Como quiera que venimos últimamente un poco chamfortianos, éste puede ser buen momento de reflexionar sobre el valor de las máximas, agudezas, dicterios y demás fórmulas lapidarias. Camus aprovechaba un prólogo a Chamfort para denunciar en este tipo de oraciones una artificiosidad que acaba dando a la construcción final un aire amañado y falso. Señalaba como origen del amaño las oposiciones conceptuales, de las que decía que jugaban un papel casi algebraico, y apuntaba en esa tendencia a autores como La Rochefoucauld, exculpando de la misma a Chamfort. A mí también me parece que la máxima es una figura del lenguaje refinada, un tropo venido a más, pero hueco finalmente, al que el lector con su mejor intención ofrece el oportuno relleno. Para ahondar hasta donde haya hondón, voy a tomar una máxima, a modo de juguete, para ir forzando posibles interpretaciones y proyecciones morales según distintos gustos. Empecemos, pues, por fruncir el ceño y proclamar:
Lo que los cielos hacen y las mujeres rehacen, los hombres deshacen.
Todo el mundo capta el juego de los ‘haceres’, hasta el punto de lamentar la falta en el diccionario de otros modos con los que alargar un poco más este ‘pensamiento’. Otros lectores, más ideologizados, apreciarán la nada sutil coz lanzada al morro de los hombres. Inteligente salida, dirá ella. Pero basta invertir los opuestos para obtener la doctrina contraria.
Lo que los cielos hacen y los hombres rehacen, las mujeres deshacen.
Sobrio, pero machista. Y el juego puede continuar sin más que alternar posiciones y sacar a los ‘cielos’ de sus alturas.
Lo que las mujeres hacen y los hombres rehacen, los cielos deshacen.
Aquí el dictado es casi bíblico, sólo falta el diluvio o directamente el fuego. Faltarían por vía combinatoria otros tres casos para completar las 3!=6 posibilidades, pero no entraremos en ellas, porque no añaden nada nuevo. En todos los casos la combinación se amolda estrictamente a la estructura
Lo que los _A_ hacen y los _B_ rehacen, los _C_ deshacen.
Lo primero que se aprecia es que los verbos parecen marcar las tres casillas con una carga denotativa. En la interpretación más simple A sería el árbitro, B sería el bien y C sería el mal. Algo así como Dios, Abel y Caín. No obstante, la estructura puede dar acomodo a otras modalidades más festivas, que buscan simplemente una alegría a costa de C. Pensemos, por ejemplo, en la tríada formada por griegos, franceses e ingleses. Llevado el esquema a otros ámbitos, las consecuencias son también sorprendentes. Uno puede jugar con la tríada formada por el creador, el gestor y el consumidor, para darle a la tontería lustre economicista. O acudir al teatro y disponer a autor, director y actor en la posición que uno guste para ensalzar o denostar a conveniencia.
El asunto da para muchos matices que dejo para otra ocasión. En el esquema presentado, el uso del singular podría dar lugar a cambios, pero seguramente sería la alteración del factor temporal con los tiempos verbales, la que ofrecería mayores sorpresas. Evidentemente fórmulas literarias de oposición semejantes a la de este esquema serían el inicio de nuevos análisis, y hasta de una tesis. Que con menos que esto se empieza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario