A veces, lo confieso, me dejo ir, y oigo el eco de mi orquesta. Me pasa lo que a Pantierno, que a fuerza amasar y amasar la pieza los brazos se me templan como si afinara violines.
Fajado hasta la cintura con bien de huevo y mucha harina, no hubo mejor franciscano. A Pantierno las avecillas le comían de los faldones, y mientras él galleaba como uno, ellas le respondían a trino.
Cada pan tiene su crujir, un punto que Pantierno le sacaba al horno como delicada nota. Panes que sonaban como violines, en su concierto de mesa. De dicha piábamos, como pajarillos picoteando entre las migas.
1 comentario:
Ah, no, eh, genio bien, pero poeta, no, eh, no... Dicho lo cual me parece una estampa preciosa, aunque la que es de quitarse el sombrero es la filarmónica...
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