martes, 16 de marzo de 2010

Sentido común


No creo que sea de sentido común convertir al sentido común en una forma de intuición extraña al resto de los sentidos. Lo que se suele admitir como común a los que participan de ese sentido, que en principio son todos los humanos, es un difuso sentimiento de prevención ante la acción y cierta inclinación al equilibrio en el juicio. Pero su alta valoración no llega de su grado de difusión, sino del engañoso uso que de él se hace como palanca lógica de emergencia. Está a la orden del día entre los de la tribuna política apelar al sentido común, pero a nadie se le escapa que esa apelación se emplea como una astucia dialéctica para cerrar el debate sin ofrecer argumento alguno. En la aceptación de la trampa juega algún papel la creencia general de que con este buen sentido estamos ante un mínimo común lógico, que además de generalmente compartido está equitativamente distribuido. Todo el mundo es susceptible a este tipo de halago cuando, sin esfuerzo lógico alguno, se le hace dueño de una cuota, con la que no contaba, en ese generalizado y común sentido. Descartes abría su Discours de la Méthode acentuando esta presunción con un punto de ironía.

«El buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo, ya que cada uno estima estar tan bien provisto que hasta los que son más difíciles de satisfacer en cualquier otra cosa, no suelen ambicionar por lo general más del que poseen».

No creo que esa conformidad pueda ser vista como un argumento valedor del reparto igualitario. Más bien apunta irónicamente a la percepción general y complaciente de que estamos ante una dotación personal con la que llegamos de fábrica y de que, por ser algo natural y genuino, es inútil cultivarlo. En cualquier caso, sería este sentido el único que carece de órgano que lo respalde, y como tal el único también en el que no valen pesos ni medidas. Esto hace que, puestos a juzgar su valor, no falten quienes se prestan a un juicio dicotómico y totalizador: de tener algo se tiene todo, apareciendo todo el que nos replica como carente de sentido. Lo vemos a diario, porque abundan los que se valen del sentido común para arrogarse sensatez y autoridad, aun a costa de degradar definitivamente la dialéctica. Pero no es cuestión sólo del oportunismo con que se invoca, está además ese peligroso afán, nada disimulado, por acogerse a un discurso que aprovecha la descalificación como argumento y que abiertamente renuncia al examen de matices. Y, por si no fueran sospechosas estas maneras, está la solapada pretensión de utilizar el sentido común para atraer la lógica al discurso de las creencias. Afortunadamente la lógica se afana de momento en el terreno del conocimiento, sin que nada le impida acercarse con resolución al examen del sentido común. Y ningún lógico cree útil convertir en caballo de Troya de alguna fe intocable lo que parece una sugerente y prometedora caja negra común con conexiones en nuestros cinco sentidos.

Posdata: [*] Caricatura de Caricature Zone.

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