Bosque de Basajaunberro (Roncesvalles)
Desde donde ahora mismo miro, el panorama es el de siempre, pero a su belleza añade una creciente sombra de angustia. Alcanzo con mi vista años de andadura y quizá eso explique estos matices, visibles como trazos grises en un terreno que poco a poco voy dejando atrás. No me hace esa visión más lúcido que antes, si acaso más afortunado en mi creencia de que conservo algo de lucidez. Y de ella voy sacando partido, mientras sigo mi camino, para continuar sin desfallecer. Somos menos por aquí arriba y muchos nos conocemos, pero el tiempo nos ha vuelto más taimados que confiados. Ahora nadie espera compañía, a sabiendas de que la debe negociar. Con el tiempo otros muchos se han ido. Unos simplemente abandonaron la senda, echándose a un lado. A otros ví siguiendo su camino como penitentes, descalzos entre las piedras o flotando ahogados en un remanso de aguas frías. Hubo también gentes que acabaron encaramadas a las ramas, como pájaros, o con la mirada perdida en la brújula. Cada año arrancan con ilusión generaciones enteras y emprenden ruta con la convicción de que en lo más alto están las praderas, que allí cerca puede uno levantar su chabola y que hay un lugar para ellos, y hasta para todos. Algunos prestan poca atención al camino, buscan atajos imposibles y se adentran sin remedio en la espesura. Otros pierden la orientación poco a poco y, tras completar el círculo, retornan insensiblemente a un mundo más próximo y seguro, creyendo en su torpe jactancia estar de vuelta de la gloria. En estos momentos el bosque acoge con su rudeza una muchedumbre de extraviados. Oímos el crujido de sus pasos, a veces firmes, las más acelerados, dudas y tentativas con vuelta forzosa, y suspiros, que podrían ser sollozos, junto al arroyo, y así nadie se hará con el secreto, porque un día quiso y no pudo, porque se sentía solo, y triste, y débil. A muchos, hay que decirlo con claridad, se les ha echado de los caminos. Con múltiples estratagemas y controles se les ha impedido el tránsito, se les ha forzado a abrir paso por trochas y regatas, se les ha aburrido. No quieren exploradores, buscan colonos, que echen mano del primer claro que se haga en el bosque. Si son poetas, que cacen ardillas y las domestiquen, pero que nos ensanchen caminos y que dobleguen al jabalí hasta que les ofrezca jamones. Así dicen. Para los que comparten con los animales pitanza apenas hay futuro, sólo burlas y algún disparo perdido. Dicen que son gente esquinada, que casi nunca vuelve y que permanecen emboscados como forajidos. Lo cierto es que ellos solo esperan cercanía, de quien corre su misma suerte, por lo común y por ver de hacer en común el camino, mientras haya ánimo y queden fuerzas que juntar. Cuando además hay fe, rara vez, se lanzan por las veredas, como el ganado avisado, sabiendo que, de un modo u otro, les conducirán a los rasos, donde al fin caminarán libres al amparo de las cumbres. Si miras y desde aquí no ves, escucha por lo menos el rumor. Los adivinarás dispersos y perdidos, pero en marcha, y esa sombra creciente, que está ya próxima, pronto se desvanecerá en un sueño, con todos reunidos bajo la luna, celebrando su retorno a la luz.
1 comentario:
Envidiable comentario... los dos. Me ha recordado a Los claros del bosque, de María Zambrano, aunque con más cercanía.
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