, 1598, Galleria Borghese, Roma)
Muchos de los que rechazamos la figura y los ilimitados atributos del abusivo padre divino, no podemos evitar un punto de emoción y simpatía ante la mítica pareja formada por Eneas y Anquises. Es la muerte la que acecha a Anquises, cuando a espaldas de Eneas huye de su arruinada Troya. No es la patria, que atrás quedó, la carga que nos consume. Es la memoria del vencido, que en plena fuga delira en nuestros oídos, es esa memoria la que nos obliga. Por eso somos de Anquises, no por lo que nos ha dado, pues la vida es al final una rima fortuita. Somos de Anquises, porque Troya sucumbió y sólo nosotros podemos restaurarla. Siempre caminaremos presos de ese futuro, confiando que un día la tierra benévola nos acoja y sobre nuestros huesos se haga posible, sin mayor arrogancia ni gloria, una nueva Troya.
lunes, 25 de enero de 2010
El señor de los anillos
No nos referimos a los siete anillos de Tolkien, sino al viejo emblema que reúne tres anillos entrelazados. Allí la expresión de la fuerza residía en el alcance mágico del siete, mientras que aquí se sustenta en la alianza gráfica de los tres anillos, combinados en un caprichoso y sólido entrelazado.
Entrelazar círculos es asunto delicado que merece detenido estudio y que desemboca en la llamada teoría de nudos. Por la naturaleza topológica de esta teoría podemos hablar tanto de círculos como de cualquier otra línea cerrada obtenida al deformarlos, ya que con ellas se obtendría el mismo tipo de enlace o nudo. Hay entrelazados muy simples, como el que forman los aros olímpicos, que es fácilmente reducible a una cadena coloreada de cinco eslabones. Y hay otros cuyo interés topológico es mayor. En este grupo estaría el caso de los tres círculos ligados mediante el llamado enlace o nudo borromeo. Lo que caracteriza a este enlace triple es el hecho de que, tomados dos anillos cualesquiera, están exentos y sin enlace. El enlace sólo se logra mediante el tercero
Este nudo aparece en la iconografía clásica en distintas variantes, generalmente en blasones renacentistas. Es frecuente en ciertas ciudades del Norte de Italia y está presente de forma más solapada en el escudo de la ciudad sueca de Hallsberg. Con él se quiere ensalzar el valor de la triple alianza. Parece, no obstante, que este significado simbólico estuvo precedido por otros de carácter religioso. En una ilustración del siglo XIII, tomada de un manuscrito encontrado en Chartres, la figura refleja la unidad trinitaria y se asocia explícitamente a la Trinidad divina.
El enlace recibe su actual nombre de los Borromeo, familia a la que premió Francesco Sforza con este emblema por su apoyo al hacerse en 1450 definitivamente con el ducado de Milán. Los anillos habían surgido en la cercana Cremona, ciudad perteneciente al ducado, como símbolo de la alianza acordada en 1406, en plena disputa entre güelfos y guibelinos, por un mercenario (Cabrino Fondulo), un emperador (Segismundo) y un antipapa (Juan XXIII) para desalojar a la familia cremonesa Cavalcabò y hacerse con la plaza. Finalmente sería Vitaliano Borromeo, un favorito de Sforza, el primer señor de estos anillos.
Las posibilidades iconográficas del enlace son grandes. Una primera extensión de carácter también simbólico la ofrece la cruz borromea en la que cinco anillos quedan enlazados en torno a uno central mediante enlaces borromeos. El esquema de la cruz es susceptible de réplica, dando bien sea una malla plana (como en la figura) u otras disposiciones espaciales basadas en el triple enlace. En otro orden, ajeno a iconos y nudos, el enlace ha sido incluido en moléculas que reproducen el modelo de los anillos borromeos.
W. Didron, Christian Iconography (1843)
J. M. Montesinos, Los anillos de Borromeo (2001).
domingo, 24 de enero de 2010
Ecos del olvido
Un día quizá puedan ser rescatadas del éter ondas que nos pertenecieron. Nuestra propia voz, largo tiempo ahogada en un mar del silencio, volverá. Y volveremos a oír cómo saludábamos al anónimo compañero, cómo llamábamos a comer, cómo entonábamos trinos en el coro... Pero seguro que si revisáramos una a una todas aquellas emisiones, veríamos que nada de lo que dijimos estaba destinado a perdurar. A veinte metros de donde se dijeron nadie sabía de nuestras palabras, a los veinte minutos nadie las recordaba. En realidad, el alcance de nuestro discurso va poco más allá de nuestro aliento. Conviene recordarlo para no caer en la ilusión de que nuestras palabras son perennes. De lo contrario empieza uno a escuchar el eco de su propio discurso, sintiéndose ante un auditorio cautivado con el que entra en fingidas réplicas y contrarréplicas. No, no nacieron nuestros mensajes públicos —y menos los privados— con esa idea de perennidad, porque nadie habla para que le oiga el tiempo.
Nuestras palabras, por más que lo rechacemos, tienen un propósito que casi siempre es inmediato y en el que se reconoce con facilidad un motivo cercano, casi doméstico. Los que las emiten al espacio buscando la precisión con mucho esfuerzo, suelen insistir en el sentido que las distingue y las hace propias. Según ellos, lo que diferencia a las palabras predestinadas a durar de los simples gestos sonoros, con destino más inmediato, es la sensación de verlas de pronto elevarse y desaparecer en el aire, como si las llevara un leve relampagueo. Quienes cultivan estos magistrales sonidos lo reciben como signo evidente de que Júpiter se ha hecho con su voz y de que su discurso navega firme por el firmamento. Movidos por la ilusión, imaginan que sus discursos radiantes sobrevuelan territorios hostiles haciendo a todos visible una estela de razones lógicas y sólidas. Generalizar tiene esto, que en un instante trasciendes desde los primeros pulsos vitales hasta lo eléctrico, y desde ahí crees ingenuamente dominar con tus palabras el tiempo.
jueves, 21 de enero de 2010
Una cuarteta
De su obra poética tan sólo se recuperó la pequeña nota que había mantenido en su puño. estaba escrita con urgente y minúscula caligrafía en el reverso de un trozo de mapa y en ella podía leerse lo siguiente:
De la muerte que nos damos
son las palabras ardientes
castigos precipitados
y testigos permanentes.
Estaba fechada en Tombuctú a 12 de marzo de 1927 y firmada con su nombre de pila envuelto en una temblorosa rúbrica. Encabezaba la cuarteta una única palabra, probablemente otro nombre, pero ilegible. De sus efectos personales sólo se encontró la brújula de reglamento, una cantimplora vacía y una insignia de la infantería colonial.
miércoles, 20 de enero de 2010
Veneranda
Después del Angelus, Veneranda aparecía puntualmente en la cámara para servirle un copa de tónico. Junto a un escritorio rebosante de papeles y legajos, puesto en pie y sin poder disimular cierta ansiedad, don Matías le esperaba. Aquel día, mientras descorchaba pacientemente la botella de Marsala, Veneranda, con la mirada en el suelo, le susurró: «No debería, señor. Ya sabe que el doctor Pelosi desaprueba por completo esta medicina. En su opinión ni éste ni ningún otro vino le devolverá favores ni poderes. El tiempo, señor, no pasa para nadie en balde». Tras escuchar impávido la diaria amonestación, don Matías arrebató sin miramiento a Veneranda la botella, se llenó la copa y la apuró con un largo trago. A continuación, mirándole a los ojos desafiante le espetó: «No hay opinión que valga. A mí no me interesa ganar tiempo, a mí me interesa confundirlo».
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lunes, 18 de enero de 2010
El hombre caduca, el buen juguete no
En Los Ángeles a 17 de enero de 2010, y por boca de James Cameron director de cine, oímos textualmente a propósito de su película Avatar: "Los árboles, las plantas, las criaturas, el aparato motor y el esqueleto de los personajes principales... todo llevó mucho tiempo de creación como para tirarlo todo a la basura".
En su revisión testimonial del entonces incipiente mundo de la inteligencia artificial, recogida en Computer Power and Human Reason (1976), Joseph Weizenbaum, uno de los padres de la criatura, venía a alertar sobre lo que denominaba el síndrome del demiurgo fallido, que veía presente en la mayoría de sus colegas. Según su teoría, en la que se reconoce el ascendente freudiano, el hombre varón lleva mal su notoria limitación y su periférica intervención en la gestación de las nuevas vidas. Según Weizenbaum, sería este vacío de fondo el que buscaría colmar al impulsar por otras vías nuevas formas de vida. Hemos visto habitualmente al varón en el origen de muñecos, autómatas y robots, así como en la emulación de todo tipo de fantasías e inteligencias virtuales. La mujer, mientras tanto, parecía contemplar esa incontrolable pulsión masculina con una mezcla de indulgencia y asombro. Estas obras, que en un principio se aceptaban como un juguetes a la medida del ego varonil, han ido quedando como una muestra rídicula muestra de presuntuosa autoría vital. La mayoría de los frutos concebidos por esas vías han acabado produciendo cierta repugnancia cuando se ha calibrado su estatura moral y terror cuando se ha hecho patente la de sus creadores.
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El mundo de Pandora
Ahora que Pandora se ha convertido en un venturoso jardín cinematográfico, valorado en una pila de millones de dólares, por el que podemos extender las gráciles alas de nuestra ilusión sin temor a estrellarnos, sólo la tierra abierta por el terremoto nos remite a la actualidad del mito, a la caja de Pandora. Con nuestra vista fija en la gran pantalla, viendo evolucionar a una tribu de criaturas volátiles que pugna por rescatar en nosotros emociones olvidadas, poca sensibilidad nos resta para los espectáculos que oponen la realidad cruda a toda esa naturaleza figurada. Y menos si de antemano sabemos que aquí las emociones nunca serán balsámicas sino angustiosas. Mal asunto, volver la cara al infierno, mientras seguimos sumidos en ese plácido aturdimiento mental y engullidos en la butaca.
A este lado de la pantalla Pandora ha abierto su caja para que una desbordante eclosión de males se desate sobre los nuestros. Al que quiera mirar le sorprenderá el parecido: el mismo miedo, el mismo dolor, la misma desesperación. Por no hablar de los ojos, de los brazos, de los pechos, todos ellos agitados por la misma tempestad y ruina. Verá también signos de desencanto, miradas extraviadas en el cielo a la espera de ayuda. Todo compuesto con una paleta de colores terrosa, de la que a veces escapa la vida resistente en los rincones. En otro rincón los saqueadores amasan su fugaz fortuna, mientras los testigos olímpicos se afanan en lágrimas y sollozos, en lo que pueda venderse como noticia. A su alrededor un corro de pacientes contempla la escena con desidia, a la espera de que se haga el silencio.
Mirar sin ver es privilegio del espectador que absorto en imposibles azules ha perdido la mirada. James Cameron, el creador de la Pandora virtual, ha afirmado, tras el éxito de taquilla de su primera entrega, que los na'vi y su mundo no merecen ir a la basura porque aún puede ser rentables. Una rentabilidad con la que por contra no cuentan los desheredados del azul, los auténticos hijos de Pandora, que ni mueven a compasión ni logran atraernos más de un telediario. Las geografías arruinadas, que tanto embelesan a las mentes marchitas y románticas, parecen desmerecer cuando se humanizan. Así que conviene insistir: no es que esas ruinas fueran un día de los hombres, es que aún están ahí, lo que se mueve no son tozudas hormigas. Recordemos, por último, que lo único que nunca salió de la caja fue la esperanza. Pandora la cerró a tiempo. Y ahí debería seguir, como reserva para nuevos tiempos, no vaya a ser que corra peligro de perderse definitivamente.
Creds.: W. Crane, Pandora Opens the Box, de The Greek Mythological Legend, (1910)
Creds.: W. Crane, Pandora Opens the Box, de The Greek Mythological Legend, (1910)
viernes, 15 de enero de 2010
Haití
Que la tierra se abra no es una señal, es una desgracia. Que la gente sobreviva no es un milagro, es un rasgo de fortuna, y una prueba de superación en muchos casos. Que asistamos, que apoyemos a los que aquí se quedan, es una prueba de solidaridad y también de entereza moral. Más allá del dolor y el miedo, siempre hay un poso de tristeza, frustración y amargura invisible, que apenas llega a trascender en medio de las imágenes del desastre. Hay desgarros personales que tardarán, que quizá nunca lleguen a ser reparados.
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jueves, 14 de enero de 2010
Intuición y razón
Probablemente haya sido Pascal el que mejor llegó a expresar el espíritu que debe guiar los pasos del geómetra, sometido por oficio a una abierta contienda entre el corazón y la razón. A medio camino entre ambos, nunca ha sido claro el status teórico de la intuición, pese a ser un factor no pocas veces decisivo y que todos recuerdan como un destello mental en las búsquedas verdaderamente arduas. Hacia 1654, Pascal, tras engranar una serie de disquisiciones sobre este asunto, escribe en uno de sus ‘pensamientos’:
«Los principios se sienten, las proposiciones se concluyen; y todo con certeza, aunque por vías diferentes. Y es tan inútil y ridículo que la razón pida al corazón pruebas de sus primeros principios, para poder asentir a ellos, como lo sería que el corazón pidiera a la razón un sentimiento de todas las proposiciones que demuestra, para querer recibirlas».
La primera afirmación, la existencia de una sensación que confirma los principios, parece propia de Aristóteles. Si bien podría tener alcance en otros terrenos, en este contexto geométrico vendría a defender la consideración del espacio, a través de la intuición, como un principio independiente y previo a la razón. Algo que un siglo más tarde pasará a limpio Kant como fundamento de su teoría del conocimiento. En la segunda afirmación Pascal se rinde a la lógica imperante en la geometría clásica, al logos griego. Con este entendimiento de la intuición y la razón, Pascal se revela, no sólo como intérprete y promotor del antiguo espíritu geométrico —al nivel de Barrow, Descartes, Newton y Leibniz— sino como pionero del espíritu geométrico venidero.
Hexagrama místico |
miércoles, 13 de enero de 2010
Vituperio del anónimo
A día de hoy la transparencia se impone al ciudadano como una exigencia, como un ejercicio de responsabilidad recogido en la letra pequeña del contrato social. Esa exhibición, que sólo vale si es de inocencia, nos obliga a desdoblar nuestra actividad y adaptarla a los criterios de aceptación social. Lo aceptable será mostrado sin recato, lo no aceptable será ocultado con recelo y temor. Entretanto, la invasión de lo privado se presenta como un avance social, que rasga el velo sagrado e hipócrita de la intimidad personal. Los aplausos llegan desde el fondo de una sala enardecida a la que se ha invitado a husmear.
En esa avanzadilla, al escritor parece encomendársele como tarea didáctica y ejemplar la transparencia, aun cuando poco ejemplo haya que vender. El lector, esa figura imprevisible y cada vez más venerada, dice agradecer el esfuerzo, pero no siempre da muestras de percibirlo. En otras palabras, apenas es sensible a ese ejercicio de transparencia. Si observamos su comportamiento, parece como si se valiera de la transparencia para revivir a cuenta del autor. A unos lectores les basta con leer para correr una suerte de transfiguración mimética, dejándose llevar aplicadamente por donde el escritor camina. Puede que a otros les fatigue verse sometidos a ese cómplice vaivén, sobre todo si no sintoniza con su actualidad. Pero muchos de ellos se convierten en lectores compulsivos que rastrean las páginas en busca de emociones que ellos mismos son incapaces de forzar. Otros, de la misma familia de insatisfechos, al agotar las claves de interpretación pasan a idear un fabulador paralelo y propio, trasunto del escritor, del que extraen inverosímiles confesiones. Estas declaraciones, que usan para revestir al autor con algún atuendo corto de talla, se muestran luego sin pudor, y a veces hasta se venden junto a la obra como una aguda y perspicaz interpretación, en demérito del desnudo autor y a mayor gloria de su 'crítico' lector. Frente a semejante abuso de los lectores, le queda al autor la posibilidad, casi divina, de manifestarse sin ser visto.
El anonimato es una elección en auge para la que se dispone de sobrados recursos. La palabra no es sólo modo de expresión, es algo más prosaico, es pieza elemental de un código de comunicación y como tal sujeta a fórmulas de referencia. Poco cuesta, pues, tomar de la tipografía el símbolo que pulcramente señala la omisión voluntaria de referencia. Si vale para llamar a alguien 'Hijo de p***', también vale para el nombre propio, para la identidad personal, aunque sean más los que buscan el mote o el alias como estratagema. Esta economía, con que la acción evasiva se concreta en el asterisco, dice algo de su necesidad. Su propia forma de estrellita viene a reflejar su función, la de deslumbrar y confundir con su pequeño brillo estelar ese apetito desordenado de referencias.
El problema es que este tipo de elección desarrolla en el autor una faceta perversa. Ya que se ha apelado a la palabra, podemos empezar por preguntarnos qué quiere decir actuar bajo palabra y hasta dónde alcanza el compromiso de dejar el tema por escrito y suscrito con firma y fecha. No es aquí la responsabilidad social, sino la personal, la de responder a una acción que nos pertenece, la que importa. No estoy seguro de que la identidad sea una cuestión de referencia nominal, más o menos eludible, más bien sería un exigente ejercicio de reinserción social, no pocas veces ajeno a nuestra voluntad. Un amigo, orillado de casi todas las corrientes, formulaba en crudo esa agonía cuando me preguntaba: ¿Y cómo estar sin ser? No vi fácil la respuesta, tampoco hoy. Pero pienso que quizá sea preferible ser, aun a riesgo de no estar.
martes, 12 de enero de 2010
El mensajero de las estrellas
Europa, Ganímedes y Calixto protagonizaron hace hoy 400 años una memorable jornada. Orbitaban como siempre alrededor de Júpiter, pero esta vez Galileo los vio y hasta podría decirse que les salió al paso. Lo que hoy son satélites no eran más que simples objetos perdidos en el firmamento, quizá estrellas más o menos brillantes, cuyo movimiento había pasado hasta entonces inadvertido. Apuntar con el telescopio no era común en la época, porque el número de estos instrumentos era muy escaso y su factura artesanal y complicada.
En realidad todo sucedió de noche, la del 7 de enero de 1610. Vigilar y estudiar el paso de los cuerpos celestes había interesado siempre. Era el cometido de los astrónomos, y antes de ellos lo fue de otros sabios. El oficio, durante siglos noble y avanzado, llegó a verse muy maleado por la inquina de la iglesia católica, para la que los astros y su evidencia física competían con ventaja al sagrado dogma y a sus figurantes. Cualquier afirmación desviada del sentido común era puesta bajo sospecha, aunque contara con el crédito de toda la lógica aristotélica. Por otro lado invocar a Aristóteles tampoco era de gran beneficio para el astrónomo. Si estableció que los graves caían a la tierra porque era el centro del mundo, no puede decirse que estuviera por el análisis de órbitas, y quizá por eso se convirtió en credo y guía para toda la filosofía de sacristía.
El desafío a ese credo no era tampoco tan general entre los sabios. El tema de la trayectoria, por ejemplo, no se planteaba. Fuera cual fuera el paso de la estrella la geometría tolomeica parecía simularla sin problemas con un complicado juego de epiciclos y círculos semovientes, siempre con la Tierra como centro. Pero no sólo Aristóteles era una rémora, también el regusto platónico por el círculo como curva perfecta tuvo sus efectos doctrinales. Tontamente se llegó a creer que fuera del círculo geocéntrico no había salvación ni explicación.
Mejor volvamos a la noche en que Galileo dispuso el telescopio, abrió el cuaderno y pacientemente fue observando el firmamento a medida que tomaba nota. Más o menos alineados, entre Oriente y Occidente, registró la posición de Júpiter y tres de sus satélites.
Todo hubiera podido quedar en una observación, en un dato. Ni sabía que eran satélites, ni sabía que había bastantes más. Simplemente tomó nota. Unos días más tarde la disposición había cambiado, como si algunos de los cuerpos se hubieran movido. Algo así como si fueran lunas en torno a Júpiter, que por su brillo se distinguía entre ellos sin dificultad. Así que un segundo registro pasó al cuaderno corrigiendo al anterior.
Comparando ambos no parecía probable que fuera Júpiter el que hubiera mudado su posición, porque estos planetas se mueven de un modo lento y probablemente hasta era conocido su movimiento. Más bien serían los otros astros los que se habrían desplazado en torno a él. Alrededor de Júpiter algo giraba. Quedaba por establecer si regularmente y en tal caso según qué regla.
Hoy conocemos con algún detalle qué se oculta tras esos asteriscos. La primera noche tenía ante sí, de Oriente a Occidente, a Ganímedes, Europa, Júpiter y Calixto. Mientras que en la segunda Ganímedes se había ocultado, pero a poniente de Júpiter lucían Ío, Europa y Calixto. A comienzos de marzo de ese mismo año Galileo presentaba en Florencia un breve tratado, titulado Sidereus nuncius (El mensajero de las estrellas), con el fruto de estas y otras observaciones. Júpiter que veía orbitar al menos cuatro satélites era el mejor contraejemplo de un firmamento declarado doctrinalmente geocéntrico.
Nada es casual. La paciencia es un suelo fértil sobre el que se alzan sin temor las verdades. Sólo el malhumor eclesiástico, el hijo más odioso del azar, parece haber sobrevivido, cernido como un monumental nubarrón sobre toda esa deslumbrante arquitectura astronómica.
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domingo, 10 de enero de 2010
Vida eterna
Viva Dios que nunca muere, y si muere resucita, dice el cantar, viva la mujer que tiene un amante jesuita, remata la pulla. Quedémonos, por un momento, en esa primera exaltación de corte teológico, sin hacer con ello desmerecer las virtudes y atributos, teológicos o no, que puedan lucir el amante clérigo y su atrevida amiga. Porque frente a ese tosco dogmatismo del primer 'viva', cobrará más valor el segundo envite, ese regocijante contrapunto que retrata nuestro acicate vital. Con la teología de fondo, acaso parezca excesivo todo ese festejo de conductas disolutas, que algunos querrían mantener a prudencial distancia de la divinidad. Pero no veo incongruencia en que, si festejamos la larga vida divina, lo hagamos también con ese eterno instante, tan nuestro, de festivo 'folgar'.
Quizá en ese marco la prudencia habría aconsejado una celebración de la vida un poco menos explícita, y más cuando es Dios quien nos contempla, sin podernos emular. A Dios gracias, dicen los mustios, la intensa aventura vivida por el clérigo no es de dominio general. Incluso puede que sean más los que prefieren un ritual de encuentro con la vida más apagado y menos temerario, llegando en algunos casos a preferir un enfoque de la procreación rigurosamente cuaresmal. Con ese control de la euforia creen beneficiarse de algún plus ultra divino, con el que conseguirán estirar su mortecino ciclo vital a perpetuidad. Bajo ese régimen, se les promete una vida casi eterna, más o menos a imagen de la que Dios disfruta. Un argumento que resulta teológicamente sugerente pensando en eternidades, pero vagamente concluyente para quienes se sienten extraños lejos de lo concreto y actual. Para ellos esa prometida proyección del aliento ab itineribus aeternitatis sólo puede cuajar si es entendida como una multiplicación de presentes, nunca como aplazamiento sine die de cualquier beneficio sensorial, sea éste modesto, fugaz o carnal. Cualquier otro entendimiento de la vida se les hace raro, y ven en él una sórdida amenaza a todo encuentro bien traído de los cuerpos y, desde luego, un definitivo atentado a la química animal y también a la vegetal, quedando por discutirse los tintineos y afinidades del impenetrable mundo mineral.
La mujer de Putifar, Liber chronicarum (1473) |
sábado, 9 de enero de 2010
Tebas, la ciudad de Cadmo
Todo el mundo recuerda el mito de Europa, hija del rey fenicio Agenor raptada por un Zeus transformado en toro blanco, muchos menos recuerdan a Cadmo, su hermano, que la buscó infatigable en ese nuevo continente por mandato de Agenor. En Cadmo encontramos un nuevo tipo de héroe, con rasgos que lo alejan de un Teseo o de un Hércules. Para él el consejo de la Pitia délfica es que abandone la búsqueda del toro blanco, que siga los pasos de la ternera que le muestra próxima y que se asiente allá donde esta se detenga. Por los caminos de Cilicia, Cadmo la seguirá hasta que finalmente el animal se adentre en un espeso bosque y se tienda ante una cueva.
Custodia allí el dragón Tifeo al desvalido Zeus, recluido y desposeído de su haz de rayos. El desigual encuentro de Cadmo con Tifeo coloca al flautista seductor frente a la fuerza bruta. Sin más arma que la armonía liberará Cadmo a Zeus y desdentará a la bestia. Su valedora, Palas Atenea, instará seguidamente al músico a buscar la unión con Harmonía, la hija de Ares y Afrodita, y a fundar su estirpe en una ciudad nueva. A tal fin le ordenará enterrar los dientes del dragón para sembrar con ellos el territorio acotado. Y al punto verá Cadmo en ese mismo campo alzarse como plantas una fiera cosecha de guerreros que se enzarzarán en despiadada y cruel pelea. Cuando ya sólo cinco de ellos queden, la indulgencia de Atenea hará que acuerden paces y evitará que se malogre la ciudad y su futuro. A esta etapa de disputas abiertas le seguirá un nuevo esfuerzo doméstico por las letras, en el que Cadmo hará llegar a todos la “leche inefable de los libros”, que de joven pudo apurar en los templos y escuelas de Egipto. Con las letras, sin embargo, renacerán los encendidos debates y también las diferencias, y sólo la ciencia de Atenea logrará al final apaciguarlos y resolverlas.
En el emblema CLXXXVI de su colección, Alciato presenta a Cadmo sembrando el campo con los dientes de Tifeo y debajo señala: \textit{Littera occidit, spiritus vivificat} (La letra mata, el espíritu vivifica). El propósito fundador de Cadmo se ve aquí recreado como una escena agrícola, a la que el dragón, el atuendo y las extrañas semillas despojan de cualquier inocencia. Los versos que acompañan al emblema van en esa misma dirección y apuntan a las crudas consecuencias de esa siembra. De hecho la crítica implícita en el lema parece haber dejado atrás el tono algo desconcertante de la estampilla. Los versos asimilan la siembra a la difusión de las letras y apunta a ellas como origen del primer conflicto civil. Al colocar al espíritu por encima de lo literal, podemos imaginar que la crisis ha nacido de una interpretación de credos demasiado sujeta al rigor de la letra. Y concluye Alciato, que estos sólo podrán ser válidos pasando a ser comunes y además animados por una voluntad superior, por la de Palas Atenea.
Ni intervención ni arbitraje, será ante todo la sutil guía de Atenea la que logre apartar a Cadmo de la destructiva tutela de Ares, señor de las fuentes que manaban en la cueva. Tras los esponsales con su hija Harmonía, su descendencia nacerá lejos de aquellos pozos ocultos, en terreno abierto, bajo el influjo de la sabia y civilizadora Atenea. Enterrar el pasado es también sembrar futuro, aunque emerjan una y otra vez resabios devastadores. El propio esfuerzo didáctico de Cadmo crecerá amenazado por esa beligerancia pronta, por el pretendido retorno a la clave de esas fuentes, siempre inamovibles, destructivas y foscas.
El mito que alumbra el lema hace vibrar nuestra imaginación con sus resonancias viejas. Un prudente aviso parece desprenderse en él acerca de la deriva literal, del ejercicio unívoco o artificial de la escritura, de las formas que sólo prenden fuegos fatuos, de los mensajes destinados a mantenerse cerrados. En esa aurora civilizadora el héroe trae la letra, pero no puede vivirla en solitario. Revivir el mundo, recrearlo, atraerá la atávica codicia hacia el nuevo talismán simbólico de la letra. Y Atenea sabedora de esa tensión, trata de inculcar con la ciencia nuevas claves y armonías. Con ellas surgirá un universo simbólico renovado, en el que no se permitirá a las letras moverse a efectos combinatorios y menos fijarlas como convenidos signos de fuerza. Las letras ya sólo valdrán como punto de convergencia de lectores e intérpretes, como medio difusor de una dimensión común a todos los ciudadanos, al menos a todos los iluminados por el espíritu de Tebas.
Custodia allí el dragón Tifeo al desvalido Zeus, recluido y desposeído de su haz de rayos. El desigual encuentro de Cadmo con Tifeo coloca al flautista seductor frente a la fuerza bruta. Sin más arma que la armonía liberará Cadmo a Zeus y desdentará a la bestia. Su valedora, Palas Atenea, instará seguidamente al músico a buscar la unión con Harmonía, la hija de Ares y Afrodita, y a fundar su estirpe en una ciudad nueva. A tal fin le ordenará enterrar los dientes del dragón para sembrar con ellos el territorio acotado. Y al punto verá Cadmo en ese mismo campo alzarse como plantas una fiera cosecha de guerreros que se enzarzarán en despiadada y cruel pelea. Cuando ya sólo cinco de ellos queden, la indulgencia de Atenea hará que acuerden paces y evitará que se malogre la ciudad y su futuro. A esta etapa de disputas abiertas le seguirá un nuevo esfuerzo doméstico por las letras, en el que Cadmo hará llegar a todos la “leche inefable de los libros”, que de joven pudo apurar en los templos y escuelas de Egipto. Con las letras, sin embargo, renacerán los encendidos debates y también las diferencias, y sólo la ciencia de Atenea logrará al final apaciguarlos y resolverlas.
A. Alciato, Emblemata (1531) |
Ni intervención ni arbitraje, será ante todo la sutil guía de Atenea la que logre apartar a Cadmo de la destructiva tutela de Ares, señor de las fuentes que manaban en la cueva. Tras los esponsales con su hija Harmonía, su descendencia nacerá lejos de aquellos pozos ocultos, en terreno abierto, bajo el influjo de la sabia y civilizadora Atenea. Enterrar el pasado es también sembrar futuro, aunque emerjan una y otra vez resabios devastadores. El propio esfuerzo didáctico de Cadmo crecerá amenazado por esa beligerancia pronta, por el pretendido retorno a la clave de esas fuentes, siempre inamovibles, destructivas y foscas.
El mito que alumbra el lema hace vibrar nuestra imaginación con sus resonancias viejas. Un prudente aviso parece desprenderse en él acerca de la deriva literal, del ejercicio unívoco o artificial de la escritura, de las formas que sólo prenden fuegos fatuos, de los mensajes destinados a mantenerse cerrados. En esa aurora civilizadora el héroe trae la letra, pero no puede vivirla en solitario. Revivir el mundo, recrearlo, atraerá la atávica codicia hacia el nuevo talismán simbólico de la letra. Y Atenea sabedora de esa tensión, trata de inculcar con la ciencia nuevas claves y armonías. Con ellas surgirá un universo simbólico renovado, en el que no se permitirá a las letras moverse a efectos combinatorios y menos fijarlas como convenidos signos de fuerza. Las letras ya sólo valdrán como punto de convergencia de lectores e intérpretes, como medio difusor de una dimensión común a todos los ciudadanos, al menos a todos los iluminados por el espíritu de Tebas.
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