viernes, 13 de agosto de 2010

Aire libre


F. Mendelssohn, Los Trossachs
Album de viaje a Escocia (1829), Frederick R. Koch Collection
Beinecke Rare Book and Manuscript Library, Yale University

Fechada con el día de hoy, 13 de agosto, encuentro esta bonita postal. Forma parte del album que Felix Mendelssohn compuso con los apuntes tomados del natural en su viaje a Escocia en 1829. La estampa muestra el paisaje montañoso de los Trossachs con estilo académico y una factura impecable de claroscuros, perfiles y esfumados. Los vertiginosos cantiles, las inquietas aguas, las despejadas cimas y sobre todo ese cielo tormentoso cuadran a la perfección con esa visión convencional del romanticismo, que convertida en tradición cultural ha llegado hasta nuestros días. Sin embargo, lo que con esos rasgos hoy invocamos era entonces un modo vivo de sentir, que buscaba no sé bien si refugio en la naturaleza o la exaltación de su belleza. 

Avalarían lo segundo obras musicales como la obertura Las Hébridas, esbozada por Mendelssohn tras la visita a la Gruta de Fingal en ese mismo viaje. La obra consigue arrebatarnos y lanzarnos a un azaroso viaje musical lleno de imágenes, más vívidas incluso que las que el album de manera explícita refleja. El poderoso cauce sentimental abierto con estas obras tempranas acabó quedando en ocasiones sumido en una corriente de efectos desmedidos y otras turbulencias. El regusto a almíbar impide reconocer en algunas ese punto testimonial que a todo creador le impone la propia naturaleza con su troquel. Ebrio de emociones es difícil reconocer la verdad, pero la música también puede ser verdad, si el nervio con que se templa sigue tan amarrado a la realidad como a la fantasía.

Tardó años en llegar un movimiento de reflujo, pero en 1839 Mendelssohn escribía a su buen amigo Karl Klingemann (compañero precisamente de aquel viaje a Escocia): «La música más natural de todas es la que nace cuando cuatro personas van a pasear juntas al bosque o en una barca, y es la misma música que llevan consigo y dentro de sí». Puede que en el intervalo de diez años entre aquel viaje y esta carta se atemperara de algún modo su espíritu. Acaso el estudio de las formas musicales clásicas o la frecuentación de los poetas coetáneos tuvieran como efecto un renovado interés por las canciones (lieder), género en el que se manifestó como un maestro de ceremonias sobrio, brillante y eficaz. 


Del amplio repertorio llama nuestra atención el ciclo de Canciones para cantar al aire libre del que hizo tres entregas con sus Op. 41, 48, 59. Estas miniaturas polifónicas están concebidas para ser interpretadas por las cuatro voces a cappella, en un clima de natural recogimiento con textos (de Heine, Goethe, von Eichendorff, Uhland, Lenau entre otros) que suelen apelar al equívoco y peligroso refugio de nuestros sentimientos en el bosque. En este ambiente, no pocas veces sombrío, sobresalen como contrapunto las llamadas al capricho de los pájaros, constituidos en instigadores primeros de nuestras divagaciones. Son ellos los primeros intérpretes de ese maridaje entre lo sensible y lo ascético. La pieza nº 4 del op. 48 es un buen reflejo de todo esto. A una estrofa que Ludwig Uhland dedicó a la alondra añadió Mendelssohn otra, para sobre ambas construir un perfecto canon musical a cuatro voces. Son las voces femeninas las que introducen la melodía convertidas en alondras y las masculinas las que la reproducen, iniciando un encantador juego dialogado de diferendos que culmina en el unísono final. Lejos de motetes y madrigales el coro a cappella se presenta aquí como una renovada forma musical acorde con la intención de lograr una amigable celebración de la naturaleza.


F. Mendelssohn, Lerchengesang. Sechs Lieder im Freien zu singen, op. 48
RIAS Kammerchor, dir. H.C. Rademann. Harmonia Mundi, 2008.


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