El reluciente autómata de la academia, un RAE 2010 llamado a añadir si cabe mayor esplendor a la institución, se quedó el otro día perplejo. Fue el mismísimo Maimónides el que tras acudir en su ayuda, descubrió en su complejo entramado conceptual un fulminante cortocircuito. El incidente sobrevino cuando el androide se exhibía ante el pleno de la academia ofreciendo sin desmayo respuesta a cualquiera de las voces autorizadas por el diccionario. Sin pestañear, obviamente, evacuaba información sobre la palabra demandada, así como de las que de esta derivaban. El juego, algo estúpido, imponía a los académicos vocear la palabra. Recibían entonces, a plena pantalla y en el fondo de la sala, la imagen de un denso árbol inverso con las ramas generadas al reiterar la demanda de definición a través de las derivadas hasta descender diez niveles. Potencialmente el invento permitiría hasta cincuenta, pero Maimónides alertó sobre el riesgo de que, en tiempo de pruebas, tanta avidez condujera, como dicen los informáticos, a un dramático colapso. Corría el turno, y alguien sin mayor malicia exclamó con ese aire retórico del regusto de los académicos: «Ejercicio magistral». A partir de ahí el autómata mostró un semblante sombrío y, como si hubiera sido avergonzado, enmudeció. Ante el revuelo e incomodo en los sillones de las letras, Maimónides se vio obligado a explicar que la red semántica solicitada con la palabra podía entrar en ciclos como en trampas y que de caer a uno de estos abismos, el androide quedaba atónito y perplejo. Para subrayar la explicación apuntó a pantalla, donde una rayita ligaba dos nodos en los que se leía:
Ejercicio 1. m. Acción de ejercitar o ejercitarse.
Acción 1. f. Ejercicio de la posibilidad de hacer.
Como en un campaneo insistente, ejercicio llamaba a acción y acción a ejercicio, sin que el autómata pudiera recurrir para salir de su letargo a su inmenso caudal de saberes y sin que las redes le pudieran aliviar de ese péndulo maldito. Con el salón ya vacío y próximo a ser desconectado, en el aire quedaban sus destellos, toda su labia y su fabuloso despliegue de ecos. Atrás quedaba y ya nada valía todo ese dominio conceptual con el que, unos segundos antes, se exhibía ante el mundo de las letras. Finalmente Maimónides se acercó al interruptor zaguero y procedió. La imagen en pantalla se esfumó, apagó las luces del salón de actos y lo abandonó.
1 comentario:
Brillante. Gracias por explicar cómo me siento a menudo cuando consulto el DRAE.
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